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3- Cuando Se Cumple Lo Que Deseas

Poco a poco los grandes ojos de Snowzel comenzaron a abrirse. Le costaba enfocar la vista y su entorno se había convertido en borrones sin forma. Sus sentidos se habían embotado por el golpe y los fuertes latidos de su corazón llegaban a opacar el suave canto de los pájaros que sonaban desde la cresta de los árboles.

La rubia observó por unos cuantos segundos la enorme construcción a su lado y giró sus ojos hacia el cielo. Una preocupada figura se asomaba por la ventana de la que había resbalado, contemplando la escena.

—¡Princesa! —gritó desde la cima esa voz masculina, antes de seguir los pasos de la chica y lanzarse.

Snowzel se quejó cuando sintió el impacto del títere sobre su cuerpo y como este la hacía hundirse más entre las espesas ramas del ligustro que, de por sí, ya se clavaban con fiereza en sus extremidades. Aunque le parecía sorprendente que no era pesado en comparación con el impresionante físico que ostentaba el chico.

—Princesa, ¿estás bien? —preguntó Pinhood.

—Podría estar mejor si te quitarás de encima —balbuceó Snowzel al notar como el chico seguía postrado sobre su dorso, usándolo de silla.

—¡Ah, claro! —exclamó el chico retirándose de un salto.

La tomó de la mano y la ayudó a ponerse de pie para revisarla. La rubia se tambaleó, pero el peli negro la sujetó de la cintura, impidiendo que volviera a caer.

En seguida Pinhood empezó a examinarla en busca de males. No obstante parecía que, fuera de unos cuantos rasguños por la vegetación, Snowzel estaba en perfecto estado.

—No ha sido nada. Ni un clavo se te ha aflojado —dijo él al cabo de unos minutos en silencio, explayando una sonrisa que la dejó muda.

Snowzel la reconoció de inmediato, era la misma sonrisa que se encontraba pintada en el rostro del títere que consideraba mejor amigo. Aquella preciosa sonrisa que te obligaba a soltarle una en respuesta. Su historia, ¿era verdad? Sabía de la existencia de la magia, mas nunca le había tocado verla con sus propios ojos. Acarició uno de los brazos del chico, sintiendo debajo de sus yemas la madera pulida y barnizada del que estaba fabricado... Ni la había llegado a palpar.

—Sí eres Pinhood —balbuceó Snowzel cubriendo su boca con una de sus manos mientras retrocedía.

—En..., persona, si eso es lo que soy —dijo el chico riendo—. Sino sería en títere con vida... No, eso suena mal.

Pero la chica no le prestaba atención, continuaba en su estado de estupefacción mirándolo desde una considerable distancia. ¿Qué iba a hacer con él? ¿Cómo lo presentaría a sus padres? Una duda aún más inquietante la invadió, ¿él iba a abandonarla? Había contado algo del oráculo. No le concedieron vida para que estuviera a su lado, apesar de las palabras que decía la tarjeta que venía con el títere. Se iría a buscar un destino mejor fuera de esa maldita torre que a ella la apresaba.

¿La torre? Snowzel miró nuevamente la estructura a su lado y sus ojos se abrieron con creciente pánico al percatarse. No estaba adentro. Y más que causarle alegría por cumplir su sueño, la hacía sentirse desprotegida.

—¡No! No, no, no. —Empezó a caminar en círculos tomando sus largos mechones rubios entre sus manos–. No estoy arriba, estoy aquí.

—Sí, y estás viva ¿no era lo que habías deseado?, ¿ver el exterior? —preguntó el chico con una enorme sonrisa. Se sentía feliz de que ella estuviera compartiendo con él su primera visita al mundo que los rodeaba.

Mas la rubia no compartía su felicidad. Comenzó a sollozar antes de lanzarse contra la estructura de ladrillo, aferrándose con manos y piernas de ella.

—Debo subir, debo regresar arriba —dijo con los ojos cerrados.

—Y-yo..., quizá no tenga mucha experiencia en esto de estar vivo, pero no creo que puedas lograrlo haciendo eso —admitió el joven llevándose una mano a la nuca con evidente incomodidad.

La chica se soltó, sabía que solo estaba quedando como una idiota, sin embargo, no tenía conocimiento de qué más hacer. Sus padres no la habían instruido para eso.

—Necesito regresar a mi torre.

