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8

De toda la gente que podía verla en aquellas circunstancias, ¿tenía que ser precisamente él?

—Yuzu —dijo en voz baja, mientras evaluaba rápidamente la situación —. ¿Alguien te ha hecho daño?

Dirigió una mirada afilada como una navaja a Edo, que se encogió de miedo.

—No —murmuró Yuzu, cruzando los brazos sobre el pecho. La tela de su blusa estaba pegajosa y era casi transparente —. Solo estoy... mojada. Y tengo frío.

—Salgamos de aquí —tras coger su bolso de la barra, Yūya se lo entregó y dijo por encima de su cabeza —. ¿Qué se debe, Marty?

—Sus copas van a cuenta de la casa —respondió la camarera.

—Gracias —Yūya miró a los moteros —. No mutiles al chico, Yugo. Está demasiado borracho para darse cuenta de lo que pasa.

—Nada de mutilaciones —convino Yugo —. Tan solo lo lanzaré al muelle. Es posible que lo meta bajo el agua un par de veces. Le provocaré un caso leve de hipotermia. Nada más.

—No me encuentro bien —balbuceó Edo.

Yuzu casi empezaba a compadecerse de él.

—Deja que se vaya, Yugo.

—Me lo pensaré —Yugo entrecerró los ojos mientras Yūya comenzaba a guiar a Yuzu entre la multitud —. Sakaki. Ten cuidado con ella, o serás el siguiente.

Yūya le dirigió una sonrisa socarrona.

—¿Quién te ha convertido en carabina, Yugo?

—Es amiga de Rin —dijo el motero —. Lo que significa que te patearé el culo si intentas algo con ella.

—Tú no podrías patearme el culo —replicó Yūya , y sonrió al añadir: —. En cambio, Rin...

Al salir del edificio, Yuzu se detuvo en la acera y se volvió hacia Yūya. Parecía tan vital y apuesto como lo recordaba.

—Puedes volver a entrar —dijo bruscamente —. No necesito ayuda de nadie.

Yūya sacudió la cabeza.

—Iba a marcharme de todos modos. Está demasiado lleno.

—Entonces ¿por qué has entrado?

—Iba a tomar una copa con mi hermano Yuto. Hoy ha terminado su divorcio, pero se ha ido nada más enterarse de que había la fiesta de la Guerra del Cerdo.

—Yo debería haber hecho lo mismo —una suave brisa sopló sobre el pecho empapado de la blusa de Yuzu y la hizo estremecerse —. Uf. Tengo que ir a casa a cambiarme.

—¿Dónde está tu casa?

—En el Artist's Point.

—El establecimiento de Rin. Te acompañaré andando.

—Gracias, pero prefiero ir sola. No queda lejos.

—No puedes ir andando por estos lados de Maiami de esa guisa. La tienda de recuerdos de al lado aún está abierta. Déjame comprarte una camiseta.

—Ya me la compraré yo.

Yuzu sabía que se estaba mostrando ingrata y descortés, pero se sentía demasiado fastidiada para que le importara. Entró en la tienda, y Yūya la siguió.

—¡Dios mío! —exclamó la anciana dependienta de pelo azul al ver a Yuzu —. ¿Ha habido un accidente?

—Un gilipollas borracho me ha derramado una cerveza encima —explicó Yuzu.

—Oh, vaya —la cara de la mujer se iluminó cuando vio a Yūya detrás de ella —. Yūya Sakaki. Supongo que no has sido tú, ¿verdad?

—Debería conocerme mejor, señora O'Hehir —la reprendió él con una sonrisa —. Siempre soy prudente con el alcohol. ¿Tiene algún sitio donde mi amiga pueda ponerse una blusa nueva?

—En la trastienda —contestó la anciana, señalando una puerta a su espalda. Miró a Yuzu compasivamente —. ¿Qué clase de blusa buscas, querida?

—Una simple camiseta.

—Yo encontraré algo —se ofreció Yūya —. ¿Por qué no entras ahí y empiezas a lavarte mientras echo un vistazo?

Yuzu vaciló antes de asentir.

—No elijas nada extraño —le advirtió —. Nada con calaveras, frases estúpidas ni palabrotas.

—Tu desconfianza me hiere —dijo Yūya.

—No te conozco lo suficiente para confiar en ti.

—La señora O'Hehir responderá por mí. —Yūya se acercó a la anciana, apoyó las manos sobre el mostrador y se inclinó hacia ella con complicidad —. Vamos, dígale lo buen chico que soy. Un ángel. Un rayo de sol.

