Capítulo 11
Gremorian
El amor, ¿qué es el amor?, me vi preguntándomelo un día cuando apenas tenía cuatros años. De verdad no me acuerdo porque empecé a cuestionármelo, sobre todo porque los ángeles no recibimos amor. De hecho, las madres de muchos de mis congéneres no existen y las madres que existen ocupan rangos altos en la milicia lo que implica que ninguno en sí, conoce a su madre o padre. No es que no sepamos quien es, simplemente no hay tiempo de amor fraternal y esas cosas. Muchos otros son hijos de Vametrys que satisfacían a los generales, son meros bastardos, carne de cañón que usan para... bueno, para divertirse. Aunque dice Leibda que no siempre fue así, pero creo saber con quién comenzó la podredumbre.
Así que no recuerdo porque comencé a preguntármelo, solo sé que lo hice, me cuestioné qué era el amor y porque no me sentía amada, quizás la primera vez que de verdad me sentí amada fue cuando el día de mi cumpleaños, Leibda me regalo un pequeño pastel, la segunda vez que me sentí amada fue cuando Ezra llego a mi vida y trato de protegerme... pero el amor te hace vulnerable de demasiadas maneras. Es por eso por lo que no puedo tomar una decisión, es por eso por lo que no puedo serle fiel a quien debería serle, a ellos, a los ángeles, a quien les debo mi maldita lealtad.
El amor es una mierda.
Y creo que el amor no solo me va a terminar matando a mí, la va a terminar matando a ella.
Chantrea se separa de Ezra, vuelve a ese rostro altanero que tiene, cruza sus brazos encima de sus pechos, camina alejándose de Ezra y él no la sigue, se queda en su sitio. Uno de los lados de sus labios se le eleva y sus ojos grises relucen. Espera ahí donde esta.
—Tío —Ezra ladea su cabeza al verlo y suelta con cierta sorna el sustantivo.
—Pero si es el propio rey de la hueste —Erebos camina ignorando a todos los que estamos presentes. Se para a algunos centímetros de Ezra para tenderle la mano.
Ezra no lleva su corona, pero mi querido rey y tío, Erebos lleva su corona dorada hecha de alas enraizadas entre sí, no es tan alta, pero si llamativa. Ezra toma su mano.
—Creo que tenemos cosas que tratar, Ezra —ni sus manos se soltaron, ni su unión de miradas se interrumpió.
Esto era una simple medida para ambos, donde Erebos conocía por primera vez a Ezra, así que esto era importante, esta reunión determinaría para ambos, la posición que tendría cada uno. No espero que Ezra quede abajo, sin embargo, como lo he dicho ya, el amor definitivamente es un punto flojo que puede hacer caer a Ezra.
Ezra le sonríe con suficiencia y siento que esto se puede tornar en una lucha de egos. Demasiado básico e incómodo.
—No llamaría "cosas que tratar" a la legitima reina de la hueste. —ataca sabiamente Ezra.
—¿Por qué me mintieron? —pregunta Erebos—, ¿por qué dejaste que me la llevará si tan importante era para ti y por qué ella no dijo nada?
Erebos pregunta las obviedades. Algo no estuvo bien en como manejaron y siento que tiene que ver más con Chantrea que el propio Ezra.
—Nadie te ha mentido —contesta Ezra cruzando sus brazos—, por lo que sé, se te ha hablado con toda la verdad. —suelta un suspiro que claramente se ve ensayado—, que porque he dejado que te la llevaras —da un vistazo rápido a Belcebú... o a su madre—, los traidores están por todos lados, Erebos.
Erebos voltea la vista a donde Ezra observo, viendo a la mismísima Lilith.
—Pero es la encantadora, Lilith —sonríe él—, el mayor fracaso de mi padre.
Ezra
—Siempre es un placer verte —le responde mi madre.
Erebos la ignora en su totalidad, vuelve su mirada de vuelta a mí.
—Harías bien en no confiar en mujeres como ella —me aconseja el idiota.
—Por favor, comencemos con la sesión —solicita Leibda—, presidiré como mediador —anuncia colocándose al medio de dos asientos.
Y creo que ese será nuestro sitio.
Ambos caminamos a donde nos indican, quedó de lado izquierdo de Leibda, colocan a mi lado a Chantrea, de lado derecho queda Erebos y a su lado su querida consorte que parece ya recuperada del ataque de Trea.
Al lado de la consorte se sienta Gremorian y al lado de Trea se sienta Lilith y Belcebú, después me preocuparé por la aparente amabilidad de mi madre hacia Trea cuando efusivamente la saluda uniendo sus cuerpos en un abrazo. Pero hoy todos mis esfuerzos tienen que estar aquí.
—Comencemos con la sesión para determinar la situación de la consorte de la hueste y esposa ilegitima de nuestro rey y señor, Erebos —Leibda se pone de pie.
