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34- Perdidos Entre Libros

Gretel parecía el estrés encarnado. Su clavícula estaba roja con el hueso marcándose en su piel al final de su cuello, el contorno de sus ojos se había vuelto más rosa por las malas noches de las que había sido víctima y su mandibula, tensa por lo fuerte que apretaba los dientes, le producía calambres. Caminaba a paso constante por la vereda del bosque, como si no tuviera tiempo alguno que perder. Su hermano la observaba se reojo mientras intentaba seguirle el ritmo, como siempre él era el causante de ese mal ánimo en ella.

La ausencia de los polvos de hadas no había pasado desapercibida y las llamadas constantes de Fairy exigiendo resultados solo ejercía una losa de presión extra sobre sus hombros. Hansel mordió el interior de su mejilla. Las cosas habían degenerado a peor entre ellos, cualquier frase dirigida al otro terminaba en una acalorada riña. Quería encontrar la forma de alegrar a Gretel, de que olvidara por unos instantes la situación en la que los dos se encontraban.

Con gesto imperceptible sus ojos verde grisáceos se fijaron en la bolsa de cuero que colgaba de la cintura de su hermana. Las monedas de oro dentro creaban un suave tintineo al chocar las unas contra las otras. Volver a tomar para la compra de más dulces quedaba totalmente descartado. Una completa lástima, considerando que podía darle a comer a Gretel pastelillos con su hierba especial. Eso sin lugar a dudas podía relajarla de darle oportunidad.

El correr de las aguas interrumpió su andar en silencio. Gretel levantó la mirada y buscó en el este un vislumbrar del río que se escuchaba. Llevaba días sin poder limpiarse y la piel se le estaba cubriendo de ese desagradable pegoste que causaban los restos de sudor.

—¿Gretel? —preguntó su hermano cuando se percató de que se desviaba del camino para adentrarse entre los árboles.

La rubia a pesar de no hacer caso ante el llamado, no pudo evitar una mueca de desagrado. La voz de Hansel se había vuelto una verdadera molestia para su persona. En esos momentos ignorarlo le parecía la mejor opción.

La fuente de agua apareció frente a ella. La joven dejó caer la mochila que llevaba sobre los hombros para acercarse al río. Se agachó en la orilla, tomó agua entre la cuenca de sus manos y aprovechó para beber y acicalarse un poco. Pensó en bañarse, pero al sentir el frío del líquido descartó la opción. Los dedos se le entumían al sumergirlos, como si estuviera prensando nieve con ellos. Restregó las manos en su falda buscando recuperar un poco del calor perdido.

Hansel llegó hasta el lugar, se había rezagado buscando el plano que en ese momento sujetaba entre sus dedos. Se desplomó al lado de su hermana y arrugó el papel para darle un vistazo al río.

—Qué curioso, este riachuelo no está en el mapa —anunció y se asomó para ver el fondo.

La hierba se podía notar a través de la claridad del agua, demostrando que efectivamente no tenía mucho tiempo corriendo por ahí. En el fondo de los raudales solía haber musgo, no vegetación terrestre. Extendió el mapa hacia Gretel y señaló el dibujo de una pequeña línea azul serpenteante que terminaba en el reino Frostice. La chica giró la cabeza hacia el otro lado, por muy grande que fuera su curiosidad no iba a permitir que su hermano se saliera con la suya, fingiendo que todo estaba bien cuando no lo estaba.

—Bueno —explicó Hansel intentando ignorar el obvio desprecio de su melliza—, era un río que terminaba en Frostice, supongo que por congelamiento, pero ahora retoma su curso aquí... Da a pensar que el reino de hielo se está derritiendo. ¿Tú qué crees? ¿Será preocupante? ¿Por qué Madre Tierra permitiría que una estación dejara de existir? Yo siempre he pensado que en lugar de que haya razas para las estaciones debería haber un método donde la tierra dé la vuelta alrededor del sol mientras gira en su propio eje, provocando así el cambio de temporadas...

—¡De verdad, Hansel! ¿Ni por un momento podías hacer las cosas bien? —estalló Gretel resoplando con molestia girando hacia el chico que había parado en seco de su explicación. Por más que intentara reprimir su enojo este no tardaba en emerger, pidiendo a gritos ser descargado.

Hansel la contempló por unos cuantos segundos en silencio. Ahí estaban repitiendo la escena, una vez tras otra la veía surgir como un bucle del que no podía escapar. Se recargó en la raíz del árbol que se encontraba detrás de él, con gesto perezoso y despreocupado.

—Ah, sí, se me olvidaba que yo soy el culpable porque tú nunca cometes errores.

Sí era el culpable. Sentía la bolsa de polvos de hada moverse al compás de sus testículo en cada acción que hacían sus muslos, pero no le iba a dejar saber eso a la rubia. Le parecía que su hermana estaba lejos de pensar las cosas con el verdadero peso que requerían.

