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Capítulo 12


Ezra

Por una vez en la vida de verdad desearía que Chantrea no me sacara del juego, que pensara un poco en nosotros antes de actuar, aun así, esta actuando a su conveniencia como toda la vida.

No solo la tendré prestada, si no que ella estará con él.

—¿En qué posición nos deja? —Erebos le pregunta a Leibda.

—Si ha consumido la fruta dorada significa que no puede estar más de siete días fuera de la legión —Leibda confirma mis malditas sospechas. Su mirada observa con preocupación a Chantrea. No estoy para aguantar mierdas, hoy no.

Volteo para verla, solo un vistazo rápido, para volver la mirada a ese idiota, a ese maldito idiota que ya esta sonriendo.

—Tal parece que tendremos que compartir —le guiña un ojo—, eres lista —se dirige a ella y yo lo siento como un insulto.

Tomo una bocanada de aire intentando callar todo el ruido mental que acosa mi cabeza y las ganas que tengo de matar a ese sujeto, las ganas que tengo de tomar el frágil cuello de Chantrea. Pero nada de eso me dejara con buenos resultados.

—No compartiré a mi esposa —gruño.

—Ezra —dice ella, suelta un suspiro, vuelve su vista a Erebos, a Leibda—, podemos parar un momento. —solicita.

—Hay una sala de aquel lado —menciona Leibda señalando a la izquierda.

Chantrea me observa como si esperara mi consentimiento, ¿para esto si lo quiere?, pero que tal para hacer lo que se venga en gana.

Chantrea gira sobre sus talones, comienza a caminar hacia donde indico Leibda y yo soy demasiado torpe, sigo sus pasos, es esa conexión la que me obliga a estar con ella. Tal vez ella es mi fruta dorada y es por eso por lo que sin ella no puedo vivir.

Me adelanto para abrirle la puerta, porque podré estar furioso con ella, pero no puedo olvidar mis modales. Ella sonríe ante el gesto, se introduce dentro de la rustica sala. Cierro la puerta en cuanto me deslizo detrás de ella.

Cruzo mis brazos siguiendo sus pasos, para a la mitad de la sala de madera y yo me detengo a unos pasos de ella.

—Estas enfadado —comienza ella.

—No tienes una maldita idea —gruño negando con la cabeza.

—Esto es por tu bien —dice ella y no puedo controlar el maldito resoplido que sale de mi boca.

—Desearía que dejaras de subestimarme, Chantrea, desearía deberás que me invitaras a jugar, que no me dejarás en la maldita banca esperando ver como actúas y estas muy equivocada si crees que voy a ceder, si crees que te voy a dejar cargar con todo, estas muy mal, Trea —me acerco a ella y ella retrocede un paso, enarco una ceja—, ¿estas huyendo de mí? —es la gota que me hace explotar. Ella puede hacer lo que quiera, excepto huir de mí.

—Ezra —intenta sonar como si quisiera hacerme entender que soy yo quien está mal.

—¡Nada de escusas! ¿Crees que no puedo con él?, ¿crees que no soy capaz de declarar la maldita guerra por ti? —me paso la mano por mi cabello alborotándolo con desesperación.

—Sé que puedes —interviene ella—, sé que la hueste tal como está, con los elementos que tienen y si beben de mi sangre podríamos ganar, pero no quiero perderte.

—¿Perderme? —el Ezra comprensivo se ha ido a la mierda. Aquí solo hay un maldito demonio furioso.

—Para poder tener una verdadera ventaja tendrías que acabar con la vida de ella y eso es algo que no te voy a permitir.

—Tu no decides sobre la vida de las demás personas —gruño.

—No, pero tampoco puedo dejar que te hagas tal daño. —se acerca con cautela para tomar mis manos—, tengo un plan —murmura.

Niego con la cabeza.

Comienzo por caminar hacia ella, ella comienza a retroceder, justo lo que quiero, verla retroceder, verla someterse... ante mí.

Su espalda choca con la pared negra del sitio al que ingresamos, coloco mi brazo encima de ella, pegado a la pared. No la pienso dejar ir.

—Si no entiendes por las buenas, quizás por las malas, Trea —uno de los lados de mi sonrisa se curva.

—Aquí no —murmura sin bajar la mirada.

No espero que baje la mirada, espero simplemente que sea tan fuerte, que luche. Solo me importa que entienda que estoy aquí para ella.

—¿Por qué, Trea, por qué aquí no? —pregunto con un estado en el que estoy consciente que estoy fuera de mí.

—Él está allá —sus manos se colocan en mi pecho. Ah, ¿sí?, muy bien.

—¿Por qué debería limitarme?

—Ezra —gruñe golpeando mi pecho con las palmas de su mano en un intento por alejarme.

—Trea —bajo mi mano para sostener las suyas encima de su cabeza. No me gusta que me golpeen.

—Entiende que lo hago —chasqueo la lengua, negando con la cabeza, interrumpiéndola.

—No lo estas haciendo por mí, lo estas haciendo por ti —la confronto.

Chantrea

Sus palabras cayeron como un balde de agua helada. Lo estoy haciendo por él, lo estoy haciendo para proteger su vida. Pero en realidad, ¿qué tanto estoy haciéndolo para protegerme a mí misma?

