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29- Indomable

—Matoaka ha caído —informó Fairy levantando con triunfo el penacho que había decorado la coronilla de la osa hasta el último segundo de su vida.

Frost se dejó ir contra la pared a sus espaldas, sus piernas habían flanqueado ante la noticia. Cerró los ojos y apretó los dientes ante el dolor que la envolvía. La pesadilla resurgía cuando la creía olvidada. Estaba atrapada otra vez en aquel bucle de terror y angustia que la había envuelto desde la muerte de su familia...

El cuerpo sin vida de Matoaka era transportado hacia una fosa común donde se uniría a todos los integrantes de la tribu Grizzly caídos en batalla. El hombre de hielo había terminado con un pueblo entero.

Sus ámbares ojos se abrieron de golpe al recordar uno de los momentos que había pasado antes de ser congelada por el hechizo reflector de Fairy. Examinó por unos segundos su entorno, queriendo saber de lo que se había perdido. Los gritos alterados provenientes del vestíbulo eran capaces de suturar sus oídos... ¿Qué estaba sucediendo? La guerra había terminado, ¿por qué le daba la sensación de haber regresado en medio de la tensión? La figura que sollozaba apoyada en su pecho logró aislarla de las constantes cuestiones que empezaban a retacar su cabeza. Reconoció esa larga cabellera castaña. Creyó que nunca más tendría la oportunidad de volver a acariciarla y ahí estaba, ahora entre sus brazos.

Los ojos se le llenaron de lágrimas al comprenderlo; había muerto y se estaba reencontrado con quienes amaba. Matoaka había salido a recibirla. Sentía los miembros adormilados y entumecidos, dolía intentar moverlos. Con demasiado esfuerzo levantó uno de sus brazos para dejarlo caer en la espalda de su amor. Era tan real, incluso la sensación era igual a cuando habían estado vivas. No le desagradaba el mundo después de la muerte si podía estar entre sus brazos.

Matoaka, impactada por sentir aquel tacto que tanto había añorado, se retiró del cuerpo. Frost Golden estaba delante de ella, con una sonrisa dulce decorando sus labios y las lágrimas deslizándose por sus mejillas ahora sonrosadas. El corazón de la osa se ensanchó de la alegría, de pronto no le cabía más en el pecho. Sus sollozos pasaron a convertirse en risas descontroladas mientras se dejaba ir sobre la rubia. Era incapaz de creerlo. ¡Estaba viva y estaba ahí con ella!

La heredera del invierno rio contagiada por el fuerte ánimo que compartía su pareja. No sabía con certeza lo que pasaba, pero no quería que parase.

—¡Corre por Snowzel y Lily! Sácalas de aquí. Los veo fuera —ordenó Beast a Pinhood cuando las destartaladas puertas se vinieron abajo y la horda de criaturas entraban con pesadez en el palacio.

El títere asintió, dejando atrás su deseo de ayudar al chico. Nuevamente la prioridad de cuidar de Snowzel sin importar quién cayera en el camino se interponía. La bestia pensaba quedarse a pelear para hacer tiempo mientras sus compañeros se salvaban, pero al verse superado no pudo contra sus instintos de supervivencia que dictaban la huida. Dio vuelta y corrió al salón principal donde se escuchaba que el resto del grupo se resguardaba.

Frost contempló a los inquilinos que ahora alojaba su castillo y asió con fuerza la parte trasera de las prendas de Matoaka.

—No quiero asustarte, pero hay un golem de madera y un ogro acuático a tus espaldas —murmuró la rubia en un tono muy bajo sin apartar la mirada de ambas criaturas.

Aunque le fue imposible no hacerlo al percatarse del par de hermosas muchachas que estaban aterradas, buscando protección a sus espaldas. Parecía que tenía enfrente un par de ángeles y un par de quimeras. Frost dedujo que le iban a dar la bienvenida al nuevo estilo de “vida” que estaba por llevar.

—Sí, ehhh... Vienen conmigo —anunció en respuesta la tótem dejando por fin los brazos de su princesa helada para echarle un vistazo a su nuevo grupo—. Es una larga historia que te contaré después. Debemos correr, los soldados de Fairy nos persiguen...

–¿Fairy? —La doncella escupió la interrogante con rabia. ¿Ni muerta podía salvarse de sus estragos? Esa debía ser su última misión para descansar en paz: darle su merecido a esa perra—. Llévalos a la salida secreta. Sé lo que tengo qué hacer.

Matoaka la aprensó de las faldas. No la quería perder. Habían pasado por mucho para volver a estar en los brazos de la otra. La princesa entendía ese sentimiento, pero no podía detenerse de su labor. Le dio un beso en la frente para infundirle seguridad.

—Debo hacer esto. Te veo del otro lado.

