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6- Gato Gaitero


—¿Falta mucho? —volvió a preguntar Snowzel. Sentía los pies acalambrados de tanto andar, sin contar las múltiples ampollas que le habían creado los zapatos.

La chica nunca había caminado de forma tan constante, ni hecho ejercicio en casi quince años, por lo que sus músculos estaban fuera de forma. Ya la noche se cernía sobre ellos y no habían podido abandonar ese horrible pantano que se iba volviendo cada vez más húmedo, aumentando los enjambres de mosquitos.

Pinhood, que iba adelante limpiando el camino para ella, se detuvo. Sus ojos se abrieron con sorpresa al analizar a detalle la pregunta.

—Yo... No lo sé. No sé dónde se encuentra tu casa. —La observó esperando que ella fuera quien le diera la respuesta y la dirección exacta para continuar. Algo le decía que era mejor llegar lo más pronto posible.

Snowzel paró en seco. Ahora que se ponía a pensarlo ¡ella tampoco lo sabía! Habían estado caminando sin rumbo fijo durante todas esas horas. Sus ojos se llenaron de lágrimas y su labio inferior empezó a temblar.¡Estaban perdidos! Nunca iba a volver a ver a sus padres y moriría ahí, llena de lodo. Su cadáver sería alimento de mosquitos. ¡Todo por el estúpido deseo de querer salir! ¿Qué le había hecho creer que estaba lista?

—¡Ay, nooo! —exclamó largando el alarido de miedo entremezclado de tristeza mientras se dejaba caer en el piso y las lágrimas salían a raudales de sus ojos.

Pinhood se sobresaltó ante su reacción. ¿Por qué estaba llorando nuevamente?

—Ya, princesa, no llores...

—No sé dónde queda mi casa —explicó entre sollozos—. Estamos perdidos, ya me cansé de caminar y... tengo hambre y frío. No me gusta la intemperie, ¡es asquerosa! ¡Extraño mi cama! Y a mis papás. ¡Vamos a morir aquí y todo es mi culpa!

—Tranquila —pidió PinHood arrodillándose a su lado para pasarle una mano por el brazo, intentando apaciguarla—. No vamos a morir, no lo voy a permitir. Esto no es más que un pequeño contratiempo...

Fue el rugido proveniente del abdomen de Snowzel lo que interrumpió al chico. La observó con la confusión apoderándose de su mirada.

—¿Qué tienes? ¿Por qué gruñes así?

—No estoy gruñendo, tengo hambre —explicó la rubia con el rostro color escarlata, llevándose la mano a su estómago vacío—. ¿Tú no tienes hambre? No has comido nada desde que... naciste.

—¿Hambre? No creo haber producido un ruido similar... Tal vez es porque tú y yo no estamos hechos del mismo material. Eres más débil.

—Los humanos tenemos necesidades, comer, dormir, ir al baño. No son precisamente debilidades —refutó de inmediato la chica, sintiéndose casi púrpura por la vergüenza.

Algo le provocaba que no le gustaba que le llamara débil. Aunque en su interior reconocía que sí, lo era.

—Bueno, entonces soy más fuerte que un humano —dijo el chico con orgullo, cerrando los ojos y mostrando esa sonrisa tan característica en él.

Snowzel sentía que el rostro le iba a hervir de tan roja que se estaba poniendo. Trataba de descifrar si era por el llanto, la vergüenza o porque ver a Pinhood sonreír tenía el efecto de aumentar su rubor. Se encogió, tratando de cubrirse ante una corriente helada de aire, y bajó la mirada. No le iba a negar su fuerza. Casi hacía parecer ventajoso el ser un muñeco.

—Toma —dijo el chico sacándose su característico chaleco rojo para extenderlo hacia la rubia—. Lo necesitas.

Ella lo miró con suma atención. La camiseta blanca con botones se pegaba a su pecho bien tallado y en su cuello portaba un corbatín rojo, dándole un toque más formal a su atuendo, junto con esos tirantes en sus pantalones. Sin su capucha y pudiendo ver bien su rostro, Pinhood aparentaba unos quince años.

—¿Tú no? —preguntó Snowzel, viendo cómo se volvía a ajustar su porta flechas de cuero en la espalda.

