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Capítulo 15


Chantrea

La oscuridad se funde con el gris de sus ojos. No es Ezra de quien estoy enfrente, es de un jodido demonio.

Llego hasta el reclinatorio. Dejo caer una rodilla primero y luego la otra hincándome por completo.

Suelto un suspiro cansado.

—Ahora, entras en control —gruñe.

Camina hasta la mesa ceremonial, toma algo que estaba ahí y no vi, lo arrastra sobre la mesa hasta que lo saca de la mesa. Lo veo en su esplendor, es una fusta negra de cuero con un suave látigo integrado. Mis ojos se abren de par en par. Me dispongo a ponerme de pie, pero sus sombras ya me han anclado al piso. ¡Maldita sea!

—¡Ezra como un demonio! —gruño cuando intento zafarme de las sombras.

Busco mi magia, la explosión que siento cuando la tengo, pero no está.

—Una disculpa, Chantrea, pero contigo ninguna medida es suficiente. —se acerca, juega con la fusta tomando el dije de cruz que cuelga en mi pecho—, esta cosita de aquí esta hecha para limitar tu magia.

La fusta me rodea, no alcanzo a sentir su toque debido a la ropa. Me rodea dejándome a su merced. A la merced de lo que parece ser un demonio vengativo.

Llega a mi espalda, suelta una risa que resuena en el sitio. No es una risa serena, es una demoniaca que retumba en mis adentros. Trago saliva.

Siento todo menos sus manos, es otra cosa lo que me rasga la tela de la espalda, el filo me quema cuando se rompe cuando la tela deja descubierta mi espalda. El frio me recorre la espalda, el cuerpo, me pone en alerta. No es normal. Las uñas largas me rasgan más de la piel.

¿Uñas largas?

¿Ezra tiene uñas largas?

Intento voltear, pero un latigazo de improvisto en la espalda me golpea manteniéndome en mi sitio. Algo parecido a una serpiente comienza a envolverse en mi pierna izquierda y tengo que aguantar la respiración.

—Querías al demonio, Chantrea, aquí esta el demonio —la voz gutural, gruesa, llena de humo me llena, me destroza, me siembra un miedo que se arraiga y me congelo.

No puedo responder, no creo ser capaz si quiera de moverme. Trago saliva y siento que he olvidado como respirar. Sus uñas tocan mi espalda y soy incapaz de moverme, se acerca y siento su presencia, el frio. Sus manos recorren mi espalda hasta llegar a mis senos desnudos, siento como sus manos frías aprietan mis senos. Mis puntas turgentes ya están reaccionando a él. Encaja sus uñas cuando aprieta mis senos. Estoy consciente del ardor que me deja, pero ni siquiera puedo gritar. Estoy sin palabras. Y creo que por primera vez tengo miedo.

—Eso es, Trea —su voz distorsionada crea sentimientos encontrados en mis adentros.

Sus manos deshacen el camino en mi cuerpo, llegan a mi nuca, justo en mi cuello. Aprieta sus manos alrededor de mi cuello, me pone de pie con una facilidad que no puedo siquiera imaginar por qué.

Volteo a mis piernas, exactamente en la pierna izquierda, si hay algo ahí trepando. Es... es... es una cola. Es una cola negra.

Me congelo cuando coloca mi cuerpo contra la mesa ceremonial, cuando mis pechos se comprimen contra la mesa ante su toque fuerte que me somete.

Su cola sube mas por mi pierna, apretando, trepando en círculos por mi pierna, atrapándola hasta que llega en la humedad entre mis piernas.

Siento lo circular y grueso de su cola en mi entrada, moviéndose perezosamente en círculos, amenazándome.

—Ezra —tiemblo—, basta ya.

Una risa gruesa sale de su boca llenando todo el espacio.

—¿Cómo creerte?, ¿cómo saber si es verdad que quieres que pare cuando estas tan humedad, cuando te estas abriendo para mí? —dice cuando introduce un poco de su cola. Mis manos aprietan el mantel de la mesa. Esta fría, está húmeda, juega circularmente entrando y saliendo.

Me roba un gemido, sus manos, sus garras, terminan de arruinar el estúpido habito blanco, lo arranca, lo destroza, lo hace girones con las garras.

Ezra no esta en su forma humana... esta en su forma original. Paso saliva. Su cola sigue dentro de mí, sigue jugando, sigue soltando latigazos dentro de mí.

El calor se expande en mis piernas. Y de repente me abandona de golpe, dejándome con el calor, con la necesidad.

—Dime, Chantrea, ¿cuánto me has mentido? —gruñe.

Sus manos, sus garras me toman por la cintura, mi espalda choca con su espalda fría, musculada, sus garrar recorren mis pechos, aprieta hasta que una de su garra aprieta mis pezones, el grito sale involuntario.

—Responde, reina —gruñe cuando el dolor me golpea y creo que estoy viendo luces.

—Mucho —la voz me sale en una exhalación. Quería que me sometiera, lo está haciendo.

Aprieta más y un grito me sale de la boca de nuevo.

