EPÍLOGO
El corazón de un colibrí no habría podido latir más deprisa que el de Yuzu cuando el taxi giró en Maiami Bay drive y se dirigió hacia You Show.
Durante el último año había hecho el viaje entre Heartland y Maiami incontables veces, y Yūya había ido a verla con la misma frecuencia, pero este viaje, a diferencia de todos los demás, no terminaría en un adiós.
Yuzu había regresado a la isla dos días antes de lo que había previsto en un principio. Al cabo de un año de vivir separados, ya no podía estar lejos de Yūya por más tiempo.
Habían llegado a dominar el arte de la relación a larga distancia. Habían vivido en función del calendario, organizando visitas y vuelos. Habían mandado tarjetas, mensajes de texto, correos electrónicos y se habían hablado por Skype. «¿Crees que hablaremos tanto cuando estemos juntos?», había preguntado Yuzu, y la respuesta de Yūya había sido un claramente lascivo «No».
Si era posible cambiar juntos viviendo separados, Yuzu creía que lo habían hecho. Y el esfuerzo requerido para mantener una relación a larga distancia le había hecho percatarse de que demasiada gente daba por sentado el tiempo que pasaban con su ser amado. Cada precioso minuto juntos era algo que se habían ganado.
Durante su residencia como artista en el Mitchell Art Center, Yuzu había trabajado con otros artistas para crear obras conceptuales con técnicas como la pintura de vidrio —aplicación de una mezcla de vidrio molido y pigmento al cristal — o la superposición de capas de piezas multimedia con fragmentos de vidrio. Su actividad principal, por supuesto, eran las vidrieras, utilizando motivos naturales y experimentando con formas de manipular el color con la luz y la refracción. Un respetado crítico de arte había escrito que el trabajo de vidriería de Yuzu era una «revelación de luz, animando imágenes de vidrio con colores estimulantes y energía tangible». Hacia el final de su estancia, Yuzu había recibido encargos para crear vidrieras para edificios públicos e iglesias, e incluso una petición de diseñar escenarios y trajes de teatro para una representación del Pacific Northwest Ballet.
Mientras tanto, el viñedo de Yūya había prosperado hasta el punto de alcanzar su cosecha objetivo de dos toneladas de uva por acre por lo menos un año antes de lo previsto. La calidad del fruto, había dicho a Yūya, prometía ser incluso mejor de lo que había podido esperar. Entrado el verano, You Show Vineyard instalaría su primera planta embotelladora in situ.
—Bonito lugar —comentó el taxista cuando enfilaron You Show Road y se acercaban al viñedo encendido con tonos anaranjados y dorados.
—Sí que lo es —murmuró Yuzu.
Se empapó de la vista de la casa coloreada por la puesta de sol, los gabletes y las balaustradas dorados por la luz, los rosales y las hortensias blancas derramándose con una profusión de flores. Y las hileras de vides, exuberantes de fruta. El aire que entraba por las ventanillas del coche era fresco y dulce, brisas del océano filtrándose a través de parras jóvenes y sanas.
Aunque Yuzu habría podido pedir a Rin o Ruri que fueran a recogerla al aeropuerto, no había querido pasar tiempo hablando con nadie: quería ver a Yūya lo antes posible.
Desde luego, pensó con una sonrisa de reproche, puesto que Yūya no la esperaba, tal vez no estuviera en casa. Pero cuando se acercaban al edificio, vio la silueta familiar de Yūya mientras regresaba del viñedo con dos de sus trabajadores. Una sonrisa se formó en los labios de Yuzu cuando Yūya vio el taxi y se quedó inmóvil.
Para cuando el vehículo se detuvo, Yūya ya lo había alcanzado y abierto la puerta. Antes de que Yuzu pudiera decir media palabra, la había sacado del taxi. Estaba sudado de trabajar fuera, todo testosterona y calor masculino cuando su boca cubrió la de ella en un beso devorador. Durante las últimas semanas había echado unos gramos más de músculo nuevo, y su bronceado era tan oscuro que sus ojos carmesí parecían llamativamente vivos en contraste.
—Llegas pronto —observó Yūya, besándole las mejillas, la barbilla y la punta de la nariz.
—Rascas —repuso Yuzu con una risa entrecortada, poniéndole la palma de la mano sobre el rostro erizado.
—Iba a lavarme para ti —dijo Yūya.
—Te ayudaré a ducharte —poniéndose de puntillas, Yuzu añadió junto a su oído: —. Me ocuparé incluso de tus sitios inaccesibles.
Yūya la soltó solo lo suficiente para pagar al taxista. A los pocos minutos, se había despedido de los sonrientes miembros de su brigada y les había advertido que no aparecieran antes del mediodía del día siguiente.
Después de meter la maleta de Yuzu en la casa, Yūya la cogió de la mano y la condujo al piso de arriba.
—¿Algún motivo especial por el que estás aquí dos días antes de cuando te esperaba?
—Conseguí terminar mis asuntos y recoger mis cosas más deprisa de lo que creía. Y luego, cuando llamé a la compañía aérea para cambiar mi vuelo, me exoneraron de la tarifa de cambio porque les dije que era una emergencia.
—¿Qué emergencia?
—Les dije que mi novio había prometido pedirme la mano tan pronto como llegara a Maiami.
—Eso no es una emergencia —señaló Yūya.
—Una emergencia es una ocasión que requiere una acción inmediata —le informó Yuzu.
Yūya se detuvo en el segundo rellano y volvió a besarla.
—Así pues, ¿lo harás? —insistió Yuzu.
—¿Pedir tu mano? —sus labios se curvaron contra los de ella —. Puede. Pero no antes de tomar una ducha.
A primera hora de la mañana Yuzu despertó con la cabeza acurrucada contra un duro hombro masculino y el cosquilleo de la ligera mata de pelo del pecho en su nariz. Las manos calientes de Yūya recorrieron su cuerpo y le pusieron piel de gallina.
—Yuzu —susurró él—, no creo que pueda permitirte dejarme otra vez. Tendrás que llevarme contigo.
—No me iré —repuso ella. Deslizó la palma de la mano hasta el centro del pecho de Yūya, y la luz de la mañana captó el fulgor de un anillo de compromiso y proyectó motitas brillantes sobre la pared —. Sé cuál es mi sitio.
Recostada sobre Yūya, cuyo corazón latía con fuerza y con un ritmo constante bajo su mano, Yuzu se sintió como si fueran un par de estrellas lejanas, interceptadas en sus respectivas órbitas por una fuerza mayor que la suerte, el destino o incluso el amor. No había ninguna palabra para describir aquella sensación... pero debería existir.
Mientras Yuzu permanecía allí, encaramada a la cúspide de la felicidad y meditando prodigios sin nombre, los batientes de una ventana cercana salieron despacio de su marco de madera, sus bordes se enroscaron y el vidrio se tornó de un azul luminoso.
Y si algún transeúnte hubiera mirado en dirección a la bahía a aquella hora tan temprana, habría visto una hilera de mariposas danzando hacia el cielo desde la blanca casa victoriana situada al final de You Show Road.
.
.
FIN.
Vaya... Es la primera vez que hago una adaptación y creo que me ha salido bien. ¿Qué les pareció? ¿A que fue una bonita historia?
Bien, esta historia es el segundo libro de una serie llamada «Friday Harbor» perteneciente a la autora Lisa Kleypas.
El orden y el nombre de los libros es el siguiente:
1. Una noche Mágica (que vendría a ser la historia de Zarc y Ray. Aka Mark y Maggie).
2. El Camino del Sol (Lucy y Sam).
3. El Lago de los Sueños (Yuto. Aka Alex).
4. La Cueva de Cristal (la historia de Rin. Aka Justine).
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