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5- Dulces Errores

«Tomando en cuenta la trayectoria y la velocidad con la que sopla el viento, la cuchilla debe estar encaminada hacia el este, asegurándote de disparar cuatro pasos al oeste del objetivo...», Gretel pasó las páginas del libro entre sus piernas. «Hay que calcular la densidad del árbol por la fuerza ejercida, un simple tiro debe ser suficiente».

—¡Ey, Gretel! Mira, esa nube —pidió la perezosa voz de su hermano a sus espaldas—. Me recuerda a ti, tiene forma de trasero como tu cara.

«Ignóralo, Gretel», se dijo a sí misma mientras sentía ese leve tic queriendo apoderarse de su ojo derecho. Buscó entre los bolsillo de su delantal los chocolates que había comprado antes de acudir al trabajo y se retacó la boca con dos piezas. Su cuerpo se relajó ante la azúcar administrada lo que le permitió continuar.

«¿Dónde íbamos? Ah, cierto... Hay que realizar el cálculo... Veamos, hay que verificar el alcance realizado por la fuerza de 200 Newtons que forman un ángulo de 25°respecto al horizontal, al desplazarme 2 metros al cuerpo...»

De pronto pequeños golpes le vinieron a la nuca. Se giró con molestia y acribilló con sus ojos verde-plateados a su hermano mientras se sacudía la cabellera rubia patinada para sacarse los guijarros que le había lanzado en un intento de llamar su atención.

—¿Me estás escuchando? —le preguntó.

—¿No es bastante obvio que te trato de ignorar? —Gretel cuestionó con más agresividad. Odiaba ser interrumpida cuando estaba en algo importante. Ese sería por fin el invento que lo cambiaría todo. No tenía tiempo que desperdiciar en su mellizo.

—Sí, pero ya logré que me hicieras caso —respondió el chico con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Qué estás haciendo?

—Un invento nuevo —murmuró y sujetó el artefacto que parecía una ballesta, salvo que más grande y la munición que portaba no era una flecha. Se asemejaba a una especie de media luna de metal, larga y bastante gruesa, pero a la vez delgada tan delgada como una lámina en su volumen.

Hansel se levantó de un salto y se acercó para ver el artefacto que su hermana había creado desde más cerca.

—Impresionante —susurró para acto seguido señalar el canal—. Sin embargo, está mal dirigido; la polea se encuentra mal calibrada, si intentas dispararla, la forma curvada de la..., flecha, supongo, va a dar un giro y terminará por regresar como si fuera un boomerang si no lo arreglas. ¿Qué es esto?

—Son puntas sensitivas preparadas para accionarse apenas impacten contra el objetivo —explicó Gretel, viendo que se refería a los extremos de la media luna—. Se cerniran, ejerciendo presión y envolviendo al objeto para dar un corte limpio en cuestión de segundos.

—Entonces déjame ayudarte a calibrar la polea para que puedas accionarla y probarla.

Al ver que su hermano se acercaba a ella, tratando de sacar su nuevo invento de sus manos, retrocedió. ¿Cómo se había dado cuenta de todos esos errores? Él no había hecho cálculos, ni ecuaciones, ni siquiera había sido quien reestructuró la ballesta.

—¿Qué vas a saber tú de calibración de poleas si a lo único que te dedicas es a estar de vago?

—Parece que más que tú porque ni siquiera te pudiste dar cuenta antes de que yo te lo señalara. ¿O sí, Gretel? —Ya había llegado hasta ella y empezó a forcejear tratando de sacarle el aparato para poder modificarlo.

Gretel no iba a dejarle las cosas tan sencillas. En seguida correspondió. Intentando con todas sus fuerzas de alejarlo.

—Todo invento necesita de una pulida en sus primeras versiones. No te hagas el inteligente con eso.

—¡¿Qué están haciendo?! —exigió saber la atronadora voz que apareció a sus espaldas.

