Capítulo 13
Louis
Vienne peina de nueva cuenta el cabello rojizo de Amelia, en esta ocasión juega con su cabello haciendo un mar de trenzas, esta intentando hacer una corona de trenzas. Amelia no dice nada, simplemente abraza el peluche en forma de oso color negro que trae en las manos.
—Tenemos nueva reina —dice ella mientras sus pies se mueven en un vaivén. Sonríe con todo y dientes.
—¿De qué hablas? —pregunta Bastián quien esta leyendo un libro sentado en una esquina. No deja de leer cuando hace la pregunta.
—Ezra le acaba de entregar la corona a Chantrea —confirma.
Y mi corazón se comprime.
Bastián pasa saliva cuando el libro se cae de sus manos. Él sabe algo, sabe el curso del destino y lo que pasara.
—Ustedes deberían tener miedo, ¿no? —voltea a ver a Vienne con esa sonrisa, ladea la cabeza—, su reinado no será conocido por ser piadosa, ¿verdad Bastián?
—¿Eres adivina? —pregunta Vienne intentando calmar sus manos temblorosas, su voz temblorosa.
—Soy más que una simple adivina, Vienne —ladea la cabeza, voltea hacia Bastián. Vuelve a sonreír con todo y dientes.
—Amelia —reprende Bastián.
La razón por la que Bastián dejo su cargo nunca fue del todo esclarecida, solo sabe que no logro completar su misión, que fue demasiado para él. Nadie sabe nada de esa misión, solo los mismísimos dioses que se la han encomendado, pero hasta ellos mismos no han querido poner a nadie a cubrir esa misión. Y ahora me pregunto que tanto de esa misión tiene que ver con Ezra y Amelia.
Chantrea
—Ahora eres la reina... —sisea Erebos—, no espero menos de ti, abejita —asiente.
Suelto un suspiro con fuerza. Todos a nuestro alrededor siguen prostrados en el piso, guardando el debido respeto que me merezco.
—Mi título, Erebos, vamos, no te debe ser tan difícil —lo retó.
Las cosas que debí hacer para llegar aquí... bueno, no me enorgullezco, solo tuve que mover una pieza aquí, otra por allá, intentar sentirme culpable, cosas de ese estilo. En algún momento me disculparé con Ezra, pero hoy no será ese día. Él ha tenido suficiente y sé que tendrá más cuando su querida madre, Lilith se enfade por lo que acaba de hacer.
—Mis respetos, reina del inframundo —sonríe con dientes haciendo una pequeña reverencia con su cabeza.
—Rey —sonrío sin hacer ninguna reverencia—, levántense —ordeno y todos comienzan a incorporarse.
—Supongo que ahora tendré de invitada a la propia reina —dice Erebos sin quitarme los ojos de encima.
—Nunca tuviste a una prisionera, Erebos —respondo con la cabeza en alto.
—Nunca has sido una prisionera, Chantrea, siempre has sido más —suelta Erebos llevando sus manos detrás de su espalda—, pero dígame, reina, ¿habrá guerra? —ladea la cabeza.
Volteo para ver a Ezra. El juego es juntos, se lo prometí y aunque fue uno de los medios que utilice para conseguir lo que necesitaba, tengo que cumplir con mi palabra.
—La guerra se dará si usted la ofende —agrega Ezra en su papel.
Ambos tenemos cartas bajo la manga. Ambos estamos jugando con la misma pieza. Y Ezra no es un rey inservible y de adorno. Ezra es la muerte. Amelia es la guerra. Nos faltan dos jinetes, ¿no es así?
Me costo averiguar la información, pero todas las personas tienen su precio.
—Escuchen los dos —el rostro de Erebos se oscurece—, me estoy cansando demasiado de que crean que pueden jugar conmigo, pero esto no es un juego, ella me pertenece —me señala y vaya que esta enfadado.
Suelto un suspiro con calma.
