4. Mejor, nada.
Ubican ese sentimiento, cuando es tu cumpleaños y te cantan la famosa canción de cumpleaños. Tú, detrás de ese pastel, una vela que huele a humo viejo y chorrea del color que tu madre creyó lindo, hacia el betún del pastel volviéndolo la parte que nadie quiere. Los niños que gritan esperando el momento adecuado para meterle el dedo al pastel, todos cantan en unísono, aplauden, te felicitan, y tú, tú sigues ahí con la sonrisa más incómoda posible fingiendo que te pierdes en un punto ciego para no tener que ver la cara de los presentes y ensanchar más la sonrisa.
Si lo recuerdas, bueno, hoy no es mi cumpleaños, tal vez tampoco el tuyo, pero definitivamente tengo una sonrisa incómoda en la cara.
—Y bueno, hemos ido a México en las vacaciones, no me gusta la gente, pero creo que la comida es grandiosa, tuvimos que esconder los teléfonos y las carteras al llegar a...
—sí, no me importa. Charlie tiene más de diez minutos platicando de algo a lo que tengo que fingir atención, solo porque Rebecca y James pueden venir al parque a tragarse un helado como si fuera su chaperona. Me las va a pagar...
—Pero sí, me comí dos platos.
—Ah...que genial—miento. Volteo de nuevo hacia mi amiga y el chico que, si es apuesto, revolcados en el césped mientras yo lucho por no dormirme del aburrimiento.
No, Charlie es todo menos feo. Su cabello rubio, ojos como aceitunas y labios voluptuosos son todo lo que cualquier chica de diecisiete años desearía tener enfrente, platicando sobre sus vacaciones de México. Todas, menos yo. Y es que podría ser todo mi tipo, tal vez es por eso por lo que Rebecca se aferra a un imposible, o al más posible. Pues en años no recuerdo haber tenido una cercanía ni lo más remota a un chico, eso después de haberme escapado de casa de mi abuela a los quince, y terminar vomitando en las piernas de John Cross de sexto grado en mis cinco minutos en el paraíso. Maldigo ese juego desde entonces, o tal vez a la única ginebra que me derrumbó como un toro. Quien sabe.
—Pensaba en que tal vez quieres ir a caminar—remenea sus manos sobre sus pantalones caqui. Tiene un dorso muy lindo y musculoso, se pudo mantener en forma estas vacaciones. Ojalá hubiera cambiado de loción, dios como odio ese olor.
—Sé que no soy muy divertido...
—No, pero eres buena compañía.
—repongo y este sonríe de oreja a oreja. Entonces asiento poniéndome de pie—Vamos, caminemos.
La brisa del aire es estupenda, el calor en este lugar no termina de gustarme, pero se contrasta con la brisa fresca del lago. Charlie camina a mi lado en total silencio, y no sé si debería de iniciar la conversación o quedarme callada otra vez. Sin embargo, el silencio es preciso, tranquilizador, cómodo. Le doy un vistazo al rubio de mi lado, este me encuentra infraganti con sus ojos verdes y a la par sonreímos antes de volver la vista hacia el frente. La gente está recostada sobre el césped fresco con flores que crecen ligeras entre este, yacen con sus mascotas, parejas, amigas. Migajas de comida, risas, silencios, vacíos. Arte puro.
—Sé que Rebecca ha sido insistente contigo para...—suspira—Para que salgas conmigo.
—Bueno, ha sido más que eso.
—vaciló haciéndole reír. Le miró de nuevo mientras caminamos por la orilla del lago, y puedo ver el reflejo de sus pestañas entre la luz del sol a nuestro costado—Pero no eres tú, definitivamente soy yo.
Niega—Me has gustado desde cuarto grado, cuando llegaste. Pero sé que no era el más popular y eso no puedo negarlo.
—Pero lo eres ahora.
—Bueno, ahora ya no importa
—entonces me ve—O sí.
Se detiene un poco obligándome a hacer lo mismo. Y no tengo pruebas, pero tampoco dudas de que Rebecca va a armar toda una escena en su cabeza gracias a esta salida.
—Tal vez, pero solo si dejas de usar esa loción—suelto y este inmediatamente se toca el pecho ofendido, soltando una sonrisa.
—De haber sabido que ese era el problema, lo hubiera corregido desde antes. Tal vez ya hasta seriamos novios—juega, entonces chisto.
—Si, tampoco vayamos tan lejos.
Asiento y asiento. e inmediatamente reanudamos nuestra caminata en total silencio. Y para la mayor de mi sorpresa, me gusta haber venido hasta aquí.
—No me gusta que hayas ido hasta allí, no es un lugar para que las señoritas están solas frente a todos.
La abuela me riñe desde la cocina. Estoy en la sala, viendo el canal rutinario de noticias, gracias al señor a mi lado que dice ser mi abuelo.
