Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

15

Desde el momento en que había recibido la llamada de Rin, Yūya se sintió invadido por una profunda preocupación. «Voy para allá», se limitó a decir, y en menos de quince minutos ya se encontraba en el hospital.

Después de entrar en el edificio a grandes zancadas, dio con Rin en la sala de espera.

—Yūya —dijo ella, con la sombra de una sonrisa en el rostro —. Gracias por venir. Es una situación espantosa.

—¿Cómo está Yuzu? —preguntó él con brusquedad.

—Tiene una leve conmoción cerebral, arañazos y moratones, y la pierna hecha cisco. Ligamentos dañados y una fractura.

—Maldita sea —farfulló Yūya —. ¿Cómo ha ocurrido?

Rin se lo explicó precipitadamente, mientras él escuchaba sin hacer comentarios.

—... de modo que no podrá moverse para nada durante algunos días —concluyó Rin —. Y, aunque Yuzu no pesa mucho, Ruri y yo no podemos trasladarla sin ayuda de alguien más.

—Yo ayudaré —se ofreció Yūya en el acto.

Rin soltó un hondo suspiro.

—Gracias a Dios. Te adoro. Sabía que dispondrías de suficiente espacio en tu casa, y además Ruri y yo tenemos esa boda del demonio en la hostería este fin de semana. No podemos perder un segundo, y nos era imposible-...

—Espera —la interrumpió Yūya abruptamente —. No puedo llevar a Yuzu a mi casa.

Rin se llevó las manos a la cadera y le miró con exasperación.

—Has dicho que ayudarías.

—Sí, ayudaré. Pero no puede quedarse conmigo.

—¿Por qué no?

La fuerza de su objeción había dejado a Yūya momentáneamente mudo. Nunca había permitido que una mujer pasara la noche en su casa. Y, sobre todo, no quería que fuera Yuzu. Se había puesto tenso de la cabeza a los pies, y una película de sudor le recubría la piel.

—¿Por qué no puede hacerlo otro? —preguntó secamente —. ¿Y sus padres?

—Viven en Heartland.

—¿No tiene otros amigos?

—Sí, pero no en Maiami. A excepción de Ruri y yo, perdió las amistades que se granjeó con Yuri. No querían fastidiarle poniéndose del lado de Yuzu —con exagerada paciencia, Rin añadió: —. ¿Cuál es exactamente el problema, Yūya?

—Apenas la conozco —protestó él.

—Te cae bien. Has venido corriendo en cuanto te he llamado.

—No conozco a Yuzu lo suficiente para ayudarla a levantarse de la cama y acostarse, llevarla al baño, cambiarle las vendas y todo lo demás.

—¿Qué? ¿Ahora me sales con remilgos? Vamos, Yūya. Has estado con muchas mujeres. No hay nada que no hayas visto antes.

—No es eso.

Yūya empezó a pasearse por la sala de espera vacía, mesándose los cabellos con una mano. ¿Cómo podía explicar el enorme peligro de estar a solas con Yuzu? ¿Que el problema residía, de hecho, en cuánto deseaba ocuparse de ella? No confiaba en sí mismo. Acabaría teniendo sexo con ella, aprovechándose de ella, haciéndole daño.

Dejó de andar y miró a Rin con el ceño fruncido.

—Escucha —dijo apretando los dientes —. No quiero acercarme a ella. No quiero que dependa de mí.

Rin le dirigió una mirada con los ojos entrecerrados que debería haberle fulminado en el acto.

—¿Tan jodido estás, Yūya?

—Desde luego que sí —espetó él —. ¿He fingido alguna vez ser normal?

Rin chasqueó la lengua, contrariada.

—¿Sabes una cosa? Siento habértelo preguntado. Ha sido un error.

Yūya frunció el ceño mientras ella se volvía.

—¿Qué vas a hacer?

—No te preocupes. No es asunto tuyo.

—¿A quién llamas? —insistió Yūya.

—A Yugo. Él y sus amigos se ocuparán de ella.

Yūya quedó boquiabierto.

—¿Vas a confiar una mujer herida y sometida a medicación a una banda de moteros?

—En realidad son buenos chicos. Y tienen su propia iglesia.

Una furia instantánea encendió el rostro de Yūya.

—Tener iglesia propia no significa ser un buen chico. Solo te permite no pagar impuestos.

—No me grites.

—Yo no grito.

—Desde luego yo no llamaría a eso la voz de tu conciencia, Yūya.

Rin levantó el teléfono y tecleó sobre la pequeña pantalla.

—No —gruñó él.

—¿No, qué?

Yūya aspiró hondo, ardiendo en deseos de descargar su puño contra una pared.

—Yo... —se quedó sin voz, carraspeó ruidosamente y le dirigió una mirada airada —. Yo cuidaré de ella.

