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22

—Esta mañana tienes visita con el médico —dijo la voz de Yūya a través de la puerta del baño —. Si te da el alta, te pondrán un braguero y muletas.

—Me encantaría poder moverme otra vez —repuso Yuzu con fervor mientras se enjuagaba con el agua caliente de la ducha —. Y estoy segura de que agradecerás no tener que llevarme a todas partes.

—Tienes razón. No consigo imaginarme por qué pensé que envolver una mujer semidesnuda en plástico y llevarla de aquí para allá sería divertido.

Yuzu sonrió y cerró el agua. Se quitó el gorro de baño de Kuriboh que había pedido prestado a Reira y se envolvió en una toalla.

—Ya puedes entrar.

Yūya accedió al húmedo cuarto y acudió en su ayuda. Actuaba de forma despreocupada y práctica, pero hasta entonces, en toda la mañana, había sido incapaz de mirarla a los ojos.

La noche anterior habían estado en el porche un buen rato, hasta terminarse la botella de vino. Ahora, sin embargo, Yūya se mostraba callado y reservado. Cabía la posibilidad de que se estuviera cansando de atender a todos sus deseos. Yuzu decidió que, dijera lo que dijese el médico ese día, insistiría en llevar muletas. Tres días sometiendo a Yūya a tantas molestias ya eran suficientes.

Yuzu se incorporó, sujetando la toalla mientras se balanceaba brevemente sobre un pie. Yūya le pasó con cuidado un brazo por detrás de las rodillas, la levantó y la llevó al dormitorio. Tras dejarla en el borde del colchón con las piernas colgando, cogió unas tijeras pequeñas y procedió a cortar las capas de plástico que le envolvían la pierna.

—Estás haciendo muchas cosas por mí —dijo Yuzu en voz baja —. Espero que algún día pueda-...

—No te preocupes.

—Solo quiero que sepas cuánto-...

—Ya lo sé. Estás agradecida. No tienes que decirlo cada vez que te ayudo a salir de la maldita ducha.

Parpadeando ante su tono brusco, Yuzu dijo:

—Lo siento. No sabía que la cortesía común te molestaría.

—No es cortesía común —replicó Yūya mientras cortaba la última capa de plástico —. Cuando estás ahí mojada y casi desnuda mirándome con ojos de carnero. Quédate con tus gracias.

—¿Por qué estás tan susceptible? ¿Tienes resaca?

Él le dirigió una mirada sarcástica.

—Yo no tengo resaca por dos copas de vino.

—Es por tener que hacer todo esto por mí, ¿verdad? Cualquiera se sentiría frustrado. Lo siento, pero pronto me iré de aquí, y-...

—Yuzu —la interrumpió Yūya con forzada paciencia —, no te disculpes. No trates de sacar conclusiones. Tan solo cállate durante un par de minutos.

—Pero yo-... —no terminó la frase al ver su expresión —. Está bien, me callo.

Una vez retirado el plástico, Yūya se detuvo al advertir un moratón en la parte lateral de la rodilla. Siguió el contorno de la mancha oscura, con tanta suavidad que su tacto era casi imperceptible. Tenía la cabeza agachada, por lo que Yuzu no podía ver su expresión, pero las manos de Yūya se apoyaron en el colchón, a ambos lados de sus caderas, hundiendo los dedos en la ropa de cama. Le recorrió un temblor profundo, deseo que resquebrajaba el comedimiento.

Yuzu no se atrevió a decir nada. Se quedó mirando fijamente la parte superior de su cabeza, la anchura de sus espaldas. En sus oídos resonaban los ecos de los latidos de su corazón.

Yūya inclinó la cabeza, y la luz se deslizó a través de las capas de su cabello. El contacto de sus labios fue suave y ardiente sobre el moratón, lo que hizo que Yuzu se sacudiera, sorprendida. La boca de Yūya insistió, desplazándose hacia la parte interior del muslo. Sus dedos se tensaron hasta aferrar con fuerza las sábanas. A Yuzu se le cortó la respiración cuando Yūya se inclinó aún más entre sus piernas y experimentó el dulce peso de su cuerpo allí donde la presionaba.