—No hice nada malo. Solo fuimos por un helado.
—Y yo me chupo el dedo—su cabellera gris se asoma de la puerta, poniendo los utensilios de la cena sobre la mesa—Esa amiga tuya, es muy libertina.
Si supiera...
—No contestes nada, solo déjala que se desahogue. No hice los deberes y el enojo inició conmigo—el abuelo me susurra haciéndome sentir sin remedio.
No me sorprende. Así que a todos sus reclamos siempre digo que sí, por menor que sea el inconveniente, por algo que claramente yo no hice, o si vendí algo que no estaba a la venta porque debería de ser adivina. O si tal vez, respiro muy rápido o recio sobre la mesa, sea como sea siempre hay una objeción a lo que nunca he entendido, pero lo he aceptado.
—Me pregunto si un día le caerá mejor.
Susurro para mí, pero sé que el abuelo lo ha escuchado.
—Si tu madre estuviera aquí, se pelearía de la misma forma con ella. Nunca ha dejado de hacerlo, solo cambia de rival con el tiempo—me da una palmada en el hombro, volviendo al canal de televisión.
No, no creo que mi madre estuviera discutiendo con la abuela, de hecho, estoy casi segura de que ni siquiera vendríamos a verla. Y no lo digo solo por mí, pues no recuerdo alguna vez en que mi madre o papá los mencionen.
Cuando murieron, la familia de papá no pudo hacer mucho, pues estos muy apenas sabían que existía por lo que no los culpo, en cuanto a los abuelos, fueron la única familia directa de mi madre. Yo pensaba que podría quedarme en casa, la idea no era venirme con ellos, de hecho, al dinero que tenían las propiedades de ambos y los ahorros de toda su vida, alcanzaban a mantenerse hasta la universidad, el problema es que mis tutores ya eran adultos mayores, no eran calificados para vivir en el departamento en el que estábamos, subir y bajar dos pisos todos los días, el ruido de la ciudad más el clima, los hicieron negarse a dejarme en la vid que ya tenía. Y mentiría si dijera que solo veces la extraño, porque todos los días añoro mi casa, mis días, mis padres.
No puedo considerar que la vida que llevo ahora es mala, de hecho y para la sorpresa de muchos podría ser aún mejor de la que pensaba que tendría después de la muerte repentina de mis padres, aun con ello es difícil pensar en otra cosa. En este lugar no hay nada más que la misma gente de siempre, creencias arraigadas, pocas cosas que hacer, decir, buscar, estudiar y trabajar. Sin embargo, parece ser que siempre hay un después.
La cena transcurre normalmente. o más bien anormal, puesto que las preguntas de la abuela hacia mi ahora son más recurrentes, sobre todo después de que he salido con alguien con quien la libertad de expresión se sobrepasa por mucho.
—El sábado es la feria del pueblo, y llevaremos el ponche como todos los años—la abuela menciona dejándome quieta, he dejado de girar el tenedor alrededor de los fideos solo para observar con detenimiento.
—Y...
—Vas a ayudarnos, seremos parte de la subasta.
Normalmente digo que sí, pues decir que no, no es opción. Hasta ahora.
—Pero creí que podría estar en la feria por mi parte, no quiero estar en la meseta de ponche todo el día, hace calor y apesta a ganadero—me mofo. El abuelo asiente.
—Tiene razón, podemos decirle a Malcolm que alguien más se encargue del ponche.
sonrió tranquila, pero al verla negar mi sonrisa se va desvaneciendo poco a poco. El abuelo suelta un suspiro extenso y junto con este sus esperanzas de poderte ayudar.
—No podemos, ya nos comprometí.—fija sus ojos en mí—No estaba pidiéndome permiso, estaba avisando. No seas insolente.
Uno, inhala, dos, exhala, tres, inhala, cuatro exhala...
—No soy insolente—murmuró, pero no tan bajo como para hacerla oírme.
—¿Qué has dicho?
Cierro los ojos conteniendo. Esta es la única familia que tengo, esto es todo lo que me queda y sobra, no puedo echarlo a perder. De hacerlo perdería este techo, comida, las comodidades. Pienso en irme a casa de Rebecca, pero su madre preguntaría como siempre sobre porque estoy ahí, a demás de que convivir con sus dos hermanos pequeños es una caraja tortura. Esto es lo único que tengo, lo único que he logrado ser.
—Iré a mi habitación—no espero a que me lo autoricen. El chirrido de la silla los silencia a lo que sea que me han respondido, tengo las lágrimas bajándome por las mejillas ardidas del coraje. Al entrar en la habitación, el llanto se convierte en lamento, no, no es solo por la estúpida feria a la cual es claro que no podré disfrutar, si no porque no importa lo que haga, cuanto me esfuerce por no salirme de un molde que no siquiera me pertenece, no logró ser suficiente.
