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27

—... y entonces se ha largado, como un gato escaldado —contaba Yuzu a Rin y Ruri aquella misma mañana —. Apenas me ha dicho nada al salir. No sé si estaba cabreado o muerto de miedo, o las dos cosas. Seguramente ambas cosas.

Después de que Yūya se marchara, Yuzu había acudido a la hostería a ver a sus amigas. Las tres estaban sentadas en la cocina tomando café. Yuzu no era la única que tenía problemas. El carácter habitualmente radiante de Ruri aparecía eclipsado por la preocupación por su abuela, que andaba delicada de salud. Rin acababa de romper con Yugo y, aunque trataba de mostrarse prosaica, resultaba evidente que la situación era difícil para ella.

Cuando Yuzu le preguntó qué había causado la riña entre ellos, Rin contestó evasivamente:

—Yo, esto... le asusté sin querer.

— ¿Cómo? ¿Has tenido que hacerte la prueba del embarazo o algo parecido?

—No, por Dios —Rin agitó la mano en un gesto de impaciencia —. No quiero hablar de mis problemas. Ya lo solucionaré con él. Los tuyos son mucho más interesantes.

Después de describirles la conducta de Yūya, Yuzu apoyó la barbilla sobre una mano y preguntó con el ceño fruncido:

—¿Por qué alguien habría de horrorizarse por pasar una noche en una cama ajena? ¿Por qué a Yūya no le importa tener sexo conmigo, pero la idea de dormir literalmente conmigo le saca de quicio?

—Piensa en lo que es una cama—dijo Rin —. El sitio en el que duermes es donde eres más vulnerable. Estás indefensa. Estás inconsciente. Así pues, cuando dos personas duermen en una cama en ese estado extremo de vulnerabilidad, es un acto de confianza enorme. Es una clase de intimidad distinta al sexo, pero igual de profunda.

—Y Yūya no se permitiría estar unido a nadie —observó Yuzu, tragando saliva para eliminar la punzada de dolor que sentía en la garganta —. Es demasiado peligroso para él. Porque él y sus hermanos fueron heridos reiteradamente por las personas que más deberían quererles.

Rin asintió.

—Nuestros padres nos enseñan cómo tener relaciones. Nos muestran cómo se hace. Cuesta mucho trabajo rehacerse después de eso.

—Quizá deberías hablar con Yūya —sugirió Ruri, posando una mano sobre el brazo tenso de Yuzu —. A veces, si se saca un tema a colación...

—No. Me prometí a mí misma que no intentaría hacerle cambiar o enderezarle. Yūya es responsable de sus problemas. Y yo soy responsable de los míos.

Yuzu no era consciente de las lágrimas que le habían resbalado por las mejillas hasta que Rin le pasó un pañuelo de papel. Suspiró, se sonó la nariz y les notificó que le habían concedido la beca del centro de arte.

—La aceptarás, ¿verdad? —preguntó Rin.

—Sí. Me iré unos días después de la boda de Serena.

—¿Cuándo piensas decírselo a Yūya?

—En el último momento. Quiero aprovechar al máximo el tiempo que nos queda. Y cuando se lo diga, dirá que debería irme, que me echará de menos... pero en el fondo se sentirá sumamente aliviado. Porque él también se da cuenta de esto, de lo que le está ocurriendo a nuestra relación. Nos estamos comprometiendo. Y debemos pararlo antes de que llegue demasiado lejos.

—¿Por qué? —preguntó Ruri en voz baja.

—Porque tanto Yūya como yo sabemos que me hará daño. Jamás podrá decir «Te quiero» y entregar su corazón a alguien —volvió a sonarse la nariz —. Este último paso resulta muy difícil. Lleva a un sitio al que no tiene intención de ir.

—Lo siento, Yuzu —murmuró Rin —. No te habría propuesto que te juntaras con Yūya de haber sabido que te haría infeliz. Creí que necesitabas un poco de diversión.

—Ha sido divertido —aseguró Yuzu, secándose los ojos.

—Ya lo veo —repuso Rin, y Yuzu soltó una risita llorosa.

Cuando aquella tarde Yuzu trabajaba en su estudio, fue interrumpida por una llamada a la puerta. Tras dejar a un lado las herramientas de cortar vidrio, se ajustó las coletas y se dispuso a abrir.

Se encontró frente a Yūya, con un ramo de flores que contenía rosas anaranjadas, azucenas amarillas, ásteres rosas y gerberas.

Los ojos de Yuzu pasaron de su rostro inescrutable al colorido ramo.

—¿Flores de culpabilidad? —preguntó, tratando de reprimir una sonrisa.

