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30- Falsa Esperanza

—Ay, ay, me está dando dolor de yegua —se quejó Lily haciendo pucheros mientras se dejaba caer sobre el césped, cansada de seguir corriendo—. A mí no hay quien me cargue, así que denme unos minutos.

A sus espaldas estaba cada vez más alejado el reino Frostice conforme el grupo se decidía internar en el bosque. Matoaka observaba el sendero cada tres pasos. No quería alejarse demasiado por si después Frost no los encontraba. Volvió a frotar sus manos entre ellas para quitar un poco el sudor que desprendían sus palmas. La preocupación la agobiaba al grado que respiraba con dificultad. Estaba asustada por lo que fuera a suscitarse. Confiaba en el gran poder de Frost, pero aún así sentía que dejarla sola había sido un error. La acaba de recuperar, no quería perderla.

—¿Dolor de yegua? Conocía el de caballo cuando no respiras bien mientras corres, pero jamás había escuchado ese término —dijo la bestia con una curvatura en la comisura de los labios por el invento de la doncella.

—Soy mujer, Beast. Los caballos son masculinos y las yeguas femeninas. Es bastante obvio —afirmó Lily llevándose una mano al lado donde sentía su incomodidad.

—No sé cómo no se me ocurrió antes. Rojita, me iluminas el mundo —rio el joven dejándose caer al lado de la pelirroja. Beast llevó su palma hacia el cielo para calcular con los dedos cuántas horas de luz disponían. Faltaba poco para que el sol empezara su descenso—. Debemos ir preparando el campamento para pasar la noche.

En ese momento, una silueta femenina tenuemente iluminada por los rayos del sol apareció en el horizonte, acercándose al grupo con un andar calmado. Matoaka al vislumbrarla se lanzó a su encuentro, buscando refugio entre sus brazos. Un alivio se apoderó de su cuerpo, permitiéndole respirar de nuevo. Frost correspondió a su abrazo antes de dirigirse a Lily y Beast, extendiendo una mano hacia cada uno.

—Terminé lo que había dejado pendiente en este plano. Estoy lista para irme con ustedes —anunció con una sonrisa cada vez más grande entre sus labios.

Tanto Beast como Lily compartieron una mirada de total confusión ante lo que la chica les estaba diciendo. ¿Se habían perdido de algo?

—¿Disculpa? ¿A dónde esperas que te llevemos? —le cuestionó Lily arrugando el entrecejo.

—Al otro mundo... Estoy muerta, ¿no? —preguntó de vuelta Frost de pronto sintiéndose tan desconcertada como el par, quienes no la habían dejado de mirar como si estuvieran delante de una loca.

—Pues, creíamos que sí, pero milagrosamente reviviste por el poder del amor... O yo que sé —explicó la pelirroja, encogiéndose de hombros.

Frost se volvió a Matoaka con la boca abierta. Había presenciado su cuerpo destrozado en guerra, portaba hasta el collar que le había regalado en su cumpleaños. ¡Ella lo había visto con sus propios ojos! ¿Cómo era que en realidad seguía en el plano terrenal? Fue hasta Matoaka y tomó sus mejillas entre sus manos. No era una alucinación. Estaba tangible entre sus dedos.

—Pocahontas, yo te vi... —La voz de la princesa se le cortó apenas su mente recreó la escena—. Llevaban tu cuerpo caído...

Matoaka sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas y bajó la cabeza. No quería humillarse demostrando un lado tan débil frente a esos desconocidos.

—Tigridia se hizo pasar por mí... Me quedé dormida y cuando desperté... Había desaparecido —contó. El corazón le pesaba y se le hacía jirones al recordar la muerte tan injusta que había tenido su hermana—. Yo debí haber sido ese cuerpo... No ella...

Frost la abrazó, anhelando consolarla. Sin embargo, más dudas surgieron en su mente y tenía que ver con los nuevos acompañantes de su amiga. Se volvió a girar a ellos, esperando que le dieran una explicación. La tótem, dándose cuenta, fue la que tomó la palabra:

—Voy a enfrentar a Fairy. Y ellos... Tienen el mismo propósito... Creo... No lo tengo muy claro en la marioneta sin cuerdas y la pelirroja. —Se encogió de hombros ante la mirada cada vez más perpleja de Frost. Daba la impresión de que en cualquier momento sus ojos saldrían de sus órbitas—. Vamos a matar a Fairy.