—¿Me amas? —gruñe y sus uñas rasgan mis pezones, las siento calientes, siento un liquido resbalarse.

Grito, me deshago, vuelvo a gritar. Arde, arde demasiado. Me voltea sin pensarlo y entonces lo veo.

Su estatura es mayor, su cuerpo esta mas fornido, aceitado, el tono negro reluce en su piel, sus venas, sus venas resaltan como pequeñas llamas, sus cuernos grandes, cafés y retorcidos están ahí y sé que es él por esos terribles ojos grises.

Y su pene, su pene esta... enorme. Creo que aguanto la respiración cuando lo veo. Pero no estoy consciente. Desvío mi mirada a su cola que latiguea con fuerza el piso.

Él sonríe y son segundos en los que esta frente a mi y otros en los que sus labios se pegan a mi pezón. Chupa la sangre que ha hecho.

El gemido me sale. Los dedos de mis pies se enroscan en el piso del lugar. Y veo. Veo sus alas, imponentes, negras. Las chispas de fuego salían de esas alas suyas.

¿Cuántas veces he contenido el aliento?

¿Cuántas veces me he mojado?

—Te amo —suelto en un gemido cuando su cola entra en mi humedad de improvisto, dando latigazos en mi entrada. Mis manos se encajan en sus hombros.

Lo necesito dentro a él, a toda esa cosa enorme e imponente que cuelga de sus malditas piernas.

—Así me gusta —su voz me calienta mas que todo.

Ezra

He perdido el control. No era el plan. Pero aquí estoy, en mi forma demoniaca frente a ella, profanando esta capilla, tomándola tanto como puedo.

La sangre que saboreo de sus pezones sabe a la mismísima gloria.

La he sometido, lo que necesitaba, lo que quería.

Una parte de mi estaba enfurecido, solo quería destrozarlo y ahora lo estoy haciendo.

Me alejo de sus pezones, ella esta disfrutando del placer que le produce mi cola. La subo con facilidad, la siento en la mesa. Dejo que mi cola la vuelva a abandonar de golpe. No la preparo, me acomodo en su entrada, tomo sus caderas con mis manos, entro y la jalo hacia toda mi erección. Ella gime, grita y las lagrimas comienzan a correr por sus mejillas.

—Calma, reina, a penas voy a la mitad —sonrió cuando obligo a sus caderas a entrar más.

Empujo con fuerza, introduzco más sintiendo el calor y la humedad de sus adentros. Esta tan preparada.

Sus manos están agarradas al borde de la mesa de piedra, no deja de gemir mientras hace el intento de moverse como suele hacerlo, pero aquí soy yo quien manda.

—Ezra —gime. Grita mientras sigue intentando montarme con ferocidad. Aprecio su esfuerzo, pero no la dejare.

Marco el ritmo, hago que rebote en mis bolas una y otra vez, con cada grito, con cada lagrima se deshace. Me llena de sus jugos. La destrozo y me destrozo en el proceso.

Veo como sus manos se aferran al filo de la mesa, como tiembla, sus piernas me aprietan, bailan encima de mi cuerpo, me moja todo entero a la par que mis garrar aprietan sus caderas, marcándola.

Jodido no. No tengo suficiente. Arrecio el ritmo, estiro más su adentro, choco con sus paredes. Continuo rápido, fuerte. Elevo mi cola a su boca, la obligo a abrir su boca, a que lama sus propios jugos y ella lo hace, tan obediente, tan sometida y es ahí cuando estallo en sus adentros.

Ella gime, yo gimo y tengo que controlarme porque el fuego no nos envuelva a ambos porque posiblemente si pueda quemarla.

He perdido el control en su totalidad. Veo su cuerpo cuando se deja caer en la mesa ceremonial, sus pezones están sangrando, su cintura está llena de rasguños y moratones, sus caderas tienen quemaduras rojas y moradas. La he desecho.

Y de pronto la culpa me golpea.

Chantrea

Ezra me ha conseguido un tipo de blusón que no hace mucho por cubrir todas las marcas que Ezra me ha dejado. Estoy en una habitación oscura, sentada en un catre, con la espalda recargada en la pared y mis piernas pegadas a mi pecho rodeadas por mis brazos. No era consciente de las marcas que su cola me dejo en mi pierna.

—Te ha lastimado. —es la voz de Lucifer.

Ha estado sentado en un rincón en la oscuridad del lugar, sin hablar ni decir nada. Y tampoco me ha apetecido hablar con él.

No digo nada. No tengo como defender el argumento que acaba de decir.

La risa seca de Lucifer se cuela por mis oídos.

—¿Lo viste en su verdadera forma? —pregunta.

Volteo a la esquina a donde se encuentra. Asiento.

Un resoplido sale de su boca.

—Sabes lo que te acaba de hacer, ¿verdad? —pregunta con esa voz ronca como si no hubiera bebido agua.

—Te acaba de reclamar —dice en un siseo—, te ha marcado —dice lo evidente. Una risa seca rompe el silencioso sitio—, y de ese modo se acaba de hacer con tu poder al máximo. Con el poder de Alexandria... ahora me pregunto, ¿quién uso a quién? 

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