—Además —continuó encogiéndose de hombros—, podemos aprovechar este viaje como vacaciones. ¿Cuándo habías venido a este lado del mundo? No disponemos del dinero suficiente como para pasearnos así. Hay que disfrutar...

—Sí y mientras nosotros disfrutamos papá se muere... ¿Es que tengo que recordarte todo?

Hansel apretó la mandíbula, permitiendo que esta se marcara a través de su piel. Era un tema que incluso a él le resultaba desagradable. Entendía a su hermana y su miedo, pero él también quería ser entendido. No se veía dispuesto a cargar con el asesinato de un inocente el resto de sus días y con las consecuencias que este iba a acarrear.

—¿Quieres evitar la muerte provocando otra muerte? No digo que no me importe mi papá, solo digo que vamos a asesinar a una persona que no ha hecho nada y tú te comportas como si eso no fuera relevante... Pudimos haber encontrado otra solución a este problema.

Se quedaron en silencio. Gretel se hallaba confundida, ahí estaba el dilema moral que intentaba evitar a toda costa y con el que su hermano siempre la atacaba. Una parte de ella reconocía que ese trueque no era justo para ninguno. Ni siquiera tenía la garantía de que su padre siguiera vivo al regresar a casa, pero ¿qué más podía hacer? No tenía opción.

Una ligera melodía llenó el ambiente. Gretel lanzó un grito y se cubrió con ambas manos las orejas, deseando apartarse de su mochila, el origen de aquel sonido que en ella causaba pesadillas. Hansel se levantó y fue hasta donde estaba el morral para sacar el pequeño espejo mágico que apenas cubría la palma de su mano. La monarca los contactaba para saber sus avances. El joven lanzó un suspiro y  colocó una sonrisa entre sus labios.

–¡Ey, mi reina! Hoy se ve como la más hermosa de todas... —saludó a la superficie reflectora que en lugar de devolverle la imagen de él había tomado la forma del rostro de Fairy.

—¡Qué curioso que lo digas porque consulté y resulta que todavía no soy la más hermosa de los reinos! —La voz del hada llegaba distante, pero aún así se notaba el tono de amenaza en sus palabras—. ¿Por qué tardan tanto?

—Porque somos estúpidos y perdimos el polvo de hada —contestó el muchacho con simpleza, encogiéndose de hombros—. ¿Puede darnos más días, su majestad?

Gretel levantó la mirada hacia su mellizo. No esperaba tremendo ataque de sinceridad, aunque con Hansel en realidad nunca sabía lo que esperar. Fairy, por su parte, se llevó los dedos hacia el puente de su nariz.

—Bien, al menos reconocen su propia estupidez... Seré compasiva con ustedes —decidió después de unos segundos de completo silencio, volviendo a mirar hacia ambos hermanos—, en estos momentos me encuentro ocupada en otros asuntos de mayor importancia, así que pueden tomarse unos días más para cumplir con tan sencilla labor.

Tanto Hansel como Gretel suspiraron con alivio al escuchar sus palabras. Al parecer Fairy estaba de muy buen humor para manejar las cosas con esa tranquilidad. Apenas la imagen de la joven monarca desapareció de la superficie reflejante, Hansel dejó caer el espejo en la mochila y se sentó en el césped.

—El único medio de comunicación a larga distancia que deberíamos tener son las cartas —se quejó dedicándole una sonrisa de complicidad a su hermana—. Vamos, Gretel, podrías agradecerme que nos conseguí más tiempo.

—Es lo mínimo que podías hacer.

Con esa tajante respuesta Gretel dio por finalizada la conversación. Se levantó y puso sobre sus hombros la mochila, había terminado su pequeña pausa. Hansel dio un suspiro mientras seguía a su hermana. Deseaba encontrar una forma de subir su ánimo para que lograra relajarse y ver el lado positivo de las nuevas exploraciones que realizaban. Él lo veía como una oportunidad única en su vida para conocer fuera de sus lares.

Volvieron a sus andadas sumergidos en un desagradable mutismo. Gretel parecía ida en sus propios pensamientos. Lo único que quería era olvidarse por unos momentos de lo que acaecía, dejar la preocupación atrás y seguir fantaseando con sus inventos, como tanto disfrutaba hacer.

—Gretel... —llamó su hermano arrebatándola de su ensimismamiento. La chica regresó a la realidad y miró lo que su hermano señalaba: el muro deshecho que permitía la entrada a Frostice.

Ambos habían seguido el cauce del río, encontrándose como nacimiento de agua la muralla derretida. Gretel apretó los labios. Su hermano tenía razón, el río se hallaba congelado en Frostice y ahora recuperaba su camino llevándose por delante los restos del hielo. Gretel se apresuró a subir por las ruinas que todavía quedaban de pie, teniendo a Hansel en la retaguardia.

