1
Recuerdo la primera vez que tus ojos miraron a los míos.
No era la primera vez, sin embargo, esa noche fue diferente.
No se si se debía a que una hora antes estábamos haciendo el amor o, al fin, te diste cuenta que yo también te gustaba.
O al menos, eso es lo que me gusta pensar cada que esa noche viene a mi mente.
Estábamos esperando la cuenta. Te habías ofrecido a pagar y yo me negaba porque era algo a lo que no estaba acostumbrada. Hasta ese momento, ningún chico se había interesando en pagar mi parte de la cuenta.
Te sonreí, supiste que me había puesto tímida porque mi sonrisa no mostró mis dientes y parecía más como un ligero puchero. Tampoco miré a tus ojos. Los míos se perdieron entre tus manos que minutos antes jugaban con los anillos en mis dedos y horas antes exploraban los relieves de mi cuerpo, proclamándolos suyos.
Habíamos acordado que no tendríamos compromisos. Solo sería sexo. Estuve de acuerdo.
Estuve de acuerdo los primeros dos meses que no hablábamos a menos que tuviéramos ganas de vernos. A veces era un mensaje cuando la noche caía o uno de parte mía avisándote que mi compañera de cuarto se iría con su novia.
Lo nuestro no tenía horario ni fechas en el calendario. Éramos un cúmulo de buenos orgasmos divagando en el tiempo.
Sin embargo, el tiempo no jugó a mi favor.
Los mensajes de mi parte se volvían constantes. Procuraba llamarte cada viernes para invitarte a pasar la noche o el fin de semana cuando me sentía valiente. De tus labios podría esperar todo menos un no. Aquello me hacía sentir poderosa. Te sentía mío.
Eres introvertido y solo convives con personas que crees que merecen la pena. Tu nombre nunca fue susurrado por el viento que recorría el campus.
No gozabas de una reputación, pero, era imposible no verte.
Juro por el universo que tu belleza no puede pasar desapercibida, aunque te esfuerces en hacerlo.
Te sentía mío porque preferías pasar tiempo conmigo que con alguna chica que se te acercaba en tu clase de escultura. Preferías tenerme entre tus brazos que a una de las chicas que se acercaron a ti en el bar que solíamos frecuentar.
Entonces, te sentí mío. Porque por un finito momento, lo fuiste.
Ese bar que fue testigo de mis pies izquierdos, esos momentos donde solo existíamos tú y yo, donde solo bailábamos sin importarnos el ritmo de la música. El mundo podría estar partiéndose en dos y a mi solo me importaba tener tus brazos al rededor de mi cintura y tu sonrisa sobre la mía.
La foto que tome en aquella pared llena de flores aún sigue en mi teléfono. El negro parece un color que fue hecho a tu medida, contrastando con tu piel lechosa. Me gusta cuando toda tu vestimenta es negra, de los pies a la cabeza.
El lienzo de tu brazo lleno de tinta negra parecía un mapa que necesitaba explorar de vez en cuando; descubría nuevas texturas, un diseño del cual no me había percatado antes.
Pintaste mi vida de negro y ahora es todo lo que veo.
Recuerdo perderme en tu sonrisa, recuerdo distraerme con ella y tardar unos segundos en tomar la foto. El corazón no dejaba de azotarse en mi pecho, tenía miedo que pudieras llegar a escucharlo. Me daba vergüenza que llegaras a escuchar lo enamorada que me tenias cuando ni siquiera lo intentaste.
"¿Qué pasa?" Preguntaste al mismo tiempo que tú sonrisa se desvanecía. No, sería capaz de ir hasta el último rincón del mundo con tal de que esa sonrisa tan tuya permaneciera así, siempre. ¿Qué necesitaba hacer para que esa sonrisa fuera mía?
"Lo siento, me distraje."
Me miraste. Me miraste tan profundo que sentí tus ojos recorriendo mi ser, sentí que estabas admirando mi persona como las veces que estamos entre cuatro paredes y te dedicabas a recorrer mis bordes con tus labios.
Sonreíste porque lo supiste. Supiste que me distraje por ti. No te importo. Volviste a posar y pareciera que lo hiciste a propósito; tu sonrisa llegó hasta tus ojos, las estrellas pudieron pasar desapercibidas esa noche porque cariño, tu luz fue la que nos guió.
Y cuando la luz en mi habitación era escasa y todo en lo que podía pensar era en la sensación de tu cabello sobre mi pecho, lo supe. Ya no había vuelta atrás. Yo te quería. Te quería tanto que me daba miedo. Me daba miedo que este amor sobrepasara mis bordes y te lastimara. Nos lastimara.
Porque todavía éramos un todo en la nada. Conocía tu intimidad, tus miedos y la manera en que fruncías el ceño cuando la comida estaba deliciosa.
