Capítulo 2.
- Así que – lo mire maliciosamente - ¿estaba tu chica en la fiesta?
Casi se atraganta al ver como nuestros padres lo miraban con la boca abierta.
- Leila – los miró de reojo – Emm, si estaba... estaban todos en la fiesta. Menos vos, obvio.
- ¿Qué chica? – me miró mamá.
- Mejor me voy a terminar el cuadro – dije y me fui directo al salón.
Me reí por lo bajo, Simón no es de contar sus cosas, prefiere esconderse en su cuarto con su guitarra.
Mientras pintaba escuchaba como todos se paraban de la mesa y sentí que alguien se paraba detrás de mí.
- No está nada mal.
- Gracias pá – le sonreí y lo invité a sentarse a mi lado.
- Simón está furioso – nos reímos ambos.
- Tienen que trabajar hoy, ¿no? – le pregunté cabizbaja.
- No nos queda otra Lei, necesitamos todo el dinero posible para tu tratamiento. ¿Lo vas a aceptar no?
Quedé con la mete en blanco por un momento.
El tratamiento.
Carísimo.
La fisio con uno de los especialistas más importantes de Europa. Mis padres han estado ahorrando meses, desde que se enteraron de su existencia.
- ¿Y si no soluciona nada? – lo miré expectante – Tanto dinero ahorrado y gastado en vano. No quiero arriesgarme, arriesgarlos.
- El que no arriesga no gana, cariño – me besó la frente – Volvemos en la tarde.
- Buena jornada – le sonreí levantando el pincel.
Me sonrió y se fue.
Durante unas horas estuve concentrada en mi trabajo.
Pinceladas van, pinceladas vienen.
- Pronto.
- ¿Ya terminaste?
Era Simón, con su cara de enojo.
- ¿Te gusta? – le dije riendo sin mirar el cuadro.
- Está bien – dijo a mi lado – más que bien...
- Pero...
- Pero mejor estaría que no te metas en mi vida, ¿cómo vas a decir esos comentarios frente a nuestros padres? ¿no te recuerdas lo densos que son cuando se trata de chicas?
Lo miré y lo abracé.
La verdad que es cierto, nuestros padres son muy sobreprotectores, no quieren que ninguno de los dos saliera mal de una relación. El pobre Simón ya había pasado por esto una vez, mamá se pone muy pesada cuando mi querido hermano se fija en una chica.
- Lo siento – le dije – pero me hace feliz verte bien, y se que Anna te gusta, hace tiempo.
Le guiñe un ojo y él se sonrojó.
- ¿Estás pronta para ir a clases?
- Si – le sonreí – busco mis cosas y nos vamos.
Sin decir nada, Simón salió corriendo hacia mi habitación para agarrar mis pertenencias.
Salimos al garaje y me ayudó a subir a la camioneta. Una vieja Volkswagen, muy hippie si necesitan una descripción. Era de nuestros padres, cuando eran jóvenes y comenzaron a salir la compraron para recorrer diferentes Estados... De cada estado pintaron algo en ella.
El trayecto fue tranquilo, escuchamos música y hablamos, hablamos mucho.
- ¿Te duele? – me dijo Simón.
Lo miré y volví mi mirada al golpe en la cintura.
- Es increíble cómo pude haberme caído de la cama – me reí – pero no me duele, por ahora no.
- Menos mal llegué para ayudarte, cuando entré en mi cuarto y escuché el golpe pensé que había alguien dentro de la casa.
Me reí y seguimos escuchando a The Weekend que sonaba a todo volumen.
- Ahora sí, te dejo con tus queridos amigos, nos vemos a la salida Lei.
- No te pierdas – le guiñé un ojo y sonreímos.
Lo vi alejarse y me di vuelta para mirar a mis dos entrañables amigos, Andy y Angelina. Mis doble A.
- Te extrañábamos – me dijeron al unísono.
- Yo no – les tire con la mochila – podrían haberme ido a visitar.
- ¿Recuerdas la última vez que fuimos Ange? – dijo Andy a mi amiga.
- Ah si, ¿Cuándo nos tiró un frasco de pintura?
Los mire confusa.
- Okey, okey – levante las manos en forma de Paz – sé que me altero mucho, no me sentía bien.
- Lo sabemos – me dijeron y Andy empezó a empujar la silla.
- Te perdiste la fiesta – comentó mi amigo cuando entramos al salón – fue un escándalo, digno de cine, con pop incluido.
- ¿Qué pasó?
- No creo que quiera saberlo Andy – Angelina le tocó el hombro – como no quiso ir, quizás no le interese.
Le golpee la pierna y se rio.
- ¿Qué pasó?
- Math – me dijo Andy serio – estuvo en la fiesta y...
Y lo demás no lo escuché.
Es nombre.
Math.
Mi pesadilla durante cinco meses.
- ... y se tuvieron que ir – dijo Angelina - ¿Leila? Eu, amiga.
- Oh, ¿y ustedes se divirtieron?
- ¿Estás bien? No tendríamos que haberte contado todo esto.
- Ange, no serás tarada, no nos escuchó. Mírala, con solo escuchar su nombre fue suficiente para que se bloqueara.
Y así estuve toda la mañana, recordando todo lo que pasó.
Ese nombre no salía de mi cabeza.
- Leila, vamos a almorzar.
Asentí con la cabeza y nos dirigimos al comedor.
Simón, sus amigos y... ¿Anna? Se nos unieron.
El almuerzo fue divertido, Simón supo que Andy y Ange me comentaron algo de la fiesta y estuvo a mi lado todo el rato. Anna era un amor, se dedicó a acompañarnos sin pedírselo.
- ¿QUÉ TE PASA IDIOTA?
En ese momento todos, literalmente todos en el comedor nos volteamos.
Un chico con miedo con su bandeja en el piso.
Un brabucón con los puños cerrados.
Un imbécil.
Pasó por nuestro lado y me dedicó una mirada que ya conocía, una mirada de asco, de rabia y de burla.
La última vez que lo había visto fue hace dos semanas, la última vez que había pisado el instituto, cuando se sentó a mi lado en Filosofía y no dejó de mirarme, justo como lo hacía ahora.
Bajé la mirada y marqué el número de mi padre. ¿La excusa? Me dolía la espalda, eso siempre me salvaba.
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