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36- Prejuicios

«–¿Manipulado? —pregunto con asombro observando a mi amigo. Nunca nadie me ha hecho tal cuestión y se siente mal que los demás crean que eres tan débil mentalmente como para ser manejado al gusto de otra persona.

Sus ojos avellanas están sobre mí. Mi amigo no bromea. Su gesto es serio y denota una preocupación genuina que no suele ser usual en él. Se encoge de hombros y se recarga contra el árbol detrás de su presencia. Hasta ahí llegó nuestra práctica de arco.

—¿Nunca lo has pensado? Vamos, Pinhood, todos los años son lo mismo. Llevo desde niño escuchándote hablar de cómo te va a convertir en alguien de carne y hueso si te portas bien. ¿Cuándo llegará esa recompensa?—me cuestiona antes de menear la cabeza—. Esa burguesa te está mintiendo. No tiene ese poder.

Entro en negación. No, no puede estarlo haciendo. Sé que no soy de su agrado, lo ha dejado claro desde el inicio y el verla reaccionar mal ante todo lo que me representa solo lo vuelve una realidad. Pero ¿llegar al punto de hacerme perseguir una meta en vano solo para que me comporte como ella espera?

—Ella no haría eso... Ella es mi... —La palabra queda atascada en mi garganta y no va a salir. ¿Madre? ¿Era así como la pensaba llamar? Nunca la he considerado de esa forma y ella me pide que no lo haga. Quien te da la vida no siempre merece llevarse ese título.

Miro hacia otro lado. La puesta de sol pinta en cálidos colores el cielo, naranja, rojo y amarillo opacan el suave azul que lo compone. Quedan pocos minutos para que entre la noche y tengamos que volver a la redada en medio del bosque. Hay ratas que exterminar. Sin embargo, las palabras de mi amigo no fueron en vano y hacen cada vez más eco en mi cabeza, sembrando la semilla de la duda. Tal vez todo este tiempo me estuvo mintiendo...»

Pinhood se espabiló del sueño, sobresaltado. De nuevo esos sueños tan raros que parecían esfumarse de su mente apenas era consciente de su existencia. Trató de evocar la escena que acababa de vivir, los pensamientos que acababan de cruzar por su cabeza... Nada. Era imposible. Una vez corridos volverlos a recordar ya no se podía.

Cerró los ojos con violencia. Quería llorar, estaba ansioso por hacerlo. Sus ojos permanecieron secos... Él no podía derramar lágrimas. El azabache detuvo su crisis de golpe al sentir una presencia sobre él, aprisionando su cuerpo para usarlo de soporte mientras descansaba. Echó un vistazo a su entorno.

Snowzel se posicionaba sobre él, durmiendo plácidamente. Sus delgados brazos se enredaban sobre su cintura y su cuerpo se desparramaba entre las piernas abiertas del chico, permitiendo que su cabeza buscara refugio en su pecho. El muñeco envolvió a la doncella en un abrazo, haciéndola despertar del sueño en el que estaba sumergida.

Apenas lo vio Snowzel extendió una mano hacia el rostro de su títere y lo acarició con dulzura, dirigiéndole su primera sonrisa del día. Sin embargo, Pinhood no respondió al gesto. Sus orbes estaban idas, en un lugar no definido y su labio inferior parecía temblar por la poca firmeza de su mandíbula.

—¿Pinhood, estás bien? —preguntó la chica con un claro dejo de preocupación en su voz.

Esa cuestión lo sacó de su trance y observó a la princesa que asía entre sus brazos, como si fuese un bebé indefenso. Contemplarla era capaz de avivar un deseo en su pecho de protegerla tan grande, que todo parecía desvanecerse. Si sin Snowzel su mente se negaba a hacerlo recordar, con ella toda memoria y pensamiento quedaba opacado. Solo tenía una misión en ese mundo que cumplir; cuidar de ella.

Pinhood hizo un leve ademán de afirmación. No iba a mostrarse débil ante la doncella por la que debía ser fuerte. Era su protector, no podía darse el lujo de entrar en una crisis. Snowzel era su principal preocupación.

—¡Qué te dé igual! —la exclamación dada por Matoaka los hizo sobresaltar, abandonando su posición para saber lo que ocurría en el grupo.

Eran la única pareja que seguía acostada. Todos los demás ya habían abandonado sus lechos y estaban en un claro, intentando encontrar algo de alimento para iniciar el día. Como siempre, Matoaka y Beast no habían tardado en comenzar una discusión.

—¡No, no me da igual! ¿Qué clase de tótem eres que no sabes distinguir las bayas venenosas? ¿No que los de tu especie están muy en contacto con el bosque? —cuestionó Beast de vuelta tirando los frutos que la osa había conseguido después de tanto esfuerzo.

