Capítulo 1
Chantrea
Mi cuerpo, hacía días que no sentía mi cuerpo, que no me sentía, que no me escuchaba. No he comido nada, es pura debilidad, pero reacciono cuando el agua golpea mi cuerpo y siento como si estuviera desnuda. Me obligo a abrir los ojos, no tengo fuerzas. Me replanteo el haberme dejado "morir de hambre", porque ahora no tengo la mínima pizca de fuerza en mis brazos.
Cuando abro los ojos solo alcanzo a ver a unas chicas, escucho su risita y siento como tallan con suavidad mis brazos, cuello y espalda. Se deshacen de la suciedad. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
No llevo un conteo eficiente. Pero me puedo sentir tranquila, son solo mujeres lavándome.
—¿Despertaste? —escucho su voz y obligo a mis ojos a abrirse con desesperación.
Ahí está, sentado en una silla de cuero negro, frente a mí, frente a la tina de plata, tiene los pies cruzados y no deja de observarme con sus ojos dorados, su dedo pulgar juguetea entre sus labios.
¡No, no, no! No deseo que me vea.
Me recrimino por toda la estupidez al no comer, porque justo ahora no tengo fuerzas y no puedo hacer nada por esconderme. Intento soltarme del agarre de las chicas que deben ser sumamente débiles, aun así, pataleo sin sentido. Lo veo reírse, ante mi intento. Necesito energías. Necesito comer.
—Si hubieras aceptado la comida no estarías en esta penosa situación —se burla.
Paso saliva cuando me quedo sin aliento. No puedo actuar tan torpe, tengo que centrarme. Volver a quien soy. Suelto un suspiro tembloroso, tengo que concentrarme.
No he tenido visiones ni nada por el estilo, he estado dormida, intentando mantenerme con vida. No sé cómo están mis reservas de magia, solo sé que no puedo comportarme así. Fueron demasiados días lamiendo mis heridas, las heridas de Alexandria, de Victoria, de todas, las mías no. Es hora de volver al juego. Tengo que salir de aquí. Tengo que conseguir que la comida no esté llena de drogas, pero para eso tengo que ganármelo.
—No es mi plan morir de hambre —suelto con la voz rasposa a causa de no ser usada.
—¿Ah, no? —Lo veo enarcar una ceja mientras sus dedos repiquetean en su barbilla. Sus ojos dorados golpean en mis adentros. Es como si la buscara a ella, a Alexandria.
¿Sabe que está aquí?
Debe de saber.
—No, solo quiero comida que no tenga un amplio coctel de drogas en ellas —admito y siento un poco más de normalidad en mi voz, aun así, se siente rasposa.
Mis manos se van a las orillas de la tina de plata en la que estoy. Tomo un respiro con fuerza, busco esa energía que sé que aún me queda. Ignoro el pavor que se estremece en mis entrañas. Sé que es Alexandria, pero no puedo dejar que su miedo me domine. No, si él de verdad es la bestia a la que todas le han temido. Él es el culpable de todas las muertes de mis antecesoras y yo no pienso ser la siguiente.
Aprieto las orillas de la tina con mis manos. Me pongo de pie dejando que el agua resbale por mi cuerpo, dejándolo a él que me vea. Que vea lo que nunca podrá tener.
Un dolor se apodera de mi pecho, el recuerdo de Ezra me golpea y siento la necesidad de cubrir mi cuerpo, pero no lo hago, ignoro, solo empuño mis manos. Cedo mi mano a una de las chicas a mi lado para que sea mi apoyo para salir de aquí. Cuando ella toma mi mano, saco una pierna de la bañera y luego la otra. La debilidad se convierte en un estallido en mi cabeza, que aún puedo soportar.
—Tengo un historial de muchas como tú que han venido a la fuerza, mismas que han querido huir, así que tomo mis medidas, es más por su propio bien que el mío —parece tan convencido de hacerlo por nosotras más que por él.
Siento un pinchazo grave en el estómago y sé que es Alexandria la que no quiere que hable, pero no soy ella. Y estoy aquí para forjar mi propio camino.