—No, estoy bien. Ahora, voy a intentar encontrar el camino o al menos algo de comer para ti...

—Ah... ¿Vamos a caminar más? —El cansancio en el rostro de la chica fue palpable y ya volvía a hacer morritos de hastío.

Pinhood meneó la cabeza, tratando de mantener su sonrisa.

—Tú descansa, princesa. No quiero agotarte. —Y si tenía que escuchar otra queja de la chica terminaría por perforarse los oídos con una de sus flechas.

El títere se puso de pie y estaba por partir cuando sintió como lo tomaron de la mano en un gesto ansioso. Miró a la chica que lo asía con fuerza, asustada por el hecho de quedarse sola en medio de aquel lóbrego lugar.

—¿V-volverás por mí?

El pelinegro se agachó hasta su altura y colocó las manos sobre sus estrechos hombros.

—Claro, princesa, te lo prometo y un caballero nunca rompe sus promesas.

—Creí que eras un muñeco —dijo Snowzel con una sonrisa entre sus labios, mientras el color retomaba sus mejillas. Esos azules ojos la derretían.

Pinhood rio.

—Soy la cruza perfecta de ambos. Un caballeroso muñeco.

Snowzel desvió la mirada y se encogió. Nunca había escuchado tan perfecta definición para alguien.

—Está bien, te esperaré aquí —finalizó la rubia más tranquila, mientras el muñeco se ponía de pie para continuar su camino.

Snowzel lo observó hasta que finalmente la espesura del lugar lo ocultó por completo. Ahora, regresaba a estar sola.

—¡Mira, mami! —dijo una chiquilla señalando estupefacta a la joven delante de ella—. ¡Qué fea!

—No la voltees a ver, amor —ordenó la madre, obligando a su niña a continuar con su camino. Tratando de que ignorara esa solitaria figura que se deslizaba con pasos tranquilos por las desoladas calles de Hamelin—. Es un monstruo.

Cat hizo como si no hubiera escuchado y prosiguió con su paseo. ¿Montruo? Por ese "Monstruo" era que su pueblo estaba libre de ratas. Y ya se encontraba lista para retirarse cuando el alcalde cambió el trato que habían establecido. Se negó a pagarle hasta que se hubiera desecho de una bestia que solía merodear por los pantanos, buscando jóvenes para llevárselas.

"¿No fuiste tú quién se deshizo del ogro?" le había preguntado el alcalde con voz altanera cuando ella había exigido sus monedas: "No te daré ni un centavo hasta que hayas terminado con la bestia sapo. Forma parte de las plagas por las que te estamos pagando".

Cat de verdad necesitaba el oro, a eso se dedicaba como caza recompensas. Los descendientes del Marqués Carabás la habían rechazado con el mismo asco y repugnancia que todos por su aspecto, corriéndola del castillo, arrebatándole todo por lo que una vez se esforzó, dejándola en la pobreza absoluta solo con su ingenio y destreza física para encontrar la forma de ganar monedas.

Solo esperaba que el alcalde cumpliera su promesa. Se veía un hombre hinchado y avaricioso que a la mínima le volvería a cambiar el trato. Pero si se deshacía de la bestia y no le pagaban, Cat ya se estaba saboreando su venganza.

Haría sonar la más dulce de sus melodías para atraer a cada asqueroso niño que se había burlado de su aspecto y los haría seguir el mismo camino que las ratas hacia el río Weser. Una sonrisa se posicionó sobre sus felinos labios. Si querían llamarla monstruo les daría razón para considerarla uno.

La rubia trepó ágilmente hacia el campanario y se recostó sobre la estructura, observando como los últimos rayos del sol desprendían su brillo antes de darle paso a la noche. Tomó su flauta para empezar a tocarla con suavidad. No solo era el instrumento con el que hacía su magia, la música solía representar su pasión y las notas tranquilizar su alma cuando sentía que no podía más.

El pueblo de Hamelin se arrulló con la melodía. Las calles estaban desiertas por el toque de queda y muchos de sus habitantes se disponían a dormir, cautivados por las sinfonías del instrumento de viento.

