
4- Espejito De Oro
Fairy cambió de posición en su enorme y mullido trono. Trataba de prestar atención al representante del reino de las nieves, pero sus ojos se cerraban contra su voluntad. La voz monótona del larguirucho hombre era más efectiva que su mejor somnífero.
Calculaba que llevaba una media hora parloteando, sin haber llegado a tocar algún punto durante toda su charla que justificara su visita.
Fairy lo observó por una centésima vez. Su aspecto demacrado por la falta de carne en sus huesos la hacía estremecer, además de esas profundas entradas a cada lado de su cabeza marcando una pronta calvicie, la pálida piel del hombre deformaba a un tono azulado demostrando su descendencia Frostice. Pero lo que más desesperaba a la reina era esa nuez de Adán que se paseaba escondida debajo del cuero a lo largo de su garganta cada que producía un sonido de sus labios. ¡Qué desagradable!
Echó un vistazo a Fierce Charm, justo para encontrarlo con los ojos sobre ella. Al notar su atención hizo una mueca exagerada de hastío que casi hace reír a la reina. Sin embargo logró mantener la compostura. Ya que estuvieran solos le jalaría esas orejas de lobo por distraerla.
—... y por la fuerza de nuestras tropas pudimos arrasar en la guerra. —Esas palabras hicieron regresar de golpe a Fairy y se centró en la conversación.
—¿Nuestras, Canciller? ¡Mías! —reclamó poniéndose de pie en un gesto brusco, estremeciendo al hombre del miedo. La monarca no iba a concebir que le rebatara la victoria que, por derecho, debía ser considerada como propia—. Le recuerdo que fueron mis tropas de guerra las que aseguraron la victoria sobre la tribu Grizzly.
—S-sí... Perdone, su majestad. La fuerza de sus guerreros, comandados por tan hermosa e inteligente reina, gran estratega... —Ante cada halago Fairy se dejó caer nuevamente sobre su trono. Le encantaba ser adulada y cualquiera que se presentaba ante ella lo sabía—. Fuerte contrincante que apreciamos estuviera a nuestro favor.
—Podría escuchar todo el día esos elogios —murmuró la reina provocando un completo silencio para ser escuchada. Giró sus amenazantes ojos violetas hacia el hombre y los entrecerró haciendo que la aureola verde que rodeaba su pupila se expandiera—. Sin embargo, los dos sabemos que no le debemos su visita para darme precisamente las gracias.
El canciller observó cómo la monarca cruzaba esas largas piernas anormalmente bronceadas por el trabajo en el campo. Tragó con dificultad, Fierce Charm no había pasado por alto la contemplada inapropiada que acababa de darle a su amante y ya mostraba sus afilados colmillos, otorgándole al lobo un aspecto más torbo.
—Por supuesto, su alteza —prosiguió el delgaducho hombre centrándose nuevamente—. Como usted sabe esos repugnantes osos quemaron nuestra amada ciudad. ¡Fuego, mi reina! Contra hombres de hielo, con la guerra perdimos a muchos soldados y vidas inocentes. Hemos quedado en la ruina. Las arcas reales, las cuales poseen pocos recursos, han sido destinadas a la reconstrucción y para dar ayuda a nuestros damnificados...
—¡Ve al punto! —lo apresuró la reina frunciendo más el ceño. Ya podía deducir que la petición no iba a gustarle.
—El punto... ¡Claro! Yo me presento ante mi reina para pedir... —Hizo una leve pausa para armarse de valor antes de soltar la súplica—: Una reconsideración en el tributo que ha pedido como pago.
El silencio inundó el lugar junto con la ansiedad de la respuesta, antes de que Fairy estallara en carcajadas, causando la desconcertación de los presentes. Incluso Fierce frunció sus pobladas cejas, tratando de deducir si tal comportamiento era normal.
—¡Vaya, Canciller! No conocía su gran sentido del humor —continuó la reina secándose una furtiva lágrima que se había escapado de sus almendrados ojos—. No creo que alguien sea tan estúpido como para pedirme recapacitar algo así...
El hombre volvió a tragar con pesadez, su rostro delataba que no era ninguna broma y que no podía interpretar la actitud de la reina. Fairy se encogió de hombros antes de continuar hablando:
—Oh, parece que sí hay alguien. Ya entenderá, Canciller, que soy una gobernante, que al igual que... —Lo pensó mejor—. Diría usted, pero no está ni cerca de ser el monarca.
—El matrimonio con la princesa se arreglará lo antes posible...
La reina levantó una larga y fina mano al aire, ordenando con ese gesto silencio. El hombre cerró la boca y bajó la mirada, concediendo a Fairy la oportunidad de proseguir.