Aparte, tengo cuentas pendientes, no solo con este maldito, sino también con cualquiera que se haya atrevido a traicionarme. Porque eso fue lo que pasó. Alguien me traicionó y por eso estoy aquí, no en mis términos, sino en los suyos, dejándome con un juego en desventajas que, claro, que se puede arreglar. Es solo que parece que me va a costar.
—Que débil debes ser si necesitas drogas para someter a una mujer —no parpadeo cuando lo veo, mantengo mi mirada estoica, ignoro el temor, las arcadas, las hago a un lado.
Las chicas que me estaban bañando se ponen pálidas, no tienen cuidado y, si mucha prisa, cuando me envuelven en una bata de seda en tono blanco, la acomodan, hacen un nudo para proteger mi desnudez. Y con eso siento un poco más de poder, de tranquilidad, no me siento tan vulnerable.
Él camina con una rapidez casi imperceptible para mí. Las chicas dan unos saltos instintivos, lejos, pero no pierden las sonrisas y eso es algo que me tocará averiguar después.
Sus ojos dorados observan los míos, se centran en cada uno de ellos. No retrocedo y me cuesta mucho hacerlo teniendo en cuenta la debilidad que siento y el terror que paraliza al alma de Alexandria.
—¿Crees qué soy débil? —él sonríe, pero su voz es discordante con esas facciones tan oscuras.
—Solo alguien débil ocupa de drogas para someter. —vuelvo a mencionar intentando mantener una respiración normal.
—¿Sabes quién soy? —sisea. Los hombres necesitados de atención y de poder siempre dirán esta clase de cosas.
Ocupan reconocimiento.
—¿Y tú sabes quién soy yo? —me cruzo de brazos, entrando en su mismo juego.
Su sonrisa se ensancha. Sus dedos recorren mis labios, su piel helada me toca. Siento el asco y el temor de Alexandria. Siento mi propio asco. Me obligo a quedarme estoica, a no dar un respingón.
—Eres mía, eso es lo único que necesito saber de ti y tal vez a ti te falta entender cuál es tu lugar, para que sepas quién soy —sisea cuando sus labios se acercan a los míos.
Es aquí donde no puedo más, donde la fachada se me cae, donde el recuerdo de Ezra explota en mis adentros. Y me siento terriblemente vulnerable. Doy un paso atrás, alejándolo. Siento como mi pecho sube y baja.
Sus ojos dorados brillan de éxtasis. Ha obtenido lo que tanto desea; una presa. Yo no soy una presa.
Él niega con la cabeza. Da un paso para acercarse a mí y de pronto siento esta habitación demasiado pequeña para mi propio gusto. Su olor a ópalo me invade y causa náuseas. Tengo que recuperar mi papel. Pero no puedo. Él ya vio mi debilidad.
—¿Qué sucede, Chantrea, mi pequeña abejita? —y de inmediato las náuseas vuelven. ¿Abejita?
—No soy tuya, quieres que sea tuya, gánatelo, pero hazlo de verdad, porque en este momento, para mí solo eres un ángel asqueroso —me arrepiento de las palabras que salen de mi boca, pero lo he dicho—, y según recuerdo... a la fuerza no puedes tener mi poder, ese que tanto deseas, —soy yo quien da pasos hacia él—, cortesía de Lucifer, al parecer —susurro.
Y su mirada se desfigura, veo como su mano se alza en un rápido movimiento, no cierro los ojos, espero el impacto, no tengo la fuerza en este momento para detenerlo, aun así, no llega, es una luz dorada y blanquecina la que veo. De manera rápida, sin saber cómo, otro chico esta frente a mí. No lleva armadura, ni alas, ni la vestimenta que usan por aquí. Vestidos de gasa holgados que permiten ver todo el cuerpo para las mujeres y para los hombres, pantalones de lana con jubones envueltos en miles de cintillas. No, él lleva unos jeans y una blusa gris desgastada.
—Piénselo mejor, mi rey —indica con una voz aterciopelada aquel hombre que ha tomado su mano en el aire—, no creo que el afecto de una mujer se gane si la golpea —parece mediar.
Mi afecto es algo que él nunca se va a ganar.
