Segundo encuentro
Me carcome el pensamiento y la culpa de permitir que alguien más venga y saque, de una de mis muecas, una sonrisa mucho más grande de las que tú me provocas.
La culpa de disfrutarlo aún más, de no tener que estar pendiente de la jodida agujas del reloj para escapar y socorrerme en versos y cánticos —tal como pasa cada vez que te veo— acecha y priva a mi conciencia de cualquier tipo de calma que podría, o no, estar a mi alcance.
Es que me obsesión ya me aburre por más que el sentimiento de opresión, admiración y adoración no disminuyó ni siquiera un poco.
Y aunque trato de verte con los mismos ojos, a pesar de haberme prometido eliminarte de mi mundo o de simplemente amarte hasta que me duelan los huesos, nada puedo hacer por empezar o acabar contigo de una vez por todas.
Me he quedado estancada entre el revoltijo de emociones esperando por alguna señal tuya que termine de matarme de aburrimiento o que haga resurgir una vez más los colores del eterno amor que, mi alma, parece haberte jurado, incluso antes de haber poseído este cuerpo destinado a la desgracia.
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