Matoaka apretó los dientes, intentando controlar la ira. Solo quería hacer algo bueno por todo el grupo y como siempre él venía con sus aires de superioridad a despreciar sus esfuerzos. Beast recogió el agua que había coleccionando en una cuenca que llevaba y la desechó después de un rápido examen.

—Tiene larvas —explicó meneando la cabeza y se cruzó de brazos—. En serio, ¿estabas preparando el desayuno o una trampa para deshacernos los intestinos?

—¿Qué pasa? —indagó Snowzel al oído de Lily al contemplar la escena.

La pelirroja observó a la recién levantada por un segundo y se limitó a suspirar con cansancio. Aquello se había vuelto su pan de cada día, no había momento en que las discusiones de Matoaka y Beast se presentaran sin una incitación previa, llegando más de lado de Beast. Empezaba a volverse algo cansino. Lily iba a responder apenas a Snowzel cuando el frío intenso que envolvió sus cuerpos anunció la participación de Frost en la pelea, interponiéndose del lado de Matoaka.

—¿Cuál es tu problema? —cuestionó la rubia, sin perder tiempo en cubrir las extremidades de Beast con su escarcha, lista para atacarlo si se ponía más agresivo—. Te advierto que no dudaré en lastimarte si sigues con esa actitud...

—¡¿Por qué no lo intentas, eh?! ¿Crees que tu frío me hace daño? —cuestionó Beast destrozando con sus músculos la cubierta de hielo que empezaban a decorarlos.

Su piel era tan gruesa que ni siquiera era capaz de congelarse y era indiferente a cualquier cambio de temperatura, por muy extremo que resultase. Frost no ocultó su cara de sorpresa al encontrarse con un oponente que resultaba invencible para su poder. Trató de no retroceder intimidada, pero de pronto Beast le parecía más imponente.

—Nada es más frío que su corazón —bromeó Lily a Snowzel con una risita ligera antes de dar un paso al frente para intervenir por Beast y tratar de calmar las cosas entre todos—. Ya, chicos, ¿por qué no nos relajamos? Dudo que los consejos que haya dado Beast fueran para hacer daño. Él quería...

—¿Tan grandote y necesitas que tu novia te defienda? —interrumpió Matoaka con una mofa más que forzada hacia Beast para seguirlo provocando. Antes de que él respondiera fue Lily la que tomó la palabra.

—¡Eh! ¡No por salir a su defensa soy su novia! Somos amigos... Ustedes se la pasan juntas y nadie hasta el momento ha salido con la tontería de que son novias... —objetó la pelirroja con las mejillas cada vez más rojas por lo que estaba sugiriendo Matoaka.

—Pues, sí, lo somos. ¿Tienes algún problema? —indagó Frost sin disimular su actitud a la defensiva. Estaba harta de negar lo que mantenía con Matoaka, toda su vida lo había tenido que ocultar. ¡Ya no más! Lo iba a gritar al mundo de ser necesario.

Lily se mostró confundida, así como asqueada ante la confesión de Frost. Nunca en su vida había conocido, ni escuchado de una pareja entre dos personas del mismo sexo y no podía evitar pensar que se trataba de una aberración. Por su parte, Beast estaba centrado totalmente en la rubia de bucles, tratando de deducir sus movimientos para actuar con rapidez si se iba contra la pelirroja. Daba la impresión de que en cualquier momento le saltaría encima.

—¡Eso es antinatural! Lo siento, si no eres capaz de producir hijos con tu pareja su unión va en contra de la naturaleza —opinó Lily al cabo de unos segundos asimilando la información que acababan de soltarle.

Frost quedó un momento estática ante la frase que salió de los labios de la joven. Ese pensamiento ya lo había escuchado con anterioridad saliendo de la boca de quien la había dado a luz y casi era capaz de escucharlo con su propia voz, denotando ese desdén que siempre la había caracterizado. La ira no tardó en recorrerla y sus ojos se llenaron de lágrimas de frustración. ¿Cómo se atrevían a decirle eso solo por quién decidía estar?

«Oh, por todas las manzanas del reino, ¿qué hago? Soy la líder, tengo que intervenir para calmar las cosas entre todos. Es mi trabajo», debatió nerviosa la mente de Snowzel cuando la discusión entre el grupo fue escalando a los gritos y, prácticamente tanto Beast como Matoaka, estaban intentando separar a Lily y Frost que ya habían enredado sus brazos para jalarse de los cabellos de forma mutua.