—Disculpa —interrumpió Snowzel, quien hasta el momento se había dedicado a recuperar en silencio el aliento—. No vamos a matar a nadie. Estamos en búsqueda de libertad. Voy a ir a hablar con Fairy, a razonar con ella y tal vez volvernos amigas para que consienta que mis padres no me encierren más en una torre.

Las cejas de Frost se dirigieron al nacimiento de su cabellera y volvió de nuevo la mirada hacia Matoaka, como si no pudiera creer absolutamente nada de lo que estaba escuchando. ¿Quién era esa chica dueña del pensamiento más estúpido que le había tocado presenciar? Y la mejor pregunta era ¿por qué Matoaka le seguía la corriente?

—Sí, porque te funcionó esa táctica a la perfección con el orco, ¿verdad, Snowzel? —cuestionó sarcástico Pinhood, quien se había vuelto a colocar la capucha de su chaleco para que le cubriera la cabeza.

El títere lucía cansado y molesto. Se recargaba contra el tronco de un árbol con los brazos cruzados, viendo al grupo desde un rincón. Lo sucedido le había afectado más de lo que le hubiera gustado y su alegre personalidad se veía opacada por nubarrones que se oscurecían cada vez más.

—Bueno, Snowzel va a tratar de hablar con ella y cuando Fairy la decida hacer brocheta yo voy a clavarle mi lanza en el ano. Y le voy a atravesar todo hasta sacarle la punta por la boca —explicó Matoaka con una sonrisa más alegre de la que suponía la acción que estaba describiendo.

La perpleja Frost no pudo emitir otro sonido mas que el de una forzosa carcajada. Aquella tenía que ser una especie de broma tonta preparada en grupo. O era lo que quería creer. Debían estar jugando con ella. Llevó la mano a su sien derecha.

—Dime que estás jugando, Matoaka. Que todos ustedes me están gastando una trastada... —Al ver que la tótem dejaba de sonreír al escuchar sus palabras, Frost meneó la cabeza. Su silencio fue entendido, hablaba en serio—. ¿Matoaka, tú estás loca? Entiendo si ella... —Apuntó hacia Snowzel con un ademán de la mano antes de continuar—: No tiene verdadera percepción de las cosas, no parece tener la más mínima idea del mundo. Pero, ¿tú? ¿En serio crees que es tan fácil? ¿Qué vas a llegar y tarea cumplida?

La castaña arrugó el entrecejo, pensando en las palabras de su pareja. Tragó saliva con pesadez.

—Yo sé a lo que me expongo, Frost..., pero dime, ¿qué tengo que perder? Mi familia está muerta, mi tribu está extinta, mis territorios fueron arrebatados... ¿Qué más me queda en este mundo? Me oculté durante un problema que yo misma provoqué... No tengo derecho a continuar. Quiero hacer el intento de vengarme por todo lo que me quitaron, incluso si muero.

Frost la tomó de las manos y apretó sus falanges entre los suyos. El labio inferior de Matoaka temblaba por el esfuerzo que efectuaba para no echarse a llorar. Era muy consciente de que sus acciones acarrearían la muerte y en parte la buscaba. La joven Frostice bajó la mirada, meditando la situación.

—No te voy a dejar sola —declaró
mirándola a los ojos—. Tú eres todo lo que me queda en este mundo y lucharé a tu lado, no importa si es en una pelea perdida. Tienes mi apoyo...

Snowzel, que presenciaba la escena junto con todo el grupo, no pudo aguantar más. Se levantó y dio un par de pasos para ir hacia Frost.

—¿Por qué hablan como si esta fuese una situación suicida, dando por hecho que vamos a morir? —cuestionó sin ocultar el tono de molestia en sus palabras—. ¿Quieren ser más positivas?

Frost se separó de la osa y se giró a la princesita mimada que tenía enfrente, cruzada de brazos y enfurruñada por sus palabras cargadas de realismo.

—Créeme, no conoces a Fairy, no sabes de lo que es capaz. No va a detenerse por nadie —explicó la chica invierno intentando retener una risotada de mofa—. Y no deberías pensar que tú vas a ser la excepción solo por tus buenos deseos de ir en paz.

Snowzel abrió la boca. Eso era justo lo que pensaba, pero ¿por qué estaba mal hacerlo? Alguien debía hacer la diferencia, ¿por qué no podía ser ella? Se volteó al resto de sus compañeros, que parecían de verdad incómodos ante el rumbo que había tomado la conversación.

