27- Jugueteos En La Nieve
Todos miraban a Matoaka expectantes, absortos completamente en la historia que estaba contando. Incluso Beast había abandonado la distancia que mantenía de la osa y escuchaba atento cada palabra que salía de sus labios.
—¿Qué pasó después? —preguntó Pinhood con sus azules ojitos de vidrio brillando por la curiosidad—. ¿Tu pueblo ganó la guerra?
Matoaka frunció el ceño por aquellas palabras, que sintió de mal gusto. ¿Cómo iba a ganar la guerra si sus casas estaban destruidas y los territorios vacíos? ¿Exactamente qué consideraba esa cosa que era ganar? Lanzó un suspiro, apelando a su autocontrol para no soltar improperios. Snowzel, dándose cuenta de que las preguntas habían sido tomadas mal por la chica, se apresuró a explicar:
—Disculpalo, Pinhood tiene cuatro días de vida... —Trató de posar una de sus níveas manos sobre el hombro del títere, pero enseguida él se apartó para que no le tocase, como si su tacto le resultara repulsivo.
—Gracias por el dato innecesario —dijo con sarcasmo frunciendo el ceño ante ella—. Pero no necesito que me defiendas.
Los espectadores guardaron silencio, incomodados por la agresiva respuesta. Snowzel, por su parte, se sujetó el abdomen con ambos brazos, como si le hubieran dado un gancho pleno. Lily fue hasta ella y la tomó del brazo, como para asegurarle que estaba a su lado.
—Y, bueno... Perdí la guerra y... Cuando desperté no encontré a nadie... Solo hadas que se estaban encargando de sembrar bayas Tulorín. Extendieron los cultivos a kilometros por todo lo que alguna vez fue nuestra tierra... Destruyeron el cementerio —explicó Matoaka y la voz se le quebró al dar el último detalle. El lugar donde descansaban los restos de sus padres lo habían quitado, como si no fuese suficiente todo lo que se había propiciado—. Parece que... Fairy era lo que estaba buscando. Por eso se alió a los Frostice: las putas bayas.
Nuevamente quedaron en silencio. Ninguno sabía cómo actuar o qué decir ante la desgracia de Matoaka. Snowzel por su parte miró a Pinhood por encima del hombro, la había defendido la última vez, ¿por qué volvía a estar enojado? Pensó en ir a su lado a lloriquearle hasta que la perdonara, no le gustaba que la estuviera tratando mal. Sin embargo, cuando apenas iba a dar la vuelta, el grupo llegó a un par de inmensas puertas destruidas de lo que parecía una ciudad amurallada con hielo. Tanto la rubia como la pelirroja se apresuraron a examinarlas, intrigadas por lo que calificaban como inaudito.
Las puertas se derretían gracias al calor de los rayos del sol que las iluminaban, diminutos ríos se deslizaban desde la superficie hasta formar charcos en el suelo que cada vez se volvían más grandes. Snowzel tocó una de las estructuras talladas y permitió que el agua le corriera entre los dedos. Estaba helada.
Beast también se encontraba boquiabierto. Él había visitado Frostice en su época de gloria. Era un pueblo hermoso, que se enorgullecía de su belleza, y sus pobladores se encargaban de cuidarlo para que eso no cambiara. Ahora estaba reducido a las ruinas. Levantó ambas cejas y miró a Matoaka, culpándola de todo.
—¿No les bastó simplemente con empezar la guerra? ¿También debían destruir el reino? —cuestionó entrecerrando los ojos.
Matoaka apretó los dientes junto con sus puños. ¡En su caso los Frostice también habían destruido su tribu! ¿Qué clase de doble vara de medir estaba utilizando?
—Claro, cuando ellos lo hacen contra nosotros eso sí es correcto, ¿verdad? —preguntó la castaña con agresividad, deteniéndose de golpe para encararlo—. Que no se note que eres igual de racista que todos los que odian a mi raza...
—Si los odian créeme que está justificado —se apresuró a interrumpirla Beast con un gruñido—. ¡Animales!
Lily sintió su mandíbula tensarse cuando a sus espaldas el par empezó una calurosa discusión. La estaba volviendo loca sentirse en medio de tantos conflictos. Tal vez apuntarse a aquel viaje había sido un fatal error. Snowzel, como si adivinara sus pensamientos, recargó su mejilla en su hombro desnudo, atrayendo su atención.
—Gracias por decidir venir —dijo con los ojos cristalizados por las lágrimas que que le nublaban la vista—. No sé qué haría de estar sola con ellos... Y con Pinhood enojado...
La sensación de humedad en el hombro de la pelirroja le avisó que la rubia volvía a llorar y que su piel era el receptor de sus innumerables lágrimas así como algunos mocos que se colaban de su nariz. Lily mordió el interior de su mejilla, atrás peleando casi a los gritos y a su lado sollozos. ¡Qué linda experiencia, como para no volverla a repetir nunca! Miró a su alrededor, buscando una distracción. El manto blanco que se extendía sin límite en los terrenos de los Frostice le dibujó una sonrisa. Tomó a Snowzel del hombro y le dio una ligera sacudida para que abriera los ojos.