La mujer reveló a Yuzu:

—Es un lobo con piel de cordero.

—Lo que la señora O'Hehir trataba de decir —le informó Yūya —es que soy un cordero con piel de lobo.

Yuzu reprimió una sonrisa, más animada mientras aquella mujer diminuta le dirigía una mirada elocuente y sacudía la cabeza despacio.

—Estoy segura de que ha entendido perfectamente lo que he dicho.

Entró en el exiguo baño, se quitó la blusa húmeda y la dejó caer en la papelera. Como también tenía el sujetador empapado, lo echó a su vez. Era una prenda vieja, con la goma gastada y los tirantes algo deshilachados. Usando agua caliente y toallas de papel, procedió a lavarse los brazos y el pecho.

—¿Por qué estabas rodeada por un séquito de moteros? —oyó preguntar a Yūya desde el otro lado de la puerta.

—Me encargaron hacer una vidriera para su iglesia. Y ahora son como mis, bueno..., supongo que me han tomado bajo su protección.

—¿Es así cómo te ganas la vida? ¿Eres vidriera?

—Sí.

—Parece interesante.

—Puede serlo, a veces.

Yuzu tiró un fajo de toallas de papel empapadas.

—Te he encontrado una camiseta. ¿Estás lista para que te la pase?

Yuzu se acercó a la puerta y la abrió unos cinco centímetros, procurando mantenerse bien oculta. Yūya introdujo la mano para pasarle una camiseta marrón oscuro. Tras cerrar la puerta, Yuzu extendió la camiseta para examinarla con ojo crítico. El pecho estaba decorado con un diagrama de símbolos químicos de color rosa.

—¿Qué es esto?

La voz de Yūya se filtró a través de la puerta cerrada.

—Es un diagrama de una molécula de teobromina.

—¿Qué es la teobromina? —preguntó Yuzu, desconcertada.

—La sustancia química del chocolate que te alegra la vida. ¿Quieres que busque otra cosa?

A pesar del asqueroso día que estaba teniendo, Yuzu no pudo evitar sonreír.

—No, me quedo con esta. Me gusta el chocolate.

El elástico tejido de punto era suave y cómodo al posarse sobre su torso húmedo. Yuzu abrió la puerta y salió del baño.

Yūya la estaba esperando, y la miró de arriba abajo.

—Te sienta bien.

—Parezco una cretina —replicó Yuzu —. Huelo como una fábrica de cerveza. Y necesito un sujetador.

—Mi cita soñada.

Conteniendo una sonrisa con cara seria, Yuzu se dirigió al mostrador.

—¿Cuánto le debo? —preguntó.

La señora O'Hehir señaló a Yūya con un gesto.

—Ya me ha pagado.

—Considéralo un regalo de cumpleaños —dijo Yūya al ver la expresión de Yuzu —. ¿Cuándo es?

—En noviembre.

—Un regalo de cumpleaños muy tempranero.

—Gracias, pero no puedo-...

—Sin compromiso alguno —Yūya hizo una ligera pausa —. Bueno, quizá con una condición.

—¿Cuál?

—Podrías decirme tu nombre completo.

—Yuzu Hīragi.

Yūya le tendió la mano, y ella vaciló antes de estrechársela. Su apretón era cálido, los dedos algo ásperos por las callosidades. La mano de un hombre trabajador. El calor le subió por el brazo, como si su piel cobrara vida, y deshizo el contacto enseguida.

—Déjame acompañarte a casa —pidió Yūya.

Yuzu negó con la cabeza.

—Deberías ir a buscar a tu hermano y hacerle compañía. Si finalmente ha terminado de divorciarse hoy, lo más probable es que esté deprimido.

La señora O'Hehir, que había estado escuchando desde detrás del mostrador, intervino:

—Dile a Yuto que le irá mejor sin ella. Y dile que la próxima vez se case con una chica simpática de Maiami.

—Creo que a estas horas todas las chicas simpáticas de Maiami ya le conocen bien —repuso Yūya, y siguió a Yuzu fuera de la tienda —. Escucha —dijo una vez en la calle —, no quiero ser un pelmazo, pero tengo que cerciorarme de que llegues a casa sin ningún percance. Si lo prefieres, te seguiré de lejos.

—¿A qué distancia? —inquirió Yuzu.

—La media que establece una orden de restricción, unos cien metros más o menos.

Se le escapó una risa involuntaria.