Volteo a la puerta cuando soy consciente de otra presencia. Ahí está, la hermana de Louis, ella si lleva una armadura. Sus ojos son tan parecidos a los de Louis, que parece que es él quien me ve. Tiene su mano apoyada en el mango de su espada.
Necesito armas y venenos. Como no he venido en mis propios términos estoy desprovista de todos mis materiales. Mi única arma por el momento y no es la más hábil, son mis palabras.
Veo a Erebos soltarse del agarre del ángel, no está contento, sus ojos que se han vuelto asesinos, solo me ven a mí. Tengo que tomar más aire.
—Llévatela de mi vista —ordena.
Y él asiente. Voltea a verme, su suave mirada me confunde, está sonriendo. Su cabello dorado resplandece con la luz del sitio, sus ojos color miel lucen cálidos, todo en él es pura calidez. No parece musculoso, ni pretencioso, nada de lo que son los ángeles. La sombra de barba que cubre su mentón es del tono de su cabello. Ofrece su mano para que la tome.
—No nos han presentado formalmente, princesa, soy Leibda Barnos, rey y regente de la ciudad de cristal, que es donde se encuentra actualmente.
Volteo a los lados, el lugar esta un poco oscuro, pero soy consciente del cristal por el resplandor.
Era de esperarse que esto no fuera la ciudad de plata. No me llevarían ahí de inmediato. No hasta que él crea que soy suya.
Y ya no estoy muy segura de poder fingir que soy suya.
—Pule sus modales —le indica Erebos—, no me gusta las niñitas que se creen valientes.
La sangre me hierve. Volteó a verlo con el ceño fruncido. Le doy la mano al ángel para que me saque de aquí antes que mi boca decida que es mejor idea morir por las manos de Erebos en este mismo momento.
—Modales tengo —suelto porque no me puedo contener.
Erebos voltea a verme con el cejo fruncido, con esa mirada que da miedo.
—Gánese el que use mis modales con usted —gruño.
Él suelta una risotada como si lo que acabará de decir le pareciera un buen chiste. Camina hasta mí y sé que, en este punto, él ángel a mi lado, Leibda, no puede hacer nada por mí.
Erebos aprisiona mi mentón con fuerza, tanto que duele.
—Louis y Lucifer te han consentido demasiado —sisea y agradezco que Ezra no entre en la ecuación, porque eso significa que no sabe de él ni del rito, ni de nada de lo que nos une—, pero yo no soy Louis y Lucifer —gruñe y lo sé. Sé qué él no es como ellos—, yo solo se dos términos, preciosa, o te comportas o me deshago de ti —sonríe.
—Mátame —incito porque tal parece que no sé cuando es suficiente.
—¿Crees que esa es mi forma de deshacerme de las personas? —aprieta más mi barbilla. Su sonrisa tiene algo, es un mensaje—, yo no mato, no soy un asesino.
No, él solo hace que uno quiera morir...
Y sé que esa fue Alexandria.
—Creo que es hora de que nos marchemos —indica Leibda con una sonrisa—, hablaré con ella, majestad —Leibda continúa con la pleitesía.
Sus dedos abandonan mi barbilla, siento ardor. Presionó tan fuerte que sé que me hizo un moretón.
—Te visitaré mañana, preciosa. —me amenaza cuando Leibda ya me encamina a la salida.
—Guarda silencio, por favor —murmura Leibda en una súplica cuando llegamos a la salida del baño.
No quiero hacerle caso, sin embargo, sé que por el momento es lo mejor, al menos hasta que pueda reestructurar mi plan y tenga herramientas para hacerlo.
La hermana de Louis no espera, comienza a dar pasos fuera del sitio antes de que lleguemos a ella. Escucho sus pisadas metálicas, cortesía de su armadura, que para ser sincera, se ve muy pesada. Aunque siendo la hija de Lucifer en estas tierras, bueno, yo también estaría todo el día con armadura, hasta cuando duermo.
—Tienes visitas —me susurra Leibda cuando continuamos caminando.
Y mi corazón se alebresta pensando en esos ojos grises. La sonrisa me gana. No puedo ocultar mi necesidad de él.
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