Pinhood la observó, confundido. ¿No era libertad lo que estaba deseando? Apenas la noche anterior lloriqueaba con fuerza por querer irse. ¿Ahora lloraba por querer regresar? El chico ladeó la cabeza, ¿todas las chicas resultaban ser igual de indecisas?

—¿Por qué quieres volver? —preguntó, sin poder aguantar más la incógnita—. Creí que querías salir...

Snowzel se abrazó a sí misma y bajó la mirada al césped. Esa pregunta también rondaba su cabeza. Estaba segura de que en realidad no quería volver, quería sentirse a salvo. Ahí afuera, sin sus padres, se sentía expuesta a los males de los que su torre la resguardaba.

—Lo quiero. Pero no sola... Yo no puedo defenderme —admitió con pesar, daba vergüenza que esas palabras salieran de su boca—. Necesito de mis padres, necesito de mi torre o me... —El nudo en su garganta le impedía hablar. Tragó saliva en un intento por deshacerlo o aflojarlo lo suficiente para terminar la frase—... Me van a matar.

La chica no había sentido el peligro tan real de esas palabras como en aquel instante. Pinhood, por su parte, frunció el ceño, confundido, y ladeó la cabeza para observarla. Indefensa, miedosa así como frágil, daba la semejanza a un pichón que acababa de caerse del nido y no estaba listo para enfrentar al mundo volando por sí solo. ¿Quién desearía hacerle daño a una criatura como ella, que no presentaba ninguna amenaza para nadie?

—¿Quién? ¿Por qué?

—La reina de las hadas. Todos dicen que es un ser malvado, lleno de rencor y envidia y que aquel que se interponga en su camino sufrirá las consecuencias.

—¿Te interpusiste en su camino? —cuestionó Pinhood asombrado.

Ella negó con la cabeza antes de respirar hondo y continuar:

—Cuando nací el espejo mágico de la reina predijo que yo sería la más hermosa de todos los reinos. —¡Qué vanidoso se oía aquello ahora que lo mencionaba a alguien ajeno!—. Dicen mis padres que la monarca sintió tal envidia que ordenó asesinarme, incluso ofreciendo paz con los demás gobernantes por mi cabeza. Todos les exigían a mis padres entregarme para complacerla. Ellos no sabían qué hacer ni a quién acudir. Cuando un hada buena se apiadó de la situación y de mí, mandándoles construir una torre mágica para resguardarme.

Snowzel contempló la estructura con un dejo de tristeza antes de volver la vista al piso para seguir hablando:

—Ahí el espejo no puede verme, la reina no puede encontrarme. Ni hacerme daño. Por eso yo no puedo salir... Bueno, podía, si somos exactos. Y ahora estoy aquí ¡van a intentar matarme de nuevo y esta vez mis papás no van a poder ayudarme!

Sus sollozos tomaban más potencia a causa de su llanto abierto. Pero Pinhood se acercó a ella y la sujetó de la barbilla para lograr que sus ojos se encontraran.

—Princesa, por mi vida que yo no permitiré que alguien se atreva a dañar siquiera un cabello de usted. —Con un pulgar de madera tallada Pinhood limpió una lágrima que descendía por la sonrojada mejilla de la princesa—. Estoy hecho para protegerte...

—Y para cuidar que nunca vuelva a sentirme sola —Snowzel recitó esas palabras que tan bien se había aprendido de la carta que lo acompañaba.

Pinhood asintió al mismo tiempo que en sus labios volvía a danzar esa amigable sonrisa que lo hacía cerrar los ojos para mostrarla.

—Así es, princesa, y si tengo que ponerte en mis hombros para cargarte mientras escalo esa torre con tal de ponerte a salvo, ¡lo haré!

Ahora fue el turno de Snowzel de reír. Ya más relajada y tranquila las ideas empezaban a volverse claras, había otra forma de regresar arriba.

—La torre está fabricada y hechizada para que mis padres sean los únicos que puedan encontrar la entrada y las escalinatas... ¡Vayamos a mi reino a buscarlos para que me traigan de vuelta!

—¡Es una excelente idea, princesa!

El sentido de aventura palpitaba en el pecho del chico, donde debía ir un corazón humano. Le entusiasmaba conocer el bosque, sentía una conexión en su interior y se moría por recorrerlo.

Snowzel también se mostraba emocionada, al lado de Pinhood se sentía protegida y sin razones para temer. Si bien sabía que apenas sus padres la vieran la mandarían a encerrar nuevamente, al menos podría disfrutar una única vez en su vida de lo que era estar en el exterior.

