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10

El visitante era Yuri Yuki, a quien Yūya no había visto en un par de años. No eran amigos, pero ambos habían crecido en Maiami, lo que les había imposibilitado evitarse. Yuri siempre había sido guapo y conocido, un deportista que se había desarrollado antes que los demás y que atraía a las mejores chicas.

Yūya, en cambio, había tenido la constitución física de una judía verde y había andado siempre enfrascado en el último número de Popular Science o en una novela de Tolkien. Había crecido siendo el hijo menos favorito de su padre, el bicho raro que prefería estudiar los bivalvos, las gambitas y los poliquetos que quedaban atrapados en los charcos de la marea en la costa. Se le daban bien los deportes, pero nunca había disfrutado tanto de ellos como Zarc ni los había afrontado con la feroz energía de Yuto.

El recuerdo más vivo que Yūya tenía de Yuri Yuki se remontaba a séptimo grado, cuando les habían emparejado para hacer un trabajo sobre alguien del campo de la medicina, o de la ciencia. Tuvieron que entrevistar a un farmacéutico local, hacer un póster y escribir una redacción sobre la historia de la farmacología. Ante la indecisión y la pereza de Yuri, Yūya había terminado haciéndolo todo él solo. Sacaron un sobresaliente, que Yuri compartió a partes iguales. Pero cuando Yūya se quejó de que no era justo que Yuri se llevara la mitad del mérito por un trabajo que no había hecho, este le lanzó una mirada de desprecio.

—No lo he hecho porque mi padre no quería —le explicó Yuri —. Dijo que tus padres son unos borrachos.

Y Yūya no había podido rebatirlo ni negarlo.

—Habrías podido invitarme a tu casa —señaló Yūya hoscamente —. Habríamos podido hacer el póster allí.

—¿No lo entiendes? No te habrían dejado entrar. Nadie quiere que sus hijos sean amigos de un Sakaki.

A Yūya no se le ocurrió ninguna razón para que alguien quisiera ser amigo de un Sakaki. Sus padres, Yoko y Yusho, se habían peleado sin ningún pudor ni sentido del decoro, gritándose delante de sus hijos o sus vecinos, en presencia de cualquiera. No vacilaban en divulgar secretos sobre dinero, sexo, asuntos personales. A medida que se despedazaban uno al otro y se rebajaban al mismo tiempo, sus hijos aprendieron algo sobre la vida familiar: que no querían tener nada que ver con ella.

No mucho tiempo después del trabajo de ciencia con Yuri, cuando Yūya tenía unos trece años, su padre se ahogó en un accidente en barca. Desde entonces la familia se había desmoronado, sin horarios regulares para comer o dormir ni norma alguna. No extrañó a nadie que Yoko falleciera de un coma etílico en los cinco años siguientes a la muerte de su marido. Y, en medio del dolor, llegó un momento en el que los retoños de los Sakaki se sintieron aliviados por el hecho de que se hubiera ido. Ya no habría más llamadas en mitad de la noche para que fueran a buscar a una madre que estaba demasiado borracha para conducir después de ponerse en evidencia en el bar. No más bromas o comentarios humillantes de los demás, no más crisis surgidas de la nada.

Años después, cuando Yūya compró las tierras para el viñedo, tuvo que alquilar material pesado para remodelar el paisaje y se enteró de que Yuri había fundado su propia empresa. Hablaron tomando unas cervezas, compartieron cuatro bromas e incluso algunos recuerdos. Como favor, Yuri había hecho algunos trabajos para Yūya por una parte del precio habitual.

Incapaz de adivinar qué traía ahora a Yuri hasta la puerta de su casa, Yūya le tendió la mano.

—Yuki. Cuánto tiempo.

—Me alegro de verte, Sakaki.

Se midieron uno al otro con una breve mirada. Yūya estaba asombrado en secreto por la idea de que Yuri Yuki, cuya familia jamás había permitido que un insignificante Sakaki cruzara su umbral, fuera ahora a verle en su casa. El antiguo matón del patio de la escuela ya no podía patearle el culo ni burlarse de su inferioridad social. En todos los aspectos cuantificables, eran iguales.

Con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón corto de color caqui, Yuri entró y miró el vestíbulo con una sonrisa aturdida.

—Este sitio prospera.

—Me mantiene ocupado —repuso Yūya afablemente.

—He oído decir que tú y Zarc cuidan de su sobrina —Yuri vaciló —. Lamento lo de tu hermana. Era una chica estupenda.