El tiempo transcurría más rápido y a la vez era detenido cuando su flauta sonaba. Lo que Cat sintió como un momento fugaz fueron horas dedicadas a su pasatiempo.

De pronto, por el rabillo del ojo pudo localizar una sombra escurridiza que paseaba por los callejones de la ciudad. La gata se levantó de golpe, intentando fijar la vista en aquel intruso, mientras llevaba una mano a la empuñadura de la espada que colgaba en su cintura, lista para atacar.

Sin perder más tiempo, la chica corrió por los tejados, siguiendo desde las alturas esa misteriosa figura. Debía ser la bestia que esperaba. Desenvainó el arma, acechando a su próxima presa, haciendo uso de todos esos instintos gatunos que le permitían la agilidad.

Una flecha atravesó el aire, directo hacia su mano. Ese tiro perfecto logró arrebatarle el florete, haciendo al paso un rasguño en su tez por la filosa punta de metal. Cat gruñó, lamiendo las gotas de sangre que salían por la herida.

Miró por donde había caído su fiel espada, ir por ella sería abandonar su próxima caza. Quizás eso era lo que planeaba el atacante. En cuanto se descuidara aprovecharía para huir. La felina echó otro vistazo, una controversia se le presentaba. Se lanzó para agarrar el arma en un rápido movimiento; no le convenía fiarse de sus fuerzas. La agilidad compensaba sus debilidades.

Empuñando el florete, Cat se apresuró al encuentro, dando un elegante salto para bajar del tejado. Aterrizó firme en sus dos plantas. El extraño se volvió hacia ella, apuntándole con el arco y la flecha que portaba.

—No quiero lastimarte —dijo con voz bastante inofensiva.

«Muy tarde para eso», pensó Cat molesta acercándose para dar la primera estocada. La persona, que según su voz, la felina podía intuir que se trataba de un chico, lanzó su proyectil hacia las manos de la rubia.

Con un golpe certero justo cuando la chica levantaba el brazo con la espada ya lista para atacar, volvió a tirar su arma y de la manga de su chaqueta logró clavarla en la pared de adobe a sus espaldas. Cat lo observó, consternada. No quería matarla, lo habría hecho de ser ese su propósito. Aquel desconocido contaba con un excepcional talento para el arco.

Pero la felina no iba a aplaudirle su habilidad y, sabiendo que no pensaba hacerle daño, podría usarlo a su favor. Cat se liberó de la flecha que la tenía sujeta de un solo golpe, volvió a recoger su florete y se lanzó contra el chico, que ya había retrocedido varios metros. Él enseguida preparó más flechas que dejó ir contra la rubia. Conforme se acercaba, Cat era capaz de percibir mejor las saetas, llegando a evadirlas incluso si estaban a escasos centímetros de su objetivo.

Ya analizaba de mejor manera a su presa. Si se protegía con arco era porque su habilidad en combate físico debía ser casi nula. Entre sus bigotes apareció una sonrisa al notar su ventaja, solo era cuestión de hacerlo entrar en su terreno. ¡Quería sangre y encontraría la forma de conseguirla!

La felina dio un salto para acto seguido clavar la hoja de la espada en el brazo de la misteriosa figura. El arma iba directo hacia su pecho, pero el chico la sorprendió con unos impresionantes reflejos, usando su flanco derecho de escudo ante el ataque. Cat observó el florete, esperaba encontrarlo teñido de aquel característico tono carmín. Sin embargo, no había rastro de él. Ni siquiera había podido dañar a la presencia delante de ella.

Cat sacó el estoque y retrocedió, confundida. Algo le aseguraba de que por pura suerte su espada no se había destrozado al impactar contra el miembro de aquel chico. Era bastante fuerte. ¿A qué clase de bestia se enfrentaba?

—De una vez te advierto, si esperas llevarte a alguien de aquí lo harás sobre mi cadáver —gruñó Cat, sin dejarse intimidar y sintiendo como todo el pelo se le esponjaba a la hora de bufar, en un intento de defender su territorio.

El chico levantó ambas manos con inocencia. Ya había vuelto a colocar el arco en su espalda.

—Lo siento, no quería... llevarme a nadie.

Cat se acercó a él para finalmente encararlo y contemplar su rostro. No era una bestia de aspecto repugnante como le habían señalado con antelación.

