CAPÍTULO 8
DANIEL
No está bien.
En realidad no tiene nada de malo.
Una puta hora, Daniel.
Pero si fuera una eternidad, no te importaría...
—Fue mala idea. —En voz alta, se escucha tan claro que hace que acepte algo.
No, no me importaría, pero eso no quita que esté mal llevar una hora despierto viendo a Jolvián dormir.
Su cabello negro le cae por el rostro, cubriendo una parte de sus ojos, su nariz y su boca. Su pecho, subiendo y bajando. Su vientre abultado.
—Tu mamá se puso muy bonita —le susurro a su vientre con complicidad.
Mi mami ya lo era. Finjo que me responde, molesto, antes eras un ciego y un pendejo.
—Lo sé. —Ni siquiera me defiendo—. Yo solo sé que te parecerás a ella, serás un niño muy guapo y conquistarás gente cuando seas mayor. Yo seré el tío que complazca todo lo que quieras, te llevaré de paseo y buscaremos novia juntos. Ya verás.
—¿Qué se supone que estás haciendo?
Analizo la posición en la que me encuentro: estoy frente a ella, inclinado de cara contra su vientre. Al mirar de vuelta a su cara, veo que tiene el ceño fruncido y se ha acomodado el cabello.
—Estaba hablando con mi sobrino —Lo digo como una pregunta, intentando hacerlo sonar normal pero, ahora que lo pienso, me da vergüenza.
—Está bien, solo no le digas babosadas —Talla sus ojos y se incorpora—. ¿Qué hora es?
Voy por mi teléfono al buró a lado de la puerta.
—Son las nueve.
—¿Crees que tu hermana y su esposo ya se levantaron? Quiero bañarme e ir por ropa, estoy toda sudada.
No digo nada porque en el pasillo se escuchan pasos y las voces de Fer y Hugo. Sí, ya están levantados. Y Jolvián solo se levanta y se va, dejándome con las palabras en la boca.
Siento un extraño nudo en la garganta desde ayer pero lo ignoro para despabilarme. Tengo que hacer una entrega hoy y aparte debo ir a comprar el regalo de mis sobrinos.
Me baño, me cambio y bajo para desayunar.
—Buenos días. —Fernanda está haciendo su desayuno cuando llego. Jolvián está picando algunas cosas y Hugo está hablando con Annie, ambos sentados en la mesa, esperando sus platos.
La mañana pasa tan tranquila, me siento extrañamente bien hoy, no como ayer que, a pesar de ver las cajas y detestar la idea de que debo revisarlas, me sentía bien, pero con un vacío en el estómago. Hoy estoy contento, no lo sé, quizás la imagen de Jolvián dormida tan tranquilamente, sin preocupaciones por su pasado... digo, al menos entendí que ella superó todo pronto, afortunadamente, o al menos lo disimula demasiado bien. La admiro.
—Iré a comprarle el regalo a los niños —Anuncio ya en la tarde, cuando se va acercando la hora de la fiesta—. Vuelvo en un rato.
—Espera, yo voy. —Fernanda me avisa que cambiará a Annie rápido y sube las escaleras con ella.
—¿Puedo ir? Tengo aun un poco de dinero... podría comprarles un regalo.
Asiento a Jolvián y de una le pregunto a Hugo si irá pero niega, alegando que dormirá otro rato.
Los cuatro salemos rumbo al centro, Annie nos va contando en el camino que hoy irá a comer dulces y pastel con sus primos y Fer me platica que mamá y papá ya vienen en camino y llegarán a tiempo para la cena.
Trago duro. Sé que vendrían, porque, obvio, no se perderían una fiesta de un familiar por nada, menos de sus propios nietos, pero no sé por qué esperaba que no lo hicieran, al menos no papá.
—Jol, vamos por el pasillo de dulces. —Annie la anima a ir con ella que, sin remedio, la sigue. Fernanda y yo nos quedamos escogiendo el papel de regalo.
—¿Van a venir a las fiestas del santo? —pregunto, animado—. En dos semanas empiezan.
—Me gustaría, pero puede que no, voy a trabajar, tal vez venga el último día. —Se lamenta, pero luego se pone rara, mira por donde se han ido Jolvián y Annie y después me mira—. Entonces... ¿qué hay ahí?
—Obvio que papel de regalo. —Sé que no habla de eso, pero la ignoro—. Llevaré de colores combinados, me estresan los colores parejos.
—No seas mamón, Daniel, estoy hablando de la bonita chica embarazada viviendo contigo, ¿no hay nada?
—No hay nada, tonta. Es más, ¿recuerdas la carta de dos hojas blancas que escribí y metí en un sobre azul que descubriste en mi armario?