Ambos hermanos se detuvieron en seco y le dieron la cara, avergonzados, a la mujer del pescador, quien los observaba con el ceño fruncido.

—Mi marido va a llegar pronto con la pesca de hoy, yo necesito la leña para calentar y hacer la cena, ¡y ustedes dos no tienen ni un tronco partido!

Compartieron una mirada cargada de culpa. Dijeron que se iban a hacer cargo del negocio de su padre, pero de momento solo se habían dedicado a holgazanear. O en el caso de Hansel, Gretel tenía el sentimiento de que había invertido bien su tiempo y ansiosa por mostrarle a alguien su nueva invención se acercó a la señora.

—Entiendo su enojo, mujer. Pero, con mi nuevo invento, voy a poder derribar un árbol en cuestión de segundos, listo para empezar a ser cortado y extraer los leños. ¡Pronto estará preparado para calentar su cena!

¡Hora de poner su artefacto a trabajar! Pasó de largo a su hermano. Ella tenía la seguridad y la exactitud de los cálculos matemáticos respaldándola, él..., solo conjeturas sin fundamentos.

Se colocó donde mejor ángulo tenía y se preparó, con el dedo sobre el gatillo.

Entrecerró los ojos, lista para disparar cuando su hermano intercedió, tomando el armazón de la ballesta.

—¿Qué haces, Hansel? ¡Suéltalo! —Volvieron a forcejear, intentando los dos ganar sobre el otro.

—Hazme caso, Gretel. No va a funcionar como piensas.

—No, sí lo hará. Dame una oportunidad.

Y al finalizar de pronunciar esas palabras apretó el gatillo. La flecha modificada salió disparada sin rumbo fijo, dando una media vuelta a los pocos metros como si de un boomerang se tratase, justo como Hansel había precisado, yéndose directamente hacia una cabra que se dirigía al campo a pastar.

La munición se cirnió sobre el cuello del animal y lo cortó de tajo, logrando que la cabeza inerte cayera de un golpe sordo sobre el césped.

La mujer observó la escena con la boca abierta.

—¡Fiffy! Esa cabra era el regalo de bodas que me dieron mis padres. La que más producía leche de mi rebaño. ¿Cómo piensan pagar por ella?

Hansel esculcó en sus bolsillos, sacando las múltiples envolturas de caramelos, hasta que por fin lo encontró.

—¿Una moneda de oro podría compensar su pérdida?

La mujer arrebató la moneda de sus pegajosos dedos y se volvió a Gretel, quien rebuscaba desesperada en las páginas de su libro, balbuceando las razones por las que sus cálculos no podrían estar errados.

—¡Miré! —exclamó la rubia habiendo encontrado la página que buscaba—. Las matemáticas son exactas y tenía bien calculada la fórmula para hacer funcionar mi invento, sino fuera por Hansel...

De un brusco movimiento la señora quitó el libro de las manos de Gretel y lo observó con desdén.

—Las mujeres no sirven si saben matemáticas. Dedícate a tu casa, Gretel, sin un buen hombre nunca serás nada.

Gretel tomó el libro que le extendía nuevamente. Como campesina que era los únicos métodos de sobresalir que tenía al alcance se limitaban a casarse con alguien distinguido.

—Yo... Lo sé.

Mientras regresaban a casa, Hansel se acercó a su hermana con una gran sonrisa en el rostro. Ella, en cambio, se encontraba perdida en sus anotaciones. Intentando encontrar más fórmulas de cálculo exactas para compensar su error.

—Yo creo que algún día serás una gran inventora. No necesitarás de un marido para que te reconozcan —le aseguró colocando su mano sobre el hombro de la rubia.

Eso la llevó a apartar la mirada de sus apuntes para fijarla en él.

—Honestamente, Hansel, ¿qué vas a saber tú? Eres hombre, pones un camino de piedras en el bosque y ya te consideran el genio del siglo.

—Solo te quería ayudar a sentirte mejor. Sé que eso... —Señaló el libro que traía entre las manos antes de continuar—: Es lo más importante para ti, y si lo deseas... ¿Por qué no se volvería realidad?