—Entonces, siempre hay que buscar una prioridad ante el pueblo. Yo con mi pueblo prometí una recompensa por intervenir en los asuntos políticos del Reino de las nieves. Por meternos y arriesgar la vida de mi gente en una guerra que no nos correspondía. —Se inclinó hacia delante y su rostro deformó a uno más amenazante, haciendo que sus ojos se volvieran en su totalidad verdes—. Quiero mi tributo.
—Reina, le suplico, por favor; La mayoría de los aldeanos quedó sin un techo en el cual refugiarse. No hay escuelas, no hay negocios, no hay forma de continuar con la economía...
Fairy suspiró profundamente con exasperación mientras sus afiladas uñas negras daban al reposabrazos de su trono.
—Está bien. Soy una persona que cree que cuando algo realmente se desea se puede lograr. Es solo cuestión de encontrar el modo. —Sonrió inesperadamente antes de enderezarse y gritar—: ¡Guardias!
Una multitud de grandes hombres aparecieron por la puerta, cubiertos de pies a cabeza por una pesada armadura negra, llegando a disposición de la reina, quien de inmediato asignó los mandatos:
—Den la orden al capitán de las tropas para ir a saquear el reino de las nieves. Todo objeto de valor que hallen a su disposición traíganlo. También tomen prisioneros, mujeres, niños, ancianos..., familias enteras. A quién sea que encuentren y véndanlos como esclavos. Quiero que cada maldito centavo del tributo esté pagado.
—¡Usted, no puede...! —exclamó el canciller con el rostro cada vez más azul de la rabia y la imponencia que sentía. Trató de acercarse a Fairy, pero dos de los guardias lo sujetaron de cada brazo para inmovilizarlo.
—¡Guardias, quítenlo de mi vista! —ordenó la reina con una sonrisa de triunfo danzando por sus carnosos labios carmín—. De una vez le advierto, Canciller; al estar afuera tiene solo un minuto para alejarse de mi propiedad y mi reino.
Fairy vio como el hombre se retorcía entre los guardias que pasaban los dos metros de altura, estaba desesperado por zafarse y detener la catástrofe que se avecinaba a su amado hogar. Todo por lo que en un principio había declarado la guerra estaba por desaparecer.
Fairy y Fierce se quedaron en silencio escuchando los gritos y maldiciones que su invitado daba hasta que finalmente se cerró la puerta de entrada al palacio.
—Fierce —lo llamó la reina, obteniendo su atención—. Destrózalo antes de que salga.
Su amante de cabellera tono azabache sonrió, luciendo con orgullo todos sus dientes con terminación en punta que componían aquella dentadura. Sin agregar más salió corriendo a cumplir con la petición.
—Estos hombres de hielo son peor que la carne congelada —dijo el lobo pasando el trozo afilado de un hueso del fémur por entre sus colmillos—. Totalmente insípidos y duros... ¡Eugh!
—Ese es mi chico —murmuró la monarca cuando Fierce se volvió a colocar a su lado—. El imbecil me tenía harta.
—Él y esa nuez de Adán danzante en su garganta.
Eso le pudo sacar una risa al hada. Ni ella pudo expresarlo mejor. Aunque, apesar de sus bromas, Fairy pudo notar en su compañero un dejo de molestia al que no le daba palabras.
—¿Quieres escupirlo? —pidió la castaña sin poder soportarlo más.
El lobo lanzó el hueso que traía entre los dientes, el cual voló hasta el otro extremo de la habitación y se estrelló contra la pared. La reina puso los ojos en blanco.
—Muy gracioso —dijo con sarcasmo—. Me refiero a escupir lo que te molesta. Desde hace días andas con esa cara larga, ¿qué te pasa?
Fierce bajó los ojos, no se le escapaba nada a su chica así que no tenía que seguir ocultando su irritación. Aunque también le ofendía que se hubiera tardado tanto en notarlo.
—He de admitir que me molestó bastante la decisión de mi reina de terminar con un pueblo Tótem. Creí que no te dejabas guiar por esos prejuicios que rodean a mi gente y, para mi sorpresa, acabaste con una tribu entera, gracias al... —Señaló la puerta como si aún estuviera en la habitación el Canciller y continuó—: Hombre de hielo que no hace más que despreciar a cualquiera que no es de su raza.
Fairy extendió una mano hacia él para tomarlo con delicadeza de la barbilla. Quería que la mirara a los ojos al decirle:
—Fierce, tú más que nadie me conoces. Sabes que admiro la fuerza animal de cada pueblo que componen los tótems. He vivido entre ustedes mucho tiempo para apreciar sus cualidades y superar cualquier mala imagen que los demás tengan implantados por una conciencia colectiva. Sin embargo, ambos conocíamos a la tribu Grizzly. Matoaka era un peligro con su personalidad rebelde. Sus padres sabían someterse para pasar desapercibidos, pero el día que pasara la jefatura a su cabeza la tribu entera se vería afectada por esos pensamientos de sedición.
