Capítulo 9.
¿Por qué siempre tengo que aparecer afuera? ¡Qué frío!
Ahí me encontraba, de pie en la puerta de la casa de los Row. Estaba nevando y había mucho viento.
Miré al cielo y vi una manta negra que nos abrazaba.
Antes de tocar a la puerta hago un paneo de mi alrededor. Toda la familia había decorado el exterior de la casa. Las ventanas estaban cubiertas con guirnaldas y luces, los árboles también estaban iluminados y decorados con bolas de colores gigantes. En el inicio del camino hacia la puerta había un muñeco de nieve gigante, con bufanda, gorro y unos guantes en sus brazos hechos con ramas de árboles.
Decidí caminar hacia el patio trasero, donde estaba la casa del árbol de Tyler. Donde mi dio ese primer beso lleno de miedo e incertidumbre.
Ese pequeño rincón del patio también estaba decorado con unas hermosas luces blancas, las escaleras que subían hacia la puerta también estaban rodeadas de guirnaldas.
¡Esta familia sí que se toma en serio las fiestas navideñas!
- ¡Leila! – me sorprendió Ámbar a mis espaldas.
Me di vuelta y le sonreí a modo de saludo.
- Ven – me tomó de la mano y empujó de mí – ¡Estás helada!
- Siempre aparezco afuera.
- Es de mala educación entrar sin avisar primero, Lei – ambas reímos ante su comentario.
Nos dirigimos hacia el interior de la casa y me abrazó el calor que emanaba el fuego de la estufa.
- ¡Qué alivio! – expresé con felicidad.
Y sí, estaba de pijama. Creo que esto de aparecer con la ropa que llevo puesta cuando estoy despierta tendría que cambiar. ¿Y si un día decido dormir en ropa interior? No, no. Mejor ni pensar en eso ahora.
- ¿Estás sola? – le pregunté a Ámbar.
Pero me encontraba sola en la sala de la casa.
- ¿Ámbar? – hablé un poco más fuerte.
- ¡Estoy arriba! ¡Ya bajo!
Caminé un poco más por la casa, por lo que le entendí a Ámbar se estaba poniendo su pijama.
Primero fui hasta la estufa, tenían un montón de fotos de la familia. Ver a los tres hermanos de pequeños era tan raro, lucen muy distintas a como son ahora. Los gemelos siempre juntos, Ámbar se veía preciosa, de niña tenía una cara redondita digna de darle un mordisco; Zac era igual a su hermana, pero él tenia el cuerpo más fornido y lucía, en todas las fotos, una sonrisa demasiado tierna. Luego Tyler, siempre de la mano de su hermana, y al parecer, queriendo esconderse para que no lo fotografíen.
En las fotos familiares se los ve felices, en todas. Porque había fotos de ellos hasta la actualidad.
- Mamá siempre nos saca fotos – dijo Ámbar parándose a mi lado.
- Son una familia preciosa – comente sonriendo.
- ¿Ustedes se sacan fotos también?
- No tanto, solamente en momentos importantes. Los cuales no son muchos.
- Las fotografías son un recuerdo que quedan para toda la vida – nos sorprendió Tyler de repente.
- Se ve que no te gustaban las fotos de niño – le dije señalando una – Parece mentira que ahora seas tu quien las saque.
- Si – comentó acercándose a la foto – A veces las cosas toman un giro de 180 grados.
Solamente asentí con la cabeza y lo observé.
Tenía unas facciones muy marcadas.
- Voy a preparar chocolate caliente – llegué a escuchar que decía Ámbar.
Asentí. Estábamos perdidos en nuestras miradas. Sus ojos azules eran hipnóticos.
- Estás pálida – me dijo de repente – ven, vamos a sentarnos en la alfombra.
Nos sentamos uno frente a otro, sin decir nada. Sin dejar de mirarnos.
Su mirada me transmitía paz, confianza, tranquilidad.
- ¿Qué te pasó en el brazo?
- ¿Qué cosa?
Cambié la dirección de mi mirada, algo que no me agradaba para nada. Lo que más quiero es seguir perdiéndome en esos ojos color mar.
- ¿Qué mierda?
Observé y tenía un hematoma gigante, en el cual podían notarse varios dedos en forma de agarre.
Ahí fue cuando recordé mi encuentro con Math. Me había olvidado de la fuerza que ese infeliz tenía.
- ¿Qué te pasó en el brazo? – volvió preguntar tomando mi brazo con sus manos, acariciando con cuidado la zona morada.
- Nada – le dije negando vagamente con la cabeza.
- No mientas.
- No lo entenderías – solté su suave agarre.