Otro beso, más arriba, donde la piel era fina y sensible. Sintió frío y calor debajo de la toalla húmeda, invadida por una oleada de sensaciones. Yūya introdujo las manos lentamente por debajo del dobladillo de la toalla, y el movimiento hizo que la tela de felpa se aflojara y se abriera. Siguió subiendo, deslizando las manos por sus caderas y el vientre, seguidas por los labios en un recorrido de sensaciones insoportables. Jadeando, Yuzu se dejó caer hacia atrás sin fuerza, al mismo tiempo que sus extremidades se debilitaban. Yūya abrió los lados de la toalla y el limpio aroma de la piel de Yuzu ascendió en forma de corriente cálida.

Aturdida por la excitación y la confusión, Yuzu volvió la cara encendida hacia un lado, con los ojos cerrados para borrarlo todo excepto el intenso placer de su tacto. Lo deseaba con tanta fuerza que no importaba nada más. Yūya le estaba haciendo el amor, usando las manos y la boca para arrastrarla en un torrente dulce y oscuro de deseo, y ella no había sentido nunca nada igual, un deleite que parecía derretirle los huesos en fuego líquido. Los pulgares acariciaron su intimidad, separando la carne húmeda. Se le escapó un sollozo al notar el calor del aliento de Yūya, la presión de su boca abierta contra ella. Una caricia con la lengua, un suave tirón. Empezó a lamerla continuamente, con un ritmo excitante y delicioso, hasta que su cuerpo comenzó a vibrar y a aferrarse al vacío. Impotente, se levantaba contra él a cada latigazo, cada giro de la sedosa lengua, mientras la sensación se acercaba al punto de inflamación.

El sonido metálico del timbre irrumpió en el desbordante calor. Yuzu se quedó helada, con los nervios protestando a gritos por aquel sonido. Yūya siguió besándola y acariciándola, tan absorto en la mecánica sensualidad del momento que no había percibido el ruido, pero el timbre volvió a sonar, y Yuzu dio un respingo y le empujó la cabeza.

Soltando una maldición gutural, Yūya se apartó de ella. Buscó la toalla a tientas y tapó a Yuzu. Medio sentado, medio apoyado contra el borde del colchón, jadeó buscando aire. Temblaba de la cabeza a los pies.

—Debe de ser uno de mis trabajadores —le oyó murmurar Yuzu.

—¿Puedes-...?

—No.

Yūya se alejó de la cama y entró en el baño, y ella oyó el sonido de agua corriendo. Cuando Yūya volvió a salir, Yuzu había conseguido cubrirse con las sábanas. Él tenía el rostro tenso y los dientes apretados.

—Vuelvo enseguida.

Yuzu se mordió el labio antes de preguntar:

—¿Estás enfadado por lo que has empezado, o porque no has terminado?

Yuzu le dirigió una mirada siniestra.

—Por las dos cosas —dijo, y salió de la habitación.

Cuando Yūya bajó, el dolor atroz de la excitación no era nada comparado con sus emociones abrasadoras. Ira, frustración, intenso desasosiego. Había estado tan cerca, tan jodidamente cerca de tener sexo con Yuzu... Se había percatado de que estaba mal y no le había importado. ¿Por qué Yuzu no había hecho nada por detenerle? Si no asumía el control de la situación, de sí mismo, cometería un grave error.

Abrió la puerta de la calle y se encontró delante de la hermana de Yuzu, Serena. Una mueca de incredulidad apareció en su rostro. Durante un momento anhelante se permitió imaginarse el placer de echarla a patadas del porche de su casa.

Serena le miró con frialdad, tambaleándose sobre unos tacones altos muy poco prácticos. Se había pintado los grandes ojos de color verdoso con un grueso lápiz morado brillante, que le confería un aspecto muy llamativo en la estrechez de su rostro. Llevaba los labios cubiertos de carmín rosa intenso. Incluso en el mejor de los casos, a Yūya le habría parecido una presencia irritante. Pero después de que le hubieran sacado de la cama con Yuzu, cuando su cuerpo todavía pedía a gritos regresar para terminar su misión, le resultó imposible mostrar el mínimo aceptable de educación.