»Hay que aprender a cortar la mala hierba desde la raíz antes de que se riegue. Decidí unirme a los Frostice por el objetivo común de prevenir una desgracia y, si te hace sentir mejor, hasta ellos pagaron ese actuar. No creo que el pueblo Frostice sobreviva mucho después de esto.
Fierce se dedicó a asentir únicamente mientras que Fairy se ponía de pie y se acercaba a él para brindar un apasional beso entre sus labios.
—¿Te importa si te quedas a cargo? —le preguntó en un seductor susurro, acariciando con suavidad los mechones negros de su fiel lobo—. Necesito mi momento especial. Prometo que te quitaré ese malestar hoy en la noche.
Sin esperar una respuesta, la reina se alejó y abandonó la habitación. Sus pisadas resonaron por aquel lugar de pasillos infinitos hasta que se detuvo en sus aposentos. Pasó por la cama matrimonial de enorme y pesado dosel violeta hasta el armario, donde procedió a meterse. Atravesó por los pliegues de los sedosos vestidos que llenaban el reducido espacio cuando por fin se encontró con esa puerta de roble reforzado, de la que solo ella poseía la llave.
Al entrar fue recibida por el fuerte aroma de los brebajes e ingredientes que estaban en esas inmensas estanterías. Fairy se caracterizaba por ser una poderosa hechicera capaz de fabricar todo tipo de pociones y, sus favoritos, fuertes venenos.
En el centro del cuarto, se alzaba sobre un altar el espejo que los reyes del reino Mazapán le habían obsequiado hacia casi quince años. Ese regalo no tardó en convertirse en el centro de adoración de la reina. Era omnipotente por la magia con la que estaba hecho, bajo su mirada nada era capaz de ocultarse y eso venía a ser una gran ayuda para Fairy.
La monarca llegó frente a la lustrosa superficie del objeto de cristal y se colocó admirando su gran belleza. Le encantaba ese ritual. Competitiva como era, saber que siempre estaba a la vanguardia en todo llenaba su vanidosa alma.
—Espejito de oro, espejito de cristal, ¿cuál de todos los reinos es el más prospero?
—Sin lugar a dudas, reina mía, el reino de las hadas es prospero, pero el reino Floripín ha desarrollado un muelle que permitirá a sus comerciantes transportar mercancía.
La reina frunció el entrecejo, cuidando de no formar arrugas en su perfecta frente. No iba a permitir que nadie le superara, debía hacer algo para que su reino se volviera a posicionar en ser el mejor. Se dirigió a su caldero. Una plaga era lo que le ayudaría a cumplir su cometido.
Hojeó sus libros de hechicería para encontrarla. La lepra negra, una de las peores enfermedades que podían azotar. En poco tiempo las calles de Floripín quedarían cubiertas de la putrefacta carne de sus habitantes, la cual se desprendería de su cuerpo a jirones. Sin contar el repugnante olor que los acecharía.
Apenas finalizara su ritual, Fairy mandaría a construir un muelle en su reino para ampliar las oportunidades de comercialización con los otros reinos que atravesaban los mares.
Ya habiéndose encargado de ser la mejor gobernante, seguía su pregunta predilecta. Fairy volvió delante del espejo y acomodó la ostentosa corona de oro sobre su cabeza.
—Espejito de oro, espejito de cristal. Dime de los reinos ¿quién es la más hermosa?
—¡Oh, Reina Mía! Bien sabes que tu belleza es indudable, pero la más hermosa de todas es la princesa Snowzel.
—¿Snowzel?
Hacia casi quince años la reina había pedido la cabeza de la niña. ¡Alguien se la entregó en bandeja de plata! ¿Cómo era siquiera posible que fuera la más hermosa...? Pero sabía que su fiel espejo no era capaz de mentir.
—¡Esos traidores! —gritó Fairy al darse cuenta del engaño que habían cometido ante ella.
Ya les enseñaría, no era ninguna estúpida con la que podían jugar sin cumplir sus peticiones.
—Mi reina... —interrumpió Fierce apareciendo en la puerta con un semblante incómodo—. Sé que no debo molestar, pero los aldeanos que mandó de infiltrados a la conspiración que tramaban algunos subordinados traen noticias urgentes. Se reúnen esta noche y creí que le gustaría...
—Les daremos una gran sorpresa a esos rebeldes. Vamos a prepararnos.
Contra todos sus impulsos de destrozar lo que encontrara a su paso, Fairy giró en sus talones y se encaminó a Fierce, con la mente trabajando para idear el castigo perfecto.
—Fierce... —lo llamó mientras caminaban—. Haz que el panadero nos preparé sus mejores tartas, galletas y bizcochos. Daré una cena especial. Mandémos a traer a los cazadores Hansel y Gretel. Tengo una tarea especial para ellos.
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