—Oh, sí. —Suelta una risita—. Donde te disculpas bien dramáticamente con una chica, donde le decías que era bonita y que no te odiara. Dios, sigo odiando a Janneth por la salvajada que hizo, ¿fingir que le gustabas solo para molestar a...? ¡Verga, Jolvián!
Entiende de lo que hablo.
—¡No es cierto! ¿Es ella? ¿De verdad es ella?
Asiento, sintiéndome de algún modo expuesto. Me giro para continuar buscando los materiales para envolver los regalos mientras mi hermana me sigue, aun sin poder entender bien al destino.
—Caray, eso sí es karma, cabrón.
Me río. Sí, lo mismo dije el día que la volví a ver.
—Entonces debe odiarte pero lo disimula bien. —Se burla la desgraciada—. Digo, esta mañana te hizo el desayuno y fue bien amable.
—Eso es porque a veces yo cocino para ella. —Intento defender no sé qué.
—Pues será el sereno, pero, digo, ¿por qué no le das hoy la carta? Chance y así hagan bien y definitivamente las pases, supongo que para ella no fue fácil afrontar todo lo que la hiciste sentir... bueno, no lo sé, pero asumo que ella sufrió mucho.
—Sí, me lo dijo. Además... espera. —La miro, sorprendido—. ¿Cómo que dársela hoy? Fer, se perdió el sobre hace años que recuerde.
—Noup. —Me sonríe y mira Jolvián y Annie que ya vienen por el pasillo—. Está en una de las cajas, mamá me pidió buscar algo en tu antigua habitación, entonces la encontré bajo un mueble, supuse que algún día la necesitarías, no puedo creer que de verdad la necesitas ahora.
La abrazo, no sé por qué me emociona tanto, pero agradezco tanto que ella la haya encontrado de nuevo. Aunque ahora no estoy seguro de dársela a Jolvián.
Llegamos a la casa de mi hermano a las seis con treinta de la tarde. No sé, pero las manos me tiemblan horrores, esto es tan raro. No tendría por qué sentirme así, solo es una cena de cumpleaños.
Sí, donde verás a tu padre que parece odiarte por no hacer con tu vida lo que quiere.
—¿Estás bien? —Antes de bajar, Jolvián toca mi antebrazo, rozándome al tigre de bengala tatuado. Siento un escalofrío pero me calma la ansiedad.
—Mi papá está dentro. —Suspiro—. Solo estoy nervioso, hace cuatro meses no lo veo, y la última vez no fue muy agradable que digamos.
—Oh. —Parece preocupada—. Tranquilo, si te dice algo, nos vamos, ¿te parece? Yo no tengo problema, no me gusta que se peleen frente a mí.
Se ríe, nerviosa, pero luego aclara su garganta y me reafirma que podemos irnos cuando yo no me sienta cómodo.
Entramos y lo visto, no me siento cómodo pero me quedo solo porque mi único propósito aquí es festejar a mis sobrinos.
Mamá es la primera persona que nos encontramos.
—Daniel. —Me abraza con fuerza cuando se me acerca. Luego mira a Jolvián—. Es un placer conocerte persona. Mi esposo me contó la situación. Jolvián, ¿cierto?
Jolvián sonríe genuinamente y le extiende la mano.
—Sí, mucho gusto, señora Mendoza.
—Llámame Carolina o Caro, querida. Me dijo Cami que estás embarazada, ¿cuánto tienes? —Noto que se han agradado, por lo que siento un pequeño alivio cuando mamá nos pide que la sigamos para ir al patio trasero donde están preparando todo.
Tan pequeño es mi alivio que se va cuando pasamos la sala y la cocina hasta la puerta trasera.
—¿Quieres irte ya? —Me susurra cuando logra descubrir que me pongo tenso ahora que veo de lejos a mi papá en el patio.
—No, todo va bien por el momento.
Ella de verdad se mira muy preocupada.
—Me avisas. —Advierte y se adelanta rápido para poder acercarse a los gemelos y darles sus regalos.
Papá no desaprovecha la oportunidad y se me acerca. Siento el pánico apoderarse un segundo de mí.
—¿Ya te metiste con ella? —Pregunta con su típico tono de reproche. Jolvián, aun estando lejos, parece escuchar, porque nos mira de inmediato—. ¿Y ella acepta que, en lugar de ser un profesional, juegas con madera y clavos? ¿O le da igual y solo te quiere por la casa?
Decido ignorarlo para ir directamente a abrazar a mis sobrinos.