—No invitamos a nadie a venir sin llamar antes —espetó.

—He venido a ver a mi hermana.

—Se encuentra bien.

—Quisiera verla personalmente.

—Está descansando.

Yūya se quedó plantado con una mano apoyada en el quicio de la puerta, cerrándole el paso.

—No pienso irme hasta que le digas que estoy aquí —declaró Serena.

—Yuzu tiene una conmoción cerebral —con no poca dosis de sorna, Yūya añadió: —. No puede soportar ningún tipo de estrés.

Serena frunció los labios.

—¿Crees que voy a hacerle daño?

—Ya le has hecho daño —respondió Yūya sin alterarse —. No debería resultar muy difícil entender que juntarte con el antiguo novio de Yuzu significa que has obtenido tu sitio en la lista de candidatos.

—No tienes ningún derecho a juzgarme a mí ni a mis decisiones personales.

Era cierto, pero teniendo en cuenta que la aventura de Serena con Yuri había provocado una reacción en cadena que había culminado con Yuzu recuperándose en casa de Yūya, se creía legitimado para dar su opinión.

—Mientras Yuzu viva bajo mi techo —dijo —, tengo la misión de cuidar de ella. Y no me parece que tus decisiones personales hayan sido muy positivas para Yuzu.

—No me iré hasta que haya hablado con ella —Serena levantó la voz y la dirigió hacia el vestíbulo, a la espalda de Yūya —. ¿Yuzu? ¿Puedes oírme? ¡Yuzu!

—Por mí, puedes quedarte en mi porche chillando todo el día-...

Yūya se interrumpió cuando oyó a Yuzu gritando desde arriba. Dirigiendo a Serena una mirada hosca, le dijo:

—Voy a consultárselo. Quédate aquí.

—¿Puedo esperar dentro? —se atrevió a preguntar ella.

—No.

Y le cerró la puerta en las narices.

Para cuando Yūya regresó al dormitorio, Yuzu se había puesto un pantalón corto de color caqui y una camiseta. Había oído lo suficiente del alboroto de abajo para saber que Serena se había presentado sin avisar y que a Yūya no le había sentado nada bien.

Aún mareada por la tensión, Yuzu no acertaba a definir sus sentimientos acerca de lo que acababa de suceder entre ellos. Principalmente estaba asombrada por el modo en que había reaccionado a Yūya, el placer febril que había anulado todos sus pensamientos.

Cuando Yūya se acercó, Yuzu notó cómo el rubor se extendía por toda su piel. Él la miró y frunció el ceño.

—¿Cómo te has puesto esa ropa? —inquirió —. La he dejado sobre la cómoda.

—No he cargado ningún peso sobre la pierna —se defendió Yuzu —. Solo he tenido que dar un paso y un brinco desde la cama, y entonces-...

—Maldita sea, Yuzu. Si ese pie vuelve a tocar el suelo, voy a-...

Se interrumpió, meditando varias amenazas.

—¿Me mandarás a la cama sin cenar? —sugirió Yuzu con voz seria —. ¿Me quitarás el teléfono móvil?

—¿Qué te parece una buena azotaina en el culo a la antigua usanza?

Pero ella había advertido la expresión preocupada en sus ojos, y sabía qué había detrás de su fastidio. Se atrevió a dirigirle una leve sonrisa.

—Reira me dijo que no crees en los azotes.

Mientras Yūya la miraba, la tensión de sus hombros remitió y las arrugas de su boca se atenuaron.

—Podría hacer una excepción contigo.

Yuzu mantuvo la sonrisa.

—Ya vuelves a coquetear conmigo.

—No, yo-... —el timbre de la puerta de la calle sonó con impaciencia —. Santo Dios —murmuró Yūya.

—Probablemente debería verla —dijo Yuzu en tono de disculpa —. ¿Me llevas abajo?

—¿Por qué quieres pasar por esto?

—No puedo evitar a Serena toda la vida. Y mamá llegará pasado mañana. Se alegraría de que sus hijas volvieran a hablarse por lo menos.

—Es demasiado pronto.