—Sé hará realidad, créeme. Es cuestión de encontrar el invento ideal. —Permanecieron en silencio por un rato hasta que la chica halló necesario agregar—: Por cierto, papá no tiene que enterarse de este desastre. Él nos confió el negocio de leñadores para hacernos cargo mientras se recupera... Ya luego aclararemos que ha perdido la mitad de la clientela.

Hansel sonrió y asintió.

—Me gusta cuando te portas rebelde.

—No es rebeldía, pienso que esa clase de noticias no deben ser buenas para él dada su condición. Es todo.

Por fin llegaron a aquella cabaña en medio del bosque a la que llamaban hogar. Aunque en un pasado gracias a las joyas de la bruja pudieron haberse dado un lujo mayor, Gretel se alegraba de no haberlo hecho. El oro en época de crisis parecía volar de entre sus dedos y con el pueblo entrando en constantes hambrunas y pobrezas pronto sus recursos se fueron agotando. Sin contar la enfermedad de su padre que se sumaba a los gastos.

—Padre, ¿cómo estás? —llamó la joven apenas cruzó la puerta de entrada.

—¿Vives o mueres? —preguntó Hansel, con impertinencia pasando después de ella y sacándose las botas de leñador.

Gretel fue quien le respondió con un manotazo dado con todas sus fuerzas en la cabeza de su mellizo. Aún como broma era de muy mal gusto.

Caminó hacia los aposentos que alguna vez su padre había compartido con sus antiguas esposas, una de ellas su madre. Lo encontró reposando en su cama, con la misma tez amarillenta que cargaba hacia unos días por la enfermedad, sus ojos se hallaban cerrados, desde que la fiebre se presentó no hacía más que dormir para aliviar el dolor.

Hansel y Gretel atravesaron el lugar para ir hacia la cama. El chico a hacerle compañía a su progenitor. La chica a atenderlo. Ya había tomado varias hierbas que tenían como propósito bajar el dolor y los constantes vómitos sanguinolentos.

—Hola, papá, tuvimos un gran día en el trabajo —mintió Hansel mostrando una amplia sonrisa—. ¡Todos nos aman y quieren tus servicios!

Su hermana frunció el ceño al escucharlo. Tampoco se refería a eso cuando le dijo que no debía enterarse de lo sucedido. Rebuscó en los bolsillos de su delantal rápidamente hasta encontrar otra de sus piezas de chocolate y se la llevó a la boca para calmar sus nervios.

El leñador abrió lentamente los ojos y con las fuerzas que tenía le dedicó una débil sonrisa a su muchacho, hasta esa acción requería un esfuerzo de su parte. Tomó su mano entre las suyas, tan ásperas por el trabajo duro de años.

—Mis hijos..., me alegra que lleven bien el negocio. No será muy remunerado, pero les prometo que nunca les faltara la comida —murmuró entre resoplidos—. A veces es mejor tener un empleo sólido a sueños inconsistentes. —Esto último no fue una frase dicha al aire solamente, no obstante Gretel lo ignoró y continuó en su labor de preparar el remedio.

—También pensamos continuar con el trabajo de cazadores —añadió Hansel para quebrar el incómodo ambiente—. Lo hemos hablado Gretel y yo y creo que podemos alternar ambos trabajos... Hasta que te recuperes, papá.

«Si es que eso sucede...», apenas estos pensamientos cruzaron la cabeza de Gretel los apartó. La muerte era algo inevitable, su lado sensato lo sabía y más con el estado en que se hallaba su padre, pero como chica de quince años quería fingir que no le iba a tocar volverla a pasar, en que no era el momento donde quedaría huérfana.

Recogió el remedio recién hecho y se lo extendió a su hermano para que se encargara.

—Voy a hacer la cena —anunció—. Asegúrate de ponerlo en su frente con el trapo y haz que tome el vaso de agua con limón y sal que preparé. Es para la deshidratación.