Mi respiración se ha vuelto normal, inhalo y exhalo sin dificultad tallándose los ojos. Me quedo recostada en la cama por unos cuantos minutos observando las cuatro paredes que me siguen acechando. El tocador con telas en él, las paredes pintadas de un beige grisáceo, un espejo con collares y demás colgados, zapatos regados en este, hilos, tijeras, ropa. Suena a verdadera vergüenza que este sea el único lugar en el que me siento en casa.
Unos golpecitos resuenan en la puerta blanca de madera. Mis ojos se vuelven agua al ver al abuelo asomarse con cautela, es tarde para fingir que estoy dormida, me ha visto mirándole y además no me apetece dormir tan temprano.
—Hay alguien que quiere hablar contigo abajo.
me cubro la cara con un cojín morado y lila en forma de flor.
—No quiero hablar con ella, no pienso bajar.
Un carraspeo resuena—No es de tu abuela de quien se trata—entonces me descubro la cara para verle—Corre, la línea se colgará si no contestas.
Me pongo de pie de un salto con los pies descalzos. La alfombra me cubre estos al bajar las escaleras, evitando sonreír al momento en el que estoy a punto de participar.
—¿Sería trillado preguntarte como estas? —pregunta en cuanto me coloco el teléfono en la oreja, lista para ignorar que estar parada es cómodo.
—Bueno, no es un buen momento.
Suspira—Y tampoco lo fue la noche anterior, sentí que algo pasó. Tenía miedo de que dejaras de contestar mis llamadas—termina y la sonrisa en la cara se ensancha.
—Olvida eso, no tiene importancia—vaciló esperando a que no pregunte de nuevo—¿Sería aún más trillado si yo también te pregunto cómo estás?
Existe ese sonido sonoro, cuando sonríes, la respiración que se logra emana a través de la bocina del teléfono. Como si estuviéramos frente a frente, segura de que ha sonreído.
—Bueno, comparto tu idea de que no ha sido un buen día.
Mis ojos están fijos en la abuela quien cose una manta desde el sofá.
—Al parecer tenemos más en común de lo que creía—suspiró mirándome las uñas de las manos—No hay un solo día en que no desee cambiarlo todo.
—¿Qué es todo?
Pestañeo vacilando—A veces imagino que todavía no soy esto que soy ahora, es como si viviera en algo que no es mío, en lo que no quiero—hablar más bajo esta vez.
Se escucha un carraspeo en la línea—¿Y qué es lo que quieres?
—Crear, diseñar, conocer—suspiro—Quiero hacerlo todo.
—¿Y qué te detiene?
—Lo que soy ahora, no es suficiente.
—Te miré la otra tarde, créeme, estás sobre el promedio de los diseñadores que conozco.
Me rio como si acabara de contarme un chiste muy tonto.
—Tampoco se trata de mentir por convivir.
—Oye, podré ser hombre, pero no por eso seré mentiroso.
—A mí ni me culpes, tu especie siempre deja mucho que desear.
La línea se queda en un silencio. Cierro los ojos golpeándome internamente por el comentario que acabo de soltar, maldiciéndome por mis adentros. Se escucha un suspiro seguido de un rechinido, como ese que suena cuando te acomodas de lado en tu cama para estar más cómodo. Entonces inhala.
—Sabes, te veo en uno de esos desfiles en París, sentada en una de esas incómodas bancas de las pasarelas de ropa cara, personas aplaudiendo todas y cada una de tus creaciones. Un aire fresco moviéndote el cabello castaño largo que tienes, solo sonriendo—ahora si que lo estoy—Creo que debes intentarlo.
Yo creo que debes dejarme en paz.
—No es tan fácil—me recargo en la mesita—Pero, te creo.
—Vamos bien, y yo pensé que no confiabas en mi especie.
Ruedo los ojos—Ja, quisieras.
—Digo, ¿lo dijiste o no? —como detesto que tenga razón.
—Así es, joven divertido.
—Y ahora estoy divertido, vamos bien.
—Ni te creas, un día despertaras y te darás cuenta de que te doy igual, así como lo hace todo el mundo—tragó saliva volviendo mi vista hacia mis abuelos—Y entonces te cansaras y por fin dejarás de llamar.
Me sirve el silencio que deja en el limbo siempre que digo algo que seguro lo aburre o lo deja pensando. Pero tengo la razón, esta es una de esas veces que uno sabe que no puede ganarle a la percepción que uno tiene de sí mismo. La misma que si la vemos de mil formas, a la confianza que ahora parece estar existiendo, es patética.
—Sof, no digas eso—su voz gruesa me eriza la piel enseguida. El tono serio casi hace que se me atore un suspiro en la garganta—Nunca voy a pensar eso, no te preocupes. No soy yo, no es mi estilo, no me gusta, no debería y no seré—traga saliva.
— Confía en mí.
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