—Vamos, por favor, no peleen. Somos un equipo y tenemos que apoyarnos entre todos —pidió Snowzel después de decidir que era su deber llevar la paz. Ella podía darles el discurso de ánimo que necesitaban para que volvieran a hacerse amigos.

Pero nadie le hizo caso. Entre tantos gritos y jaleos la suave voz de la princesa se había ahogado sin llegar con éxito a sus receptores. Snowzel se movió nerviosa en su lugar, sabía que tenía que intervenir directamente. Tal vez llegar al centro del grupo para separar a ambas chicas con su presencia. Sus ojos azules miraron a Pinhood en busca de apoyo. El chico se había alejado unos pasos de la escena y contemplaba perdido el horizonte, absorto en sus propios pensamientos. Snowzel suspiró con impotencia al darse cuenta de que también algo pasaba con él. ¿Por qué todos parecían estar tan dispersos? Tragó saliva, decidiéndose a interceder.

La rubia se acercó hacia la doncella de hielo, intentando ser quien lograra aflojar el amarre que tenían la pelirroja y ella. Sin embargo, todo el piso estaba cubierto de una resbaladiza capa de hielo que la hizo perder el equilibrio. Como si fuera algo instintivo, las manos de Snowzel buscaron con rapidez un lugar donde aferrarse para aminorar el golpe de la caída, siendo el inicio de la falda de Frost la primera opción que se le presentó. La princesa del invierno, al sentir el peso que se había colgado de ella, lanzó un violento codazo en un desesperado intento de liberarse para recuperar su movilidad y seguir peleando contra Lily, quien ya deseaba alejarse para dar por terminada la riña.

El golpe de Frost fue a dar justo al labio de Snowzel y esta terminó de desplomarse sobre el suelo, dando un quejido de dolor. Los ojos de Pinhood se volvieron hacia la escena. Ese sonido proveniente de su princesa lo había devuelto a la realidad y rápidamente lo había obligado a ponerse a la defensiva, listo para atacar a quien fuera necesario. Nadie lastimaba a su Snowzel. Antes de siquiera razonar se dirigió al grupo, que se había detenido en seco al ver que la chica a sus pies había resultado herida. La rubia temblaba y la sangre que salía de sus labios abiertos por el codazo brindado llegaba a teñir hasta su mandíbula.

Pinhood sintió que sus ojos se iban abriendo cada vez más. Snowzel nunca había sangrado frente a él y ver ese líquido carmesí, denotando una agresión mayor, aumentaba en desmedida la furia que lo estaba invadiendo contra su agresora. La habían lastimado. No permitía que nadie le hiciera daño. Solo una cosa tenía clara y era que debía proteger a Snowzel aún a costa de su propia vida. Frost descendió hasta ella, pidiendo perdón, pero Snowzel trató de apartarse, deseando recobrar fuerzas en las piernas para abandonar el grupo. Cada vez se encargaban de humillarla más.

—¡No la toques! —ordenó Pinhood a Frost agachándose hasta la altura de Snowzel para cubrirla con su brazo, en un gesto protector. La doncella se giró a él y lo asió del cuello con fuerza, ocultando su rostro lastimado en su hombro izquierdo.

—Quiero ayudar... —balbuceaba Frost Golden alterada cuando un duro golpe dado contra su tabique la hizo detener en seco, impidiendo que terminara de formular su oración.

No lo pensó dos veces, como un acto impulsivo Pinhood había brindado un puñetazo directo a la nariz de la rubia, queriendo vengarse por su agresión contra Snowzel. Frost, habiendo pasado por un momento la conmoción del impacto, se apresuró a apretar los ojos y sujetarse el rostro con evidente dolor, aunque parecía que su nariz no estaba rota. No había rastros de sangre saliendo de ella.

—¡Ey, no, Pinhood, a las mujeres no se les pega! —regañó Beast con desaprobación apenas asimiló la escena.

El títere parecía nuevamente estar fuera de sí, sin razonar lo que hacía y traduciendo sus acciones a violencia. Frost abrió los ojos de vuelta y estos centellaron de la ira. Apretó con mucha fuerza sus puños, hasta que sus nudillos se volvieron blancos. Lo que le faltaba, que un golem la atacara. Desde que estaba con ellos había cuestionado su función, el propósito por el cual lo habían mandado a ese viaje, ahora lo entendía.

—No razones con él, no puede hacerlo —explicó Frost Golden. De su pecho resurgía un resentimiento que venía persiguiéndola desde hacía muchos años atrás con su propia madre—. Así son los golems. Solo cumplen con su objetivo sin importarles nada más, no piensan, ni tienen sentimientos. No son seres humanos.