—Humm... Creo que queda descartado comprar provisiones, ¿no? —cuestionó Hansel cuando entraron a la ciudad desolada. Observó las altas construcciones que se derretían por los rayos del sol—. Para los que digan que el calentamiento global no existe.

El rubio sonrió esperando respuesta de su hermana, la cual nunca llegó. Hansel miró a todos lados, buscando algo para alegrar a Gretel. Estaba en eso cuando una mano lo tomó del pecho, deteniendo su andar. La joven a su lado se había ocultado contra una pared y lo instaba con ese gesto a imitarla. A unos metros de donde se encontraban las fuertes pisadas de los orcos hacían temblar el suelo. Parecían estar saqueando las casas, pues llevaban manos repletas de cualquier material que consideraban valioso.

—Hay que movernos con cuidado. Si hay un orco hay varios —indicó Gretel al oído de Hansel.

Ambos tenían el conocimiento de que esas grotescas criaturas eran bastante agresivas y poco pensantes, por lo que era mejor tratar de evitarlos con tal de ahorrarse un encuentro con desagradables consecuencias.

—Deberíamos intentar rodear y encontrar pase por otra estación —susurró Hansel en respuesta—. Si el lugar está plagado no deberíamos arriesgarnos...

Gretel sopesó por unos instantes la propuesta de su hermano para finalizar meneando la cabeza, descartando la opción.

—No, apenas unos kilómetros nos separan de nuestro objetivo. Sería contraproducente desviarnos. Tardaríamos más tiempo y perderíamos el rastro fijo marcado por los reinos localizables.

Hansel lanzó un suspiro de resignación ante la negativa de Gretel. A él le habría gustado conocer paisajes más llamativos y hermosos que los de Frostice, cuya decadencia parecía irremediable. La chica tomó el brazo de su hermano, como para prevenir que escapara, y se deslizó con paso calmo entre los callejones de la ciudad.

—Gretel, ven —ordenó Hansel cambiando de posición y siendo ahora el que arrastraba a su melliza. Había alcanzado a notar algo que sin duda la rubia iba a apreciar demasiado, la herramienta que le ayudaría a cambiar su ánimo.

La joven apenas volvía la cabeza confundida, cuando un tirón en su brazo la obligó a dirigir sus pisadas hacia una gran estructura en medio de la plaza principal. Quiso zafarse y reclamar a su hermano, quien era el impetuoso que la guiaba, pero al ver las palabras talladas en la estructura cedió por completo. Se trataba de la biblioteca pública. Antes de poder controlarse acompañaba a Hansel entusiasmada por las escaleras que dirigían a la imponente entrada. Siempre había deseado acudir a una.

Sin embargo, apenas sus pies se posaron en el interior de esta, el desencanto fue palpable en su rostro. Aquel santuario, albergador de lectores y eruditos, yacía en las mismas ruinas que su ciudad. Las estanterías, antes repletas hasta no poder soportar su peso, no portaban ni un solo libro y los pocos que quedaban estaban siendo deshechos por el hielo derretido que descendía por las estructuras. Hansel cubrió sus ojos, llevando la mano a su frente para protegerse de la luz, y contempló el techo. El domo esculpido en hielo con hermosas formas fungiendo de murales dejaba entrar a los potentes rayos del sol. ¡Perfecto! Su plan se hacía pedazos como ese lugar.

Los pasos de Gretel resonaron con eco entre las estanterías infinitas que se extendían frente a ella. Sus ojos buscaban sobrevivientes de esa tragedia, quería llevarse al menos uno a su casa. Leer, para ella, era uno de los mayores gustos que podía darse en la vida y un total lujo. No contaba con dinero para gastar en aquel placer y sus actividades diarias no le permitían viajar al poblado más cercano a perderse en la biblioteca pública. Hansel la imitó recorriendo curioso todo el lugar.

—Es increíble —murmuró la doncella perdida entre sus pensamientos. Su mirada de absoluta fascinación se hallaba analizando el esqueleto del edificio que los envolvía—. Ve cómo aprovecharon que la nieve y el hielo reflejan la luz solar un ochenta por ciento. Al actuar igual que un espejo fueron capaces de construir totalmente un sistema reflejante para que pudiera haber luz sin necesidad de antorchas.

El ojiverde la contempló con una suave sonrisa en sus labios. Le encantaba escuchar sus palabras y cómo era tan meticulosa a la hora de examinar su entorno. Se daba cuenta de detalles que a cualquiera le podrían pasar desapercibidos y se emocionaba con ellos, orgullosa de haber deducido su propósito sin ayuda. Abría la boca para comentar una burla, la forma que tenía de demostrar su cariño, cuando un par de fuertes pisadas interrumpieron su plática.