—Nadie esta jugando, Erebos... es solo que debes entender que por mucho que no quieras entenderlo, yo no soy la sumisa Alexandria, no soy Victoria, no soy ninguna de ellas, no estoy a tu merced —doy un paso hacia él—, ¿quieres algo de mí? —suelto estando demasiado cerca de mi—, inténtalo —lo reto.
—No eres más que una puta creyéndose algo más —escupe con furia.
—Así como tu no eres más que un despojo de ángel creyéndose un dios —sonrió cuando su furia le explota en el rostro.
Su rostro se vuelve rojo, es rápido su movimiento cuando alza su mano dispuesto a proyectarlo en mi rostro y sé que no debo hacer nada. Ezra lo impacta antes de que si quiera me toque. Ezra no lo golpea porque esta en contra de las reglas, pero si detiene su fuerza.
—Dame más motivos para acabar con tu vida aquí mismo —lo amenaza con esa presencia inalcanzable.
Ezra no desfigura su rostro, él sigue con esa seriedad imperturbable, simplemente está divirtiéndose y tomando el papel que le corresponde.
—No eres más que su maldito perro, ¿no estas viendo cómo te usa? —Erebos lo reta.
Ezra sonríe con todo y dientes, suelta su mano y lo empuja para mantenerlo lejos de ambos. Le da la espalda, no como un error sino a forma de mostrarle quien manda. Llega hasta mi lado, voltea de vuelta hacia Erebos mientras su mano recorre mi cintura para jalarme hacia él. Chasquea los dedos de su mano libre, haciendo relucir los hilos dorados de pertenencia, de la unión.
—¿Me estas usando? —juega con las palabras.
Aun tenemos mucho de que hablar, mucho que le tengo que confesar. Cosas que Amelia sabe y que Ezra aun no.
—Lo estoy haciendo —sonrío con dientes.
Ezra suelta una sonrisa.
—¿En qué posición nos deja? —pregunta tremendamente furioso a Leibda.
—Un rey no puede dejar su trono por más de tres días —contesta él.
—Siete días contigo, tres días conmigo —sentencia.
—Cuando recuerdes este momento, Erebos, recuerda que tu elegiste tu propia sentencia —siseo.
—Se levanta la sesión, reina —Erebos sonríe sin ganas haciendo un pequeño asentimiento con la cabeza.
Él se da la vuelta para continuar su caminar fuera del sitio, es seguido por Khione y Leibda, este ultimo me regala una pequeña sonrisa antes de irse. Aún tengo que decidir su postura, pero decido regresarle la sonrisa.
Gremorian se acerca a mi lado cuando Ezra es tomado por Lilith y Belcebú, los tres se alejan lo suficiente para comenzar a reclamarle.
Los ojos de Gremorian están envueltos en furia cuando se come todo el espacio que hay entre ambas.
—¡Eres una mierda! —escupe en un susurro asegurándose que solo yo la escuche.
La risa me sale natural.
—¿A que se debe tanto afecto? —ladeo la cabeza.
—¿Sabes en la posición en que lo has dejado? —gruñe preocupándose por Ezra y tal parece que es ella quien no se ha dado cuenta en la posición que lo acabo de dejar.
—Sí, lo he dejado fuera del radar de Erebos, esa es la posición que le he dado —intento que vea la realidad.
Gremorian abre sus ojos tanto como puede.
—A mi no me vas a usar. —amenaza. Y tal vez tenga razón.
Ezra
Después de una aburrida charla sobre los muchos contras de entregarle la corona a Chantrea y a mi madre constantemente diciéndome "ella te esta usando, ella te esta usando y este siempre fue su plan" y a Chantrea riéndose con ganas por lo que ella decía. Por fin estamos en casa.
La cabeza me punza terriblemente, ha sido demasiado y solo tenemos siete días para planear un contraataque o la manera de mantener a salvo a Chantrea.
