En el sitio más incógnito de mi ser, aguarda el deseo y el anhelo de seguirte, ver tus pasos, tus movimientos, de estudiarte completamente y a cualquier otro ser que pueda rodearte.

La obsesión por monopolizarte por unos segundos fue más fuerte que aquella cordura que siempre trato de conservar cuando estoy cerca tuyo.

Te ví alejarte con el deseo en la boca, quise detenerte y, en mis pensamientos, amarrarte, retenerte, tenerte solo para mí.
Bajé mi mano dispuesta a callar mis demonios enloquecidos por ti y miré mis pies quienes te apuntaban dispuestos a salir corriendo hacia tu persona.

Con la mirada recorrí los alrededores, dandote tiempo de escapar mientras fingía no darme cuenta.
Viniendo hacia mí, a diferencia de ti, estaba él. Cruzó a mi lado saludando cordialmente y preguntando cosas típicas del vivir.

Me regaló una sonrisa, la cual devolví, y se marchó por detrás mío dándose vuelta para saludarme una vez más. Cuando quise volver a centrarme en ti, ya no estabas, te fuiste.

En mi interior se formó un hermoso balance entre tu ida y la de él, donde en uno mi locura me rasgaba las neuronas. Y en el otro, mi alma se sentía dichosa de la calma que me transmitía una pequeña sonrisa de él.

Quise centrarme en ti, pero ya no pude. Te amo, pero mi anhelo de ser normal me lo está ofreciendo alguien mucho mejor que vos. Lo siento... aún así te amo, no lo olvides, es importante.

Tan importante como mi existencia o aún más.