Dicen que los miedos deben guardarse en la gaveta.
Esa noche, mientras estabas cayendo dormido, mientras mis dedos trazaban un camino desde tú oscuro cabello hasta la mitad de tu espalda, dibujando horizontes que más tarde serían el acantilado de mis pesares; decidí que te lo diría. No podía seguir conformándome sintiéndote mío a ratos y que esto que sentía por ti siguiera luchando por romper los bordes.
"Te quiero."
Nada. Tu respiración fue mi respuesta y solo pude mirar al techo. Sabía que no ibas a responder, ya estabas dormido. Tu suspiro lo confirmo.
Tal vez ese lapso de tiempo que te tomó responder fue la premisa que necesitaba.
"Yo también te quiero."
¿Qué? Entonces, de nuevo, me había equivocado. No estabas dormido.
Recuero la sonrisa que se dibujó en mi rostro luego de tu respuesta. No me miraste hasta que fuiste lo suficientemente consciente que todo mi ser vibraba en sintonía porque tú también me querías. Tal vez fue el latido de mi corazón que provocó que te despertaras y me hicieras el amor hasta que nuestros cuerpos apagaran la llama que se había encendido.
Creí que esa era una forma de pactar lo que sentíamos. Al final, era la única manera que conocíamos.
El tiempo pasó y seguimos siendo un todo en la nada.
La incertidumbre me consumía porque, si me querías, ¿entonces porqué no hacías lo que vimos en aquella película romántica? ¿Por qué no declarabas tú amor hacía mi? ¿Acaso no valía la pena?
La incertidumbre se paseaba como un depredador apuntó de atacar. Merodeando cada que nos acercábamos al terreno del amor.
El otoño se fue y pareciera que su calidez también se llevó la tuya. Algo había cambiado. Las fechas en el calendario se redujeron a unas cuantas horas de vez en cuando y las citas en aquel bar habían desaparecido. Nuestro mapa, que se trazó en el camino del bar a mi departamento, del campus a tú dormitorio, cada vez se volvía menos visible. El tiempo estaba haciendo de las suyas otra vez.
Una noche, antes de la llegada del invierno, nos habíamos encontrado, por casualidad, en la barra de aquel bar. En tus mejillas podía notar que el alcohol ya estaba repercutiendo en ti. Te miré, esta vez mi sonrisa no me delató y mis ojos...mis ojos fueron cristalizando tu imagen en mi cerebro mientras, al mismo tiempo, intentaban borrarla con el agua que no permitía salir. ¿Por qué esa noche se sentía como la última?
Luego, lo vi. Pude ver el porqué tus dedos se sentían ásperos y tus besos aburridos. Pude ver porque el mapa que habíamos recorrido hacia nosotros se había empezado a desgastar.
La estabas besando. Enfrente de tus amigos, en medio de todos los desconocidos de aquel bar. ¿Yo no merecía la pena?
Esa noche fue la última vez que regresé ahí.
Entonces, lo entendí. Entendí que lo nuestro, no era nuestro. Solo era mío.
Nuestro encuentro no fue más que una mera jugada del tiempo. Necesitabas a alguien para tu clase de escultura y justo yo estaba pasando por ahí, con la ropa ajustada que uso para el gimnasio.
Eso es lo que fui por ti, un cuerpo curveado que podría encajar en lo que buscabas para aprobar el examen.
La escultura no fue terminada, porque, por alguna u otra razón, el tiempo no se ajustaba para que pudieras terminar la cabeza.
Era solo un cuerpo; un cuerpo que no te costó moldear porque antes ya lo habías hecho. Habías estudiado de manera religiosa la textura y la forma.
Supongo que fue mi culpa. Supongo que las premisas de lo que estaba por pasar, siempre estuvieron ahí.
Mis labios eran desconocidos para ti cuando estábamos bajo los reflectores.
El invierno llegó y todos los recuerdos llegaron en forma de avalancha de nieve. Al igual que tus llamadas y mensajes.
No quería escuchar de tus labios la irremediable verdad. Ya lo sabía. Y sabias que lo sabía.
No puedo negar que la melancolía de la época se ajustó a la mía. El frío entró a mi sistema tratando de quemar tu recuerdo. Las lluvias se ponían en sincronía con aquella lluvia que salía de mis ojos.
Congelé tu recuerdo de la misma manera en que se congeló la toalla que había olvidado en el balcón.
Y si lo congelé, ¿por qué sigo esperando que vuelvas a la cama con una vela prendida, Jeon Jungkook?
Ayer se me ocurrió mientras escuchaba cigarettes after sex, espero les haya gustado. El feedback siempre es bien recibido y agradecido. 🫶🏼
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro