31- Cazando Ratas Y Ratones
La suave melodía de un prodigioso tocando el laúd llenaba el bosque. Cat levantó la mirada al viento que se unía a las notas, haciéndolas sonar por las copas de los árboles. Las wind chimes parecían felices de convertir la música en suaves silbidos, que las acompañaría con el correr de la brisa. La gata sonrió y quitó de su cuello el pequeño pícolo que entre sus dedos pasó a convertirse en una flauta transversal. Le encantaba complacer a esas adorables criaturas musicales.
Empezó a tocar y las copas de los árboles se estremecieron por el agradable viento que las envolvió, provenientes de las campanillas traviesas que se alborozaron al percibir la deliciosa música que salía del instrumento de Cat. La filarmonía del laúd se hizo más fuerte, constante en sus notas para atraer consigo nuevamente a las campanas de viento. Quienes reaccionaron con un pequeño remolino, levantando algunas hojas del piso.
—Celoso —susurró Cat con una sonrisa entre los labios antes de responder con su flauta al duelo que le ofrecía el dueño de aquel laúd.
El cautivador sonido del instrumento de viento se unía a la seductora melodía que desprendía el instrumento de cuerdas. Las campanillas parecieron emocionarse, sus brisas envolvían el cuerpo de los intérpretes y los arrastraban a encontrarse cara a cara para que pudieran deleitarlas con un dúo.
Cat acató la orden, dejando que sus pies respondieran al ritmo de la música que impregnaba el ambiente. Sus movimientos eran ligeros y elegantes, como una pluma dejándose guiar por el céfiro. Llegó hasta el claro donde la esperaba un tótem burro, también bailando al son de su laúd y la flauta que había aparecido a hacerle compañía. Cat aceptó la invitación no dicha, danzando junto con él y permitiendo que las ráfagas de aire los enfundaran a ambos mientras se movían al compás de la canción efectuada.
Terminaron al mismo tiempo y, sabiendo que el espectáculo había acabado, las campanillas dejaron caer de golpe el tumulto de hojas secas que habían arrastrado junto con los intérpretes.
—Cat Piper, ¿qué ratón te trae por aquí? —preguntó Príncipe Donkey una vez finalizada su interpretación—. Hace mucho que no nos deleitabas con tu presencia.
—Vengo por la caza de ratas y ratones —respondió la felina al joven dedicándole una sonrisa—. Dime que han llegado buenas recompensas. El último trabajo que hice fue decepcionante. Ni siquiera me pagaron.
Ambos jóvenes comenzaron el camino de regreso a la taberna, el establecimiento donde Príncipe y su padre atendía a cualquier tótem que pasara por ahí. Era nido de jugadores y bebedores que daban todo por ganarse unas cuantas monedas de oro para poder vivir o para gastarlas en su vicio.
—Qué bueno que lo mencionas, fíjate que hace unos días trajeron los afiches de búsqueda de una gata flautista que ahogó una horda de niños en el río Western. —Príncipe dirigió una mirada cargada de significado hacia Cat, quien se limitó a sonreír por su maldad efectuada, como si fuera cualquier triquiñuela.
—Espero que estén ofreciendo buenas monedas por este bonito cuello —comentó la chica con orgullo tocándose la tráquea adornada con varios collares y un cascabel, que sonó al roce—. Si me lo preguntas, se lo merecían. Estoy harta de la gente odiosa que cree que nos puede rechazar por nuestro aspecto. Esas personas no deberían reproducirse. Le hice un favor al mundo. ¡Además, se rehusaron a pagarme!
Príncipe lanzó un suspiro lleno de resignación. Había que tener la cara de Cat para defender y justificar un acto así. Pero la felina se había hecho fama por lo extrema que podía llegar a ser como caza recompensas de no cumplir con lo que exigía.
La chica de la trenza abrió la vieja puerta de la taberna de una patada, casi derribándola en el proceso. Apenas puso pie dentro el embriagante olor del alcohol y la cerveza inundó su nariz. Dio una fuerte inhalación, sucumbiendo al fragante ambiente. Los hombres dentro levantaron la cabeza, intrigados por la silueta femenina que se deslizaba entre las mesas, abriéndose paso hasta la barra donde servían las bebidas. Mujeres, que no fueran prostitutas ofreciendo sus servicios, no llegaban a visitar esas tabernas de mala muerte y, sin embargo, ahí estaba Cat, mezclándose como si fuera una más.
—¿Te preparo lo de siempre? ¿Flavormilk de cebada? —preguntó Príncipe cuando Cat se dejó caer en el banquillo de madera y él se deslizó a su lugar de cantinero detrás de la barra—. Dejé la cebada fermentarse bastante antes de dárselas a las flavorcows. Te gustará el resultado.
—Sorpréndeme —pidió la rubia con una sonrisa danzando sus labios—. Ah, y déjame la botella. Mi sangre necesita recuperar sus niveles de alcohol. Hace días que no bebo.
Mientras esperaba la joven rebuscó alguna recompensa que valiera la pena entre los afiches de búsqueda que estaban pegados en la pared al lado de la barra. La mayoría ya estaban tachados y los pocos que quedaban libres ofrecían miserias. No podía sobrevivir con esa escasa cantidad.
—Checa los de Sherwood. Son siempre los que ofrecen más dinero por sus bandidos —indicó Príncipe captando sus pensamientos y deslizando por la superficie de madera pulida la botella de leche saborizada recién ordeñada.
Cat la detuvo justo cuando rozó su mano y le dio un largo trago sin dejar de mirar los afiches. Tomó el del encapuchado de Sherwood, por quien ofrecían la mayor suma de oro, y se giró a Príncipe, alzando las cejas.
—Ni por esta cantidad me meto a Sherwood, no otra vez. —Dejó el papel sobre la barra como si se tratase de un porta vasos y apoyó encima la botella—. Es una locura ese bosque. Entre la corrupción de sus autoridades, los forajidos que se ocultan ahí y la banda de ladrones que se quieren hacer pasar por justicieros, “quitando al rico para dar al pobre”, se forma la batalla donde no quiero estar envuelta.
—Sí, a eso aunemos que las leyendas cuentan que el encapuchado es indestructible. Los pocos sobrevivientes que ha dejado cuentan que ni espada, ni filo existente en esta tierra puede atravesarlo —contó Príncipe, provocando la risa incrédula de Cat. Le encantaba los rumores que se extendían hasta volverse exagerados.
Sin embargo, al pensarlo mejor los labios de la chica volvieron a la seriedad. Con Beast y Pinhood la felina se había dado cuenta de que sí eran posibles las criaturas que contaban con una piel tan dura para ser impenetrables. La felina regresó su mirada al afiche mientras se llevaba el dedo gordo a la boca. Mordisqueó su uña, decidiendo qué hacer. Los ingresos para gastar en bebida, comida y hospedaje se le iban agotando y entrar en el juego de las apuestas no era una opción para multuplicar sus monedas.
—Conozco a los de su tipo... Más razones para evitarlo. No creo tener un método efectivo para detenerlo y según recuerdo era el único que nunca sucumbió a mi flauta. ¿Son todos? ¿Dónde está la escoria de la sociedad dentro de mi alcance? —se quejó la gata volviendo a dar un trago profundo a la botella de leche. El alcohol ya empezaba a producirle el agradable cosquilleo que tan adicto le parecía.
Príncipe la analizó por unos segundos. En realidad todavía contaba con un cartel escondido en uno de los cajones detrás de la barra. Lo había retirado de la vista porque era la cantidad de oro más ridícula que habían llegado a pedir en esos carteles. Si caía en manos equivocadas se iba a dar una verdadera caza por aquella chica.
—Cat —la llamó el joven burrro bajando la voz lo más que su timbre le permitió. La felina levantó las orejas y sonrió al escucharlo. Era conocedora de ese gesto, tenía un trabajo solo para ella—. Nos llegó el afiche de una princesa que huyó de su casa. No lo puse porque sus padres la piden con vida y..., han llegado rumores de que se trata de la chica más hermosa de todas. Incluso más que Fairy... La princesa de AppleTown.
Cat casi se tuvo que detener la mandíbula que amenazaba con colgarle del asombro que la había embargado. ¿Cuántas probabilidades existían de que fuera la misma persona que creía que era? Miró el retrato a lápiz del cartel que Donkey le extendió y se dio una palmada en la frente. La niña mimada que era acompañada por una marioneta como protector... ¡Por supuesto que iba a ser ella! Había dejado ir una mina de oro que la habría vuelto rica. ¡Bien! Oficialmente podía considerarse estúpida.
La rubia llevó una mano a la fiel flauta que oscilaba sobre su pecho y acarició el instrumento. El afiche también decía que cualquier información sería bien recompensada y ella contaba con la más fidedigna prueba para demostrar que sus palabras eran reales y no solo un inventos para confundir a los reyes. La abrupta pesadez de una mano cayendo sobre el papel que Cat contemplaba la hizo salir de sus pensamientos.
Frunció el ceño al notar los rudimentales dedos junto con la herradura que decoraba la muñeca del hombre, denotando que se trataba de un tótem de campo. La chica levantó la cabeza al imponente toro que se alzaba sobre ella. Varios comensales habían dejado su lugar en las mesas cercanas y le cerraban el paso hacia la puerta, tratando de evitar su escape. Aferró su flauta antes que su espada, era la que le cedería más fácil la victoria si decidían lanzársele encima.
El toro no pasó por alto el gesto desesperado que realizó la joven y una sonrisa maliciosa acompañó su rostro. Era una confirmación a las sospechas que le habían surgido apenas vio entrar a la minina.
—Linda flauta, gatita... No tendrás nada que ver con la fugitiva de Hamelin, ¿verdad? —indagó el tótem, con una voz tan profunda que el vello entero de Cat respondió erizándose—. Fue despreciable lo que hizo con aquellos niños...
La felina fingió tranquilidad y se encogió de hombros, como si no supiese de lo que le estaban hablando. Sujetó su bebida y la llevó hasta sus labios, dando un paulatino sorbo antes de girarse con soberbia al corpulento hombre.
—Si no eran tus hijos no sé qué tienes que andar juzgando —contestó la gata aún con la mano puesta sobre su instrumento, como prevención.
Todo el interior de Cat palpitaba acelerado y su respiración agitada empezaba a delatarla, mostrando que faltaba poco para que sucumbiera al pánico. Eran bastantes los hombres que la rodeaban. Cada vez más bebedores dejaban sus mesas y se unían a la función, sobrepasando con facilidad las veinte personas. En el mejor de los casos iban a intentar darla a las autoridades, pero la joven conocía a esas calañas... No podía esperar que eligieran la opción más conveniente para ella.
—Ey, en mi taberna no quiero problemas —intervino Príncipe dándose cuenta de que la gata estaba en una apretada situación, donde cada vez la acorralaban más. No obstante, aunque Cat contara con su presencia, seguían en desigualdad y el chico, aunque fornido por el trabajo de campo, no haría una verdadera diferencia—. Arréglense en otro lado.
—No te preocupes, Donkey, vamos a terminar muy rápido con esto —aseguró el toro, quien dirigía a la manada.
Cat jaló su flauta del cuello, incapaz de seguir aguantando, estaba por llevársela a la boca cuando un tótem lagarto que aguardaba a sus espaldas impactó su cabeza contra la barra delante de ella. La rubia lanzó un gemido de dolor por el golpe atestado. Su cráneo respondió con una punzada que se propagó por todo su cuerpo. Hizo el ademán de buscar a tientas la espada que portaba en el cinturón.
El caimán, dándose cuenta de sus intenciones, la sujetó de sus dos brazos y los colocó en su espalda, inmovilizándola. El toro delante dio un puntapié a las patas del banquillo donde Cat estaba sentada. Este se destrozó, haciendo que la chica hallara el piso en una violenta caída. La ojiazul apretó los dientes, intentando aguantar el intenso calvario que se extendía por sus lastimados miembros una vez aterrizó sobre las desgastadas tablas de madera. El lagarto se dejó ir sobre ella, evitando con su peso que la chica volviera a levantarse. Príncipe intentó saltar la barra para ayudar a la sometida joven, encontrándose con un par de tótems puercos tan grandes como gordos, que le cortaban el paso. Ninguno iba a permitir que se llevara a la que habían designado como su nueva presa.
—No creo que les convenga hacer esto —advirtió Cat, dando su mayor esfuerzo por quedar erguida, consiguiendo apoyarse sobre sus rodillas. Un total logro, siendo que el cuerpo del caimán se afanaba por restregarse lo más posible en las curvas de la muchacha—. Quiero decir, pueden creer que soy una víctima fácil, servida en bandeja, pero ya he pasado varias veces por esto. ¿Saben cuántas victoras se han llevado los que lo han intentado encararme? Déjame recordar... Sí, ninguna...
—Tengo entendido que este es tu pequeño secretito. Se cuentan muchas hazañas alrededor de este instrumento —la interrumpió el toro moviendo entre sus dedos el pícolo de la gata—. ¿Está encantada?
Cat tragó con fuerza. El enojo empezaba a manifestarse en su cuerpo. Odiaba que ajenos tocaran su flauta, el objeto más preciado y el único recuerdo que conservaba de su familia.
—Súeltala —ordenó entre dientes—. ¿No sabes que los músicos somos muy celosos con nuestros instrumentos? No cualquiera tiene derecho a hacer magia con ellos.
El toro se acercó a ella, haló del cabello en su coronilla y echó su cabeza hacia atrás, para que lo mirara a los ojos. Cat no se dejaba intimidar por nadie, él no iba a ser la excepción, por muy mal que pintara la situación en la que estaba. Como si fuese una muñequita puesta a su disposición, el tótem la sujetó de la barbilla y examinó su rostro detenidamente. La felina resultaba más atractiva de lo que esperaba, sin contar que la imagen de tenerla indefensa y arrodillada delante de él fungía como fuerte afrodisíaco.
—De pronto tengo ganas de probar si eres tan buena tocando la flauta como todos cuentan. —El tótem acarició con su pulgar los rosados labios de la chica.
Cat levantó una ceja al mismo tiempo que una socarrona sonrisa volvía a aparecer en su boca. De pronto tentar a la muerte le estaba resultando más divertido de lo que debía ser. Hacía mucho que el miedo en su cuerpo había sido reemplazado por la insolencia. Empezaba a considerar aquello como su fetiche personal.
—¿De verdad? ¿El diálogo doble sentido de la flauta? —Puso los ojos en blanco mientras su visaje degeneraba al hastío total—. Cuántas veces lo habré escuchado, ¿es que acaso los de tu tipo no tienen nada más original que decir? Ahora, te doy la advertencia de que si intentas meter tus miserias en mi boca, como según te veo las intenciones, te arrancaré el escroto con los dientes y será tan desagradable para ti como para mí.
—¡Cat! —la llamó Príncipe en tono autoritario. Él en ningún momento había dejado de intentar abrirse paso para llegar a ella, a pesar de tener el cuerpo magullado por los golpes y patadas que le daban, tratando de detenerlo. No quería que la chica se dedicara a provocar más a esos matones.
La de la trenza lanzó un suspiro de pena. Ya debía poner fin a la diversión, no poseía de más tiempo para perder en eso. Necesitaba llegar lo antes posible a AppleTown e iba a ocupar su flauta. Probó moverse una última vez, el lagarto, al percatarse, la tomó del cuello y volvió a estrellar su cabeza contra el piso, apretando su cara a las viejas tablas de madera. Entre él y el toro daban la impresión de que en cualquier momento iban a dejarla desnuda para aprovecharse, como si no fuese más que un objeto.
La minina ciñó los párpados y sintió cómo sus dedos se engarrotaban por el esfuerzo que ejectuba. La energía se originaba desde su pecho logrando extenderse hasta el más mínimo rincón en su cuerpo y un calor casi excesivo se acumulaba en sus dedos de las manos. Lo siguiente le iba a doler y por eso siempre era su última opción de hallarse en peleas.
El lagarto, intrigado por el calor que emanaba la complexión de la joven debajo de él, se agachó para examinarla. Terrible error. Una onda de fuego expansiva fue sacada de las palmas de Cat, haciendo volar con la violencia ejercida a cualquiera que estuviera cerca de ella. La chica se levantó del piso mientras la energía acumulada en su cuerpo salía dispara de entre sus manos. Fuego azul carcomía todo lo que encontraba a su paso, no importaba si era piel o madera. Recogió su flauta del piso y sonrió mientras se la llevaba a los labios. Aquellos bastardos tenían la suerte de que le gustaba dar muertes dulces, casi agradables, y sobre todo, sin complicaciones.