Salió del lugar dirigiéndose a la cocina, tratando de hacer memoria de los ingredientes con los que contaba para hacer un platillo decente que alcanzara para los tres.

Pero al llegar la recibió una alacena vacía, apenas contando con tres cuartos de leche de cabra, un tarro de mermelada y una pieza de pan.

Sacó el cofre de uno de los cajones. Ahí guardaban las piezas de oro. Solo la agarraban de ser sumamente necesario y la comida le parecía una excelente razón.

—Volviste a agarrar monedas —sentenció a su hermano apenas notó su presencia a sus espaldas.

—Sí, tu truquito de hoy no se pagó gratis, ¿sabes? Prefiero ir preparado...

—¿Preparado? —escupió sin poder controlar más sus emociones y se volvió hacia él, furiosa—. Ibas a comprar más, ¿verdad? No me uses de excusa para tu asqueroso vicio.

Hansel le dirigió una sonrisa ladeada, levantando ambas manos al aire.

—Tranquila...

—¡Hansel, nos estamos acabando los recursos! Ya no es como cuando teníamos diez años que podíamos comprar lo que quisiéramos sin preocuparnos. Y tú despilfarras como si no hubiera un mañana en el cual sobrevivir. El día que papá nos falte te vas a arrepentir de no haber guardado nada.

—¿Por qué me reclamas como si solo yo gastara el dinero? —cuestionó el rubio tratando de acallar las quejas de su hermana. Los dos tenían la culpa, no era solo suya para que le gritara así.

—¡Gastaste diez monedas de oro en un maldito ganso!

—Pone huevos de oro, Gretel. Es una gran inversión. Me lo dijo Jack, él enfrentó a un gigante por quitársela.

—¡Jack es quien te vende la hierba, por favor! —exclamó Gretel incrédula y señaló hacia el corral—. Esa ave nunca va a poner nada.

—¿Y tú cómo sabes? Quizás es cuestión de tiempo. No se ha de sentir a gusto aquí con tus nervios. Es todo. No inspiras los huevos a salir.

—Hansel, ese ganso es macho.

—Que sea macho no quita el hecho de que puede tener huevos de oro —finalizó su broma con una amplia sonrisa de orgullo.

Gretel lanzó un gruñido de enojo. ¡Era tan difícil tratar con él! Siempre tomándose las cosas a la ligera y con una sonrisa que se moría de ganas por borrársela de un puñetazo.
El rubio se dio cuenta de su molestia y se acercó para tomarla por los hombros.

—Relájate —pidió antes de empezar a darle un suave masaje, se sentía bastante tensa con lo que había pasado en el día—. Todo se ve turbio ahora, pero un día la oportunidad de ganar dinero tocará a la puerta y todo se resolverá.

La chica se volteó para refutar en el momento en que alguien llamó a su puerta. Ambos se miraron con desconfianza antes de que ella tomara la iniciativa al preguntar:

—¿Quién es? —Abrió para encontrarse con un atractivo joven tótem de lobo al otro lado, recargado en el marco de madera.

—La oportunidad tocando a tu puerta —dijo Fierce mostrando sus colmillos en una gran sonrisa.

¡Justo lo que le faltaba! Fairy los había solicitado ver. Le dieron ganas de cerrarle la puerta en las narices a ese lobo apenas lo vio, pero sabía que no era conveniente.

"Ahora trabajas para ella, ¿recuerdas?" le había dicho su hermano omitiendo las palabras "Por tu culpa". La rubia sabía que estaban entre sus labios, intentando salir.

De no haber quemado a esa maldita bruja no se habrían enmarañado con Fairy. Y era Gretel la culpable de haberla lanzado al horno.

Levantó la mirada hacia su hermano, sonreía y bromeaba con Fierce, usando su particular modo confianzudo. El lobo respondía de la misma manera. Todos los que conocían a Hansel no tardaban en sentirse cómodos con su personalidad abierta y calmada.