—Y bombones de culpabilidad —Yūya le entregó una caja rectangular satinada, que a juzgar por el peso debía de contener casi un kilo de chocolates —. Junto con mis más sinceras disculpas —animado por la expresión de Yuzu, prosiguió: —. No ha sido culpa tuya que durmiera contigo. Y después de pensarlo, he llegado a la conclusión de que la experiencia no me ha afectado. De hecho me alegro de que haya ocurrido, porque era la única manera de poder descubrir lo hermosa que eres por la mañana.

Yuzu se echó a reír, a la vez que una oleada de rubor se extendía por su rostro.

—Eres muy bueno disculpándote, Yūya.

—¿Puedo llevarte a cenar?

—Me gustaría. Pero...

— ¿Pero qué?

—He estado pensando. Y me preguntaba si no podríamos mantener la amistad sin los «privilegios». Por lo menos durante unos días.

—Por supuesto —contestó Yūya con una mirada inquisitiva. Y añadió en voz baja: —. ¿Puedo preguntar por qué?

Yuzu fue a dejar las flores y los bombones sobre una mesa.

—Tengo varios asuntos que resolver. Necesito un poco de espacio personal. Si eso te hace cambiar de opinión sobre la cena, lo entiendo.

Por alguna razón, este comentario pareció molestarle.

—No, no me hace cambiar de opinión sobre la cena —hizo una pausa, buscando las palabras apropiadas —. Te quiero para algo más que solo sexo.

Yuzu sonrió mientras regresaba a su lado, con una sonrisa cálida y franca que pareció confundirle.

—Gracias.

Permanecieron de pie uno frente al otro, sin tocarse. Yuzu sospechó que ambos confrontaban la desconcertante contradicción de que algo fallaba entre ellos y que a la vez algo iba bien.

Yūya la miró fijamente, y la intensidad de su mirada carmesí hizo que a Yuzu se le erizaran los pelos de la nuca. Sus facciones eran austeras, inmóviles, exceptuando la contracción de un músculo de la mejilla. El silencio se agudizó, y Yuzu se removió incómoda mientras intentaba pensar en algún modo de romperlo.

—Necesito abrazarte —dijo Yūya con voz queda.

Sonrojada, consciente de que su tenue rubor se intensificaba hasta ponerse colorada, Yuzu soltó una carcajada nerviosa. Pero Yūya no sonreía.

Habían compartido los actos sexuales más íntimos, se habían visto de todas las maneras posibles vestidos y desnudos, pero en ese momento, la mera cuestión de un abrazo fortuito resultaba sumamente desconcertante. Yuzu dio un paso adelante. Yūya la rodeó con sus brazos despacio, como si cualquier movimiento brusco pudiera asustarla. Se unieron en un abrazo cauteloso y paulatino, curvas amoldándose a superficies duras, miembros encajando, la cabeza de ella encontrando su lugar de reposo natural sobre el hombro de él.

Relajándose del todo, Yuzu sintió que cada respiración, cada pensamiento y cada latido se adaptaban a los de Yūya, una corriente que se abría entre ellos. Si era posible que el amor se expresara de forma pura entre dos cuerpos, no en una unión sexual sino en algo igualmente auténtico e íntegro, entonces era esto. Allí. Ahora.

Perdió la noción del tiempo allí de pie con él. De hecho, daba la impresión de que hubieran salido fuera del tiempo, absortos el uno en el otro, en aquella misteriosa quintaesencia en la que se habían convertido juntos. Pero finalmente Yūya se separó y dijo algo sobre recogerla a la hora de cenar. Yuzu asintió a ciegas, sujetándose al marco de la puerta para sostenerse en pie. Yūya se marchó sin mirar atrás, andando con la precaución un tanto exagerada de quien no está seguro de dónde pisa.


Cuando Yuzu llamó al profesor Marco para decirle que aceptaría la beca del centro de arte, le pidió que retrasara la notificación hasta finales de agosto. Para entonces Serena y Yuri ya estarían casados, y Yuzu habría terminado todos los trabajos que tenía entre manos.

Todos los días reservaba algún rato para trabajar en la vidriera para la casa del viñedo de You Show. Era una obra compleja y ambiciosa, que requería todas sus habilidades técnicas. Yuzu estaba poseída por el impulso de cuidar hasta el último detalle. Todo lo que sentía por Yūya parecía verterse en el vidrio mientras cortaba y disponía las piezas en un poema visual. Todos los colores eran tonos naturales de tierra, árbol, cielo y luna, vidrio fundido y superpuesto en capas para darle un aspecto tridimensional.

