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Capítulo 8.

Es en este momento donde recapacito mi decisión de decorar la casa.

Mi madre está en un estado de euforia increíble, no para de moverse por toda la casa haciendo y deshaciendo todo lo que hemos armado. Mi padre no puede con el árbol, cada dos por tres lo tira al suelo resignado porque no puede abrir las ramas y no encuentra el pie del mismo para por fin pararlo en el rincón donde iría.

Mis abuelos no han parado de pintar esferas de mimbre de colores dorados y rojos; y temo por los mismos, porque, además, no han parao de tomar vino desde que llegaron. Además, tengo que admitir que he visto más de una bola con los colores mezclados y mal pintadas.

Ellos estaban felices, más que felices.

- Dale viejo – decía mi abuela golpeando al pobre Jacinto – estas porquerías no se van a secar más – dijo tirando una bola al sofá.

- ¡Abuela! – grito mi hermano – vas a manchar todo.

Mi abuela reía a carcajadas, estaba muy ebria para poder mantener la cordura.

Con mi hermano solamente nos reímos y continuamos con lo nuestro.

Y es que ambos nos estábamos dedicando a desenredar las luces que le pondríamos al árbol. Creo que nunca transpiré tanto como en este momento, ¿Por qué es tan difícil esto?

Pero pudimos, después de una hora completa, pudimos colocar las luces a lo que creemos que es un pino navideño. Papá se rindió antes de poder arreglar las ramas y lo dejó horrible.

Igualmente, no me quejo, qué más íbamos a hacer. Solo a mí se me ocurre esto una semana antes de las Navidades.

- Podríamos colocar fotos en el árbol – me dijo Simón

- No quedarían mal – le sonreí.

Inmediatamente mi hermano fue al ático a buscar fotos de la familia. ¡Había tantas!

Nos dedicamos a observar todas las fotografías y seleccionar las que colocaríamos en nuestro árbol y guirnaldas que mamá enredó en las escaleras de nuestra casa.

Había de todo, de cuando nacimos, nos bautizaron, nuestro primer día en el jardín de infantes, nuestro cumpleaños.

- Mira ésta – me pasó una foto.

Y ahí estábamos, mis amigos y yo, creo que en mi cumpleaños numero once. Recuerdo que no quería festejarlo porque mi padre no tenía trabajo y no podíamos celebrarlo como ellos querían. Ese día vinieron Andy y Ange a jugar conmigo y fuimos al parque. Nunca olvidaré el gesto que tuvieron conmigo, donde compraron un budín entre los dos y le colocaron una vela en el centro.

Debajo en un tobogán me cantaron y soplé la vela con mucha alegría.

- Esta tiene que estar en el árbol – le dije con lágrimas en los ojos.

Simón me abrazó y se dirigió con todas las fotos hacia el árbol y le dio otras a mamá para que las colgara en las guirnaldas.

Luego de terminar la "decoración" y ordenar la sala, mamá y la abuela se dirigieron a la cocina para preparar la cena.

Esa noche se pasaron, comimos pasta casera, lo más delicioso del planeta entero, con albóndigas y una fresca limonada.

Luego de cenar decidimos salir a recorrer la ciudad con mis abuelos, en épocas navideñas se suelen armar ferias que cierran después de la medianoche.

Recorrimos varios locales, y entramos a una librería. Mi abuela quería comprar un libro de cocina para elegir qué comeríamos en las fiestas.

Mi abuelo decidió seguir caminando con mi hermano en busca de artilugios y tiendas vintage... son sus favoritas. Ahora sé de dónde viene mi fascinación por las cosas antiguas y de segunda mano.

- Te espero acá abuela – le dije en la puerta de la librería.

Y es que lo que menos quería es que la pobre abuela tironee de la silla tan pesada para entrar al local.

- ¿Qué haces tan solita?

Quedé petrificada cuando escuché esa voz detrás de mí. Inmediatamente bloquee las ruedas de la silla, con miedo. No estaba segura.

- Tranquila – dijo Math arrodillándose ante mi – Solo quería verte.

Me dedicó una mirada de burla, la cual viajaba desde mis pies hasta mi rostro.

- ¿Qué quieres enfermo?