—¿Necesita ayuda, alteza? —se ofreció Beast deteniéndose de seguir a todos. Se negaba a irse sin dar lucha, se sentía como un cobarde.

Sin embargo, Frost meneó la cabeza desechando la propuesta. Iba a desatar sus poderes sin restringirse. No quería cerca a nadie que pudiera lastimar, ni preocuparse por controlar la magnitud de sus ataques. Mas, antes de que Beast se retirara, analizó meticulosamente la cara del transformado. Frunció levemente el entrecejo. No desconocía esos vivaces ojos grises que refulgían de sus grotescas facciones.

—Perdón mi atrevimiento, pero ¿nos hemos visto antes? —indagó sacando una ligera risa de incomodidad al cuestionado.

—No lo creo. Te aseguro que no te olvidarías de mi cara tan fácil —finalizó él siguiendo a Pinhood.

—Ya después lo averiguaré —susurró Frost y se giró a Matoaka, poniendo una mano sobre su mejilla. La osa se negaba a dejarla, apesar de que el suelo comenzaba a temblar por las violentas pisadas que ejercían los soldados que corrían a encontrarlas—. Matoaka..., necesito que te vayas.

—No te quiero dejar. —Ciñó entre sus dedos nuevamente las faldas de Frost, ocultando el rostro entre sus rodillas.

—Saldré de esta... Es una promesa. Solo debo terminar con todo lo que se ha provocado y no te pienso volver a exponer. Ve, por favor —suplicó la princesa del inverno una última vez al ver su reticencia.

Matoaka depositó un pequeño beso sobre los fríos labios de ella antes de ponerse de pie. Sabía que solo iba a entorpecer los movimientos de la infanta al quedarse. Contra sus deseos siguió a los chicos que ya corrían por el jardín trasero, sin una dirección específica. Matoaka debía guiarlos.

Al quedarse sola Frost Golden se puso de pie. La tortuosa punzada que envolvió sus piernas hasta llegarle al hueso casi le hizo dar un chillido y caer en su lugar. Pero negó la cabeza, reuniendo las fuerzas que se multiplicaban conforme se movía cada vez más. Se colocó delante de la horda que estaba a metros de alcanzarla. Estiró ambas manos frente a ella. Nada surgió de sus dedos. Sus poderes seguían dormidos.

La chica cerró los ojos, concentrándose. No tenía tiempo para fallar. Reguló su respiración, intentando calmarse; la ansiedad por el peligro inminente la atacaba, pero lo último que debía hacer era entrar en pánico. Había prometido que saldría de esa y ella no estaba dispuesta a romper ninguno de sus juramentos. Otro abrupto recuerdo aterrizó en su mente.

El suave olor a fresas que desprendía Fairy envolvía sus fosas nasales. Sus delicados resoplos llegaban sin interrupción hacia los oídos de la princesa por la cercanía que mantenía el hada de su persona. Frost levantó la mirada a su gente. Los miembros le temblaban por la revelación que se había dado en su presencia. Todo era una conspiración. Estaba rodeada de traidores que solo ambicionaban su poder y que no se habían cuestionado más de una vez el asesinato de su familia por ir en contra de lo que deseaban.

—Matalos —susurró Fairy a su oído—. Sabes que se lo merecen, Frosty. Demuéstrales que han cometido un error al dejarte viva, que tú eres su perdición.

La princesa no contestó. Las lágrimas caían una tras otra marcando un húmedo camino en la piel de sus mofletes. La monarca mordió su labio y volvió a intentar.

—¿Quieres saber que fue lo peor? Se deshicieron de tu hermana solo por lo débil de sus poderes. No querían dejarla viva porque les daba asco, si tu madre pensaba como lo hacía era por ellos. Ellos la controlaban como si fuera su muñeca de cuerdas y harán lo mismo contigo. —La emperatriz apuntó a los hombres que no sabían cómo reaccionar ante las acusaciones que el hada efectuaba hacia sus personas, buscando poner en su contra a Frost—. Matalos, Frost, y vente conmigo. Somos dos de las criaturas más poderosas que tiene el mundo. Seremos imparables y juntas podremos terminar con aquellos que quieren destruirnos.

Frost giró levemente los ojos hacia la reina que sonreía con entusiasmo por su propuesta. Algo no le encajaba del todo y entre más lo pensaba con lógica más se daba cuenta. Fairy no era mejor que los que señalaba, desde el principio lo supo todo y encima había tenido el descaro de fingirse su amiga. Era tan interesada como los hombres que señalaba. El enojo se apoderó de su cuerpo. Todos la habían tratado como estúpida y no se había percatado hasta ese momento.

Con un movimiento rápido hizo surgir filosas estalagmitas del suelo y las paredes, hiriendo de muerte a los hombres delante de ella. Fairy lanzó un jadeo, como si desease recuperar el aire que de pronto la abandonaba. Frost se separó para contemplarla a la cara. Sus estalagmitas incluso atravesaban el abdomen y las piernas de la soberana, dejando un rastro abundante de su peculiar sangre violeta. Fairy no se iba a salvar de Frost Golden.