Después de dar forma al vidrio, Yuzu extendió el engarce de plomo utilizando un torno de banco y unos alicates.

Armó la ventana con cuidado, insertando las piezas de vidrio en los canales de plomo y luego cortando y ajustando el metal a su alrededor. Una vez terminado todo el emplomado interior, usaría el engarce perimetral en forma de U para acabar todos los bordes exteriores. A continuación vendría la soldadura, y la aplicación de cola para impermeabilizar.

Mientras la vidriera iba tomando forma sobre su mesa de trabajo, Yuzu reparó en una calidez peculiar en el vidrio, un fulgor que no tenía nada que ver con el calor transferido del metal soldado. Un atardecer, cuando cerraba el taller, echó una mirada a la ventana sin terminar, que descansaba plana sobre la mesa de trabajo. El vidrio resplandecía con una incandescencia propia.

Su relación con Yūya había sido platónica desde la noche que habían dormido juntos en el condominio. Platónica, pero no asexual. Yūya había hecho todo lo posible por seducirla, con besos abrasadores y juegos apasionados que calentaban a ambos de deseo insatisfecho.

Pero Yuzu temía la posibilidad muy real que, si ahora tenía sexo con él, dejaría escapar cuánto le quería. Las palabras estaban allí, en su cabeza, sobre sus labios, desesperadas por ser pronunciadas. Solo su sentido de autopreservación le confería la fuerza necesaria para rechazar a Yūya. Y si bien al principio él había aceptado sus negativas con elegancia, resultaba evidente que ahora le costaba más trabajo reprimirse.

—¿Cuándo? —le preguntó Yūya después de su última sesión, con el aliento encendido contra la boca de Yuzu y un fulgor peligroso en sus ojos.

—No lo sé —contestó Yuzu débilmente, temblando mientras las manos de él le acariciaban la espalda y las caderas —. Cuando pueda estar segura de mí misma.

—Déjame poseerte —susurró Yūya, apoyando la frente sobre la de ella —. Déjame hacerte el amor toda la noche. Quiero volver a despertarme a tu lado. Dime qué necesitas, Yuzu, y lo haré.

«Hacer el amor.» Nunca lo había llamado así hasta entonces. Aquellas tres palabras habían afianzado el corazón de Yuzu como un torno de banco. Tal era el suplicio de amar a Yūya: que estaba dispuesto a acercarse mucho, pero no lo suficiente.

Y como aquello que ella más necesitaba —que él la quisiera — resultaba imposible, le rechazó de nuevo.

Yuzu terminó la vidriera dos días antes de la boda de Serena. Había empezado a llegar gente de fuera de la ciudad; la mayoría se alojaba en las casitas de campo del complejo de Maiami Harbor, o bien en las habitaciones del Hotel de Haro. Los padres de Yuzu habían llegado aquella misma mañana y habían pasado el día con Serena y la coordinadora de la ceremonia. Al día siguiente Yuzu comería con ellos, pero esa noche saldría a cenar con Yūya. Y le anunciaría que iba a dejar Maiami.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por una llamada a la puerta del estudio.

—Adelante —dijo —. Está abierto.

Para su sorpresa, era Yuri.

Su ex novio le dirigió una sonrisa ligeramente avergonzada.

—Hola, Yuzu. ¿Tienes un par de minutos?

A Yuzu le dio un vuelco el corazón. Esperaba que aquello no fuera un intento de hacer las paces, de hablar de su pasado compartido y limar las asperezas para que el día de su enlace con Serena fuera intachable. Era del todo innecesario. Yuzu lo había superado, gracias a Dios, y estaba dispuesta a olvidar el ayer. Lo último que le apetecía era hacer la autopsia a su pasado.

—Tengo un par de minutos —respondió con cautela —, pero estoy bastante atareada. Y supongo que tú debes de estar aún más ocupado con todos los preparativos de la boda.

—En realidad, el novio no tiene gran cosa que hacer. Tan solo aparecer allí y cuando me dicen.

Yuri estaba tan guapo como siempre, pero tenía un aspecto extraño. Mostraba la expresión ausente y desconcertada de quien acaba de dar un traspié en la acera y se gira para ver qué objeto invisible le ha hecho tropezar.

Cuando se le acercaba, Yuzu se sorprendió poniendo hojas de papel sobre la vidriera del árbol, sintiendo la necesidad de ocultarlo a su vista. Se dirigió al lado de la mesa de trabajo y se apoyó en ella.

—Te han quitado el braguero —observó Yuri —. ¿Cómo está la pierna?