—Snowzel, nieve —exclamó señalando los campos blanquecinos que estaban frente a ellas.
Snowzel se limpió las lágrimas y una mueca de asombro apareció entre sus rojos labios. Siempre había contemplado la nieve desde su ventana, pero era la primera vez que contaba con la oportunidad de tocarla, como siempre había anhelado hacer. ¿Sería tan suave como se imaginaba?
—¡Te juego unas carreras! Quién llegue al último es un huevo de dragón —propuso Snowzel echando a correr apenas terminó de decirlo.
Lily se carcajeó y siguió a la rubia, deseosa por entretenerse. Por fin un poco de diversión para poder pasar el mal sabor de boca que le habían generado sus compañeros. Fácilmente pasó a Snowzel, sin embargo, la chica al observar esto, se dejó ir sobre la espalda de la pelirroja y la derribó. Ambas cayeron al piso, rodando un poco sobre la nevisca.
—¡Ey, tramposa! —Lily rio mientras se lanzaban a ella con varios puños de nieve que tenía entre las manos.
Como un par de niñas jugaban, disfrutando de un momento de tranquilidad en medio de la desgracia. Matoaka se alejó de Beast, harta de discutir con él, y contempló a Snow y Lily casi con envidia. Extrañaba esos momentos de dicha, donde podía seguir viendo la calamidad como algo ajeno que no le atañía a ella. Era hasta tierno notar su inocencia, incluso si las tres tenían una edad casi igual. Le recordaban todo lo que había perdido.
Pinhood, por su parte, debía hacer un enorme esfuerzo por no perseguirlas y divertirse él también en la nieve como de verdad tenía ganas de hacer. Por mucho que le llamara la atención, su orgullo era más poderoso. No iba a ceder a Snowzel después de todo lo que le había hecho pasar. Nunca se había sentido más humillado.
Lily de pronto se acercó al grupo y arrojó justo al rostro de Beast una bola de nieve. Beast se limpió la munición de los ojos para contemplar a la pelirroja que se reía con cierta malicia por su ataque, como una niña pequeña que acababa de efectuar alguna travesura.
—No te creía tan infantil, rojita —comentó la bestia mientras una semi sonrisa se formaba entre sus labios.
—Beast, juega con nosotras —pidió Snowzel irguiéndose de su labor, que consistía en formar ángeles con su figura.
El chico de piel verde no ocultó el placer que le causó la invitación de las jóvenes. Se agachó, formó una enorme bola de nieve usando el amplio de sus brazos y una vez listo el proyectil corrió tras ellas, intentando alcanzarlas. Las dos respondieron a carcajadas, intentando evitar que las pillara.
El rostro de Pinhood casi se desfiguró del disgusto que lo invadió al ver la escena. ¿Por qué su princesa le pedía a esa bestia que jugara y no a él? No iba a acceder, pero igual quería sentirse incluido, que lo consideraban. ¡Ahora se sentía doblemente mal así como doblemente enojado!
Lily, percibiendo la tensión y que no se iba a disipar hasta que hablaran Snowzel y Pinhood, se acercó a Beast quien intentaba acorralar a la princesa contra una pendiente.
—Oye, Beast, hay que hacer que Pinhood y Snowzel queden bien —susurró Lily directamente a su oído, llegando por su espalda.
—¿Qué planeas, rojita? —preguntó Beast en tono quedo con una ligera risa. Seguro que tenía una idea tonta, pero divertida. No le rehuía a seguirle la corriente con tal de obtener unas cuantas carcajadas.
—Puedes atraerlo a él, yo traigo a Snowzel y cuando estén juntos los empujamos para que caiga uno encima del otro y que se restrieguen así como hace la gente que está enamorada —sugirió Lily frotando las palmas como si fueran los cuerpos de ambos en la escena que se estaba imaginando y que pasaba con regularidad en sus libros de romance.
Beast hizo un esfuerzo casi descomunal por no soltar la risotada ante lo que la pelirroja le estaba pidiendo. Sin embargo, le guiñó el ojo en señal de que había entendido lo que quería. Caminó hasta Snowzel, quien estaba absorta con la vista al reino que se extendía a los pies de la colina, y una vez detrás de ella la empujó con fuerza para que cayera.
—¡Princesa! —exclamó Pinhood cuando escuchó el grito de terror que lanzó la chica al perder el equilibrio y rodar cuesta abajo.
Tal como había previsto Beast, el títere corrió y sin pensarlo dos veces se arrojó tras ella por la pendiente. Sus cuerpos no tardaron en encontrarse. Pinhood agarró a su princesa y la pegó a él para envolverla, usando sus brazos y su torso como un escudo protector, que minimizó el daño de los golpes en los delicados miembros de ella. Rodaron abrazados, hasta aterrizar al pie de la colina.
Al darse cuenta de que el peligro había pasado el títere aflojó su agarre para contemplar a la chica que estaba hecha ovillo entre su cuerpo. Snowzel lo asía con fuerza del chaleco, aferrándose a él con ambas manos como si estuviese aterrada y buscara protección. Al sentir la mirada sobre su persona, la princesa levantó los ojos, encontrándose con el atractivo rostro tallado de su marioneta.