¡Si tenía que aguantar las muecas de otra princesa más iba a gritar! Victoria no podía creer que la mayoría de sus aliados monarcas tuvieran hijas con cara de "Huele pedo". Pero ni los herederos varones quedaban exentos de esa cara de desagrado cuando la joven reina contaba la situación de su visita.

Tenía varias cartas en la mano, todas ellas contenían una invitación, hechas de último momento para una fiesta de té exclusiva en la torre de su hija. Había llegado a la conclusión de que si Snowzel no podía salir a conocer gente, pues llevaría a la gente a ella para que la conocieran. Así encontraban el perfecto equilibrio entre ambas peticiones.

Aunque había otra razón más de su visita en cada uno de los reinos. Buscar alianza a través del matrimonio. El rey Joseph, a su pesar, admitió que era la hora para buscar un joven príncipe que le hiciera compañía a su hija cuando le tocara tomar el trono. Se suponía que debían arreglar esa clase de cosas al nacimiento de la pequeña, pero con tantas angustias, a ninguno se le pasó por la cabeza.

Ya debían retomar el tema. Aunque sin ánimos de sonar grosera, Victoria debía admitir que todos los príncipes de reinos aledaños parecían hechos de la misma hebra delicada que las princesas. Quería encontrar un hombre fuerte para su hija, que la hiciera sentir tranquila y, a su vez, estuviera dispuesto a aceptar que su esposa no podría llegar a salir de la torre.

Tan pronto como ese pensamiento se posicionó en su cabeza la sacudió para deshacerse de él. Algún día alguien sería lo suficientemente valiente como para derrotar a Fairy y serían libres del terror que daba su reinado. Esa era la esperanza que todos albergaban dentro de sus corazones.

El detener abrupto de la carroza la hizo salir de sus pensamientos. Habían llegado a su castillo. Ni siquiera se había percatado de que ya era hora de ir a ver a Snowzel. Observó nuevamente los sobres que sujetaba. Se moría por darle la noticia a su pequeña y empezar a organizar esa reunión como madre e hija, una actividad que debían efectuar juntas.

Pensó en sus invitados, la mayoría de las princesas habían aceptado su invitación por diplomacia. No les agradaba la idea de que no fuera en el castillo. Pero Victoria tenía el pensamiento positivo de que ya estando ahí llegarían a divertirse. Al fin y al cabo, ellos no eran los que se quedarían a vivir en aquella torre.

El rey ascendió en la carroza y se sentó al lado de la reina, pasando su brazo por sus hombros para darle un buen abrazo. Victoria se recargó con suavidad en el pecho de su amado mientras soltaba su larga cabellera castaña. Sentía que las horquillas le oprimían el cuero cabelludo.

—¿Cómo te fue en la reunión con El Consejo? —preguntó la reina suavemente apenas se volvieron a poner en marcha.

—Bien, pensamos en nuevas maneras para promover el desarrollo de la economía. Quieren buscar nuevos proveedores mercantiles. ¿A ti cómo te fue, cariño?

—Bastante bien, espero que sea un éxito. Tanto para ti como para mí —le informó tomando la nariz de su esposo entre sus dedos, como gesto cariñoso.

—Y, ¿encontraste algún... buen candidato? —preguntó el rey intentando mostrarse más tranquilo de lo que estaba ante el tema. No le agradaba pensar que su pequeña hija ya tenía que estar comprometida para un futuro.

Ni siquiera había pasado tanto tiempo a su lado y ahora debía preocuparse por que alguien más tuviera a su princesa.

A Joseph le molestaban esa clase de tradiciones, no obstante sabía que la situación con la reina malvada era tan delicada que ningún monarca poseía seguridad. En cualquier momento la desgracia podría azotar y el reino quedar a la deriva.

—Al menos de primera vista no hubo ninguno que me gustara para ella... —Victoria dio un suspiro con pesadez—. Esperemos a ver cómo se desarrolla todo en la fiesta. Lo que más deseo es que Snowzel se case por amor.

—¿Cómo tú y yo? —preguntó el rey tomando la mano de su amada para besar sus nudillos.

—Sí, justo como nosotros. ¿Sabes? Aún recuerdo la primera vez que te vi en ese baile.

—¿Cuándo derramaste esa copa de vino "accidentalmente" sobre mí?

—Yo..., admito que quería una excusa para acercarme y eso no salió como debería.