—Muy bien —contestó Yuzu a la ligera —. Solo debo tener un poco de cuidado con ella. Nada de impactos fuertes durante algún tiempo.

Yuri se detuvo un poco más cerca de lo que Yuzu hubiera deseado, pero ella no quiso retroceder.

Al contemplarle, Yuzu se preguntó cómo era posible que un hombre al que antes se había sentido tan unida le pareciera un desconocido. Había estado tan segura de que se había enamorado de él y había sido una buena aproximación, como las flores de seda podían asemejarse mucho a las naturales o el zirconio cúbico podía relucir como un diamante. Pero su versión del amor había resultado una simple comedia. Todas sus palabras afectuosas y rituales íntimos habían sido un modo de ocultar el vacío que había debajo. Esperaba que hubiera encontrado una relación más profunda y auténtica con Serena, pero lo dudaba. Y esto, en realidad, le hacía sentir lástima por él.

—¿Cómo estás? —preguntó.

Algo en su tono hizo que Yuri encorvara los hombros. Suspiró profundamente.

—Es como estar atrapado en un tornado. El color de las flores, los obsequios para los invitados con lazos personalizados, los reportajes en fotografía y en vídeo y todas esas gilipolleces... Esto resulta mucho más complicado y disparatado de cómo debería ser. Por el amor de Dios, es solo una boda.

Yuzu se permitió sonreírle.

—Pronto habrá terminado. Entonces podrás relajarte.

Yuri empezó a pasearse por el estudio, que era un territorio conocido para él. Había estado allí un sinfín de veces cuando vivían juntos. Incluso había ayudado a instalar los anaqueles verticales para almacenar el vidrio. Pero Yuzu se sintió incómoda cuando se adentró más en su estudio. Ya no tenía derecho a deambular por su lugar de trabajo de un modo tan desenvuelto.

—Lo más curioso de todo —dijo Yuri, inspeccionando un estante de pantallas de lámpara terminadas — es que cuanto más se acerca la boda, más me sorprendo tratando de averiguar qué nos ocurrió.

Yuzu parpadeó.

—¿Te refieres a tú y yo?

—Sí.

—Lo que ocurrió fue que me engañaste.

—Ya lo sé. Pero necesito averiguar por qué.

—Eso no importa. Se ha acabado. Pasado mañana te casarás.

—Creo que si me hubieras dado un poco más de espacio —dijo Yuri — no habría acudido nunca a Serena. Creo que la relación con ella empezó como una manera de demostrarte que necesitaba más espacio.

Yuzu abrió los ojos como platos.

—Yuri, no quiero hablar de eso, de verdad.

Él regresó junto a ella y se le acercó todavía más que antes.

—Tenía la sensación de que faltaba algo entre tú y yo —explicó — y pensé que lo encontraría con Serena, pero últimamente me he dado cuenta de que lo tuve contigo todo el tiempo. Solo que no lo veía.

—Basta —espetó Yuzu —. Lo digo de verdad, Yuri. No sirve de nada.

—Pensé que tú y yo estábamos demasiado acomodados, y que la vida se volvía aburrida. Pensé que necesitaba emoción. Fui un idiota, Yuzu. Era feliz contigo, y lo estropeé. Echo de menos lo que tuvimos. Yo-...

—¿Estás loco? —inquirió Yuzu —. ¿Tienes dudas sobre la boda? ¿Ahora, cuando todo está organizado y van llegando los invitados de fuera?

—No quiero a Serena lo suficiente para casarme con ella. Es un error.

—Te prometiste con ella. ¡No puedes echarte atrás! ¿Obtienes algún tipo de placer sádico enamorando a mujeres y dejándolas después?

—Me he visto forzado a esto. Nadie me ha preguntado qué quería. ¿No tengo derecho a decidir qué es lo que me hace feliz?

—Dios mío, Yuri. Esto me suena a algo que me dijo Serena. «Solo quiero ser feliz.» Los dos creéis que la felicidad es algo que hay que perseguir, como un niño con un juguete reluciente. No ocurrirá hasta que empieces a descubrir maneras de cuidar de los demás en lugar de formas de complacerte. Debes irte, Yuri. Tienes que cumplir con el compromiso que ya has adquirido con Serena. Asume alguna responsabilidad. Entonces podrás tener alguna posibilidad de ser feliz.

A juzgar por el ceño de Yuri, opinaba que aquel era un consejo condescendiente. Su voz adoptó un tono brusco y malvado.

—¿Qué te ha convertido en una jodida experta? Precisamente tú, que sale con ese engreído de cuarta categoría, Yūya Sakaki, el experto en vinos que procede de una familia de mendigos borrachos y terminará como ellos-...