Él se agarró la cabeza con ambas manos.
- No lo entenderías, no lo entenderías – repitió con voz baja - ¿Qué no entendería? – dijo más fuerte - ¡No te das cuenta que te quiero ayudar!
Agaché la cabeza y sentí como mis ojos se humedecían nuevamente.
Mi corazón de aceleró.
No Leila, otra vez no.
Pero sí, ahí estaba llorando de nuevo.
- ¿Qué te está pasando Lei? ¿Por qué eres tan misteriosa? ¿Qué pasa cuando estás despierta?
- La vida, me pasa. Math, me pasa. – dije casi en un susurro.
- ¿Quién es Math?
- El causante de todos mis problemas – lo miré a los ojos.
- ¿Qué te hizo?
- No puedo...
Tyler me tomó de las manos y se acercó a mí. Podía sentir su respiración, caliente sobre mi nariz.
- Estoy contigo.
- Estamos contigo – nos interrumpió Ámbar.
Les sonreí, fingiendo que todo iba a estar bien y acepté el chocolate caliente.
Mi mirada se dirigió al fuego de la estufa. Se movía al compás de la canción que sonaba en el lugar.
- Sin tan solo pudiera vivir en un sueño – dije pensando en voz alta.
- No digas eso.
- Es la verdad Tyler, todo sería distinto.
- ¿Por qué no haces algo para cambiar?
- ¿Qué podría hacer? – le pregunte levantando los brazos.
- Hablar, contar, decir lo que sentís – intervino Zac.
- ¿Cómo es que aparecen todos de la nada? – dije fingiendo una sonrisa – No tengo la valentía de hablar, soy una cobarde.
- No creo que seas una cobarde.
Sí que lo era, y eso me lo habían dejado muy claro Math y sus amigos.
Solamente levanté los hombros y seguí degustando del chocolate caliente.
Pasaron unas horas de charla y los gemelos se fueron a dormir.
Tyler volvió de la cocina y me invitó a ir a la casa del árbol.
- Espero que te guste lo que hice para ti – me dijo saltando de a dos escalones para subir más rápido a la casa.
Entramos y se dirigió a su escritorio, agarró un sobre y me lo entregó.
Lo abrí rápidamente.
- Estás loco – le dije riendo.
- Las tomé cuando nos conocimos.
- Pero... ¿en qué momento?
Él solo sonrió.
El regalo eran una serie de fotos, donde salía yo corriendo por el camino del bosque donde aparecí la primera vez que lo ví.
- Quiero que veas lo feliz que eres.
- Soñando soy feliz – le dije haciendo una mueca.
Y la verdad es que sí, se me veía feliz, radiante. Con ganas de vivir, de disfrutar.
- Apostaría lo que fuera que debes estar rodeada de gente que te quiere.
- Gracias Ty – lo abracé.
Él me devolvió el abrazo y me apretó contra su pecho. Fundí mi cara contra su ropa, quería que su olor me acompañara el resto de la noche.
Y así estuvimos un par de minutos. Él me acariciaba la espalda formando círculos con su mano y la otra apoyada en mi cabeza, uniéndome más a su corazón; y puedo decir que escuchaba en detalle sus latidos y su respiración.
El calor de su abrigo abrazó mi cuerpo y me separé de él.
Me quedé mirándolo a los ojos, buscando una respuesta a por qué esto no puede pasar en mi realidad.
- ¿Quieres quedarte? – me preguntó.
- ¿Ese sería el colmo de los sueños?
Tyler sonrió y negó con la cabeza.
- Podrías quedarte un rato – comentó acostándose sobre la cama – te va a gustar esta vista.
Lo seguí y apoyé mi cuerpo a su lado. Él señaló el techo de la casa y seguí hacia donde apuntaba.
Mis ojos se abrieron de par en par, mi boca se abrió más de lo que yo podía creer.
- ¡Es increíble! – exclamé golpeando su pecho.
- Creo que no te tengo que mostrar nada más – se quejó tocando el lugar que había golpeado.
Le sonreí y masajeé su pecho a modo de disculpas, pero mis ojos volvieron a ese lugar que había señalado.
En el techo había una claraboya enorme, donde se veía con claridad el cielo nocturno, y en él, las estrellas.
Se las veía brillantes, tintineantes.
¿Qué se sentiría tocar una de ellas?
Creo que estuvimos así un par de horas, porque ya me estaba entrado un sueño increíble.
Me acurruqué a su lado, él hizo lo mismo.
Nos miramos, nos observamos a detalle.
Me tomó de las manos y besó mi frente.
Y ahí, en mi propio sueño, caí profundamente dormida.
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