—Yo también lo creo —admitió Yuzu —. Pero ella está aquí, y será mejor que acabe con esto.

Yūya vaciló antes de inclinarse para pasarle los brazos por la espalda.

El contacto sacudió a Yuzu como si se hubiera producido una descarga eléctrica entre ellos. Trató de ocultar su reacción concentrándose en mantener la respiración regular, pero cuando se agarró a los hombros de Yūya, vio un rubor que le subía desde el cuello de la camiseta y supo que no era ella la única afectada.

—Gracias —dijo mientras él se giraba de lado para hacerla pasar por la puerta —. Ya sé que preferirías echarla a patadas.

—Puedo hacerlo de todos modos —Yūya se encaminó hacia la escalera —. Les echaré el ojo encima. A la primera señal de conflicto, se irá.

Yuzu frunció el ceño.

—No quiero que nos vigiles mientras hablamos.

—No las vigilaré. Aunque estaré cerca por si necesitas apoyo.

—No necesitaré apoyo.

—Yuzu, ¿sabes qué es una conmoción cerebral?

—Sí.

Yūya prosiguió como si no la hubiera oído.

—Es cuando te golpeas la cabeza con tanta fuerza que el cerebro se sacude dentro del cráneo, con lo que muere un gran número de neuronas. Puede provocar trastornos de sueño, depresión y pérdida de memoria, y estos efectos secundarios se agravan si te sometes a cualquier tipo de tensión —hizo una pausa y agregó en un tono irritado: —. Y eso incluye el sexo.

—¿Dijo eso el médico?

—No fue necesario.

—No creo que el sexo empeorara la conmoción —dijo Yuzu —. A menos que lo hiciéramos cabeza abajo o en un trampolín.

Aunque pretendía ser un comentario divertido, Yūya no estaba de humor.

—No lo haremos en ninguna postura —replicó con vehemencia.

Cuando Yūya dejó a Yuzu en el sofá con la pierna elevada, Renfield se levantó de su esterilla en el rincón. Se acercó a ellos, con la cara dividida por una agresiva sonrisa canina. Yuzu estiró el brazo para acariciarlo mientras Yūya iba a buscar a Serena. Hizo pasar a su hermana al salón sin cortesías.

Curiosamente, aunque era Yuzu la que estaba vendada y tenía la pierna entablillada, Serena le pareció mucho más vulnerable. El recargado maquillaje, la expresión constreñida por la tensión y los movimientos limitados por sus tacones de diez centímetros de alto se combinaban para darle un aspecto de inseguridad herida.

—Hola —dijo Serena.

—Hola —Yuzu forzó una leve sonrisa —. Ponte cómoda.

Mientras Yuzu observaba cómo Serena se sentaba con cuidado en el borde de una silla próxima, tuvo la impresión de que las embargaba toda su historia. Su relación con Serena había sido la más frustrante de su vida, preñada de competencia, celos, culpabilidad y rencor. Habían crecido teniendo que rivalizar por el limitado recurso de la atención de sus padres. Aunque Yuzu siempre había confiado en que el conflicto entre ellas amainara a medida que se hacían mayores, ahora era peor que nunca.

Viendo que Serena miraba al perro, Yuzu dijo:

—Se llama Renfield.

El bulldog gruñó y levantó la mirada hacia Serena con un hilillo de baba colgando de su mandíbula inferior.

—¿Le pasa algo? —preguntó Serena con disgusto.

—Sería más fácil decirte qué no le pasa —intervino Yūya. Y añadió, dirigiéndose a Serena: —. Te concedo diez minutos. Después, tu hermana se irá. Necesitas descanso.

—De acuerdo —aceptó Yuzu con una sonrisa insulsa.

Serena tenía una expresión ofendida cuando Yūya salió de la estancia.

—¿Por qué es tan descortés?

—Trata de vigilarme —contestó Yuzu en voz baja.

—¿Qué le has dicho de mí?

—Muy poco.

—Estoy segura de que le has hablado de cómo Yuri te dejó, y de lo que crees que hice para-...

—En realidad no eres el tema principal de conversación en esta casa —repuso Yuzu, con más brusquedad de la que pretendía.

Serena cerró la boca y se mostró ofendida.