—Se nota que no han tenido buen día, ¿ocupan una ayudita para relajarse en lo que llegamos? —les preguntó Fierce buscando entre sus ropajes hasta sacar una dosis de mariguana—. Lo necesitarán para ver a Fairy.

La mirada de Hansel cambió y sus ojos se iluminaron. Ahora el viaje sí iba a ser más entretenido. Apenas lo prendió le dio una pitada, sintiendo su mente nublarse y dar vueltas en esa sensación que tan placentera le parecía antes de que su cuerpo reaccionara relajando sus miembros.

La rubia agitó la mano para dispersar el humo que llenaba el carruaje mientras le dirigía una mirada llena de ira a su hermano. Muy a su pesar reconocía su inteligencia innata y le era hasta despreciable ver cómo él mismo la mataba con el consumo de esa cosa.

—¿Quieres un poco, Gretita? —preguntó Fierce extendiendo hacia ella el cigarro, después de darle una pitada.

—Paso, yo sí quiero conservar mis neuronas enteras —lo rechazó con desdén. Odiaba cuando la llamaba "Gretita" ¿quién le había dicho que era un buen diminutivo?

—Ja, simpática —añadió el lobo con sarcasmo lo que provocó la risa de Hansel, cuyos ojos ya se notaban enrojecidos.

La chica empezó a sentir la ansiedad y la angustia recorriendo su cuerpo. Metió las manos en su delantal. ¡Ya no tenía más chocolate, ni siquiera un terrón de azúcar! Mordió sus uñas mientras pasaba a ver el paisaje por la ventana.

Pronto el magnífico castillo de las hadas se comenzó a dislumbrar, tan brillante y ostentoso. Su estructura estaba forrada de hermosas joyas junto con cristales para reflejar la luz de los astros del cielo y sobresaltar incluso durante la noche. Algo tan pretencioso, así como llamativo, solo era creación de Fairy.

El carruaje se estacionó a las enormes puertas doradas del lugar y el conductor se apresuró a abrirles la puerta para que pudieran descender. Siempre que estaban ahí su corazón se aceleraba a causa del miedo. Nada podía asegurarles su vida una vez dentro. O al menos eso preocupaba a Gretel, Hansel por su parte solía llegar drogado junto con Fierce. Y justamente así bajaban los dos, agarrándose de los hombros en un ataque descontrolado de risa.

—Fairy les preparó una cena. Lo van a disfrutar —aseguró el lobo cuando llegaron a las puertas de la habitación.

Mas al entrar los recibió una escena digna de un cuento de terror. Como una alfombra, la sangre fresca llegaba a tapizar el suelo de madera, miembros amputados decoraban el lugar colgados de forma aleatoria y, en un marcado contraste, en el centro del cuarto había una larga mesa de madera, que ostentaba múltiples así como apetecibles dulces y bizcochos. La reina estaba sentada al otro extremo, sonriendo a sus invitados con su inmaculado aspecto.

Gretel se mordió el labio con fuerza. La situación no pintaba nada bien. Mal momento para haberse terminado sus dosis de azúcar. Hansel, sin darle una importancia al asunto, se acercó a Fairy y besó su mano mientras se ponía de rodillas en un viscoso charco carmín.

—Siempre es un honor verla, mi reina.

—Lamento mucho el desorden —se disculpó la majestuosa hada sin perder su brillante sonrisa—. Tuve que atender una rebelión de subordinados. Fue una lástima porque eran tan buenos aldeanos...

«De no ser porque se opusieron a su reina», a completó Gretel mentalmente al unísono con la monarca.

—Pero me aseguré de que el panadero diera su mejor y último esfuerzo para esta cena. —Fairy indicó las sillas acomodadas alrededor de la mesa con un elegante ademán—. Pasen a sentarse, por favor.

