Me arde, quiero tocarte, que me hagas estremecer.

Me estremece pensarlo, creer que luego de tanto, tanto pero tanto tiempo, te tengo deleitándome con tu extremadamente simple presencia.

No aparto los ojos de ti salvo para despistar a quién me fija con ojos juzgadores.

No quito mi deseo por tu toque, por tu piel, salvo para... para nada, porque realmente nadie vale lo suficiente para que yo quite mis ojos de ti.

Le pido a la sensación inmensa, que me abraza en una bruma incontrolable, que se apiade de mí y que nunca permita que tú te des cuenta del desenfreno de mis emociones, que tu idiotez nunca descienda lo suficiente para reconocer el cómo ella me abraza y me exprime volviéndome enferma, obsesiva, abrumada.

Arde, inca, perfora.
Qué más requiero para describir el torbellino que mi ser amerita para encontrar palabras con tales semejanzas y así poder sacar todo sentimiento que tú, descarado ni enterado, me desbordas.

Me provocas.

Aún me estremeces.