Al cabo de un silencio erizado, Yuzu preguntó:

—¿Te ha pedido mamá que vinieras a verme?

—No. Ha sido idea mía. Todavía me importas, Yuzu. No siempre me comporto como querrías, pero sigo siendo tu hermana.

Yuzu se tragó un comentario ácido. Percatándose de que se había puesto tensa de la cabeza a los pies, intentó relajarse. Una serie de punzadas de protesta le recorrieron la columna vertebral.

¿Por qué diablos había venido Serena? Yuzu quería creer que la había impulsado la inquietud, o por lo menos que aún persistía un sentimiento fraternal auténtico entre ellas. Pero al parecer haría falta algo más que un vínculo de sangre para restañar la relación entre ambas. Porque la infortunada verdad era que, si Serena no fuera su hermana, sería la clase de persona con la que Yuzu no querría tener nada que ver.

—¿Cómo te va con Yuri? —preguntó —. ¿Siguen preparando la boda?

—Sí. Mamá y papá vendrán mañana para hablar de los preparativos.

—¿De modo que van a pagarla?

—Eso creo.

—Me lo temía —dijo Yuzu sombríamente, antes de poder contenerse.

Aunque expresaran lo contrario, sus padres nunca harían responsable a Serena de nada.

—¿No crees que deberían hacerlo? —preguntó Serena.

—¿Tú sí?

—Por supuesto. Soy su hija —los ojos de Serena adoptaron una expresión dura —. Hay algo que debes entender, Yuzu. Nunca pretendí hacerte daño. Y Yuri tampoco. No fue nunca nada personal. Solo que recibiste-...

—¿Daños colaterales?

—Supongo que es un modo de expresarlo.

—Ninguno de los dos se molestó en pensar en nada que no fuera lo que querían en aquel momento.

—Bueno, el amor es así —replicó Serena sin el menor indicio de culpabilidad.

—¿Lo es? —arrebujándose más en el rincón del sofá, Yuzu se envolvió con los brazos —. ¿Te planteaste en algún momento que, cuando Yuri se dio cuenta de que quería poner fin a su relación conmigo, tú podías parecer la forma más fácil de salir?

—No —contestó Serena —. Tuve el increíble amor propio de pensar que quizá se había enamorado de mí, y que, por imposible que pueda resultar creerlo, en realidad alguien me prefería antes que a ti.

Yuzu levantó una mano y trató de sobreponerse a un arrebato de ira. Se estaba gestando una disputa, y sabía que no podría soportarla. La tensión de encontrarse en presencia de Serena había bastado para provocarle una jaqueca que le envolvía la frente.

—No lleguemos a esto. Tratemos de resolver cómo salir adelante a partir de aquí.

—¿Qué hay que resolver? Voy a casarme. Todos salimos adelante. Y tú también deberías hacerlo.

—Es un poco más complicado que eso —objetó Yuzu —. Esto no es una telenovela, donde las personas olvidan el pasado cuando quieren y todo se arregla por arte de magia —al ver que Serena se ponía rígida, Yuzu recordó demasiado tarde que había perdido su empleo como guionista de What the Heart Knows —. Lo siento —murmuró —. No pretendía recordarte eso.

—Está bien —repuso Serena con amargura.

Permanecieron en silencio un momento.

—¿Estás buscando trabajo? —inquirió Yuzu.

—Eso es asunto mío. No debes preocuparte por ello.

—No estoy preocupada, tan solo-... —Yuzu soltó un suspiro de frustración —. Una conversación contigo es como transitar por un campo de minas.

—No todo es culpa mía. No puedo hacer nada si Yuri me quería más a mí que a ti. Iba a dejarte de todos modos. ¿Qué podía hacer? Solo deseaba ser feliz.

¿Verdaderamente Serena no entendía los escollos de intentar ser feliz a costa de otro? ¿Y tenía algún otro objetivo además de ese? Irónicamente, Serena no había parecido nunca menos feliz de como lo parecía ahora. El problema de perseguir la felicidad residía en que no era un destino que se pudiera alcanzar. Era algo que acaecía por el trayecto. Y lo que Serena hacía ahora —aferrarse a cualquier placer a su alcance, dejar de lado todos los escrúpulos para poder hacer lo que quisiera — era prácticamente una garantía de que acabaría siendo desgraciada.