—Más vale que te vayas —insistió Yuzu, dirigiéndose hacia la mesa de trabajo para interponerla entre los dos.

En el espectro de la autocompasión a la ira, había pasado de un extremo al otro.

—Le convencí de que saliera contigo. Fue un montaje, Yuzu. Fui yo quien lo hizo. Me debía un favor. Le enseñé tu foto en mi teléfono móvil y le pedí que te sacara de casa. Fue idea de Serena —ahora Yuri sonreía como si fuera una broma macabra —. Para impedir que siguieras haciéndote la víctima. Una vez que salieras con alguien y siguieras con tu vida, tus padres nos dejarían en paz.

—¿Es eso lo que has venido a decirme? —Yuzu sacudió la cabeza —. Ya lo sabía, Yuri. Yūya me lo contó al principio.

Bajó los brazos hacia la mesa de trabajo hasta que sus dedos encontraron la tranquilizante frialdad lisa del vidrio.

—Pero ¿por qué-...?

—Eso no importa. Si tratas de sembrar la discordia entre Yūya y yo, estás perdiendo el tiempo. Abandonaré la isla justo después de la boda. Me marcho a Heartland.

Yuri abrió los ojos como platos.

—¿Por qué?

—Me han concedido una beca de artista. Voy a empezar una nueva vida.

Mientras Yuri asimilaba la noticia, un fulgor de entusiasmo apareció en sus ojos al mismo tiempo que le subía el color.

—Iré contigo.

Yuzu le miró sin comprender.

—Nada me retiene aquí—explicó Yuri —. Puedo trasladar mi negocio, puedo dedicarme a la arquitectura paisajista en cualquier parte. ¡Dios mío, Yuzu, esta es la solución! Ya sé que te hice daño, ya sé que la cagué, pero te compensaré. Lo juro. Empezaremos una nueva vida juntos. Dejaremos atrás toda esta mierda.

—Estás loco —dijo Yuzu, tan asombrada por su comportamiento que apenas le salían las palabras—. Yuri, vas-..., vas a casarte con mi hermana...

—No la quiero. Te quiero a ti. No he dejado nunca de quererte. Y sé que tú sientes lo mismo por mí, no ha pasado tanto tiempo. Lo nuestro fue hermoso. Te lo recordaré, tienes que-...

Se acercó a ella y le sujetó los brazos.

—¡Yuri, basta!

—Yo me he acostado con Serena y tú te has acostado con Yūya, de modo que estamos empatados. Lo pasado, pasado está. Yuzu, escúchame-...

—¡Suéltame!

En medio de su indignación, tomó plena conciencia del vidrio que les rodeaba por los cuatro costados: láminas, fragmentos, cuentas, azulejos, frita... Y en una fracción de segundo comprendió que, con su fuerza de voluntad, podía darle la forma que quisiera. Una imagen apareció en su mente, y se concentró en ella.

Yuri la sujetó más fuerte, respirando con aspereza.

—Soy yo, Yuzu. Soy yo. Quiero que vuelvas. Quiero que-...

Se interrumpió con un juramento apagado, y Yuzu se sintió liberada con inesperada brusquedad.

Un chillido estremecedor hendió el aire cuando una pequeña silueta oscura voló alrededor de la cabeza de Yuri. Un murciélago.

—¡¿Qué diablos-...?! —Yuri levantó los brazos y trató de ahuyentar a la agresiva criatura alada —. ¿De dónde ha salido eso?

Yuzu miró hacia su mesa de soldar. Dos piezas de la esquina que aún no había fijado al resto de la vidriera, recortes de vidrio de obsidiana negra, se enroscaron y se agitaron.

—Adelante —dijo, y al instante despegaron de la mesa, otro par de murciélagos que se sumaron al ataque contra Yuri.

El trío de murciélagos cortaron el aire con alas dentadas y se lanzaron en picado hasta que condujeron a Yuri hasta la puerta. Tropezando y maldiciendo, este salió a la calle. Dos murciélagos le siguieron. El tercero voló hasta un rincón de la estancia, se dejó caer al suelo y correteó a través de la superficie de cemento.

Inspirando profundamente, Yuzu fue hasta la ventana y la abrió. El sol declinaba hacia el crepúsculo y el aire pesaba con el calor persistente del día.

—Gracias —dijo Yuzu, apartándose de la ventana —. Puedes irte.

Al cabo de un momento el murciélago alzó el vuelo, se escabulló a través de la ventana abierta y desapareció en el cielo.

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