No pasa inadvertida esa mirada nerviosa que le lanza a Trea y tampoco pasa inadvertido como Trea le sonríe.
—¿Hace cuanto que hicieron la unión? —pregunta Leibda directamente a mi.
Volteó a ver a Trea con esa sonrisa juguetona que le avisa que estoy dispuesto a todo, a joder todo de ser posible.
—Nos casamos en una ceremonia privada hace dos meses, la unión se dio desde antes, pero al parecer es mi querida Trea quien lo sabe —no dejo de verla cuando suelto palabra a palabra.
—Chantrea, ¿por qué motivo y cuándo se hizo la unión? —pregunta Leibda.
Ella cruza sus piernas, ladea su cabeza y sonríe.
—En la liberación de mi magia, sin querer mantuvimos relaciones y la unión se dio. —responde como si no importará.
—¿Estas diciendo que no eras consciente de lo que sucedería? —Leibda continua con el extenuante interrogatorio que debe hacer.
—No era consciente, sin embargo, la bruja Dantia me informo y dio el elixir para cortar con la unión, decidí no tomarlo. —la voz de Trea se mantiene neutra.
—¿Por qué no lo terminaste si tú, ya tenías una pareja sentimental?
Trea voltea a verme brevemente, suelta un suspiro.
—Mantenía relaciones sexuales desde antes con el rey de la hueste y al final solo —hace una pausa—, solo me.
—Alto —es Erebos quien detiene su declaración.
Leibda voltea a verlo.
—Es suficiente, sé lo que tiene que decir —contesta con furia evidente—, ve a la siguiente parte.
Leibda se aclara la garganta.
—¿Por qué no se nos informo de la boda? —continuo con el interrogatorio.
—No es como que ustedes hayan avisado de su consorte —contrarresto.
—Sabían quién era, ¿qué ella era Alexandria? —pregunta Erebos.
—No lo sabían hasta el final —contesta Trea cruzando sus brazos. Plantándole cara al idiota—, todos han sido mis marionetas —sonríe.
Ladeo la cabeza con interés hacia ella.
—Así que dejémonos de estas idioteces, Erebos —Trea se pone de pie—, ¿de qué mierda te sirve saber la historia?, lo que a ti te importa es: ¿cómo me obtendrás?
Oh Trea, de verdad amo que sea tan valiente. Pero no puede intervenir en mis planes y yo no puedo dejar que ese idiota vuelva a poner una mano encima de ella, si lo hace, la guerra va a comenzar.
—No hay forma —respondo cruzando mis piernas observando como se ve tan exquisita.
Descanso mi codo en el reposabrazos de la silla, mi mejilla se coloca en mi mano, no puedo dejar de verla. Es mi maldita guerra. No hay duda.
Ella voltea a verme con esa sonrisilla de suficiencia. Siempre tiene que ser así de altanera.
—Es mi ilegitima esposa —exige Erebos.
—Pero es mi legitima esposa y ella me ama a mi —chasqueo los dedos de la mano que tengo libre.
Liberando lo que no se puede ver. Un plus de mi poder, aquel que hace invisible lo visible es que se puede revertir, haciendo visible lo invisible. De ese modo hago visible nuestra unión, el cordón dorado que nos une, que sale desde mi corazón al suyo. Este tipo de uniones, aquellas que son representadas por el hilo dorado habla de amor sin igual.
Erebos observa aquel hilo con cuidado, sonríe cuando para en mi pecho, de donde sale mi hilo. Vaya, ¿cree que podrá matarme?
Es una pena que este poco tiempo en la legión me haya ayudado incalculablemente a hacerme de una valiosa mano de contraataque que él no espera.
—Es mía y ha sido mía a través de los siglos —gruñe él.
—Es tiempo de un cambio —suspiro poniéndome de pie.
Comienzo por caminar con lentitud hacia Trea.
—Las reglas están a mi favor. —declaro.
Chantrea
—Si no es por las buenas, será por las malas, ¿estas listo para la guerra? —Erebos camina hacia donde estamos.
Y yo me pregunto porque han traído a Ezra aquí.
—¿Tu estas listo para la guerra? —Ezra contraataca.
—Basta con sus guerras y esas tonterías —es la consorte de Erebos quien habla, se ha vuelto a poner de pie—, si todo dependiera de los hombres, las guerras no terminarían, ¿verdad?, Chantrea —comienza a caminar hasta donde estoy.
Es hora de revelar... mi nuevo "contrato".
Erebos y Ezra voltean a verla.
—Lo hemos solucionado —dice ella cuando llega hasta mí, presiona sus labios contra los míos y evito las arcadas que me da ese simple gesto.
Besar los labios del maldito asesino que esta frente a nosotros.
—¿De qué hablan? —exige Erebos.
—Ha comido del fruto dorado —suelta la consorte.
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