—No será necesario. Puedes andar conmigo.

Yūya le siguió el paso obedientemente.

De camino hacia el Artist's Point, Yuzu se fijó en el comienzo de una espectacular puesta de sol, con el cielo teñido de naranja y rosa, y las nubes bordeadas de oro. Era una vista que, en otras circunstancias, habría disfrutado.

—¿En qué fase estás ahora? —preguntó Yūya.

—¿Fase? Ah, te refieres a mi calendario post-ruptura. Supongo que me estoy acercando al final de la primera fase.

—Sarah MacLachlan y mensajes de texto airados.

—Sí.

—No te cortes el pelo.

—¿Qué?

—La siguiente fase. Corte de pelo y zapatos nuevos. No te toques el pelo, es precioso.

—Gracias —Yuzu se retiró tímidamente un mechón largo y rosado claro detrás de la oreja —. En realidad, el corte de pelo es la tercera fase.

Se detuvieron en una esquina, esperando que cambiara el semáforo.

—Ahora mismo —comentó Yūya — estamos delante de una vinatería que sirve el mejor atún dorado del noroeste del Pacífico. ¿Qué te parece si paramos a cenar?

Yuzu miró a través del escaparate de la vinatería, en cuyo interior había gente sentada a la luz de las velas que parecía pasar un rato muy agradable. Devolvió su atención a Yūya Sakaki, que la observaba fijamente. Debajo de su aire despreocupado se ocultaba algo, no muy distinto al efecto de un cuadro en claroscuro. Clair-obscur, lo llamaban los franceses. Claroscuro. Tenía la sensación de que Yūya Sakaki no era el personaje sencillo que Rin había pintado de él.

—Gracias —contestó —, pero eso no me llevaría a ningún sitio al que quiera ir.

—No tiene que llevar a ninguna parte. Solo será una cena —advirtiendo su vacilación, Yūya añadió: —. Si me dices que no, acabaré calentando en el microondas cualquier lata que encuentre por casa. ¿Podrás seguir viviendo después de hacerme eso?

—Sí.

—¿Sí vas a cenar conmigo?

—Sí podré seguir viviendo después de que cenes una lata.

—Qué cruel —la acusó en voz baja, pero había un fulgor de diversión en la viveza de sus ojos.

Siguieron caminando hacia la hostería.

—¿Hasta cuándo te alojarás en el Artist's Point? —preguntó Yūya.

—No mucho más tiempo, espero. He estado buscando un piso —Yuzi soltó una carcajada de autocensura —. Por desgracia, los pisos que puedo permitirme no son tan bonitos como los que no me puedo permitir.

—¿Qué hay en tu lista de deseos?

—Una habitación es todo cuanto necesito. Algo tranquilo, pero no demasiado aislado. Y me gustaría tener vista al mar, si es posible. Entretanto, me alojo en casa de Rin —hizo una pausa —. Supongo que tú y yo tenemos una amiga en común.

—¿Te ha dicho que somos amigos?

—¿No es verdad?

—Eso depende de lo que te haya contado de mí.

—Dijo que eres un chico estupendo y que debería salir contigo.

—En tal caso, somos amigos.

—Añadió que eres perfecto para una transición, porque eres divertido y prefieres evitar cualquier compromiso.

—¿Y qué le dijiste tú?

—Que no me interesaba. Estoy harta de cometer errores estúpidos.

—Salir conmigo sería un error muy inteligente —le aseguró Yūya, y ella se echó a reír.

—¿Por qué?

—No soy celoso, ni hago promesas que luego no puedo cumplir. Soy diáfano como el agua.

—Un buen rollo publicitario —observó Yuzu —, pero sigue sin interesarme.

—El rollo publicitario incluye una prueba en carretera gratis —dijo Yūya.

Yuzu sonrió y sacudió la cabeza.

Llegaron al Artist's Point y se detuvieron ante los escalones de la entrada.

Tras volverse hacia él, Yuzu dijo:

—Gracias por la camiseta nueva. Y por ayudarme a salir del bar. Has sido un buen final de un día aciago.

—De nada —Yūya se interrumpió —. Acerca de ese piso que buscas... se me ocurre una idea. Mi hermano Zarc ha estado alquilando su casa, un condominio frente al mar, desde que él y Reira vinieron a vivir conmigo.

—¿Quién es Reira?

—Mi sobrina. Tiene siete años. Mi hermana mayor murió el año pasado, y Zarc fue designado como tutor. Le estoy ayudando durante una temporada.