Ella esta sentada en el sillón, esta leyendo la libreta que traje del sitio donde encontré a Amelia, donde en palabras de la propia Amelia, Chantrea la encerró y esos son el tipo de temas que tenemos pendientes. Veo como ralla algo en la libreta con la pluma que le he dado hace un rato.
Ya no trae la ropa de hace rato, se ha dado un baño y huele a cerezas, tal como su aroma original, ahora solo está envuelta en la bata negra de algodón.
—Deja de verme —pide mientras sigue escribiendo.
Se me escapa una sonrisa de los labios.
—¿Por qué dejaría de ver a mi reina? —jugueteo.
—Tal vez si te lo ordeno —baja la libreta y ahora si me ve, una sonrisa aparece en sus labios.
—Creo que estamos en el entendido de que la obediencia no nos va, verdad, reina —muevo mis piernas para que toquen el piso alfombrado. Me incorporo caminando con lentitud hasta donde esta.
—Podría castigarte —advierte ella dejando su libreta de lado.
—Y nada me gustaría más. —tomo su mano para jalar su cuerpo y ella no pone resistencia, al contrario, sus manos envuelven mi cuello.
Agacho mi cuerpo para poder acoplarme al suyo, beso sus labios con intensidad, con necesidad. Su lengua se desliza por mis labios hasta entrar a mi boca, comienza una batalla inalcanzable con la mía, nunca me cansaré de ella. De esto. Mis manos se deslizan por la bata, nunca tuve tanta necesidad de desnudarla. Miento, siempre tengo necesidad de desnudarla.
Las manos de ella van al filo de mi playera, comienzan a subirlo, necesito reclamarla en este instante, llenarme de ella. Me saco la playera sin tener cuidado. La tiro en algún sitio de la habitación.
—Mi reina —murmuro cuando me separo de sus labios, cuando deshago el nudo de su bata dejándola desnuda ante mí.
Su cuerpo no ha cambiado, mis manos se apoderan de su cintura desnuda cuando ella comienza a hincarse ante mí. Sus uñas hacen un terso camino por mi pecho, por mi abdomen hasta el cinturón.
—Domíname —suelta con un tono de voz lleno de placer—, ahora.
No lo pienso cuando mi mano se enreda en su cabello, cuando lo tomo en una improvisada coleta.
—Chupa, Trea —ordeno.
Ella saca el cinturón con rapidez y habilidad, quita el botón, el cierre, y yo hago el resto dejando caer los pantalones y el boxer dejando que observe mi erección tan enorme por ella, necesitado de atenciones, las suyas en específico.
Su lengua se apodera de mi glande, lame con cuidado y suavidad mientras su mano bombea con fuerza de arriba hasta el tallo. Jodidamente una diosa. Deja de lamer para ir más en serio, su garganta se convierte en un lugar húmedo que necesito joder, que necesito reclamar. No espero a que se aclimate.
Aseguro el agarre de mi mano en su cabello obligándola a tragar más, llega a la mitad, siento como mi glande choca con el fondo de su garganta, escucho sus arcadas y la producción de su saliva, pero ella puede con más.
Su lengua se vuelve en mi perdición cuando comienza a lamer en el medio de las succiones, me enloquece. El ritmo de su mano se hace mayor. Exige más de mí. Empujo más dentro de su boca, dentro de su garganta.
Jodidos dioses que le dieron toda la maldita sensualidad a esta mujer. Continúo empujando más y más sintiéndome tan bien dentro de ella, como si su boca estuviera hecha solo para mí. Porque así debe ser, ella debe estar hecha solo para mí.
Sus ojos brillan con ese violeta intenso, no despega su mirada de la mía. Hasta que no aguanto, hasta que me vació en su boca y ella traga todo, no deja ir a mi pene, lo limpia con su lengua se hace de todo.
—Tuya —dice cuando deja ir a mi pene.
¡Suyo!
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