—Ustedes, creen en mí, ¿verdad? —les cuestionó anhelante de sentir que tenía alguien que confiaba en ella y la creía capaz. El silencio se hizo total.

Snowzel observó esperanzada a Pinhood, dando por hecho que él sería el primero en manifestarse a su favor. Pero no sucedió. El títere no dejó de mirar al horizonte, a pesar de sentir sobre su persona los insistentes ojos azules de la rubia.

—¿Por qué me siguen, entonces? —les cuestionó la rubia de largos cabellos intentando morder su labio antes de soltar el llanto. Estaba a nada de comenzar un berrinche en medio de todos. Como si fuese su rayo de esperanza, se giró a Beast, el chico que había implantado en ella la idea de comenzar ese viaje—. Beast..., di algo. Tú eres quien me animó, diles lo que te hizo creer en mí.

Lily le dio un codazo a Beast y señaló con la cabeza a Snowzel, ordenándole que le dijera la verdad. O al menos, fue la interpretación que le dio la bestia. Tragó con dificultad, sabiendo que se iban a perder sus posibilidades con ella. La razón por la que había iniciado en primer lugar ese recorrido.

—Lo siento, Snowzel, fue interés propio más que otra cosa... Creí que podrías ayudarme con mi problema. No sé si sea posible lo que deseas —explicó la bestia con un hilo de voz.

Las lágrimas en los ojos de Snowzel no se hicieron esperar por sus palabras. Apretó con furia los puños y dio varios zapatazos contra el suelo.

—¡Yo nunca me fijaría en alguien como tú! Solo te utilicé para que me protegieras, pero no hay nadie más con quién quiera estar que no sea Pinhood —vociferó entre raudales de lágrimas.

El títere, como si fuesen las palabras que tanto había deseado escuchar, dio un salto hacia el frente y sonrió mientras apuntaba a la bestia. Su princesa lo quería a él y nada le hacía más feliz que escucharla decirlo.

—¡Ja! ¿Oíste? Me la pelas —exclamó Pinhood con orgullo antes de que Snowzel abandonara la escena. No aguantaba más la humillación que sentía—. Voy por ella.

Snowzel corrió tan rápido por el bosque como sus piernas le dieron. ¿Era de verdad un error? ¿Por qué la tomaban como si fuera una tonta? Nadie entendía la desesperación a la que se veía sometida. Nadie había vivido lo que ella. No quería volver a su torre. No quería estar encerrada todos sus años de existencia, sin amigos y nadie con quién contar. De repente, en medio de su apresurada huida, su pierna dio contra el tronco de un árbol y su frágil cuerpo fue arrastrado varios metros por el suelo. La rubia se dio vuelta y se irguió lo suficiente hasta quedar sentada. Sujetó su pantorrilla con ambas manos. El calor de la herida le indicó que la sangre empezaba a emanar de su piel. Lloró con más fuerza, sintiendo su interior destrozado mezclándose con el dolor que la invadía.

De entre el follaje apareció la silueta de su fiel títere, yendo a encontrarla para asegurarse de que estuviera bien. Snowzel desvió la mirada, intentando tranquilizarse, no esperaba que nadie más que no fuera él acudiera. Pinhood caminó hasta llegar a ella y se acuclilló, tomando su pierna para examinar la lesión que se había provocado al caer.

—Ey, tranquila. Solo es un raspón. Sobrevivirás —la calmó el títere acariciando con el dedo las sonrojadas mejillas de la doncella, para limpiarle las lágrimas—. Snowzel, hay que hablar de esto...

—No quiero volver a la torre —lo interrumpió la rubia sin aguantar más, soltando fuertes berreos—. No quise provocar todo esto contigo y lo siento porque te hice molestar mucho al dejarte sin decir nada, pero..., no quiero regresar con mis papás. Es horrible estar sola todo el día, no tengo a nadie con quién hablar y nadie me hace compañía. Lo odio, Pinhood. Quiero salir de ahí y a nadie le importa cómo me siento...

El chico tallado en pino dio un largo suspiro. Aunque había aparentando no haber prestado atención a lo que decían Frost y Matoaka, sí lo había hecho y le había llamado la atención que ambas estaban dispuestas a apoyarse y a cumplir el sueño de la otra, aún si sentían que era algo imposible. O que morirían en el proceso.