Las palabras hirientes de Frost hicieron que Pinhood quedara estático en su lugar, percibiendo los ojos de todos fijos sobre su persona. Una punzada dolorosa en su tórax apareció en el mismo lugar donde debería estar un corazón palpitando... Era una punzada que dentro de sí la marioneta ya reconocía como familiar. Él sí sentía, sí era capaz de pensar, ¿por qué Frost decía que no? El golpe lo había hecho casi por inercia. No significaba que todo él actuaba sin raciocinio.

—L-Lo lamento, de verdad, no quería lastimarte, pero... Yo... sí siento. Soy... Algún día seré una persona de verdad... Alguien me lo prometió... —trató de explicar Pinhood con un nudo en la garganta que no parecía dispuesto a ceder.

La mirada de todos mostró profunda confusión ante las repentinas palabras de Pinhood. Nunca, en todo el tiempo que llevaban de conocerlo, había dicho algo similar. Snowzel incluso se había limpiado la sangre junto con las lágrimas que habían escapado de sus ojos y observaba fijamente al títere, intentando descifrar con acierto lo que sucedía. Frost fue la única que se comportó con mofa, soltando una risotada amarga.

—Es lo más tonto que he escuchado. ¿Crees que no conozco a los golems? Los he visto desde que nací, me estaban preparando uno para desposarme... Solo viven para cumplir su misión. ¿Por qué crees que cuidas tanto de ella? ¡Alguien te ordenó que lo hicieras! Y tu único motivo de existencia es hacer lo que te mandaron. ¡Tú no piensas, alguien más lo hace por ti! ¡Eres un títere en todo sentido de la palabra!

—¡Ya, Frost! —exclamó Snowzel con súplica al ver que cada palabra que profería causaba una herida que se iba haciendo más honda en Pinhood. Sus ojos azules mostraban el daño que le hacía y de haber sido posible estos se habrían humedecido por las lágrimas. La rubia se aferró a él con ambos brazos, deseando protegerlo, que no se creyera lo que le parecían mentiras malintencionadas de parte de Frost—. No tienes derecho a hablarle así. Tú no sabes lo que siente Pinhood.

Pinhood frunció el ceño y apartó a Snowzel de su cuerpo antes de levantarse de golpe. Sentir que tenía que ser defendido por su princesa, alguien para quien debía ser más fuerte, lo humillaba. Su princesa ya lo había hecho antes, pero ahora más que nunca se estaban convirtiendo en detalles que el títere no pensaba tolerar. Él no era débil, él no tenía que ser ser cuidado y menos por Snowzel. Eso lo hacía sentir que no estaba a la altura de la tarea que se le había asignado.

—Lo único que siento en estos momentos es vergüenza. Tu deber no es cuidarme, ni defenderme... Es humillante para mí que lo hagas porque ese es mi trabajo —dijo Pinhood apretando los nudillos con tanta fuerza como le fue posible. De haber sentido dolor, se habría hecho daño, pero sus articulaciones unidas con tornillos permanecieron firmes.

—Te lo dije... Solo están hechos para cumplir con lo que se les ordena —murmuró Frost poniéndose de pie para acercarse a Matoaka. El dolor en su nariz por el golpe iba disminuyendo cada vez más.

Snowzel, que había quedado inmóvil tratando de asimilar lo que sucedía y mirando como Pinhood se perdía en la vegetación del bosque, se giró a Frost indignada por las palabras que se atrevía a proferir la princesa del invierno en contra de quién había sido su primer compañero. Nunca había sentido tantas ganas de abofetear a alguien. Ella no conocía a Pinhood, no tenía porqué estarlo juzgando así.

—¿Tú qué sabes? —cuestionó Snowzel levantándose tan rápido como pudo—. Yo te voy a decir, no sabes nada. Crees que porque en tu reino lo hacían así todo tiene que ser igual.

—Ah, y ¿crees que tú sí sabes mucho al respecto? —explotó Frost de vuelta alejándose de los brazos de Matoaka, quien trató de retenerla para que no iniciara una nueva gresca. Pero Frost Golden era una avalancha que se encontraba de ser provocada—. Bien, ilústrame, ¿de dónde proviene? ¿Quién te lo dio? ¿Quién lo manda a cuidarte? ¡¿Sabes siquiera quién crea los golems?! ¡¿Quién les da vida?! ¡Dímelo si tan inteligente te crees!

Snowzel quedó en blanco por unos instantes ante las cuestiones hechas a los gritos por Frost. No sabía siquiera qué responder a ninguna. Su mente rebobinó con suma cautela los primeros instantes cuando conoció a su títere, cuando lo vio por primera vez en esa caja de regalo colada entre sus cosas. Pensó en que la contestación correcta eran sus padres, pero ellos también habían preguntado por él en esa última cena que compartieron. Ellos no se lo habían dado... ¿De dónde provenía Pinhood?