Yuzu lo miró fijamente, intrigada por aquella revelación.

—Le ayudas a criarla —aclaró.

Yūya asintió.

—Y les has dejado instalarse en tu casa —afirmó Yuzu en lugar de preguntar.

Yūya se encogió de hombros, incomodado.

—Es una casa grande —su rostro se volvió impenetrable y su voz, intencionadamente despreocupada —. En lo que se refiere al condominio, el último inquilino se ha ido y, que yo sepa, Zarc aún trata de arrendarlo. ¿Quieres que lo consulte? ¿Quizá te gustaría verlo?

—Yo... Tal vez —Yuzu se percató de que se estaba mostrando excesivamente cauta. Un condominio frente al mar no era algo fácil de encontrar, y merecería la pena echarle un vistazo —. Estoy segura de que se escapa de mis posibilidades. ¿Cuánto pide?

—Se lo preguntaré y te lo diré —Yūya sacó su teléfono móvil y la miró con expectación —. ¿Cuál es tu número? —sonrió al ver su vacilación —. Juro que no acoso a las mujeres. Sé aceptar un rechazo.

Poseía un encanto relajado que le parecía difícil de resistir. Yuzu le dio su número, miró sus ojos carmesí y notó una sonrisa involuntaria dibujándose en sus labios. Era una verdadera lástima que no fuera capaz de soltarse lo suficiente para divertirse con él.

Solo que Yuzu era una mujer con experiencia. Estaba harta de esperar, confiar y perder. Más adelante, al cabo de unos meses, o más probablemente años, la necesidad de compañía volvería a aparecer, y entonces se arriesgaría a relacionarse con alguien de nuevo. Pero no ahora. Y menos con aquel hombre, que mantendría una relación estrictamente superficial.

—Gracias —dijo Yuzu, observando cómo Yūya se guardaba el teléfono en el bolsillo trasero. Le tendió la mano con un torpe gesto formal —. Espero noticias tuyas si el condominio está libre.

Yūya le estrechó la mano con gravedad, aunque con los ojos chispeantes.

La calidez de su mano, la seguridad con que sus dedos se doblaban en torno a los suyos, le proporcionaron una sensación indescriptiblemente agradable. Había transcurrido mucho tiempo desde que alguien la había tocado o abrazado de alguna manera. Yuzu prolongó aquel momento algo más de lo necesario, al mismo tiempo que un rubor del color de la vergüenza le subía desde los pies hasta el cuero cabelludo.

Yūya la observó, y su expresión se tornó inescrutable. Aprovechó el apretón de manos para acercarla un poco, con la cabeza inclinada sobre la de ella.

—En cuanto a esa prueba en carretera... —murmuró.

Yuzu no podía seguir sus propios pensamientos. Había empezado a latirle el corazón. Miró sin ver hacia la puesta de sol, que se fundía en una fresca oscuridad azul. Yūya la sorprendió atrayéndola contra su hombro y pasándole una mano por la espalda con un movimiento relajante. Sus cuerpos se tocaron a intervalos; la presión del de Yūya era cálida e intensa y hacía que le temblaran las piernas.

Desorientada, Yuzu no dijo nada cuando Yūya le puso una mano en el costado de la cara y la sujetó con firmeza mientras su boca descendía. Fue delicado, invitándola al beso. Ella se abrió a él instintivamente, los malos instintos imponiéndose sobre los buenos.

Aquel beso la indujo a pensar, solo por un momento, que ya no tenía nada que perder. «Esto es una locura», pensó, pero la lengua de Yūya tocó la suya y su mano subió buscándole la nuca. Un torrente de sensación fluyó por los intervalos entre los latidos de Yuzu.

Fue Yūya quien puso fin al beso. Mantuvo los brazos alrededor de Yuzu hasta que esta recobró el equilibrio. Desconcertada y desarmada, finalmente Yuzu logró apartarse de él. Se encaminó hacia los escalones de la entrada.

—Te llamaré pronto —le oyó decir.

Se detuvo y le miró por encima del hombro.

—No sería buena idea —dijo en voz baja.

Ambos sabían que no se refería al condominio.

—Nadie va a precipitarte en nada —declaró Yūya —. Tú llevas la voz cantante, Yuzu.

A ella se le escapó una risita.

—Si tienes que decir a alguien que lleva la voz cantante, significa que en realidad no la lleva.

Y terminó de subir los escalones sin mirar atrás.

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