Cat comenzó su número. Los lamentos a grito pelado que lanzaban las víctimas al sufrir en sus miembros quemaduras de tercer grado se apagaron. La música nublaba sus pensamientos, haciendo que ignoraran el dolor, obligándolos a quedarse. Los que intentaban salir incluso giraban sobre sus tobillos y volvían a ella. Al son de las notas, los pies de la chica iniciaron una delicada danza por todo el lugar. Desenvainó su espada, era tan hábil en su música que con una sola mano era capaz de tocar fluido. Los cuerpos de los heridos se arremolinaban alrededor de ella, listos para sentir en su cuello la hoja de metal de su florete.
La chica se acercó a una de las mesas y saltó para subirse. Era la estrella de ese espectáculo y quería sobresalir de todo su público. Preparó el estoque en el ángulo indicado, extendió una de sus piernas sobre la superficie de madera que disponía, encogió la otra y con soltura, en un rápido movimiento, giró sobre su propio eje, cortando de lado a lado la yugular de los tótems que tenía enfrente.
El olor de la sangre mezclándose con la carne quemada inundó sus fosas nasales. Cat aspiró como si fuese la fragancia más exquisita que había llegado a percibir en toda su vida. Los animales a su alrededor cayeron al unísono, aterrizando con golpes sordos en charcos carmínes de su propio líquido vital. La gata dio un brinco, sus botas salpicaron el cenagal de fluidos donde se posaron. Igual que una niña en la lluvia, jugueteó encima, dando piruetas y chapoteando. Era obvio el disfrute que le provocaba su acción. Como acordándose de algo, se giró a su público faltante. Todavía no había terminado su interpretación. Aferró con más fuerza el florete, tomó aire para seguir tocando y sin perder el ritmo en sus pies se lanzó a ellos.
La brisa cargada de vísceras no se hizo esperar cuando Cat abrió sus estómagos a lo largo, rociando todo a su paso. Sin embargo, en ningún momento las caras de fascinación se habían perdido en los atacados. Eran apenas manojos sanguinolentos que no dejaban de sonreír conforme iban cayendo uno a uno, como si no fuesen capaces de percibir el dolor al que estaban siendo sometidos. Al encontrar el lugar limpio y un encantado Príncipe liberado de sus agresores, Cat se detuvo.
Jadeaba con fuerza, tratando recuperar el aire que había gastado en su número musical. Juntó todas las monedas de los caídos y se acercó al tótem de burro, que tenía las pupilas dilatadas por la música hipnótica de la joven. Tardaría un poco en salir de ese estado de somnolencia al que lo había hecho sucumbir.
Cat echó un vistazo hacia atrás, a la sangrienta escena que había dejado, y una mueca apareció en su rostro. Iba a meter al chico en un muy grave aprieto, pero ya lo rescataría después..., si se acordaba. Puso las monedas de oro sobre la barra a su lado y se acercó al cuerpo de Príncipe para darle un beso en la mejilla.
—Lo siento —susurró palmeando su moflete izquierdo—. Deberías intentar recoger este desastre.
—Sí, voy a asear —asintió el chico acatando la orden en automático. Luego se giró a Cat y la observó, como si por unos instantes hubiera recuperado la conciencia—. ¿Qué eres?
La chica se limpió de la nariz un rastro de sangre que le emanaba de los golpes que le habían brindado y se encogió de hombros.
—Para serte sincera, ni yo lo sé —finalizó guardando el afiche de Snowzel en el bolsillo trasero de su pantalón corto. Era momento de ir a AppleTown.
Pequeño Glosario
Wind Chimes: Criaturas mágicas invisibles y pequeñas que corren con el viento, creando música a través de la brisa. Son melomanas y les encanta bailar. Puedes detectar su presencia porque suena como suaves campanadas.
Se dice que suelen seguir a los músicos, esperando a que agarren sus instrumentos y las deleiten con una pieza.
Flavorcows: Una raza mágica de vaca que no pasa del metro y medio de altura. Son de cuerpo redondo, de piernas cortas y poseen dos pares de cuernos a cada lado de la cabeza. Las flavorcow son especiales ya que producen leche del sabor del alimento que coman y las manchas en su piel adquieren la tonalidad de este, junto con su leche, la cual resulta ser más espesa que la de una vaca normal.
Dato curioso: Esta obra siempre la he imaginado como una especie de musical, así que no será fuera de lo común leer que los personajes cantan y bailan.
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