—Mataré a todos los que me traicionaron —le anunció Frost con los dientes apretados por la ira—. Tú... Tú me manipulaste, te aprovechaste de mí en un momento de vulnerabilidad... Eres tan mala y despreciable como cuentan. No mereces compasión.

Fairy se desencajó de los filos de hielo sólido que Frost había formado para atacarla. Si sentía dolor la reina era tan elegante como para no demostrarlo, no quería darle el gusto a su agresora de verla sufrir. Cayó al suelo, malherida, y de inmediato llevó sus manos a las fuentes de hemorragia en su cuerpo. Una ligera risa apareció mientras sus poderes sanaban cualquier rastro de daño físico. Alzó sus ojos violetas hacia la chica de hielo, sin perder la sonrisa taimada que ornamentaba sus labios.

—Creí que serías más inteligente que tus padres, cariño. Es una verdadera lástima, te tenía mucha fe. —La dama se puso de pie, consintiendo la mirada de los expectadores a su complexión. Su tez ya no portaba marcas de las lesiones efectuadas por la joven princesa. Estaba totalmente curada —. Y solo para aclarar, a mí me gusta superar las expectativas. No soy tan mala como te cuentan... siempre me aseguro de ser peor.

Las lágrimas volvieron a caer de los párpados cerrados de Frost. Los apretó más y mostró sus dientes en una mueca total de dolor. Revivir esos momentos laceraba tanto como la primera vez que los había vivido. El conocido cosquilleo glacial empezaba a envolver sus miembros, recorriendo desde su coronilla hasta la punta más recóndita de sus dedos de los pies. Sus intensas emociones evocaban sus poderes, obligándolos a reaccionar.

La ventisca alrededor de la joven tomaba potencia, imitando a la arrasadora fuerza de un tornado. Las hadas salían volando por los acelerados vientos y los orcos debían intentar no ser arrastrados por la fuerza de estos. Sin embargo, Frost, como fuente de todo, era la única capaz de permanecer firme en sus dos pies. Abrió los ojos, sus pupilas habían drenado la tonalidad que las decoraban conforme los poderes en su cuerpo excedían los límites a los que estaba acostumbrada a llegar. Su esclera se había extendido hasta desaparecer la córnea.

La chica levantó ambas manos. Los hombres intentaron moverse para embestirla, pero del suelo salía y trepaba por sus miembros una gruesa capa de hielo, clavándolos en sus lugares. No había escapatoria. Por más que intentaran destrozar la escarcha esta se volvía más dura y corría con más velocidad por sus extremidades, hasta dejarlos envueltos.

Frost lanzó un grito de frustración y la ventisca fue lanzada hacia el mismo lugar que su sonido, arramblando las figuras congeladas a su totalidad delante de ella. Algunas se quebraron al encontrar las paredes, siendo destrozadas junto con los cuerpos que yacían dentro. La chica contempló su creación, jadeante por el esfuerzo que había efectuado, y se desplomó de rodillas al piso una vez se percató de que el peligro estaba dominado.

Con la calma apareciendo después de la tormenta la chica pudo detectar los llantos y sollozos provenientes de la plaza principal. Era el pueblo, o los restos de él, intentando salvarse de la gente de Fairy, que aún encerraba en jaulas a los Frostice como si fuesen animales. Como poseída, Frost se puso de pie y se dirigió a donde los escuchaba. Estaba enfadada y no solo con Fairy, sino también con su propia gente que había propiciado la guerra, llevados por su arraigado racismo.

Llegó hasta el centro del pueblo, al lado de las carrozas que transportaban aldeanos había más hadas y orcos, cuidando que la mercancía no huyera. Frost, con solo dar un zapatazo contra el suelo dejó congeladas a las criaturas faltantes. La gente explotó en vítores de victoria al ver la entrada triunfal de su poderosa heredera. ¡Estaban salvados! O al menos, eso era lo que creían.

—¡Silencio! —gritó Frost levantando nuevamente una nevada. Todos acataron la orden, espectantes ante la actitud tan agresiva que portaba su alteza—. No vengan a pedir piedad cuando ustedes en ningún momento la ofrecieron. Son el pueblo que celebraba la muerte de las tribus que consideraba inferiores y a esto los ha llevado. Yo no vengo a ser su salvadora...

Frost Golden retiró la pequeña tiara que engalanaba sus rizos de oro y la lanzó al suelo, haciendo que al encontrarse contra el piso la plata congelada reventara en pedazos, del mismo modo que habría pasado de tratarse de cristal.

—¡Renunció a la corona y su linaje muere conmigo!

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