«Aunque fuera una Sakaki», pensó Yūya, pero se limitó a decir:

—Reira y yo nos disponíamos a comer. ¿Quieres tomar algo?

—No, gracias, no puedo entretenerme.

—¿Quieres esperar en la cocina mientras preparo unos sándwiches?

—Claro —Yuri siguió a Yūya —. He venido a pedirte un favor, aunque finalmente quizá termines dándome las gracias por ello.

Yūya sacó una sartén del armario, la puso a calentar sobre el fogón y le echó un chorrito de aceite de oliva. Desde que se percató de que Reira no iba a crecer con una dieta de soltero a base de pizza y cerveza, Yūya había aprendido a cocinar. Aunque todavía le quedaban muchas cosas por aprender, había alcanzado un nivel de competencia básica que hasta ahora les había impedido morirse de hambre.

Mientras vertía la sopa de tomate en un plato, preguntó:

—¿Cuál es el favor?

—Hace un par de meses rompí con mi novia. Y ha resultado algo más complicado de lo que me esperaba.

—¿Te está acosando?

—No, nada de eso. En realidad apenas sale.

Los sándwiches de queso crepitaron suavemente cuando Yūya los puso en la sartén caliente.

—Eso es normal después de una ruptura.

—Sí, pero tiene que seguir viviendo. He estado pensando en alguien que presentarle, alguien con quien pueda divertirse. Y, que yo sepa, ahora mismo tú no sales con nadie, ¿verdad?

Yūya abrió los ojos como platos al comprender qué era lo que Yuri se proponía. Entonces se echó a reír.

—No me interesan tus sobras. Y estoy completamente seguro de que no voy a agradecértelas.

—No es eso —protestó Yuri —. Es estupenda. Y está buena. En fin, en realidad no es que esté buena, pero es bonita. Y dulce. Dulcísima.

—Si es tan estupenda, ¿por qué rompiste con ella?

—Bueno, tengo una relación con su hermana pequeña.

Yūya se quedó mirándole.

Yuri adoptó una expresión defensiva.

—¿Qué quieres? El corazón es dueño de sus actos.

—Cierto. Pero no voy a ocuparme de tus residuos tóxicos.

—¿Residuos tóxicos? —repitió Yuri socarronamente.

—Cualquier mujer tendría problemas gordos después de algo así. Es probable que sea radiactiva.

Yūya volteó los sándwiches con destreza.

—Se encuentra bien. Está preparada para seguir adelante. Solo que aún no lo sabe.

—¿Por qué no dejamos que sea ella quien decida cuándo está preparada? ¿Por qué estás tan interesado en encontrarle otro tipo?

—Esta situación ha causado ciertos problemas en la familia. Acabo de prometerme con Serena.

—¿Es esa la hermana pequeña? Felicidades.

—Gracias. De todos modos, los padres de Serena están jodidos por la situación. No quieren pagar la boda, ni ayudar a organizaría, ni nada que tenga que ver con ella. Y Serena quiere reunir a la familia, pero ese momento entrañable no se producirá hasta que su hermana me olvide y empiece a salir con alguien.

—Buena suerte, entonces.

—Me lo debes, Sakaki.

Con el ceño fruncido, Yūya metió la sopa en el microondas y lo encendió.

—Maldita sea —murmuró —. Ya sabía que me saldrías con eso.

—Todo aquel trabajo sucio que hice por ti, prácticamente a cambio de nada. Por no hablar de cuando te ayudé a trasplantar esa parra silvestre.

Era cierto. La parra habría caído víctima del proyecto de construcción de una carretera si no la hubieran trasplantado. Yuri no solo había hecho un buen trabajo en aquel proceso esmerado y difícil, sino que además había cobrado a Yūya una parte de lo que habría pagado cualquiera.

Pues sí. Se lo debía a Yuri.

—¿Cuántas veces quieres que la saque a pasear? —preguntó Yūya secamente.

—Solo un par. Quizás una para tomar algo, y luego para cenar.

Yūya puso los humeantes sándwiches en platos y cortó el de Reira en cuatro triángulos exactos.

—En cuanto haya sacado a esa mujer, si es que logro convencerla de ir a alguna parte conmigo, estaremos en paz, Yuki. No más favores. Habremos terminado.

—Por supuesto —se apresuró a decir Yuri.

—¿Cuándo quieres presentarnos?

—Bueno, la cuestión es que... —Yuri pareció incómodo—. Tendrás que encontrar la forma de conocerla por tu cuenta. Porque si supiera que tengo algo que ver con esto, se cerraría en banda.

Yūya le miró incrédulo.