Hansel actuó con rapidez. Tomó a Gretel entre sus brazos y la apartó hacia una de las esquinas del recinto, en un rincón estrecho que quedaba entre un par de estanterías. Se apretujó contra su cuerpo, intentando hacerse más pequeño, y maldijo para sus adentros. Había intentado cortar cualquier tipo de contacto físico con su hermana, deseando recuperar la cordura en sus sentimientos y ahora estaba ahí, con sus brazos rodeando la esbelta figura de la chica mientras ambos compartían el mismo aire con apenas unos centímetros de separación en sus rostros.

Examinó a Gretel detalladamente, buscando indicios de que aquella fricción entre sus cuerpos le desagradaba. Sin embargo, ella estaba alerta a sus indeseados acompañantes. Hansel dejó caer su rostro sobre el hombro de la joven y aspiró ansioso el olor que esta desprendía. El sudor no había logrado opacar del todo aquella dulce fragancia que le fascinaba. Gretel hundió la nariz en la cabellera casi blanca de su hermano y miró hacia arriba, a la segunda planta del lugar. Estrechó los ojos al contemplar la sección de Reinos que se alcanzaba a ver desde su posición. Solo un único libro quedaba en esos solitarios estantes.

Se separó de Hansel con un nuevo propósito en la cabeza: debía alcanzarlo, dar con él. Su hermano salió de las fantasías en las que se había sumergido al sentir como se deslizaba entre sus dedos y la miró confundido. Gretel abandonaba su lado para buscar cómo escabullirse y llegar a las escaleras que daban a la planta alta. Sigilosa como serpiente pasó detrás del par de ogros que se habían acercado a la sección infantil, dándoles la espalda a los infortunios visitantes.

—¡Ja! El orco se queda con la princesa —exclamó uno de ellos, rompiendo el silencio sepulcral y señalando el final de un libro—. Te lo dije.

Perder la apuesta logró sacar un gruñido de molestia de su acompañante, quien buscaba en sus bolsillos un par de monedas de plata para dejarlas caer en su mano extendida. Hansel, por su parte, contempló con ansiedad a la joven mientras trataba de imitar sus pasos. Si los atrapaban ahí iban a terminar muy mal los dos. Gretel se ocultó detrás de un pilar en el otro extremo de la habitación y echó un vistazo a Hansel.

En momentos donde el peligro acechaba se prendía un sexto sentido en los mellizos, siendo capaces de percibir los pensamientos del otro con apenas un vistazo. Con sus ojos penetrantes y ansiosos Hansel la llamaba de regreso, pero Gretel no deseaba volver. No hasta dar con el libro que la hacía querer arriesgarlo todo.

Antes de que su sentido común retornara, haciéndole ver con claridad lo peligroso que era arriesgarse, Gretel dio media vuelta y contempló las escalinatas de hielo que dirigían hacia la segunda planta. Solo tenía que hacer un viaje ida y vuelta con toda la cautela posible. Una de las mayores ventajas de que el lugar fuera esculpido en hielo era que no tenían que lidiar con el sonido chirriante de la madera vieja. Sin embargo, ese atributo de provecho quedaba relegado cuando en su lugar se enfrentaba a la poca estabilidad del piso. El agua descendía en pequeños riachuelos por los peldaños y la escarcha derretida hacia más difícil su ascenso.

Gretel maldijo entre dientes la segunda vez que estuvo por perder el equilibrio, las suelas de sus botas parecían negarse a dar pasos firmes. Lanzó un profundo suspiro antes de intentarlo nuevamente. Tenía la mitad de las escaleras recorridas y cada vez veía más cerca la portada de ese gran libro. Dedicó un par de dudativas zancadas, de nuevo la superficie resbalosa hizo de las suyas obligándola a detenerse para evitar caer escaleras abajo.

El desasosiego de la joven empezaba a manifestarse, se negaba a seguir derrochando tiempo con el que no contaba. La desesperación por llegar a su objetivo le estaba volviendo a ganar. Sin pensarlo, apretó el paso y subió las escaleras solo para desplomarse con un sonoro golpe casi al llegar a la segunda planta. La rubia apretó los dientes al sentir como sus rodillas eran receptoras del impacto y como al encontrarse con el filo de las escaleras la piel de estas se abría por el brusco aterrizaje.

—¿Escuchaste eso? —preguntó uno de los orcos a su compañero, sacándolo de su lectura. Ambos se pusieron atentos al escuchar el quejido de dolor que llenó la habitación.

Hansel abrió los ojos con espanto al observar cómo el error de su hermana atraía a esas grandes criaturas. Tenía que actuar rápido para impedir que lograran dar con ella o terminarían por hacerle daño.

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