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25

La madre de Yuzu, naturalmente, se mostró enseguida encantada con Yūya. La reacción de su padre fue más precavida, cuando menos al principio. Sin embargo, durante la cena en el Duck Soup encontraron un tema de interés común cuando Yūya preguntó sobre la sonda espacial robótica que el padre de Yuzu había ayudado a diseñar. Comprendiendo la generosa dosis de interés que afloraba bajo la superficie de Yūya, el habitualmente reservado padre de Yuzu se puso a hablar como una cotorra.

—... de modo que lo que esperábamos —decía Shuzo — era que los cometas constarían de una combinación de partículas presolares y hielo que se había formado en el límite del sistema solar al cero absoluto —hizo una pausa—. Por si no estás familiarizado con este término, el cero absoluto es...

—El punto nulo de toda escala de temperatura termodinámica —dijo Yūya.

—Eso es —el padre de Yuzu prácticamente le sonrió —. Contrariamente a nuestras suposiciones, la mayor parte de la materia rocosa del cometa se había formado dentro del sistema solar a temperaturas elevadísimas. De manera que los cometas se forman en condiciones de calor extremo y hielo.

—Fascinante —comentó Yūya, y era evidente que lo decía de corazón.

Mientras los hombres seguían charlando, la madre de Yuzu se inclinó hacia su hija para susurrarle al oído.

—Es maravilloso. Tan guapo y encantador, y a tu padre le cae estupendamente. Tienes que pescarle, cariño.

—No hay nada que pescar —replicó Yuzu —. Ya te lo dije. Es un soltero de por vida.

Era obvio que su madre aceptaba el reto de buen grado.

—Puedes hacerle cambiar de opinión. Un hombre como él no debería quedarse soltero. Sería un delito.

—No pienso torturar a un hombre tan agradable intentando hacerle cambiar.

—Yuzu —susurró su madre con impaciencia —, ¿para qué crees que sirve el matrimonio?

Concluida la cena fueron a la casa a tomar café. No era ese el plan original, pero después de oír la descripción que hizo Yūya del viñedo y de la renovada mansión victoriana, la madre de Yuzu no pudo menos que exigir verla. Zarc y Reira estaban fuera todo el fin de semana; habían ido con Ray a ver a los padres de esta.

Amablemente, Yūya preguntó a la madre de Yuzu si deseaba hacer la visita comentada de veinticinco centavos.

—Me quedaré en la cocina a preparar café —se ofreció Yuzu —. Mamá, no interrogues a Yūya mientras te enseña la casa.

Su madre le dirigió una mirada de atónita sorpresa.

—Yo nunca interrogo a nadie.

—Quizá deberías saber que solo contesto preguntas aprobadas previamente —bromeó Yūya —. Pero por usted, mi señora, me permitiré cierta libertad.

La madre de Yuzu soltó una risita.

—Yo ayudaré a Yuzu con el café —dijo Shuzo —. No entiendo nada de renovación de casas: no sé distinguir un frontón de una pérgola.

Después de moler un puñado de granos con el molinillo eléctrico, Yuzu introdujo el café en la máquina mientras su padre llenaba una jarra con agua del grifo.

—Bueno, ¿qué te parece Yūya? —preguntó ella.

—Me cae bien. Un tipo inteligente. Parece sano y auto-suficiente, y se ha reído de mi chiste de Heisenberg. No puedo evitar preguntarme por qué un hombre con tanto cerebro debería desperdiciarlo cultivando un viñedo.

—No es ningún desperdicio.

—Miles de personas en todo el mundo hacen vino. No sirve de nada sacar otro más cuando se producen tantos.

—Eso es como decir que nadie debería crear más arte, porque ya tenemos suficiente.

—El arte, o el vino, no beneficia a la gente como lo hace la ciencia.

—Yūya diría lo contrario.

Yuzu observó a su padre mientras echaba el agua en la cafetera. El aparato hizo un clic y desprendió vapor mientras empezaba a filtrar.

—Una pregunta más importante —planteó su padre —es qué piensas tú de él.

—También me cae simpático, pero no hay ninguna posibilidad de que la relación vaya en serio. Tanto él como yo tenemos planes para el futuro que no incluyen al otro.

Su padre se encogió de hombros.

—Si disfrutas de su compañía, no hay nada malo en pasar el rato con él.

Permanecieron callados por un momento, escuchando el plácido chisporroteo de la cafetera.

—¿Vais a ir a ver a Serena y Yuri mañana? —preguntó Yuzu.

Su padre asintió con la cabeza y su sonrisa se ensombreció.

—Ya sabes que ese matrimonio, si se consuma, tiene tanto futuro como una bola de nieve en el infierno.

—No se puede estar seguro al cien por cien —repuso Yuzu, aunque estaba de acuerdo con él —. La gente puede sorprenderte.

