Capítulo 1.
Beret sonaba en la sala cuando escuché el timbre mi casa sonar. Dejé mis pinceles a un lado y me dirigí hacia la puerta.
- Yo atiendo - dijo mi hermano agarrando mi silla - seguí con lo tuyo.
Él corrió hacia la puerta y escuche como un par de niños decían "dulce o truco".
- Mmm, ¿cuál es el truco? - les contestó.
Los niños lo miraron sonriendo malévolamente, y sacaron de una pequeña bolsa un paquete con muchos, pero muchos huevos.
- Creo que no deberías subestimar la fuerza de estos malvados villanos querido hermano – le dije acercándome con un recipiente repleto de dulces - ¡Tomen y diviértanse!
- ¡Gracias Leila! – dijeron ambos niños con una sonrisa.
Me giré y le regalé una divertida sonrisa a Simón, mi hermano. Él sin embargo me dedicó una mirada seria...
- ¿Qué pasa ahora? – le dije mientras continuaba con mi pintura.
- ¿Sabes de la fiesta en la casa de Candy? – se acercó y se agachó para quedar a mi altura – Pensé... que podríamos ir. Hace meses no sales de casa y...
- NO – contesté bastante fuerte, lo que provocó que se levantara.
- Pero... Leila, vamos, solo un par de horas. Además, va tu...
- ¡DIJE QUE NO!
- Per...
- NO SIMÓN, NO, NO Y NO – dije tirándole un pincel a la cabeza y mirando seriamente – Sabes que nunca más sería capaz de ir a una fiesta y menos sabiendo que él va a estar ahí, que todos ellos van a estar en esa casa.
- Leila, voy a estar yo, quizás ni siquiera ellos estén, la gente ha empezado a darse cuenta de toda la verdad. No creo que Candy lo haya invitado, ella estuvo ahí cuando...
- ¿La verdad? Si nadie me creyó, y Candy... Ella está tan cegada por él que ni siquiera me ha dirigido una mirada en el instituto, NI UNA SIMÓN. Prefiero quedarme, sola como siempre, intentando terminar esta mierda que ni sé por qué la estoy haciendo.
Giré mi cabeza y me centré en lo que estaba haciendo, el retrato de una familia, se veían todos felices, con tantos sueños por cumplir. Tomé el pincel que le tiré a mi hermano, lo mojé en óleo y continué mi trabajo.
- Solo quiero que sepas que siempre estoy yo Leila, y tus amigos.
- "Amigos" – dije negando con la cabeza – solo me quedan dos y los pobres no saben ni qué hacer conmigo, si tenerme a su lado a dejarme a un lado.
- ¡No seas imbécil! – dijo girando mi silla – Te aman estúpida, y no me gusta hablarte así, pero... me sacas de quicio.
Y me abrazó, y lloré... Me sentía tan sola, tan vacía.
- Yo también te quiero – le dije secándome las lágrimas – Ponte guapo y rompe la noche "peluca".
Él solamente sonrío y fue a cambiarse.
Y es así, mi hermano Simón, quién me defiende de todo y de todos, quien me ha cuidado más que nadie en estos ultimo meses y me atrevo a decir que más que mis padres.
Cuando bajó le sonreí, es un chico hermoso, y no porque sea mi hermano, tiene a muchas chicas del instituto detrás de él, solo que ninguna se le acerca lo suficiente porque tiene a su siamesa siempre atrás, yo.
- ¿Qué te parece? – me dijo revolviéndose la mata de pelo que tiene sobre la cabeza.
- Me parece – me acerqué y le saqué la camisa dentro del pantalón – Que estás muy bonito y que vas a romperla esta noche.
Me besó en la frente y se fue, así sin más. Por lo que sé, hay una chica que le gusta y la iba a buscar a su casa.
- Bueno Leila – me dije a mí misma – nos quedamos solas de nuevo.
"Miau" se oyó de fondo. Le sonreí y la tomé en brazos.
- Lo siento Reina, somos dos en esta cita de Halloween.
Esa noche decidí encargar una jugosa hamburguesa, destapé un vino que tenía mi madre guardado hace tiempo y mi plan era, ver películas toda la noche.
Cuando llegó el delivery llevé todo a mi cuarto, dejé la comida sobre la mesa y tardé más de la cuenta en salir de la silla, últimamente me costaba mucho más.
- Creo que debería aceptar ir a fisio – miré a Reina - ¿tú que piensas?
- Miau – me contestó mirando mis papas fritas.
- Nada de eso Reina, todo es mío corazón.
La gata sin más se fue y me dejó sola en la cama.
Encendí la televisión y creo que estuve media hora cambiando de canal mientras buscaba una película que me gustara, o que simplemente me llamara la atención.
- Masacre en Texas – leí en voz alta y como recién empezaba me quedé mirándola.
Creo que la vi más de cinco veces junto con mi hermano, amamos las películas de terror, aunque debo admitir que La llorona es de las peores que hemos visto... Esa sí que provoca miedo y sueños terroríficos.
Cuando terminó la película ya había terminado de cenar, dejé todo sobre la mesa de noche y fui a cepillarme los dientes.
Cuando volví a mi cuarto vi que tenia una video llamada entrante. Mis padres.
- ¡Hija!
- Hola mamá ¿y papá? – le dije mientras me acostaba y tapaba hasta la cabeza.
- Está acá Leila, ¿qué hacen por ahí? Simón no me contesta los mensajes.
- Simón se fue a una fiesta, estoy con Reina a punto de dormir mamá – le dije mostrando la gata a la cámara.
Y me dedicó esa mirada, la misma que Simón. Vi como papá la empujaba y aparecía en la cámara.
- ¿Qué película viste? – me dijo salvando la situación.
- Masacre en Texas – le sonreí – no entiendo por que la pasan tantas veces, habiendo tantas.
- Clásicos hija, escúchame, ¿cómo vas con la pintura? Nosotros ya entregamos los otros dos cuadros, los compradores quedaron muy contentos con tu trabajo.
- Bien papá, solo me quedan unos detalles y queda terminado.
El sonrió y continuamos hablando durante media hora más, me contaron de sus paseos por Italia, Grecia y me comentaron que estaban haciendo escala en México para llegar mañana a casa.
Y cortamos. Hablar con ellos me hace bien, y sinceramente es mejor cuando nuestra relación es así, por teléfono. Tenerlos a mi lado solo me complicaban cada vez más.
- Bueno Reina, a dormir se ha dicho.
Me encontraba en un bosque, hacía frío y estaba con mi pijama a lunares puesto.
- ¿Hola? – dije estúpidamente esperando una respuesta.
No me animaba a dar un paso, ¿cómo podría hacerlo? Mis pies estaban fríos... ¿cómo puedo sentir eso?
Ahí estaba, parada en el medio de un camino, con miles de árboles a mi alrededor.
- ¿Hola? – volví a repetir más fuerte.
- ¿No tienes frío?
Miré para ambos lados buscando el origen de esa voz.
- Detrás de ti – me dijo, pero estaba inmóvil.
- No puedo caminar – le dije a esa voz mientras me frotaba las manos para que entraran en calor.
- Solo gírate – me dijo riendo - ¿cómo no vas a poder?
- ¿De qué te ri...
En ese momento mi impulso me llevó a girarme tan rápido que caí.
Y me desperté.
También me caí de la cama.
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