- Verte – me dijo y puso sus manos en mis rodillas – es increíble como no te mataste esa noche.

- Te salió el tiro por la culata – le dije sonriendo – tuviste suerte que solamente tus amigos estaban de testigo, sino fuera así, estarías pres...

- No, no, no – negaba con la cabeza – tu te tiraste solita, gracias a mi estás viva.

Sentía que las lagrimas brotaban de mis ojos y empezaban a caer sobre mis mejillas.

Lo miré a los ojos y levanté la mano para darle una bofetada.

Él la sujeto y apretó con fuerza. Me exalté y solté su agarre con miedo.

- Andate a la mierda – le dije – aléjate de mí, no te hice nada.

- Me hiciste mucho putita – se acercó a mí – ¡a mí nadie me desprecia! – me dijo susurrando en mi oído.

- Lo siento entonces, que grato ser la primera que lo haga.

Él me iba a decir algo más pero justo salió mi abuela de la librería con varias bolsas en sus manos.

- Hija – dijo mirándonos.

Math se paró velozmente y se fue, dedicándome una mirada de odio y repulsión.

- Qué rápido abuela – le dije secándome las lágrimas - ¿conseguiste lo que querías?

- Si, mi niña – me dijo sonriendo – cuando lleguemos verás lo que te compre

- Ay abuela. No necesito nada.

Ella le quitó el seguro a la silla y continuamos recorriendo la feria navideña.

- ¿Quién era ese chico guapo que estaba contigo?

- Nadie – la miré.

- No creo que no sea nadie – me dijo guiñando un ojo.

Solamente negué con la cabeza y le pedí que continuáramos nuestro recorrido.

Ella no preguntó más. Aunque sabía que pronto volvería a hablar de lo que vio.

Mientras esperábamos al abuelo y a Simón, nos sentamos en una cafetería y nos tomamos un rico chocolate caliente.

Mi cuerpo lo necesitaba, hacía mucho frio.

Luego de reencontrarnos nos dirigimos a casa. Mi madre ya había terminado de limpiar todo y mi papá estaba terminando de colocar regalos debajo del árbol.

- Wow.

- ¿Es demasiado Leila? – me dijo papá con miedo.

- Nunca vi tantos regalos – le dije sonriendo.

- Este año nos merecemos mucho más de lo que pensamos hija – me dijo abrazándome.

Eran las once de la noche y los abuelos habían armado un despliegue con las cosas que compraron en la feria. Estaban tan contentos.

- ¡Voy a cocinar mucho estos días! – dijo emocionada.

Todos le sonreímos. Mi abuela era tan carismática, y sin dudas le sacará provecho a esos libros con recetas que compró. Es una gran cocinera.

Si la señora Row la conociera sin dudas serían grandes amigas.

- Lei, cariño – me llamó mi abuela - ¿por qué no nos cuentas del chico con el que estabas hablando?

Todos me miraron extrañados, mi madre escupió el licor que estaba tomando y mi padre se paró de golpe.

- No tengo nada que decir abuela, ya no hables más del tema.

- Per...

- ¡Que no abuela!

- Leila – me habló mi hermano - ¿qué pasó?

Y otra vez. Lágrimas. Más lágrimas.

- Math – dije casi en un susurro.

- ¿Quién? – gritó mi padre – Pero Leila...

- Estaba esperando a la abuela en la puerta de la librería y apareció – le dije exaltada – Ya no quiero hablar del tema.

- Que te...

- No quiero seguir hablando del tema – recalqué firme y en voz alta.

- ¿Quién es Math? – preguntó el abuelo.

- Es el miserable que me dejó en esta silla – dije señalando mis piernas.

Todos me dedicaron esa mirada de lástima que tanto odio.

No habíamos vuelto a hablar de Math desde que hicimos la denuncia que nadie tomó en serio.

- Buenas noches.

Y así, llorando y enojada con todos me fui a mi habitación.

Lo que menos quería era seguir hablando de esto, no estoy preparada para hablar con nadie sobre lo que me pasó y mucho menos, hablar sobre él.

Entré a mi habitación y le puse seguro a la puerta. No quería que nadie me moleste y mucho menos que me vieran así.

Me coloqué mi pijama, me coloqué los auriculares y así me fui a dormir.


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