Dejo de luchar contra su agarre porque siento que ha ganado. Porque ya no tengo más argumentos.

¿Qué tanto he estado haciendo por miedo a que lo usen a él contra mí?

Y de pronto soy presa del pánico. He comido la fruta dorada, el veneno que mantiene a los humanos y a los ángeles prisioneros de las ciudades celestiales. Creadas inicialmente por los dioses para castigar a sus hijos y mantenerlos cerca por su propia seguridad. Usadas por Erebos para limitar a su gente, para asegurar su lealtad y para secuestrar a las humanas y humanos que cree que le pertenecen.

El estomago se me revuelve y el acido trepa por mi garganta haciéndose presente.

Vuelvo a tragar saliva.

—¿Sabes lo que él ha hecho? —pregunto ya sabiendo la respuesta.

Ezra suelta mis manos y estas caen a mi costado sin esfuerzo.

—Lo sé —suelta en un suspiro—, y creo que es momento de que me cuentes la verdad, que me digas cuál es tu verdadera historia, la verdadera venganza y porque encerraste a Amelia en aquel lugar.

—Alexandria —niego con la cabeza.

Ezra gruñe, alborota su cabello con sus manos con desesperación.

—¡A la mierda Alexandria!, ella no me importa a mí. ¡No sé qué maldita broma del destino jugaron los dioses poniendo el alma de ella en la tuya, pero tu no eres ella, a mi solo me importas tú! —mi corazón se comprime y los resquicios de Alexandría se ríe dentro de mí.

—Sin ella no existiría y sin mi ella no existiría —repito lo que me dijo Lucifer. Suelto otro suspiro con mas fuerza cuando veo la confusión en el rostro de Ezra.

Doy un par de pasos hasta él, mis manos acunan su rostro, observo esos implacables ojos grises, los ojos por los que he perdido todo resquicio de buena voluntad. Él me envuelve, me destroza y si tengo que acabar con mi propia vida para tenerlo con vida, a salvo, lo haré.

Mis labios aprietan los suyos con cierta suavidad momentánea. Me hundo en su sabor, en su calma. Me pertenece, le pertenezco. Despego mis labios mientras mis ojos buscan los suyos y ahí están, tan implacables como la mismísima tormenta. Sus labios me toman presa, me llenan de necesidad, absorben todo de mí.

Me vuelvo nada en la prisión de su pasión, me deshago en sus malditos labios. Sus manos aprietan mi cintura. Esto es torrencial, llenó de necesidad. Parece que no podemos tener suficiente uno del otro. Me aparto un poco de sus labios.

—Juguemos juntos —le concedo.

El maldito infierno ha llegado. ¿Listos para quemarse?

Ezra sonríe en mis labios, vuelve a comer mis labios en un rápido movimiento los hace suyos con una facilidad que me sorprende haber vivido tanto tiempo sin él.

—Como reina y rey —concede él y mis ojos se abren de par en par... si hace eso él...

Él termina jugando justo donde lo quiero.

Gremorian

Erebos esta de pie, anda de un lado a otro mientras escucha algunas cosas que Khione le va diciendo. Ella sigue sus pasos, Erebos le regala algunos asentimientos de cabeza, aunque es notorio que no está contento en absoluto.

Leibda por su parte mantiene una conversación con Lilith y Belcebú, ríen de vez en cuando, aun así, es notorio que aquí todos estamos envueltos en un mar de nervios y caos. La guerra no me da miedo, nunca le he temido, sé que tarde o temprano llegará y sé cuál será mi rol, aun así, es algo que se decidirá aquí y todo por un maldito lio de faldas.

Una mujer como Chantrea es el emblema del caos. Mismo que ha traído a nuestras puertas, a la vida de Ezra. Él debería verlo, no tendría que estar tan ciego. Pero el amor te hace un estúpido.

La puerta donde se encontraban se abre y es ella quien sale primero, no sonríe, mantiene un tono sereno, esa mirada de "nada me importa", que le queda tan bien, llega a colocarse en donde estaba antes de su charla privada. Es seguida de Ezra, con esa mirada de pocos amigos, lleva las manos en su bolsillo e ignora a todos, tal como suele hacerlo. Se coloca al lado de Chantrea separados por unos cuantos centímetros.

—Mi abejita —Erebos camina hasta estar frente a Chantrea, seguido de Khione.

Chantrea no responde, tiene esa mirada de indiferencia que de seguro tuvo que aprender.

—Dirígete a la reina del inframundo con el titulo que se merece —ordena Ezra con esa sonrisilla ladina. ¿Qué cambio?, ¿qué esta sucediendo aquí?

Es solo en ese momento cuando Chantrea sonríe, ladea su cabeza.

—Hazlo —le ordena ella.

Erebos frunce sus cejas, voltea a ver a Khione quien se inclina de inmediato ante ella. Voltea a ver a Leibda quien esta haciendo lo mismo; inclinándose. Belcebú está haciendo lo mismo, Lilith también... Y Ezra ¡¿Qué demonios?!

Los reyes con las mismas posiciones no se inclinan. Ella sonríe con todo y dientes y tengo que tragar saliva cuando me estoy inclinando. Ezra cedió su reinado.

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