—A mí me importa y... si tú crees que esta es la solución, te ayudaré. Te lo prometo —susurró el títere tomando entre sus dedos los de Snowzel, como había visto hacer a Frost—. Estaré contigo pase lo que pase.

Snowzel se dejó ir sobre el títere, envolviendo su cuello entre sus brazos. Pinhood intentó en vano sostenerse ante el arrollador gesto. Antes de caer tomó a la joven de la cintura y le dio un giro para apoyarla sobre el césped con tal de recuperar el equilibrio. La princesa se separó un poco para mirarlo cara a cara. ¿Era ese momento en que debía besarlo? Se moría de ganas por hacerlo. Pinhood lograba encender todo su cuerpo en un agradable cosquilleo. ¿Así se sentía estar enamorada? Para ella sí.

—Snowzel, solo te quiero pedir un favor: Deja de ponerte en peligro —suplicó el títere, ignorando las ansias de afecto que desprendía su compañera ante su contacto tan cercano—. Sé que no es tu culpa, pero... Me vuelve loco ese sentimiento de protección que me llega al verte en una situación de riesgo. No puedo tolerar la idea de que te pase algo. Si sucede y no estoy ahí para evitarlo, yo no sé qué haría... Cuídate mejor, ¿sí?

Snowzel asintió, conmovida. En esos momentos estaba dispuesta a todo por hacerlo feliz. Se lanzó a él, buscando sus labios para darle un beso, incapaz de seguir reteniendo sus deseos. Sin embargo, al ver sus intenciones Pinhood giró la cabeza, haciendo que el ósculo de la chica aterrizara sobre su mejilla izquierda.

La princesa se separó y lo analizó con fijeza, como si se tratase de la primera vez que lo contemplaba. ¿Era su imaginación o... la había rechazado?

—Me siento mal por Snowzel —comentó Lily cuando ella y Beast se alejaron del lugar que habían establecido como campamento en búsqueda de leña para prender una hoguera—. No fue muy linda la situación. Pudiste haber tenido más tacto.

La joven se volvió a él acusándolo con un dedo. Beast levantó ambas manos, como si le estuviera apuntando con un arma al pecho.

—Creí que me incitabas a tener un arranque de sinceridad. No a que le dijera lo que quería escuchar —se defendió—. Tenemos que mejorar nuestra forma de comunicarnos por ademanes, rojita. Ahora, respecto a lo hablado..., ¿qué harás? ¿Vas a regresar a tu casa?

Lily frunció las cejas de solo acordarse de sus hermanas y de que si volvía era para vivir de sirvienta. No era muy apetecible para ella. Había salido por aventuras y no pensaba irse hasta encontrarlas.

—Te sonará una locura, pero quiero seguir el viaje. Es la primera vez que salgo a explorar y..., me emociona mucho hacerlo antes de que..., me obliguen a desposarme.

Beast sonrió ante la respuesta de Lily. Conocía muy bien esas ganas de sentirse libre antes de contraer matrimonio y, en su caso personal, tomar la corona. Antes de la metamorfosis esa había sido la razón por la que se había decidido a viajar conociendo cada rincón del mundo.

—Bueno, si querías emociones fuertes te podía dar sugerencias menos extremas de conseguirlas que ir a enfrentar a Fairy —bromeó Beast provocando una risa divertida del lado de Lily.

—¡Oh, vamos! Puedes engañar a cualquiera, pero yo sé que si no te vas, a pesar de lo descabellado y peligroso que es esto, también es por el grupo —lo dedujo la pelirroja con total acierto—. Aunque, creo que tus probabilidades, si existían, con Snowzel se han terminado.

Beast meneó la cabeza con sus hombros sacudiéndose por las carcajadas.

—¿Bromeas? Con Pinhood en medio yo creo que nunca tuve oportunidad. Sin contar que Snowzel es como niña, necesita atención y cuidado constante, yo no sirvo para hacer de niñero... Además —agregó adoptando un gesto travieso ante la chica—, no te lo he contado, pero el rubio es un tono muy aburrido y común. Me parece más exótico y vivaz el rojizo.

Lily alzó ambas cejas al momento que una sonrisa se pintaba en sus labios por el claro coqueteo que el chico le había lanzado. Echó uno de sus mechones hacia el frente y empezó a juguetear con él, enrollándolo en su dedo índice con picardía.

—¿Ah, sí? Entonces suerte la mía que soy rubia fresa.

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