Luego de eso, la fiesta parece ir con normalidad. Hay algunos niños, amigos de mis sobrinos, que participan en algunos juegos. Vecinos que aplauden, incluso Jolvián se mezcla con el ambiente. Papá aprovecha cada oportunidad para decirme estupidez y media que hasta Jolvián constantemente me ofrece irnos pero me niego a arruinar la fiesta de mis sobrinos.
Una vez que todos los invitados se van, la familia entera nos reunimos en la sala, Camila va a acostar a los gemelos y vuelve con una botella de vino. Fernanda también pone a dormir un rato a Annie, alegando que la despertarán en un par de horas para poder volver a su casa.
—Estuvo muy linda la fiesta —comenta mamá y nos incluimos en la plática todos, confirmando que así fue.
—Sí —dice Cam—. Muchas gracias por venir. Y a ti también, Jolvián, les caíste bien a mis hijos que se emocionaron mucho por verte.
—Claro, es que es la nueva tía. —Papá habla como molesto.
—Nada de eso, señor Mendoza. —Con una tranquilidad que sé que ya no tiene, Jolvián le sonríe a mi padre—. Estuvo divertido cuando Eric le quiso dar a la piñata y Cam lo detuvo porque aún faltaban algunos niños.
Se dirige a mi mamá pero, cuando esta quiere mencionar algo, papá habla, desconcertándonos a todos.
—Suficiente con el teatro. —Se levanta y saca de su traje su inconfundible chequera. La sangre comienza a hervirme—. A ver, muchacha, ¿cuánto dinero quieres?
—¿Perdón? —Jolvián está sorprendida, pero al mismo tiempo, parece como si papá hubiera tocado un botón rojo, de eso malos botones rojos.
—Que si cuánto dinero quieres para largarte y dejarle la casa a Daniel. —Papá sigue apretando ese botón rojo cuando saca incluso su bolígrafo y ahora siento alertas ensordecerme—. Te hago un cheque, te vas de la casa y así solucionamos el maldito problema más rápido. ¿Cuánto quieres? ¿Cuánto crees que sea suficiente? Digo, eres una mujer sola y embarazada, has de necesitar para tus medicamentos o algo, además deduzco que el padre de tu hijo es un desobligado que te abandonó.
—Manuel —Mamá intenta callarlo pero él parece que ni la escucha, o la ignora.
—¿Cuánto quieres? —Vuelve a repetir papá y yo estoy a punto de dar un azote en la mesita para callarlo pero es Jolvián la que lo hace primero.
—¡Pinche viejo grosero! —A papá se le cae la chequera cuando ella grita y lo señala—. ¿Qué se cree? ¿Qué le pasa? Lleva toda la cena tratando a Daniel como un pedazo de basura cuando por lo visto no conoce ni un pelo de lo que es su hijo, viejo sangrón, castroso y poco empático, no crea que no me he dado cuenta de sus comentarios pendejos donde me incluye a mí también.
Fernanda, Hugo, Eric y Camila se cubren la boca al escuchar las palabras, Cam quiere reírse pero lo aguanta. Yo no sé qué pedo.
Jolvián continúa.
—Déjeme le doy malas noticias, señor, lleva años perdiendo el tiempo queriendo obligar a Daniel a ser lo que usted quiere que sea y no ha notado que su hijo es muy bueno en lo que más ama. Es un artista y además es mejor persona que usted. —Toca su vientre, toma aire para calmarse un poco y seguir hablando—. Usted es abogado, porque siempre quiso ser abogado, ¿no? ¡Pues Daniel es carpintero porque él quería ser carpintero, ¿cuál es el puto problema? ¿Que no hizo su santa voluntad? ¿Que le pone amor y dedicación a algo que para usted no tiene valor? ¡No me joda, oiga, su hijo hace arte y gana mucho dinero por ello!
Mi corazón late como un desesperado, ahora no entiendo si asustado o emocionado, es extraño pero siento adrenalina recorrer mi cuerpo. Trago saliva cuando ella me mira un segundo antes de volver a dirigirse a mi padre.
—Vale, no voy a negarle que el padre de mi hijo me dejó sola y que, aunque su ofrecimiento se me hace una completa falta de respeto, quizás habría aceptado el dinero hace un mes, pero no ahora, no cuando sé cómo es Daniel y lo injusto que me voy enterando que es usted, señor Mendoza. ¿Sabe algo? Yo quería ser abogada porque lo admiraba, en la prepa los profesores y padres hablaban de usted como un abogado que siempre buscaba justicia y me planteé ser tan buena abogada como usted.
Me toma por sorpresa que le diga eso tanto como a él lo descoloca.