Pero lo único que dijo Yuzu fue:

—Yo también quiero que seas feliz.

Serena soltó un leve bufido de incredulidad. Yuzu no se lo reprochó, porque sabía que su hermana no entendía qué había querido decir.

El reloj de la chimenea marcó más de medio minuto hasta que Serena habló.

—Te invitaré a la boda. Eres libre de decidir si quieres asistir o no. Si quieres mantener relación conmigo es también asunto tuyo. Me gustaría que las cosas volvieran a la normalidad. Lamento todo lo que te ha ocurrido, pero nada de ello es culpa mía y no pienso pasar el resto de mi vida purgándolo.

Yuzu se percató de que era eso lo que su hermana había venido a decirle.

Serena se puso en pie.

—Tengo que irme. Por cierto, mamá y papá quieren conocer a Yūya. Piensan invitaros a cenar fuera mañana por la noche, o hacer que traigan la cena.

—Estupendo —dijo Yuzu con fastidio —. A Yūya le va a encantar recostando la cabeza contra el sofá, preguntó: —. ¿Quieres que te acompañe a la puerta? Le llamaré.

—No te molestes —contestó Serena, y sus tacones martillearon ruidosamente sobre el suelo de madera.

Yuzu permaneció inmóvil y en silencio durante unos minutos. Finalmente se dio cuenta de que Yūya estaba de pie junto a ella, con una expresión indescifrable.

—¿Cuánto has oído? —preguntó con voz monótona.

—Lo suficiente para saber que es una zorra narcisista.

—Es desgraciada —murmuró Yuzu.

—Ha conseguido lo que quería.

—Siempre lo consigue, pero eso nunca la hace feliz —suspirando, Yuzu se frotó la nuca dolorida —. Mis padres llegan mañana.

—Ya lo he oído.

—No tienes que ir a cenar con nosotros. Pueden recogerme y llevarme a algún sitio, y por fin tendrás un poco de intimidad.

—Iré contigo. Quiero hacerlo.

—Eso es más de lo que puedo decir. Estoy segura de que me presionarán para que haga las paces con Serena, y querrán que asista a la boda. Si lo hago, será espantoso. Si no lo hago, quedaré como la hermana mayor celosa y amargada. Como siempre, no hay ganancias en mi familia. Excepto para Serena. Ella va a ganar.

—No para siempre —observó Yūya —. Y menos si ganar implica casarse con Yuri. Es un enlace forjado en el infierno.

—Estoy de acuerdo —Yuzu recostó la cabeza sobre el respaldo del sofá, contemplando a Yūya. Una sonrisa agridulce le curvó los labios —. Tengo que volver a trabajar. Es lo único que me ayudará a dejar de pensar en Serena, Yuri y mis padres.

—¿Qué puedo hacer yo? —preguntó Yūya en voz baja.

Yuzu se sorprendió mirando sus ojos carmesí y pensando que, en el inventario cuidadosamente ordenado de todos sus proyectos e ilusiones, Yūya no encajaba para nada. Era una complicación con la que no había contado.

Pero, a pesar de los defectos que el propio Yūya admitía tener, era un hombre sincero y bondadoso. Dios sabía que había conocido a pocos como él en su vida. El problema era que «para siempre» no calzaba con una relación con un hombre como Yūya. Había sido muy claro al respecto.

En vez de concentrarse en lo que no podía tener con él, quizá debería tratar de descubrir qué era posible. Yuzu no había tenido nunca una relación basada en la amistad y el placer sin la participación de emociones. ¿Sería capaz de hacerlo? ¿Qué sacaría de ello?

Una posibilidad de sentirse viva y de soltarse. Una posibilidad de tener un poco de diversión pura y sin adulterar antes de afrontar la siguiente etapa de su vida. Habiendo tomado esta decisión, Yuzu le miró resueltamente. Él le había preguntado qué podía hacer por ella, y ya conocía la respuesta.

—Tener sexo conmigo —dijo.

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