—Sí, es cierto —admitió Shuzo —. Pero, a mi edad, no ocurre muy a menudo. ¿Dónde están las tazas?

Abrieron un par de armarios hasta encontrarlas.

—Hace poco tu madre y yo estuvimos hablando —declaró Shuzo, y la sorprendió al añadir: —. Creo que te ha contado que ya estuve casado antes.

—Sí —consiguió articular Yuzu—. Me dejó completamente anonadada.

—Toda esta situación entre tú, Serena y Yuri ha removido algunos asuntos que tu madre y yo no hemos abordado en mucho tiempo.

— ¿Y eso es malo? —preguntó Yuzu con cautela.

—No lo sé. Nunca he tenido la convicción de que deba hablarse de todo en una relación. Hay cosas que una conversación no puede resolver.

—Supongo que esos asuntos tienen que ver con... ¿ella?

Por alguna razón, la frase «tu primera esposa» resultaba demasiado discordante para que Yuzu se atreviera a decirla.

—Sí. Quiero a tu madre. Yo nunca haría comparaciones. La otra relación era... —una pausa, cargada de una tensión pensativa que ella nunca le había visto hasta entonces —. Estaba dentro de su categoría.

—¿Cómo se llamaba? —preguntó Yuzu en voz baja.

Shuzo separó los labios como para responder, pero sacudió la cabeza y guardó silencio.

Yuzu se preguntó qué clase de mujer había sido para que, décadas después de su muerte, él no pudiera pronunciar su nombre.

—Aquella intensidad de emociones... —dijo su padre al cabo de un rato, como hablando para sí —. Aquella sensación de dos personas que están hechas el uno para el otro, como dos mitades de un todo. Era... extraordinario.

—De modo que no te arrepientes —observó Yuzu.

—Sí me arrepiento —su padre la miró fijamente, con los ojos chispeantes. Su voz sonó ronca cuando agregó: —. Más vale no saberlo. Yo soy así. Otros podrían decir que merece cualquier precio vivir solo unos momentos lo que yo viví.

Se volvió y procedió a servir el café.

Muda de asombro por aquella insólita manifestación de sentimientos, Yuzu fue cojeando a buscar cucharillas en el cajón de la cubertería. De haber sido un hombre más táctil, ella le habría dado un abrazo. Sin embargo, su cortesía anquilosada siempre había sido una especie de armadura que repelía las demostraciones de afecto.

Ahora Yuzu comprendió algo de su padre que no había entendido hasta entonces: su calma, su serenidad infinita, no tenían nada que ver con la paz.

Después de que los Hīragi regresaran a Heartland, la madre de Yuzu la llamó para decirle que el día que habían transcurrido con Serena y Yuzu había ido tan bien como cabía esperar. Según ella, la pareja había estado apagada. Yuri se había mostrado especialmente callado.

Pero tuve la impresión —dijo su madre — de que los dos han decidido llevarlo adelante, cueste lo que cueste. Creo que Yuri está siendo presionado por sus padres; parecen muy interesados en casarle.

Yuzu sonrió con tristeza. Los padres de Yuri eran una pareja mayor que habían mimado a su único hijo y por lo tanto se habían sentido consternados por su inmadurez y egocentrismo.

Pero ya era demasiado tarde para que se replantearan qué habrían tenido que hacer de forma distinta. Quizá creían que el matrimonio sería bueno para él, que le haría más adulto.

Fuimos a cenar fuera —prosiguió su madre —y todo el mundo se comportó como Dios manda.

—¿Incluso papá? —preguntó Yuzu con ironía.

Incluso papá. El único momento delicado tuvo lugar cuando Yuri me preguntó por ti.

—¿De veras? —Yuzu sintió una sacudida en el vientre —. ¿Delante de todo el mundo?

Sí. Quería saber cómo tenías la pierna, y cómo te sentías, y luego preguntó hasta qué punto estabas liada con Yūya.

—Dios mío. Apuesto a que Serena quiso matarle.

No fue muy oportuno por su parte —admitió su madre.

—¿Qué le dijiste?

La verdad: que tienes buen aspecto, estás contenta y pareces muy unida a Yūya. Lo cual no podría hacerme más feliz.

—Mamá, ya te he explicado por qué no hay ninguna posibilidad de que mantenga una relación seria con Yūya. Así pues, no deposites esperanzas en algo que es imposible.

No digas que «es imposible» de algo que ya estás haciendo —replicó su madre con irritante optimismo.

Dos días después de la visita de sus padres, Yuzu se instaló en el condominio de Zarc. Para su sorpresa, Yūya se había opuesto a que abandonara You Show tan pronto, aduciendo que necesitaba más tiempo para descansar y curarse.

—Además —dijo —, no creo que ya le hayas cogido el tranquillo a estas muletas.