Los dos lo hicieron. Hansel de inmediato comenzó a comer, llevado por el mismo efecto del estupefaciente. Sin embargo, la rubia solo observó en silencio, analizando la coyuntura que la rodeaba. Trató de retener las arcadas de asco al sentir el olor de la sangre penetrar sus fosas nazales. Tan solo imaginarse lo que esa habitación había presenciado antes de ellos la llenaba de repugnancia.

—¿No piensas probar algo, Gretel? —le preguntó la reina, encarando las cejas—. Es una cena especial. Cada plato aquí servido fue hecho solo para ustedes.

—Yo..., no tengo hambre —balbuceó con torpeza—. Gracias, Majestad.

Fairy se levantó y sirvió una generosa porción de dulces y pasteles en un plato de porcelana antes de colocarlo delante de la leñadora.

—Sería una pena que se desperdiciaran, dime: ¿acaso no te gustan los pastelillos? —Sujetó una galleta rellena de vainilla bajo su nariz—. ¿Recuerdas? De estos dulces tenía mi aliada en su casa. No te importó comerlos en ese entonces, ¿verdad?

Una sonrisa maliciosa se asomaba por los labios de la reina. Gretel pasó a agarrar la galleta y sintiendo un nudo cada vez más apretado en la garganta se la llevó a la boca. Las migajas se sentían secas y ásperas en su lengua, solo aumentaban sus náuseas.

—Bien, les tengo un pequeño trabajo a ustedes dos, mis pedacitos de cielo —informó Fairy perdiendo el interés momentáneo en la rubia—. Hay una niña vagando cerca de los pantanos de Hamelin... Es una princesa en realidad. De cabellos largos con el color del oro, ojos de zafiro y labios de rubí, con una piel blanca cual la más prístina de las nevadas...

Los hermanos se fijaron en ella, espectantes a lo que fuera a pedir cuando la reina realizó esa pausa.

—Quiero que vayan y la maten.

—¿Matarla? —cuestionó Hansel atragantándose con el bollo que se había asestado en la boca segundos atrás. Parecía que esa noticia le había despejado la mente por unos momentos—. P-pero... Es una persona..., y una princesa. ¿No nos dará problemas?

El rostro de Fairy se endureció de la molestia. Detestaba que se cuestionaran sus peticiones como si sus subordinados tuvieran derecho alguno de oponerse.

—No más problemas de los que puedes tener al no obedecer a tu reina.

Fue en ese momento que Gretel se dio cuenta. El escenario que había montado la monarca era premeditado. Una amenaza y recordatorio de lo que ella podría llegar a hacer en caso de que no se siguiera una de sus órdenes. Bien podría ser su sangre la siguiente que decorara el piso.

Gretel extendió una mano hacia su hermano mientras entrelazaba sus dedos con los suyos para tratar de calmarlo. Se giró a la reina y con el tono más sumiso que pudo hacer continuó:

—Cuente con nosotros, alteza.

La sonrisa en el rostro de Fairy volvió a aparecer ante ese cambio de actitud. Así le gustaba, que todos se subyugaran al reconocer su poder.

—Ambos serán muy bien remunerados por esta tarea, por supuesto. —Extrajo un saco de uno de sus pliegues del vestido y lo lanzó sobre la mesa. Las monedas de oro se desbordaron, deslizándose en la madera pulida. La oportunidad que Fierce había dicho—. Solo pediré un pequeño capricho. Quiero que le abran el tórax y me traigan su corazón y sus pulmones.

El hada sonrió maliciosamente antes de extraer un pequeño cofre que extendió hacia los chicos, quienes lo tomaron vacilantes.

Gretel repasó mentalmente la situación a la que se enfrentaban. No había duda alguna que debían cumplir con la asignación dada por Fairy, pero a la vez entraba en juego su moral.

Solo quedaba una salida para evitar envolverse de lleno. Se decía que en los pantanos de Hamelin habitaba una asquerosa bestia que se dedicaba a asesinar y secuestrar jóvenes mujeres. Solo debía ser cuestión de tiempo antes de encontrar los restos de la chica.

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