—¿De modo que quieres que siga el rastro de tu ex novia amargada y cínica, y la convenza de que salga conmigo?

—Sí, básicamente es eso.

—Olvídalo. Prefiero pagarte por el trabajo sucio.

—No quiero tu dinero. Quiero que saques a mi ex. Una vez a tomar algo y otra a cenar.

—Me siento como un prostituto —comentó Yūya agriamente.

—No tienes que acostarte con ella. En realidad...

—¿Qué es un prostituto, tío Yūya? —dijo la voz de Reira mientras entraba en la cocina.

Se acercó a Yūya y le abrazó por la cintura, sonriéndole.

—Sustituto —se apresuró a corregir él, al mismo tiempo que le giraba la gorra rosa sobre la cabeza para que la visera quedara detrás —. Es alguien que hace el trabajo de otro. Pero no uses esa palabra, o el tío Zarc me arrancará los labios.

Se inclinó obedientemente cuando la niña levantó el brazo para bajarle la cabeza.

—¿Quién es? —susurró.

—Es un viejo amigo mío —contestó Yūya.

Le dio el plato con su sándwich, la hizo sentarse a la mesa y sirvió sopa con un cucharón.

Mirando a Yuri con los ojos entrecerrados, preguntó:

—¿Tienes alguna foto suya?

Yuri se sacó un teléfono móvil del bolsillo de atrás y fue pasando fotografías.

—Aquí tengo una. Te la mandaré a tu móvil.

Yūya le cogió el teléfono y observó la mujer de la foto. Se le cortó la respiración al reconocerla.

—Es artista —oyó decir a Yuri —. Se llama Yuzu Hīragi. Se aloja en el Artist's Point y tiene un estudio en la ciudad. Trabaja con vidrio: ventanas, pantallas de lámpara, mosaicos... Es guapa, ¿no?

La situación era interesante, por no decir otra cosa. Yūya se planteó mencionar que ya conocía a Yuzu, que la había acompañado al Artist's Point la víspera. Pero decidió callárselo por el momento.

En el tenso silencio que siguió, Reira dijo desde la mesa:

—Tío Yūya, ¿y mi sopa?

—Aquí la tienes, Rei.

Yūya dejó el cuenco delante de la pequeña y le puso una servilleta de papel al cuello. Después se volvió hacia Yuri.

—¿Qué? ¿Lo harás? —preguntó este.

—Sí, lo haré —Yūya señaló despreocupadamente hacia la puerta—. Te acompaño afuera.

—Si Yuzu te gusta, tendrías que ver a su hermana —comentó Yuri —. Es más joven y está más buena.

Lo dijo como para tranquilizarse de que él, Yuri, volvía a llevarse la mejor tajada.

—Estupendo —repuso Yūya —. Yo quiero esta.

—De acuerdo —Yuri parecía más perplejo que aliviado —. Te confesaré que no me esperaba que lo aceptaras tan fácilmente.

—Ningún problema, pero hay algo que no entiendo.

—¿Qué?

—¿Cuál es la verdadera razón de que rompieras con Yuzu? Y no me vengas con chorradas sobre querer a alguien más joven, o que esté más buena, porque lo que esta mujer no tiene, no lo necesitas. ¿De qué se trata?

Yuri tenía la expresión confusa de quien da un traspié y se vuelve a mirar un obstáculo invisible en la acera.

—Descubrí todo lo que se podía saber sobre ella, y... se volvió aburrido. Llegó el momento de dar un paso adelante —frunció el ceño al ver la leve sonrisa de Yūya —. ¿Por qué te parece gracioso?

—No lo es.

Yūya no estaba dispuesto a explicar que su diversión derivaba de la incómoda percepción de que él no era mejor que Yuri en el trato con las mujeres. En realidad, no había logrado mantener ninguna relación que se acercara a los dos años, ni tampoco lo había querido.

—¿Cómo me enteraré de lo que ocurra? —preguntó Yuri mientras Yūya le acompañaba a través del vestíbulo y abría la puerta de la calle.

—Te enterarás, tarde o temprano.

Yūya no creyó necesario decirle que llamaría a Yuzu aquella misma noche.

—Preferiría saberlo de primera mano. Mándame un mensaje de texto cuando salgas con ella.

Con un hombro apoyado en el marco de la puerta, Yūya le dirigió una mirada burlona.

—Ni mensajes de texto, ni e-mails, ni presentaciones en PowerPoint. Sacaré a tu ex, Yuki. Pero cuándo lo haga, y qué ocurra después, es asunto mío.

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