—Ey, ¿estás bien? —preguntó con suavidad Pinhood acomodando un mechón de cabello dorado detrás de una de sus orejas.
Ella tragó saliva con dificultad. Había temido por lastimarse, pero nuevamente ahí estaba él, dando su vida por mantenerla a salvo incluso si estaba molesto. El instinto de recargar la cabeza en su pecho, como gesto de cariño, la envolvió. Estuvo por hacerlo, cuando paró en seco. Se arrepentía de lo que había causado, de haberlo hecho molestar... Iba a ser desconsiderado buscar afecto después de cómo lo había tratado.
—Pinhood, yo... —comenzó a balbucear Snowzel tratando de encontrar las palabras adecuadas para su disculpa.
Un grito de desesperación la interrumpió. Snowzel, llevada por la curiosidad, se levantó y se adentró en los callejones que daban la bienvenida al pueblo Frostice. Pinhood se apresuró a sacar su arco, preparando una flecha para lanzar en caso de que su protegida corriera peligro y la siguió, también impulsado por el interés de saber lo que se suscitaba tan cerca de ellos.
Los llantos de angustia inundaban sus cabezas, convirtiéndose en un sonido insoportable. Snowzel tenía que luchar con el impulso de cubrirse los oídos para detener el tormento. Nunca había escuchado semejante sonido. Era desgarrador, llegaba hasta su alma y la volvía jirones por el dolor que le causaba. Llegó hasta la plaza principal, se cubrió la boca con una de sus manos y sus grandes ojos se humedecieron por las lágrimas al contemplar la escena causante de aquellos plañidos.
Criaturas enormes, cubiertas de pies a cabeza con pesadas armaduras negras acarreaban aldeanos sobrevivientes como si fueran animales. Los mantenían sujetos del cuello, con grilletes y cadenas mientras los hacían entrar en grandes jaulas móviles. Niños, jóvenes, ancianos... No importaba quién fuera, los obligaban a subir a aquellas carrozas donde su futuro quedaba incierto.
—Por favor, tengan piedad —suplicaba una señora tratando de proteger a su hijo, un niño pequeño que padecía una deformidad en sus piernas. Los hombres tiraban de él, como habrían hecho con cualquier bestia de campo—. Está malito.
Uno de los hombres, sin importarle las súplicas de la madre desenvainó su espada.
—Es cierto, no será útil ni como esclavo. Nadie va a querer pagar por él. —Y diciendo esto atravesó desde la espalda el estómago del niño.
—¡Tim! —exclamó la madre en un grito de intenso sufrimiento, como si fuese a ella a quien hubieran herido de muerte.
Snowzel retrocedió con los ojos abiertos del impacto. Su corazón se aceleraba en su pecho por el miedo y de ponto sentía sus extremidades frías, la sangre se le había helado. Tenía qué hacer algo. Quedarse de brazos cruzados era incluso tortuoso.
La mujer se agachó sobre el cuerpo agonizante de su hijo. No le importaba que tiraran de ella para arrastrarla arriba de la jaula, no parecía dispuesta a soltar su posesión más valiosa, aún si moría entre sus brazos.
—Snowzel... —susurró la voz de Pinhood a sus espaldas, llamándola de vuelta. Era capaz de deducir los anhelos de la chica y debía evitar que los intentara llevar a cabo. Estaban rodeados.
Snowzel no dio indicios de escucharlo. Dio un par de pasos al frente antes de echar a correr, buscando ayudar a la mujer y a su hijo. Pinhood maldijo entre dientes y se lanzó detrás de ella, tensando la flecha en su arco, lista para ser disparada apenas lo soltara.
–¡Déjala! —ordenó Snowzel entre lágrimas arrodillándose frente al imponente orco que ya levantaba una pesada hacha, dispuesto a dejarla caer sobre la mujer—. ¿No ves el sufrimiento que estás causando? Ninguno de ellos tiene la culpa, no los lastimes.
La criatura se detuvo por unos segundos. Snowzel mordió su labio inferior, segura de que su reflexión podía ser de ayuda. Todos tenían un poco de bondad en su interior, había que encontrarla y apelar a ella.
—Yo sigo órdenes de mi reina Fairy y mi reina ordenó no dejar a nadie con vida —comentó el ogro yéndose contra la princesa, dispuesto a terminar con ella de un hachazo, directo al tórax.
Sin embargo, Pinhood ya había llegado hasta ellos, percatándose del rumbo que estaban tomando las cosas. Se barrió por los pisos de hielo hasta colocarse delante de la bestia y dejó ir su flecha hacia la única abertura que portaba el casco de su oponente.
La saeta atravesó desde el ojo izquierdo del orco hasta impactarse en la parte trasera de su cráneo. La enorme criatura se tambaleó antes de perder el equilibrio y caer muerta, dejando un rastro de sangre que cada vez se volvía más abundante. Pinhood contempló el cuerpo voluminoso delante de él. Sus ojos no parecían dar crédito a lo que acababa de causar. Soltó su arco para cubrirse la boca con ambas manos mientras se acuclillaba. ¿Había..., había asesinado a alguien?
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