—Le dio vida un hada con forma de conejo para cumplir con el oráculo. —La doncella repitió las palabras que Pinhood le había dicho al conocerse y su cara poco a poco fue bajando por la vergüenza.

Era muy estúpido decir eso en voz alta, ¿qué era siquiera el oráculo? ¿Qué significaba? Pinhood jamás lo había vuelto a mencionar después de ese día. Lo único que repetía vez tras vez era que estaba mandado a cuidarla. Snowzel sintió un apretado nudo formarse en su garganta cuando una mofa salió de los labios de Frost, humillando su ignorancia.

—Bonitas mentiras... No sabes siquiera que la única hada que puede crear golems es Fairy... Puedes estar siendo conducida a una misma trampa y serás tan ingenua como para meterte tú sola en ella —balbuceó Frost meneando la cabeza y mirando de reojo a Matoaka. No podía creer a dónde había llegado a parar. De pronto, sus ojos se hicieron más recelosos y examinó a todos con suma cautela, como si tratara de descifrar sus dobles intenciones.

Las lágrimas no tardaron en caer a raudales por el rostro de Snowzel y sus mejillas le quemaban por el rubor del intenso coraje que la envolvía. Que acusara a Pinhood de trabajar para Fairy, de que estaba ahí para hacerle daño, era la gota que derramó el vaso en su indignación. Él no era así. Era lindo y considerado, solo estaba confundido.

—No, cállate... Aquí la única que miente eres tú... Mientes y eres una mentirosa... ¡No levantes falsos contra Pinhood!

Habiendo exclamado esto, la blonda de largos cabellos dio media vuelta y corrió por el sendero por el cual había visto alejarse a Pinhood, intentando encontrarlo. Ella estaba segura de que sí sentía, que era como un humano envuelto en una dura cáscara de madera, pero lo de adentro era lo importante. A los pocos metros encontró a su títere. Le daba la espalda y sus dedos se enredaban en su cabellera azabache, parecía estar dentro de una crisis, farfullando palabras en un nivel tan bajo que eran inentendibles para sus oídos.

—Pinhood, no le creas a Frost. No sabe lo que dice... No creo que nadie te entienda..., pero yo sé que tú sí eres alguien de verdad. No solo un títere —sollozó Snowzel abrazándose a su espalda, en un intento por tranquilizarlo—. Por favor, si pasa algo dímelo... Quiero ayudarte porque eres mi leal compañero...

Pinhood se detuvo en seco. De nuevo se presentaba ese vacío mental que le producía Snowzel. ¿A dónde habían ido a parar sus pensamientos? Al principio no le importaba, no había nada que necesitara pensar, era un chico conociendo la vida por primera vez... O eso le parecía... Ahora, estaban esas cuestiones, volvía a sentirse de madera, volvía a sentirse excluido y gracias a Snowzel ni siquiera era capaz de asimilar la situación con la claridad que necesitaba. Le tenía cariño, pero las emociones que le despertaba se empezaban a volver insoportables para él.

—Necesito que me dejes solo, Snowzel... Estoy bien, ¿sí? No te preocupes por mí... —soltó la última frase con total conciencia de que era mentira y se apartó de golpe, permitiendo que Snowzel percibiera lo que sucedía.

Ante sus ojos la nariz de Pinhood se extendió varios centímetros, causando total intriga en la rubia, que no parecía dar crédito a lo que veía. El azabache también se asombró y tocó vacilante la punta de esta. Era dos a tres dedos más larga de lo que era anteriormente. Como si fuera algo sumamente vergonzoso Pinhood intentó cubrir su crecida nariz con ambas manos, sin ver a Snowzel a la cara. No quería que se enterara de que le había mentido.

—¿Pinhood? ¿Seguro que estás bien? —preguntó Snowzel haciendo evidente su preocupación.

—Sí, sí, estoy bien. No es nada —dijo y esta vez creció tanto su nariz que casi estuvo por clavarse en el tronco de un árbol frente a él—. ¡Déjame solo!

Pinhood dio media vuelta y se echó a correr tan rápido por el bosque como le dieron las piernas. Con el aire que daba a sus oídos era capaz de percibir voces, cuyos murmullos parecían indescifrables. Algo sucedía... Su cabeza daba vueltas a una velocidad increíble, intentando escuchar una de esas palabras con claridad. Todo lo que había creído hasta ese momento parecía estarse desmoronando.


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