Los dos rieron por el recuerdo de antaño. La carroza ya se había detenido en el único camino que dirigía a la torre. A ninguno de los dos les gustaba hacer que los jinetes se adentraran más para evitar que conocieran el escondite de su hija. Así que bajaron y andaron por la vereda.

—Ansío el día en que Snowzel pueda asistir a un baile —admitió la reina quebrando el silencio, donde solo los grillos aparecían cantando—. Jamás pude compartir esa experiencia con mi madre y no quisiera que ella se la perdiera.

Sus azules orbes se volvieron borrosas por las lágrimas que se agaloparon en ellas. Le dolía, era un ardor constante en el pecho saber que nunca podría compartir con su niña esos momentos especiales.

Joseph apretó su mano en un gesto consolador. Victoria lo aceptó, recargando su cabeza en el hombro de su esposo mientras el silencio volvía a acogerlos.

Llegaron a la torre. El sol empezaba a ponerse detrás de ella, avisando que pronto daría paso a las estrellas. La reina acomodó la cesta con manjares reales que llevaba para su hija sobre su antebrazo y observó el lugar.

—Está muy silencioso —admitió Victoria, sintiendo la ansiedad recorrerla en una alerta. Esa característica tan certera de las madres para adivinar que algo no anda bien con sus retoños—. Y no hay luz por la ventana.

Joseph ya se había acercado con la llave mágica, que solo ellos poseían, a la ranura en la pared para abrir paso a la única puerta y escaleras que conducían hacia arriba.

Sin esperar ni un minuto más, la reina se abalanzó dentro, casi corriendo por los escalones en un desesperado intento por llegar a comprobar que se trataba de su paranoia jugándole una mala pasada y que encontraría a su hija durmiendo temprano por su falta de actividades.

Pero al llegar al lugar un vacío fue el que la recibió. Victoria levantó la mirada para asegurarse de que Snowzel no estuviera nuevamente colgada de las vigas. Estas se encontraban solas. La monarca trató de pasar saliva, mas el nudo en su garganta estaba tan apretado que solo atinó a toser con fuerza para no atragantarse.

—¡Joseph, no está! —avisó a los gritos asomándose a la puerta donde se había rezagado su marido.

El rey se lanzó a correr para comprobar la historia de la reina. No había manera en la que Snowzel escapara. Salvo saltando del lugar, pero era una muerte segura o al menos, de sobrevivir, quedaría malherida. Con lo cual no habría podido avanzar mucho. Su hija debía estar escondida, tratando de darles una lección por lo que había pasado la noche anterior.

Joseph llegó hasta donde su esposa. Victoria se sujetaba el pecho con fuerza, mientras su esbelto cuerpo se sacudía con violencia y las lágrimas empezaban a salir por sus ojos abiertos de la impresión. De inmediato ambos se pusieron a buscar en todo rincón de la torre. Su niña debía estar ahí escondida. Simplemente jugando como la pequeña traviesa que era.

—Victoria, cálmate —suplicó Joseph tratando de mantener la cabeza fría, mientras volvía a reunirse con su esposa.

De pronto el rey se sentía arrebatado de la realidad, que aquella situación que lo rodeaba era un simple sueño y en cualquier momento irían a despertarlo, siendo tranquilizado por los brazos de su amada que descansaba a su lado.

—¡¿Qué me calme?! —exclamó la reina a los gritos, haciendo énfasis excesivo en sus palabras. Su peor pesadilla como madre se estaba volviendo realidad.

Su hija estaba a la deriva. No sabía si entera, si lastimada, si al borde de la muerte. Si estaba sola o si alguien la había encontrado, quién había sido. El sabor de la bilis se apoderó de su boca. Tantas probabilidades comenzaban a atormentar su mente. Cada una peor que la anterior. Tomó entre sus manos cada mechón de su cabello castaño y lo aprensó entre sus dedos con desesperación.

—Joseph, Joseph, hay que encontrar a Snowzel —imploró Victoria, cerrando los ojos, de los cuales salían raudales de lágrimas—. ¡Quiero a mi hija de vuelta!

—La encontraremos, mi amor, te lo prometo. —El rey le dio un abrazo para tratar de consolarla, pero hasta de sus ojos las lágrimas empezaban a asomar, empujadas por la angustia y el miedo—. Pondré en seguida a los guardias a buscarla, que todo el reino sea registrado y sus alrededores.

—¿La reina...?

—No, no, seremos más rápidos. No dejaremos que le ponga la mano encima.

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