—Quizás si no me hubiera faltado el dinero, algo hubiera hecho. —Siento que se va a desmayar mientras se lo dice, pero pronto se pone firme de vuelta—. Es un excelente abogado, claro que lo es, pero como padre, parece que se le averió algo. Un tornillo de seguro le hace falta.
Toma su bolso que dejó en el sofá cando llegamos y otra vez lo mira.
—¿Y sabe qué más? No es bienvenido en mi casa. Si lo veo por allá, intentando ofrecerme su cochino dinero o solo a ir a insultar a su hijo, ¡lo voy a correr a patadas! Vámonos, Daniel.
Aceptando la orden, me levanto en automático y la sigo hasta que salimos de la casa por completo. Ella continúa caminando desde la puerta al auto y yo me quedo un segundo a pensar en qué acaba de pasar. No obstante, llego cuando ella ya está en el asiento de copiloto, muy enojada. Pero, cuando me subo yo, comienza a llorar.
—Ay, qué vergüenza, por Dios, acabo de hacer una grosería, mamá no me crío así —dice arrepentida, pero luego me mira, como acusatoria—. Pero tu padre lo es más aún. Escuché todo lo que te dijo toda la fiesta, sus insinuaciones, ¡es un grosero!
Sigue llorando. Considero prudente comenzar a conducir para volver a casa para hacer que ella se calme y yo poder encerrarme en mi habitación. Todo esto resultó un desastre, pero al menos los gemelos no lo presenciaron.
Cuando estoy abriendo la puerta para entrar ambos, me llega un mensaje de papá al teléfono. Jolvián me mira atenta y se lo digo antes de abrirlo.
—¿Qué te dijo?
Trago saliva tras leer el contenido. No, no le voy a decir qué dice.
Papá: Hablaremos bien después, ella me ha puesto a pensar. Y, por cierto, espero que te cases con ella, es buena chica.
—Dice que quiere hablar conmigo después, que eres valiente y que admiró cómo me defendiste —digo en cambio, ahogado. Jolvián se ríe.
—Bueno, dile que sigue en pie lo de no dejarlo entrar a mi casa, y que espero que la conversación que tengan sea productiva. Ah, y que la tendrán en tu taller. —Entramos a la sala—. No lo quiero en mi casa. No es bienvenido, Daniel,
—Es nuestra casa. —Le recalco mientras caminamos para ir escaleras arriba—. Pero acepto.
—Sí, sí, nuestra, como sea, me cae mal.
—A mí también, a veces, pero no se lo digas —finjo que susurro, haciéndola reír.
—Me siento avergonzada de lo que pasó, pero al menos dejé algo claro —Se detiene antes de entrar a su habitación y me mira a directamente a los ojos—. Así como es tu casa, también es mía, y yo no quiero que ese hombre que se dice tu padre venga a ofenderte nomás porque se le cante, si continúa así, nunca pondrá un solo pie aquí a menos que de tu bolsa salga el dinero para que yo me vaya.
Trago duro por la profundidad de su mirada y sus palabras. No sé qué hacer, pero hablo.
—¿Entonces ya superé la prueba? —Alboroto su cabello, haciéndola reír otra vez—. ¿Ya no me odias ni un poco?
—Eh, no te emociones. —Separa su cabello alborotado de su cara—. Aunque mi único problema ahora es que no me dejas vender mis cosas para pagarte lo que has gastado en mí.
Pongo los ojos en blanco, pero, cuando quiero decirle que deje el tema, su cara cambia a preocupada.
—¿O es tu manera de intentar pagarme mi parte de la casa para que me vaya?
Su voz incluso suena como si, haber "descubierto" aquello, la pusiera mal.
—Ey, ¿de qué hablas? Ese dinero es punto y aparte. Además a mí me está gustando vivir contigo.
Justo cuando las palabras salen de mi boca, es que entiendo lo que digo. Jolvián abre sus ojos y la comisura de sus labios se eleva, luego muestra sus dientes.
—¿En serio?
Siento ahora un tono burlón que me molesta un poco, así que sólo vuelvo a poner los ojos en blanco y decido girarme para irme a la habitación.
—Buenas noches, Jolvián. —Camino, sintiéndome un pendejo.
No debí decir eso, pienso, cuando ella no para de reírse. Solo deja de hacerlo para volver a hablarme.
—También me está gustando vivir contigo, Daniel. Buenas noches.
Se encierra y yo me quedo sin palabras. Una extraña y cosquilluda risa amenaza con salir de mi boca, no obstante, sólo sonrío y me meto a mi habitación.
Después de todo, la noche no estuvo tan mal.
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