—Las domino perfectamente —repuso Yuzu —. Hasta sé hacer trucos con ellas. Tendrías que ver mis movimientos de estilo libre.

—Hay muchas escaleras. Hay que andar mucho. Y todavía no puedes conducir. ¿Cómo harás las compras?

—Tengo toda una lista de números de teléfono de la congregación de Hog Heaven.

—No quiero que te juntes con una pandilla de moteros.

—No me juntaré con ellos —prometió Yuzu, divertida —. Solo me echarán una mano de tarde en tarde.

Aunque era evidente que a Yūya le habría gustado discutir un poco más, murmuró:

—Es tu vida.

Yuzu le obsequió una sonrisa traviesa.

—No te preocupes —dijo —. Te dejaré venir a echar un polvo de vez en cuando.

Él la miró con el ceño fruncido.

—Estupendo. Porque el alivio sexual era mi mayor preocupación.

Aunque a Yuzu le causaba reparo dejar la casa de You Show, creía que era lo mejor para los dos. Unos días más de proximidad y estaba segura de que Yūya habría empezado a sentir claustrofobia. Y, lo más importante, Yuzi se alegraba de poder regresar a su estudio. Echaba terriblemente de menos su vidrio, casi podía sentir que la llamaba.

La primera mañana de vuelta al Columpio Sobre una Estrella, Yuzu se sintió repleta de genio creativo. Se puso a trabajar en un diseño de tamaño normal de la vidriera del árbol para la casa del viñedo. Utilizando una combinación de dibujo a mano y software informático, detalló las líneas de corte y las piezas numeradas para el coloreado. Cuando estuviera satisfecha con el resultado, haría tres copias del patrón, una de referencia, otra para recortarla con tijeras y una tercera sobre la que montaría la ventana. Entonces comenzaría el meticuloso proceso de marcar y partir el vidrio, acompañado de la remodelación y el afilado de los bordes de las piezas.

Aún trabajaba en el diseño cuando Yūya entró en el estudio a la hora del almuerzo. Traía dos bolsas de papel blanco del Market Chef que parecían satisfactoriamente pesadas.

—Bocadillos —anunció.

—No te esperaba —exclamó Yuzu. Una sonrisa burlona apareció en su rostro —. Veo que no puedes estar lejos de mí.

Yūya echó un vistazo al montón de bocetos que había sobre la mesa.

—¿Prefieres esto a la vida ociosa que tenías conmigo?

Yuzu se echó a reír.

—Bueno, sentirme colmada de atenciones estuvo muy bien, pero es bueno volver a ser productiva.

Yūya dejó las bolsas sobre la mesa de trabajo y le dio la vuelta para ver el diseño. Observó el dibujo con detenimiento.

—Es hermoso.

—Será alucinante —dijo Yuzu —. No puedes hacerte una idea de qué le aportará el vidrio.

Yūya contrajo la comisura de los labios.

—Conociéndote, estaré preparado para cualquier cosa —después de examinar el dibujo un momento, añadió: —. Te he traído un regalo de estreno de casa. He pensado que seguramente querrías guardarlo aquí.

—No tenías que traerme ningún regalo.

—No podrás utilizarlo durante algún tiempo.

—¿Dónde está?

—Quédate quieta.

Yuzu esperó con una sonrisa expectante mientras Yūya salía. Abrió los ojos como platos al verle entrar una bicicleta con un enorme lazo adornando el centro del manillar.

—No me lo puedo creer. Oh, Yūya. Eres el hombre más..., más-...

Se interrumpió con una exclamación de deleite mientras contemplaba la antigua bicicleta restaurada, pintada de un intenso verde pino con unos guardabarros blanquísimos.

—Es una Ladies Schwinn Hornet de 1954 —anunció Yūya, empujándola hacia ella.

Yuzu pasó los dedos por la reluciente pátina, los gruesos neumáticos negros y el sillín de cuero blanco.

—Es perfecta —dijo, sorprendida al comprobar que se le enronquecía la voz y se le empañaban los ojos.

Porque un regalo como ese solo podía venir de alguien que la entendía, que la conocía bien. Y era una señal de que Yūya sentía realmente algo por ella, tanto si quería como si no. Se sorprendió de la constatación de cuánto significaba esto para ella, cuánto había deseado que la apreciara hasta cierto punto.

—Gracias. Yo...

Se levantó, le echó los brazos al cuello y apretó la cara contra su hombro.

—De nada —Yūya le dio unas palmaditas en la espalda, incómodo —. No es necesario que actúes como una chiquilla.

Advirtiendo lo tenso que se había puesto y comprendiendo el motivo, Yuzu dijo con voz apagada:

—Es un detalle increíble, y seguramente lo más bonito que me han regalado nunca —forzó una carcajada y se estiró para besarle en la mejilla —. Relájate. Aún no te quiero.

—Gracias a Dios.

Yūya le sonrió, visiblemente relajado.

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