—Me imagino que no eres la bestia, ¿verdad? No creo que nadie se oponga a que la secuestres —dijo la chica con una sonrisa pícara danzando por sus labios al percatarse del atractivo de ese forastero—. Yo no lo haría.

Se tomó la libertad para acariciar la extremidad que se suponía había lastimado. Apenas le había sacado un par de astillas... ¿Astillas? La felina lo analizó con cuidado, no era un chico común y corriente. Parecía una especie de títere. Eso explicaba su embriagador olor a madera de pino y lo excepcionalmente duro que resultaba su cuerpo contra el filo de una espada. No era un arma que usar si se quería cortar leña.

—¿Bestia? ¿Secuestrar? Lo siento, creo que me estás confundiendo. —Pinhood se fijó en sus ojos azules. No resultaban desconocidos para él, sin contar esa cabellera rubia ahora sujeta en una trenza, tan larga que fungía de cola, paseándose de un lado a otro—. ¿Lapin?

La pregunta salió temerosa de sus labios, sin embargo, casi podía asegurar que era el hada que se había despojado de sus prendas para tomar el aspecto de un gato.

—¿Estás siguiéndome para que cumpla con el oráculo?

Cat lo miró durante varios segundos antes de estallar en una carcajada, causando su desconcierto.

—No, yo soy la que vela por Hamelin; Cat Piper. —Presumió la flauta que colgaba de su cuello—. Soy una flautista forastera, pero ando cumpliendo con un encargo por estos lares. ¿Por qué me atacaste si no eres la bestia?

Pinhood se sorprendió ante su pregunta.

—No te ataqué, buscaba qué llevarle de comer a mi princesa. Un ave. —El títere se dirigió al lugar donde todo había comenzado y recogió del piso un murciélago, cuyo corazón había sido atravesado de lado a lado por la primera flecha lanzada. No le apuntaba a ella, solo se había atravesado en el camino hacia el animal—. Luego tú comenzaste a quererme rebanar. Solo me defendía.

—Sí, no te conocía. Y es mejor mantener los ojos bien abiertos por aquí. Este lugar no se mueve después de que se oculta el sol. Los forasteros son raros.

—¿Por la bestia? —preguntó el pelinegro y ante el gesto afirmativo volvió a cuestionar—: ¿Y qué es una bestia?

—Un animal salvaje, muy grande y monstruoso... me la han descrito como verde también. Nunca la he visto, pero se sabe que ronda por el pantano. Suele salir a llevarse jóvenes vírgenes.

—¿En el pantano?... ¿Se lleva a las chicas? —La mente de Pinhood empezó a trabajar a máxima velocidad conforme se daba cuenta de lo que había hecho. Sus ojos se abrieron del pánico y los dirigió hacia el camino en el pantano por el que había llegado—. ¡En la madre! ¡Princesa!

Se lanzó a correr lo más fuerte que sus piernas alcanzaban a darle. Tenía que ser más rápido que esa bestia.


Snowzel se había quedado dormitando a los pies de un árbol cuando el ruido del follaje logró despertarla. Observó su alrededor, mientras dormía pudo olvidar la estupidez de su berrinche que la había llevado a salir de la comodidad de su torre para quedar expuesta.

Se puso de pie de manera cautelosa, escuchaba la vegetación moverse a su alrededor. Algo había logrado localizarla y se le acercaba.

La joven retrocedió con el corazón queriendo salir de su pecho del miedo que la empezaba a invadir. Deseaba articular palabras, llamar a PinHood, quizás era él que volvía de su excursión. Pero simplemente estas no salían de su boca, se quedaban atoradas en su garganta.

De pronto, Snowzel sintió como su espalda chocaba contra lo que parecía ser otra presencia. El miedo se transformó en pánico y ahora sí fue expulsado en forma de grito. Un grito tan potente que pareció ser multiplicado.

El primer dictado de su instinto era correr y así lo hizo intentando alejarse de aquel peligro. Mas apenas unos metros de haber avanzado se estrelló con fuerza contra algo o alguien que logró tirarla al suelo, llevándose de por medio un golpe en la cabeza por el impacto.

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