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Capítulo 9 Una madeja de emociones


Parte 2 Reencuentros


—Esta será tu habitación. Sé que no es muy grande, pero para serte sincero no recibo visitas casi, aunque sea una casa grande —informó William haciendo pasar a Dimitri a la habitación.

La habitación era pequeña, pero con vista al mar, algo que Dimitri nunca había tenido. Había un escritorio, una pequeña biblioteca repleta de libros y una lámpara de pie blanca, con forma de un hechicero idéntico a los que estaban alrededor de la fuente de los elementales y eso, trajo nostalgia al joven.

Se sentó en la cama con sábanas turquesas y miró por la ventana. No sabía describir cómo se sentía, pero era algo similar a la tranquilidad.

—Mi nombre es William Wilkin, sé que tú eres Dimitri Kremer, bienvenido. Eres muy joven para vivir solo e ir a un orfanato hasta que tengas veinte años, es una mala idea, así que me alegro que Vincent te haya traído. Volveré para traerte el almuerzo.

Dimitri asintió sonriendo y vio como él se iba.

Se acercó a la biblioteca, tomó un libro, lo abrió y se dio cuenta que en realidad era un diario del hombre que lo estaba acogiendo.

«Soy William Wilkin y han pasado días y aún no logro acostumbrarme. Sé que este es mi castigo y lo odio. Deje a dos personas que amo, para pagar mi delito. Si pudiera regresar el tiempo, realmente me tragaría esa sed de venganza. Pero es tarde y aunque mi madre trata de calmarme y cuidarme, yo no puedo. Es como si estuviera atrapado en una burbuja de rencor y no me dejara expresarme. Así que escribir aquí, me ayudará a desahogarme».

Cerró el diario y se preguntó qué tipo de venganza había cometido el hombre rubio, para haber ido a parar a esa ciudad. Dejó el diario en la cama y volvió a la ventana, apoyó ambos brazos en el alféizar y miró al mar. No recordaba cómo ese hombre lo había rescatado luego de que se arrojara del barco, su mente aún estaba nebulosa. Pero se daba cuenta de lo gris que era la ciudad, no sólo por los edificios, sino porque parecía que la luz solar no era lo suficiente fuerte allí.

Willian entró trayendo una bandeja con carne asada con arroz y un vaso con un líquido rojo. La dejó en el escritorio y al ver su diario en la cama, abrió grandes los ojos y dijo:

—Has encontrado mi diario, qué mal fue dejarlo aquí. Ven a comer algo.

Dimitri volteó y asintió, tomó el diario, lo señaló y luego lo hizo con el.

—¿Quieres un diario?

Movió la cabeza asintiendo.

—Puedo encontrarte algo, tal vez así puedas comunicarte. Aunque, también he pensado en que Vincent venga, quizás la compañía de un joven ayude ¿Qué te parece?

Se encogió de hombros.

—Por el momento, ven a comer algo —acarició su cabello, un impulso extraño—. Disculpa.

El tacto los hizo tener escalofríos, como si fueran conocidos y eso por un instante, incomodó a ambos.


 Victor sirvió el champagne en una copa dorada y disfrutó cada trago de la espumante bebida y luego miró a su hermano que se acercaba arrastrando los pies. A veces no encontraba la forma de comunicarse con Federico, era como si ambos estuvieran en mundos diferentes y sólo contadas veces podían establecer un puente para hablar y este era uno de esos momentos.

—¡Hermano! —gritó yendo hasta él y dándole un gran abrazo.

Federico se dejó abrazar pero rápidamente tomó distancia.

—No me gusta que seas tan sentimental ¿Qué quieres? —preguntó con fastidio, mirando a la copa que tenía en una mano y a la pequeña botella de champagne—. Dame un poco.

—Hablar. Las pitonisas profetizan que el hechicero primordial es una realidad, cómo te dijo Adele —comentó sirviendo la bebida y pasándosela—. ¿Qué tal si es el hijo de Maëlis? —cuestionó con tono sombrío.

—¿Por qué hablan tanto de ese chico? —bebió el champagne de un sólo trago—. Además el barco donde iba fue atacado, quizás esté muerto.

—No lo sé, hermano, supe que se arrojó al agua, pero su cuerpo no apareció y para colmo ¡Vendieron a Maëlis, esos malditos hechiceros me desobedecieron! —gritó arrojando la botella y vertiendo lo que quedaba en la arena.

Federico suspiró con enojo y tomó a su hermano del hombro.

—Desperdiciaste la bebida, imbécil. A mi no me importa ese bendito hechicero, nada cambiará.

—Sí, mis planes cambiarán. Si existe ese hechicero, tu sobrino no será supremo.

—No me parece que lo obligues a ser algo que él no quiere y menos esa ridícula unión.

Victor se zafó del agarre de su hermano y se puso frente a él.

El atardecer llegó y el oleaje se puso más fuerte y las olas llegaron a empapar los pies de ambos.

—¿Acaso no quieres regresar y limpiar el apellido?

—No me interesa regresar a esa inmunda ciudad.

Victor apretó los puños y tomó de la chaqueta azul a su hermano.

—¿Dónde están tus ansias de venganza, hermano y tu honor?

—Muertos, hermanito —lanzó una ventisca y arrojó a Victor a unos metros.

—Bueno, te pusiste de mal humor, yo sólo quiero ayudarte —se incorporó y provocó que las olas se hicieran grandes y arrastraron a Federico un poco dentro del mar.

—¡Déjate de estupideces, sólo tú quieres venganza, yo no quiero nada, quiero vivir lo que me queda acá! —gritó con furia, saliendo del mar.

—Claro, siendo un miserable, pero yo te quiero y voy a hacer de todo para que los Valenti seamos respetados de nuevo.

Recogió la copa de la arena que seguía intacta y se alejó.



Dimitri escribía en el diario que William le había conseguido y se había pasado casi una semana leyendo los libros de la biblioteca de su habitación. Aún no podía hablar y aunque ese muro había comenzado a desmoronarse, la luz todavía no se vislumbraba.

Vicent entró despacio a la habitación y con cautela se acercó al escritorio en donde el joven aún escribía muy concentrado y le tocó el hombro.

—Nos volvemos a ver, Dimitri.

El hechicero sonrió al verlo y sintió como una leve electricidad en el hombro. Saludó con la mano y sonrió.

—¿Qué escribes? Está habitación necesita aireación —abrió las ventanas y se sentó en la cama—. William dijo que quizás te haría bien que te visitara, me ha dicho que aún no hablas.

Él asintió. Sus miradas se encontraron y algo cambió, fue como una luz o una energía que golpeó fuerte en el muro y este se desmoronó. Dimitri parpadeó varias veces y finalmente dijo:

—Un diario, eso escribo y gracias por venir —habló y se sorprendió.

—Woo, hablaste ¿Esto te había pasado alguna vez?

—No, nunca. Era como si un muro inmenso no dejaba que me expresara, se sintió raro, pero ahora he vuelto.

Se volteó, se llevó una mano al pecho y sintió la calidez del amuleto.

—Es extraño, pero ahora que puedes hablar ¿Me contarás qué te pasó?

Dimitri apartó la mano del amuleto y comenzó a crear qué diría. No podía decir su nombre y menos que era sobrino del supremo, así que ideó algo rápido y volteó.

—Soy Dimitri Kremer y venía en un barco que se dirigía a la fortaleza, pero luego yo vendría aquí. Cometí un delito y bueno, aquí sería castigado.

Vincent enarcó una ceja y se acercó a él, tocó su hombro y ladeó la cabeza. La misma electricidad que había sentido Dimitri, él la sintió y de inmediato quitó su mano.

—Eres muy joven para que te envíen. Me estás mintiendo, seguro que te mandaste algo tremendo con la reina Bianka.

—Eh... no, no. Más bien fue con el supremo, le robé documentos, de curioso y porque vendía información —dijo todo rápido, admirandose de su mentira.

—¿A Alexei, el tipo ese? Ja,ja,ja. Si que te arriesgaste —lo palmeó en la espalda.

—Ya sabes como es, o al menos escuchaste, es severo y amigo de la reina —bajó la mirada, quizás había dicho de más.

—Seguro. En realidad nunca lo vi. Vivo aquí desde los dos años, vine con mi padre.

—¿Que no eras muy chico?

—Sí, pero sólo tenía a mi padre y bueno, mi tío estaba aquí ya. Dicen que la Ciudad de Sentimientos es hermosa y hay todo tipo de festivales.

Dimitri se sentó en la cama y lo invitó a él a hacer lo mismo.

—Sí, hay diferentes festivales de las estaciones en relación con los elementales. Mis favoritos son la lluvia de verano y el viento del norte. ¿Sabes de qué van?

—Bueno, sólo vi imágenes, leí y mi padre y tío me contaron, me encantaría estar en una.

—Yo te contaré entonces —respondió Dimitri animado.

Ambos comenzaron a charlar y William que los veía desde afuera, sonrió y no sólo porque el joven había vuelto a hablar, sino por la energía que ambos emitían al estar juntos.                                       

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