—En tu casa —aclaró Rin.

—Sí —masculló él entre dientes.

—Bien. Gracias. Dios mío, qué drama.

Sacudiendo la cabeza, Rin se acercó a la máquina expendedora y pulsó unos cuantos botones para sacar una bebida.

Yuzu parpadeó, desconcertada, cuando Yūya Sakaki se abrió paso a través de las cortinas.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con voz débil.

—Rin me ha llamado.

—No debería haberlo hecho. Lo siento.

Él la examinó sin perder un detalle. Cuando habló, lo hizo en voz baja y ronca.

—¿Te duele?

—Se puede aguantar —Yuzu hizo un gesto hacia la bolsa intravenosa —. Me administran algún tipo de narcótico —y añadió con inquietud: —. Tengo una aguja en la mano.

—Pronto te sacaremos de aquí.

Yuzu se fijó en la camiseta de Yūya, azul oscuro y estampada con el perfil blanco de lo que parecía una cabina telefónica antigua.

—¿Para qué es esa cabina telefónica?

—Es la caja policía. De Dr. Who —viendo su incomprensión, Yūya explicó: —. Es una nave espacial para viajar en el tiempo.

Los labios de Yuzu esbozaron una sonrisa.

—Cretino —dijo, y se sonó la nariz.

Después de acercarse, Yūya le puso una mano en la cadera, examinó los bordes de una venda de poliuretano y le ajustó la manta del hospital sobre la pierna entablillada. Había cierta actitud posesiva en su manera de tocarla. Yuzu le miró perpleja, tratando de averiguar qué le ocurría. Tenía el aire de un hombre que se enfrenta a una obligación desagradable.

—Pareces enfadado —observó.

—No lo estoy.

—Aprietas los dientes.

—Siempre parezco apretar los dientes.

—Tienes una mirada feroz.

—Es la iluminación del hospital.

—Algo pasa —insistió ella.

Yūya le cogió la gélida mano, con cuidado de no desplazar el pulsioxímetro que le habían colocado en el índice. Rozó suavemente con el pulgar el exterior de sus dedos.

—Durante los próximos días necesitarás a alguien que te ayude. Esto es más de lo que puedes manejar tú sola —una pausa calculada —. De modo que te llevaré a You Show conmigo.

Yuzu abrió los ojos como platos y retiró la mano de la suya.

—No. Yo-... No, no lo haré. ¿Es por eso que te ha llamado Rin? Dios mío. No puedo ir a ninguna parte contigo.

Yūya se mostró implacable.

—¿Adonde piensas ir, Yuzu? ¿A la hostería? ¿Para estar encerrada sola en una habitación sin nadie que te ayude? Aunque Ruri y Rin no tuvieran que organizar un gran acontecimiento este fin de semana, les costaría mucho trabajo subirte y bajarte por todas esas escaleras.

Yuzu se llevó una mano fría y húmeda a la frente, que empezaba a dolerle terriblemente.

—Yo... llamaré a mis padres.

—Están a mil quinientos kilómetros, por lo menos.

Yuzu estaba tan preocupada y tan cansada que se notó un nudo en la garganta ante la amenaza de más lágrimas. Horrorizada por su incapacidad para dominarse, se tapó los ojos con una mano y emitió un gemido de frustración.

—Estás demasiado ocupado. El viñedo-...

—Mis hombres me sustituirán.

—¿Y qué me dices de tu hermano y Reira?

—No les importará. La casa es grande.

Mientras empezaba a comprender la situación, Yuzu se percató de que Yūya tendría que ayudarla a bañarse, comer, vestirse... Cosas íntimas que resultarían violentas incluso con alguien a quien conociera desde hacía mucho tiempo. Y él no parecía alegrarse de aquella perspectiva mucho más que ella.

—Tiene que haber otra solución —dijo Yuzu, tratando de pensar desesperadamente.

Inhaló una bocanada de aire, y otra, incapaz de llevar suficiente oxígeno a la oprimida cavidad de sus pulmones.

—Maldita sea, no empieces a respirar aceleradamente.

Yūya le puso una mano sobre el pecho y empezó a moverla lentamente en círculos. La excesiva confianza de aquel gesto hizo que Yuzu diera un respingo.

—No te he autorizado a-... —comenzó a decir con vacilación.

—Durante los próximos días —anunció Yūya, bajando los párpados para ocultar su expresión — tendrás que acostumbrarte al contacto de mis manos.

El movimiento circular continuó, y Yuzu cedió impotente. Para mayor vergüenza, se le escapó un leve sollozo. Cerró los ojos.

—Dejarás que te cuide —le oyó decir —. No gastes fuerzas discutiendo. La realidad es que vendrás a casa conmigo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro