Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

7- Un Lirio En El Pantano


—¡No me hagas daño!

—¡No me comas, por favor! —suplicó otra voz al unísono con Snowzel. Se escuchaba igual de asustada.

Eso hizo que la rubia abriera los ojos hacia el monstruo con el que había chocado, mas no había ningún monstruo. Lo que se encontró fue a una chica también en el suelo que se hacía ovillo intentando protegerse. Pero pronto se percató también de su voz femenina.

Abrió sus ojos plateados y los dirigió hacia Snowzel. La examinó, confundida.

—Tú no eres la bestia —dijo la extraña cuyos largos cabellos eran de un brillante tono rubio rojizo.

Se puso de pie y fue la rubia quien la observó a detalle. Era hermosa y su rostro demostraba una audacia poco usual. Por sus prendas desgastadas, así como parchadas, quedaba claro que se trataba de una campesina de bajos recursos.

—Eh, no, no lo soy —admitió Snowzel después de unos segundos, sobando el chichón que se había formado en su frente por el golpe.

Se dio cuenta de que ambas se habían estrellado en la cabeza de la otra, de ahí que fuera tan duro el impacto.

—¿También vas a ser ofrenda para la Bestia? —preguntó la pelirroja, llevando su mano hacia su boca en gesto sorprendido.

—N-no... Solo... espero a alguien. Vamos de camino a mi casa, creo.

—¿Crees? ¿Por qué no estás segura? —cuestionó nuevamente la extraña ante la respuesta de la rubia.

—Realmente no sé si vamos en el camino correcto. Soy pésima ubicándome porque nunca salí de mi torre.

Aquella campesina entrecerró los ojos. Las preguntas empezaban a invadir su mente, despertadas por la curiosidad.

—¿Una torre? Suena horrible. ¿Te tenían secuestrada? —La chica miró las prendas de Snowzel. No podía ser así. Se notaba que era de la alta sociedad, incluso el vestido que portaba lucía bordados en oro y plata. ¡Y ella que apenas tenía para comer!

—Oh, para nada, no era un secuestro... —Snowzel comenzó a incomodarse ante el interrogatorio. Ni siquiera la conocía, ¿por qué iba a confiar en ella?

La extraña se percató de la actitud de pronto reticente hacia su presencia. Nuevamente lo había hecho.

—Lo lamento, suelo ser demasiado...

—¿Chismosa? —interrumpió Snowzel, levantando una ceja.

—Iba a decir preguntona, pero también es una forma de verlo. —Sacudió la cabeza y extendió la mano derecha—. En todo caso, hola, soy Lily.

La rubia agradeció el gesto y lo tomó con una enorme sonrisa. Su primer contacto con otra chica, y parecía tener su edad.

—Soy Snowzel. Y ahora yo te preguntaré; ¿por qué buscas a una bestia?

—Es una larga historia. No sé si... —Lily miró el sendero. Sabía que tenía que irse. Pero a la vez sentía que todo el miedo que había estado conteniendo hasta el momento hacían pesar sus pies, anclándola contra el suelo. No quería continuar.

Se volvió a Snowzel. En el piso yacía un mal intento de fogata que no pudo ser prendida por la usanza de troncos húmedos. La señaló.

—¿Quieres ayuda con eso? ¿Piensas pasar aquí la noche?

—Em... No era la idea quedarme, pero... —Snowzel volteó hacia el camino que Pinhood había seguido. Aún si llegaba era bastante tarde para continuar caminando, y más sin saber exactamente hacia dónde dirigirse—. Sí, necesito ayuda.

Lily la llevó con ella a buscar troncos secos que pudieran funcionar bien para prender el fuego y mientras siguieron charlando.

—No lo entiendo —murmuró Lily cuando Snowzel terminó de contar su historia—. ¿Por qué tus padres no tomaron la decisión de protegerte en el castillo? ¿De dónde la necesidad de recluirte en una torre?

La rubia se agachó por otro de los troncos y se lo pasó a Lily. La cual lo rechazó con un movimiento de cabeza. Eso era lo malo de estar en un pantano, la madera era húmeda y pegajosa. No servía para prender el fuego que necesitaban.

—Tenían que aparentar que estaba muerta. Además, no dejan de ser los reyes, más de una vez han tenido que invitar a Fairy al castillo. ¿No crees que notaría que tiene magia? La torre era para que no me escapara, pero ni eso funcionó.

Una risa furtiva escapó de entre los labios de Lily.

—Fue una suerte que no te mataras cayendo de un lugar tan alto. Quizá tienes más resistencia de la que crees. —Después de unos momentos en silencio la pelirroja prosiguió—: ¿Tú has visto a Fairy con tus propios ojos? Dicen que es la criatura más hermosa de todos los reinos. Que de solo verla te quedas impactado con su belleza.

—Nunca la he visto. Y realmente deseo seguir así. Si existe esa especie de odio hacia mí, no creo que sea algo conveniente encontrarme con ella.

Snowzel se encogió de hombros y regresó a lo que habían asignado como su campamento. Estaba muriéndose de frío, no veía la hora para reposar frente a la fogata y calentarse. Lily la siguió, acomodó los troncos y finalmente prendió los leños con un par de piedras que cargaba consigo. Sopló arduamente para mantener la llama viva y que ésta tomara más fuerza para poder durar la noche entera.

—Sabes mucho de todo esto —observó Snowzel sintiendo creciente admiración por ella.

—En mi casa soy yo quien se encarga de las labores del hogar. Es cuestión de aprender —explicó Lily mientras se arrodillaba junto a su nueva compañera. Ya la flama de la fogata era bastante vivaz y potente.

—Y ¿para qué buscas a la bestia? —insistió la joven de rubios cabellos una vez que estuvieron acomodadas. Esa pregunta no había dejado de rondar por su mentes desde que lo mencionó y ansiaba saber la respuesta.

Una sonrisa sarcástica se posicionó en los labios de Lily.

—Ahora quién es la que se está comportando de forma chismosa, ¿eh?

—Yo te conté todo lo que me pasaba a mí. Es justo querer saber lo que te pasa a ti —se defendió Snowzel tomando un palo para empezar a jugar con el fuego.

—Sí... —Fue lo único que Lily balbuceó antes de relatar.

"Lily había nacido en el seno de una familia bien acomodada económicamente, pues su padre era un importante mercader. Siendo la menor de tres hermanas nunca les faltaban lujos, su progenitor se desgastaba en ofrecer a sus hijas lo mejor que pudiera encontrar para que nunca pasaran carencias y portaran la mejor educación posible.

Mientras que sus hermanas mayores se volvían arrogantes y vanidosas por sus riquezas así como sus conocimientos, la pequeña Lily crecía con sencillez. Odiaba pasar sus días encerrada, aún si se trataba de estar en la mansión donde vivían. Apenas encontraba oportunidad terminando sus clases particulares corría al río más cercano a tratar de cortar lirios, su flor predilecta.

Rememoraba las palabras de su padre siempre que juntaba un buen ramo:

Tu madre amaba los lirios. El día que te dio a luz todos los brotes del río florecieron, lo vimos juntos desde la ventana, y eso fue una señal para ella... Había nacido nuestro pequeño Lirio.

La pelirroja abrazaba estas palabras con su corazón, pues le hacía feliz pensar en su mamá y cómo compartían el mismo amor por esa hermosa flor acuática. Era un lazo que las unía a pesar de que Lily nunca había tenido la oportunidad de conocerla.

Fueron pasando los años, las tres hermanas rápidamente atrajeron la atención de varios pretendientes. Las chicas habían crecido en belleza y conocimientos, siendo muy cotizadas por los varones, desde los más ricos, hasta los campesinos más humildes. Pero era la pequeña Lily quien más corazones flechaba, no solo porque físicamente era la más hermosa, sino también porque esa belleza era acompañada con dulzura hacia los que no tenían su misma condición económica.

Mientras que sus hermanas eran chicas altivas, que humillaban a cualquiera que no tuviera la misma condición económica que ellas, la pelirroja había logrado mantener su humildad ante todo.

Un día de desgracia el mercader perdió todos sus bienes, quedando únicamente con una pequeña cabaña en medio del campo para poder vivir. Rápidamente la noticia se extendió por todo el pueblo. La gente murmuraba de este acontecimiento, principalmente en son de burla hacia las dos hijas mayores.

—Tanto que despreciaban a la gente pobre y ahora... ¡Míralas! Sin nada en lo que vanagloriarse. No merecen que les tengamos compasión. ¡Qué se hagan las grandes damas con las ovejas! —decían entre risas.

En cambio al mismo tiempo se lamentaban por la menor de la familia.

¡Qué pena, qué dolor nos da la desgracia de la pequeña Lily! Tanto que se esmeraba por ayudar a los pobres y ahora ella es pobre.

Las hermanas mayores se negaron a irse de la ciudad, argumentando que sus pretendientes las ayudarían a salir de su mala condición económica. Mas al quedarse sin riquezas todos esos jóvenes que iban tras ellas desaparecieron. Ya no estaban interesados en las chicas egolatras. En cambio, varios de los mozos se ofrecieron a casarse con Lily para ayudarla a salir de esa lamentable situación, pero ella los rechazaba. No pensaba dejar solo a su padre durante un golpe así.

Los cuatro se mudaron hacia el campo, a emprender su nueva vida donde les tocaría labrar la tierra para poder sobrevivir. La pelirroja, a pesar de no demostrarlo, no dejaba de afligirse por la fortuna pérdida y su repentino cambio de circunstancias, pero se decía a sí misma:

No obtendré nada por mucho que llore. Es preciso tratar de ser feliz en la pobreza.

Apenas llegaron a su casa y se establecieron, tanto su padre como Lily se dedicaron a preparar y labrar los terrenos. La más chica solía despertar a las cuatro de la mañana para ocuparse de los labores de la casa, así como alimentar a su familia. Al principio fue un sacrificio agotador, porque la joven no poseía la costumbre de trabajar tan arduamente; pero en tan sólo unos meses se fue adaptando a su nueva rutina, comenzando a sentirse mejor y disfrutando de una salud plena.

Cuando terminaba sus quehaceres, Lily siempre solía dedicar su tiempo a leer o bien a explorar sus alrededores. Nunca decía la razón, pero en su corazón gestaba la esperanza de volver a encontrar un río cerca donde pudiera recolectar los lirios. Ansiaba recoger un ramo para poder adornar el centro de la mesa con ellos y hacer más ameno su alrededor.

Sus dos hermanas, en cambio, se aburrían mortalmente; acostumbraban a despertar a las diez de la mañana y su única diversión constaba en pasear mientras se lamentaban de la pérdida de sus galas, los conciertos y los bailes a los que acudían en antaño.

Mira a Lily –se decían con amargura—, tiene un alma tan vulgar, y es tan estúpida, que se contenta con esta miseria.

El buen labrador se sentía orgulloso de su pequeña hija, admirando todas sus virtudes, así como su paciencia. Ya que las otras no se conformaban con que hiciera todo el aseo de su casa, sino que además se burlaban de ella y le jugaban pesadas bromas para entorpecer su trabajo.

Había pasado un año entero de la familia viviendo en aquellas soledades cuando el mercader recibió una carta en la cual le anunciaban que cierto navío acababa de arribar, felizmente, con una carga para él. Esta noticia trastornó por completo a sus dos hijas mayores, pues imaginaron que por fin podrían abandonar aquellos campos donde tanto se aburrían. Lo único que se les cruzaba por la cabeza era volver a la fatua vida en las fiestas y teatros, haciendo alarde de sus riquezas; por lo que, no bien vieron a su padre ya dispuesto para salir, le pidieron que les trajera vestidos, chales, peinetas y toda suerte de bagaletas.

Lily las escuchó en silencio, pensando para sí que todo el oro de las mercancías no ajustaría para complacer los caprichos de sus hermanas.

¿Y tú, Lily? —preguntó su padre llamando su atención—. ¿No vas a encargarme nada?

La pelirroja en realidad no deseaba nada, pero no quería afear con su ejemplo la conducta de sus hermanas, las cuales sostenían que si no pedía algo era solo por darse importancia.
De pronto recordó aquello que tanto había anhelado desde que dejaron su mansión.

Ya que tienes la bondad de considerarme... He escuchado que pasarás por Hamelin, esa ciudad está rodeada por un pantano y lo atraviesa el río Weser. Te suplicó que si encuentras un lirio, padre, me lo traigas. Realmente aquí no hay dónde encontrarlos.

Con este último encargo el mercader partió, no obstante al llegar a la ciudad supo que había una disputa entorno a su mercadería, luego de muchas disputas y penas, se encontró tan pobre como antes. Así pues, emprendió el camino a su vivienda nuevamente. No tenía que recorrer más de treinta millas para llegar a su casa y ya se regocijaba con el gusto de ver a sus hijas; pero al llegar al pantano de Hamelin erró el camino y se perdió dentro de él, en medio de una tormenta torrencial que se desató.

El agua caía a cántaros, los ventarrones eran tan fuerte que dos veces llegó a tirarlo del caballo y los pisos del pantano se convertían en una masa lodoza, aprensando las patas del animal para entorpecer su andar. Al cerrar la noche el hombre llegó a temer que moriría de hambre o ahogado entre las lagunas ocultas del lugar, las cuales no podía vislumbrar a causa de la oscuridad.

De pronto, tendió la vista por entre dos hileras de árboles, a lo lejos alcanzó a notar una brillante luz. Se encaminó hacia aquel lugar esperando fuera su salvación. La luz procedía de un magnífico castillo todo iluminado, cubierto de preciosas enredaderas. Se apresuró a pedir refugio; pero su sorpresa fue considerable cuando no encontró persona alguna en los patios.

Su caballo, que andaba detrás de él, se apresuró a entrar en una vasta caballeriza que estaba abierta, y habiendo hallado heno y avena, el pobre animal, que se moría de hambre, se puso a comer ávidamente. Después de atarlo, el mercader pasó al castillo a suplicar asilo. No obstante, seguía sin aparecer alma alguna.

Por fin, llegó a una gran sala donde había un cálido fuego y una mesa cargada de viandas con un solo cubierto a su disposición. Quizá pecaría de atrevido, pero se dirigió hacia allí. La tentación era muy grande, pues la lluvia lo había dejado empapado y el pobre hombre se estremecía del frío. Se acercó a la chimenea, retirándose las prendas exteriores para dejarlas secar, diciéndose a sí mismo: «El dueño de esta casa y sus sirvientes, que no tardarán en dejarse ver, sin duda me perdonarán la libertad que me he tomado».

Se quedó ahí, esperando. Hasta que finalmente, pisadas surgieron detrás, deteniéndose en seco al percibir su presencia. El hombre se levantó del suelo y dio la cara al que seguramente era dueño del palacio. Pero no había nadie detrás de él. Se preguntó si tal vez lo había imaginado.

Al cabo de unas horas, viendo que seguía solo, el mercader no pudo resistir al hambre, y apoderándose de un pollo, se lo comió en dos bocados, apesar de su recelo. Bebió también algunas copas del vino excelente que se hallaba a la disposición. Con nueva audacia, el hombre abandonó la sala y se dedicó a recorrer el castillo, husmeando en los espaciosos aposentos, magníficamente amueblados. En uno de ellos encontró una cama de agua, dispuesta y como era pasada la media noche, sintiéndose rendido del cansancio, entumecido y aturdido de la aventura que había vivido, cerró la puerta para acostarse a dormir.

Eran las diez de la mañana cuando al día siguiente el mercader despertó. Fue hacia la ventana del aposento y se encontró con un esplendoroso jardín, cuyas bellas flores encantaban la vista junto con un lago privado a las espaldas del palacio. No había rastro alguno de la torrencial lluvia que había caído la noche anterior.

Saliendo de la habitación fue a buscar sus ropas, que yacían secas, en el mismo lugar donde había cenado y que ahora lo aguardaba con una taza de chocolate caliente sobre una pequeña mesa.

Le doy gracias, señora hada —dijo el mercader en voz alta—, por haberse apiadado de mí teniendo la bondad de albergarme en noche tan inhóspita y de pensar en mi desayuno.

El buen hombre, ya vestido y habiendo terminado la bebida, salió en busca de su caballo, mas al pasar por el lago se percató de que en él abundaban los más hermosos lirios acuáticos. Recordó a Lily y su petición. Se arrodillaba para cortar el que le pareció más lindo cuando de las profundidades del agua una gran mano verde y escamosa lo sujetó del antebrazo, impidiendo la acción. Los dedos de aquella mano se unían a través de finas membranas y sus uñas eran largas, de un color verde musgo.

El mercader temblaba por el miedo ante la criatura de considerable tamaño que estaba surgiendo frente a él. Era tan horrenda que le faltó poco para caer desmayado.

Ingrato —rugió la bestia mostrando los largos colmillos que emergían debajo de sus labios—. Yo te salvé la vida al recibirte y darte cobijo en mi palacio y ¿cómo me pagas? Arrebatando mis lirios, ¡a los que amo por sobre todo cuanto hay en este mundo! Será preciso que mueras, a fin de reparar este error.

El hombre, presa del pánico, se arrojó a sus pies, juntando las manos para rogar a la bestia:

Monseñor, disculpa mi atrevimiento, no creía ofenderte al tomar uno de tus lirios. Es para una de mis hijas, que me lo ha pedido.

Yo no me llamo Monseñor —le respondió el monstruo—, sino Beast Toad. No me gustan los halagos ni que esperes que tu historia me conmueva... —Se detuvo un momento para reflexionar—. Mas... He escuchado que tienes hijas... Sí, de acuerdo, estoy dispuesto a brindarte mi perdón si una de ellas está dispuesta a venir a morir en tu lugar. No me repliques: parte de inmediato. Y si ninguna de tus hijas decide tomar tu lugar regresa aquí. Pero de una vez te advierto que tengo poderes de bestia más allá de lo que te imaginas. Puedo encontrarte si no cumples y si me tratas de engañar te mataré a ti y a toda tu familia.

Habiendo terminado de decir esto último la bestia se volvió a sumergir en su estanque, dejando que el hombre volviera por su camino, abandonando aquel gran palacio con una gran tristeza, pareja a la alegría que lo había invadido la noche en la que llegó, buscando albergue. Su caballo solo se encaminó por una de las veredas que había en el pantano, y en unas pocas horas se halló de nuevo en su pequeña granja.

Su pequeña hija pelirroja fue la que corrió a su encuentro, pronto sus tres hijas lo rodeaban, pero lejos de alegrarse con las caricias de las jóvenes el hombre se echó a llorar angustiado, obervándolas. En su mano derecha portaba el hermoso ramo de lirios que había recogido para Lily y entregándolas le mencionó:

Mi pequeño Lirio, toma estas flores que tan caro le han costado a tu desventurado padre.

En seguida procedió a contar la funesta aventura que le había tocado vivir. Al oírlo, sus dos hijas mayores dieron grandes alaridos, llenando de injurias a Lily, que había escuchado con suma tranquilidad.

Mira a lo que conduce tu orgullo —le gritaron—. ¿Por qué no pediste adornos como nosotras? ¡Ah, no, la niña tenía que ser distinta! Por tu culpa nuestro padre va a morir o peor, nosotras. Y ni siquiera parece importarte.

¿Para qué lloraría? ¿Resuelves algo de esta manera? —preguntó Lily con agresividad, ya harta de sus ataques—. No, yo iré a tomar el lugar de papá si es que el monstruo quiere que vaya una de nosotras.

¿Lo harías, Lily? —Su padre se levantó con una sonrisa de esperanza surcando sus labios—. Ya sabía que tú entenderías que no puedo morir todavía.

Lily lo observó con la boca abierta. No había previsto que su padre accediera ante su acto de buena voluntad. Sus hermanas se levantaron encantadas con la idea de deshacerse de ella.

Sí, adiós, Lily —le dijo una literalmente sacándola a empujones de su propia casa—. Nos saludas a mamá.

Apenas se volvía cuando le cerraron la puerta en las narices. La pelirroja apretó los puños, indignada.

¡Por esta razón la gente piensa que soy mejor que ustedes, perras! —gritó Lily furiosa.

Ya no había vuelta atrás, según parecía. Suerte que solía llevar con ella una capucha para cubrirse del sol. No le habían dado oportunidad ni de empacar".

—¿Entonces, buscas a la bestia porque tu papá prometió que una de sus hijas se quedaría con ella? —preguntó Snowzel para reiterar la historia que le había contado. Le parecía inadmisible que un padre hubiera hecho esa clase de trato.

Lily asintió.

—Así es. Yo solo hacía un gesto noble y vacío, no esperaba que mis hermanas literalmente me lanzaran fuera de la casa —respondió poniendo los ojos en blanco—. Debí haber sido avariciosa y pedir joyas y vestidos... Como sea, ahora debo buscar mi muerte. Adoro mi vida.

—El lado bueno es que ya no vas a seguir viviéndola.

Snowzel trató de sonreír para darle ánimos, pero Lily le respondió frunciendo el ceño.

—Ehhh... ¿La bestia saldrá de su palacio? —indagó la rubia al cabo de unos segundos, tratando de romper el áspero ambiente que se había formado entre ambas.

—Sí, sale en búsqueda de niñas perdidas.

Tanto Lily como Snowzel se levantaron de golpe por la interrupción de esa tercera voz gruesa y monstruosa. Detrás de ellas se alzaba una musculosa figura que pasaba los dos metros de altura, verde y escamosa, con aletas en los antebrazos. Por la historia del padre de Lily, no era difícil adivinar de quién se trataba.

—Corre —balbuceó Lily a Snowzel antes de ordenar a los gritos—: ¡Corre!

Las dos se apresuraron a alejarse lo más rápido que sus piernas les daban, sintiendo esa presencia seguirlas a toda velocidad. Lily, sin esfuerzo, rebasó a Snowzel, dejándola en desventaja.

—¡Pinhood! —lo llamó Snowzel, apanicada, con la esperanza de que apareciera entre los arbustos, listo para disparar una de sus flechas y salvarla—. ¡Pinhood! ¡Pinhood! ¡Pinhood!

Snowzel estaba tan agitada, que no se dio cuenta de que un árbol cercano tenía una de sus raíces levantada, por lo que su pie se atoró en ella haciendo que el cuerpo de la rubia saliera disparado con fuerza. Al aterrizar, la chica se dio la vuelta solo para ver cómo el monstruo se acercaba a los saltos, cada vez más próximo.

Era el fin, la iba a alcanzar. En ese instante, Lily salió por un costado, dándole un tacle a la bestia para impedir su andar, arrojándolo a una laguna escondida que estaba a unos metros. Había conseguido unos cuantos segundos de ventaja.

—¿Estás bien? —preguntó la pelirroja tomando a Snowzel del brazo para levantarla en un gesto que resultó más rudo de lo deseado—. Vámonos.

La rubia asintió, abrumada por el golpe y el miedo. Pronto ambas volvieron a retomar carrera, buscando un lugar seguro para resguardarse. Cuando aquella bestia que creían perdida surgió de delante de ellas, impidiendo su paso. Antes de poder reaccionar, y de un brusco movimiento, la bestia sujetó a Lily, envolviendo sus muñecas entre la palma de su mano, y recogió a la chica del piso, con un mínimo esfuerzo.

—¡Pinhood! —gritó Snowzel corriendo en círculos, agitando los brazos. No había ya escape.

—¡Snowzel, avanzas más si corres en una dirección precisa! —exclamó Lily dando patadas al aire, en un vano intento de liberarse.

Antes de que la rubia pudiera seguir el consejo de Lily, Beast apresó a Snowzel con su otra mano, tomándola de la misma forma que a la pelirroja.

—¡Pinhoood! —gritó Snowzel presa del pánico, no dispuesta a ser devorada.

Por fin los gritos desesperados de la princesa atrajeron al chico, que salió de entre la vegetación con su arco listo para disparar contra aquella amenaza.

—¡Suéltala! —exigió el títere apretando los dientes y apuntando directamente a la cabeza de la bestia.

—Su padre prometió que vendría a cambio de su vida —explicó el monstruo de gran tamaño.

—Sí, no fue la rubia, estoy seguro. Por favor, suelta si sabes lo que te conviene.

La bestia examinó a Snowzel por unos segundos antes de lanzarla contra Pinhood. El azabache estiró los brazos, tratando de amortiguar la caída de su princesa. Sin embargo, por la fuerza invertida, la rubia se llevó al chico, arrastrándolo varios metros por el suelo.

—¡Auxilio! —suplicó Lily cuando la bestia se la echó al hombro y emprendió con ella el camino hacia su castillo.

—Pinhood, hay que salvar a Lily —dijo Snowzel levantándose de golpe cuando los vio perderse entre la maleza del lugar.

—No, no hay qué. Vamos a ir a tu casa —le recordó el titere poniéndose también de pie y sacudiendo el lodo de su ropa.

—Está en problemas.

—No es nuestro problema. Yo tengo que ponerte a salvo.

—¿No estás hecho para proteger?

—Sí, es justo lo que quiero hacer contigo. Protegerte, porque solo estoy hecho para protegerte a ti.

Snowzel se plantó con firmeza y frunció el ceño antes de darse media vuelta, para ir por el mismo camino por el que Beast se había llevado a Lily.

—Es mi amiga, no la voy a dejar. Si tú quieres vete, yo iré por ella.

—Solo me fui por dos horas, no es tanto tiempo el que han estado juntas —contradijo Pinhood, alcanzándola—. Mejor te consigo un perro, ¿te parece? Con un Setter Irlandés no la vas a extrañar. Tienen el pelo igual.

—Ya tomé una decisión. A los amigos no se les abandona y, si no me acompañas, iré yo sola.

Snowzel alzó el rostro, para que quedara a unos metros de la cara del chico de pino. Quería verse lo más segura posible para que no intentara detenerla. Pinhood suspiró, dando por perdida la discusión.

—De acuerdo, iremos a rescatarla, pero no solos. Conozco a alguien que podrá ayudarnos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro