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23- Otra Cara De La Moneda

—Es lamentable que una situación como esta nos haya unido hoy en día. —La voz de Fairy declamando desde el balcón del palacio resonaba por el patio exterior. Tenía tal volumen que cualquiera era capaz de escucharla y, sin embargo, el hada no se veía en la necesidad de recurrir a gritos pelados—. La partida prematura de nuestros amados reyes ha agrietado nuestros corazones y su ausencia nos ha vuelto vulnerables. ¡Ese era su propósito! Creyeron que quitando una parte tan esencial, como nuestros líderes, nos tornaría débiles, que no encontraríamos la fuerza para resistir sus ataques. Sí, nos hicieron caer, pero el pueblo de Frostice no se quedará en el suelo. ¡Se levantará y más fuerte que nunca! Porque aquí estamos sus hermanos feéricos para extenderles la mano y unidos hacernos poderosos. ¡Nadie podrá volver a pasarnos por encima!

Frost observaba enajenada a Fairy, igual que cualquiera que la estaba escuchando. Los finos ademanes de sus brazos que acompañaban su hablar capturaban la atención y sus apasionadas palabras volvían su discurso animador. Su presencia imponente subyugaba, pero era cómo hablaba lo que lograba llegar al corazón, despertando la empatía de sus oyentes. ¡Qué seguridad tan arrasadora! Para Frost, Fairy siempre había sido el ejemplo perfecto de reina. La única que conocía que podía seducir a una multitud con tan solo algunas palabras.

—Dame la mano —susurró Fairy logrando sacar de la estupefacción a Frost. Ambas estaban en el balcón, pero la rubia no había hecho más que observar a Fairy con la misma fascinación que todos los presentes. La chica aceptó el gesto del hada y ella levantó el brazo, mostrando sus manos unidas al público—. ¡El día de hoy nos volvemos un equipo y juntas recobraremos la gloria que se han atrevido a arrebatarnos!

Frost Golden observó cómo todo el pueblo gritó enloquecido por esas palabras. Algunos oyentes incluso lloraban de la emoción. Se sentía como una dadora de esperanza y ella nunca había experimentado eso. Miró de reojo a Fairy, parecía complacida de las reacciones. Por un momento quiso creerse la mentira.

—Eso fue espectacular, reina Fairy. El pueblo Frostice casi nunca reacciona así —alabó el canciller una vez que ambas abandonaron el balcón para regresar dentro del palacio.

—Cierto —concordó Frost recordando los fallidos discursos de su padre que a veces solo levantaban un par de aplausos. El rey no era del todo hábil con la lengua—. En un santiamén los tenía en su mano.

Las palabras de la princesa colmaron a Fairy de placer e inclinó levemente la cabeza en señal de gratitud por lo que consideró un cumplido.

—Es cuestión de saber elegir bien las palabras. Ahí está en realidad el punto: ser precisos y positivos con lo que se quiere transmitir. No son necesarios discursos largos, sino efectivos.

«Quisiera ser como tú», pensó Frost bajando la mirada. Fairy se había convertido en leyenda en todos los demás reinos. Sí, lo malo podía resaltar, pero, como todos, mantenía aspectos positivos que habían resultado revolucionarios hasta entonces.

Fairy era la persona más joven que se conocía había llegado al trono;
con un equivalente a doce años logró derrocar a su padre. Su reino no ejercía un patriarcado, como todos los demás donde la reina a veces solo cumplía el papel de ser un trofeo, el hada era la cabecera principal. También era conocida porque nunca se había casado y a quien consideraba su pareja era de otra especie con la cual no podría tener descendencia. Para todos, esos factores eran motivo de escándalo, para Frost eran motivo de admiración. Fairy no temía ir en contra de las reglas. Ella moldeaba las propias.

—Reina, para celebrar nuestro acuerdo hemos preparado un delicioso banquete combinando los principales platillos de Frostice y Magical Forest —informó nuevamente el canciller.

Fairy elevó los ojos al techo por unos segundos, parecía estar considerando una idea que se había cruzado por su mente, luego asintió.

—¡Perfecto! Llevémoslo a la plaza principal, llamen a todo el pueblo para que podamos beneficiarnos juntos de esta comida —sugirió Fairy señalando hacia la ventana que daba al exterior. Al ver la sorpresa en los rostros de quien la escucharon se giró a Frost Golden y elevó las cejas, pidiendo con ese gesto su respaldo—. ¿No crees, Frost, que es algo que todos necesitamos?

Frost quedó tan impactada como los demás. Nunca había escuchado una propuesta semejante. Se imaginó a su madre y la cara que le habría dirigido a Fairy. Al pueblo se le consideraba como chusma, no se comía con la chusma. Sin embargo, la rubia asintió encantada con la que idea. Al ver que le daba una positiva, Fairy sonrió con aprobación y al canciller no le quedó de otra más que ir a anunciar dónde se llevaría acabo el banquete.

—Hay que ir al pueblo —pidió la monarca a la princesa, tendiendo su codo para que entrelazara su brazo al suyo. Frost titubeó un poco antes de corresponder—. Aquí entre nos siempre había querido visitarlo. Estas no son precisamente las vacaciones que me imaginé, pero en definitiva no se desperdicía una oportunidad.

Ambas se dirigieron con paso tranquilo a la villa. Frost Golden observaba al hada de reojo cada tanto, intentando adivinar sus pensamientos. Sin embargo, Fairy parecía encantada con las construcciones de hielo sólido que se alzaban sobre ellas. Sonreía y se maravillaba cuando sus ojos se encontraban con alguna novedad.

—¿No le incómoda? —preguntó Frost al cabo de unos minutos en completo silencio, bajando la mirada.

Empezaban a llegar a la plaza principal, la gente, curiosa por verlas juntas y tan cerca, las rodeaban a las dos. Los Frostice nunca habían contemplado a un ser tan divino como la reina Fairy, parecían deseosos por seguirla observando.

—¿Disculpa? —indagó Fairy de regreso, parpadeando como si estuviera saliendo de un agradable sueño.

—Habría apostado porque usted prefería quedarse en el palacio, sin la necesidad de compartir con los campesinos —contó Frost decidiendo asincerarse con ella.

Fairy, lejos de tomarse aquello como un insulto, lanzó una carcajada divertida.

—¿Qué te ha llevado a creer eso? —cuestionó intrigada.

Frost se sintió sonrojar, temía haber quedado como una tonta. Era extraño, de pronto le importaba lo que Fairy pensara sobre ella y le daba miedo que la viera como si fuera apenas una niña que no sabía del mundo.

—Aparentas... Ya sabes... Impones... —intentó decir Frost, aunque sus palabras salieron como balbuceos incomprensibles.

Fairy, como si la hubiese entendido a la perfección, asintió, llevándose una mano al pecho.

—La gente suele tener una imagen sobre mí de que soy una tirana. Es que, soy la malvada Fairy, debo almorzar bebés recién nacidos y acompañarlos con la sangre de los inocentes. Y a mi pueblo los tengo atados a grilletes, trabajando siempre sin descanso mientras yo disfruto en mi trono de diamantes sobre todos —se mofó exagerando algunos rumores que se habían corrido por los reinos. Luego puso los ojos en blanco, sin abandonar la sonrisa que adornaba su rostro—... ¡Ah, si tan solo supieran! No hay para mí mayor placer que compartir con mi gente. Fierce y yo pasamos fuera mucho tiempo. Somos como dos más...

Fue hasta esa mención que Frost se percató de la ausencia del lobo. No lo había visto llegar junto con su pareja y no se había presentado en absoluto. Sabía que ese dúo pocas veces se separaban.

—Y, ahora que lo menciona, reina, ¿qué hay de... su pareja? ¿Se encuentra bien? Es una lástima no poder contar con él en esta ocasión tan importante —mencionó Frost en el comentario más elegante que pudo formular. Su curiosidad le picaba.

Fairy frunció con suavidad el entrecejo, pensando en alguna buena excusa para explicar la ausencia de su chico. Nadie más se había dado cuenta de que faltaba.

—Sí, toda una lástima. Lo que pasa es que él... —Lanzó un suspiró y se volvió a Frost, poniendo una expresión de pesar—. No puedo mentirte, la verdad es que se siente un poco incómodo entre el pueblo. Ya sabes que la relación con los tótems no es agradable.

Frost no pudo evitar sentirse culpable por esa fría realidad. Sí, conocía a su gente. Sí, había visto como incluso al tótem lobo le habían dirigido miradas de asco los propios consejeros del rey cuando visitaban el pueblo Magical Forest.

—Cuando yo tome el trono que se sienta libre de venir. Lo primero que haré cambiar es la mentalidad de mi pueblo —anunció Frost, recordando las palabras de su padre en el baile de las estaciones. Ella haría la diferencia.

Fairy sonrió con debilidad. Esa expresión le había causado ternura por la ingenuidad que portaba. El hada le asió una mano.

—Ya lo he intentado —comentó en un suave murmullo—. No se puede cambiar una mentalidad tan cerrada y... temo que cada vez esos pensamientos se vuelvan contra más...

Una bola de nieve impactando en el flanco derecho de Fairy la interrumpió. Frost abrió los ojos tanto como pudo ante ese ataque. Un grupo de niños estaban jugando cerca de ahí y un proyectil había cambiado su rumbo hasta acabar en el rostro de la reina. Los ojos del hada se fijaron en los causantes, soltó a Frost y a paso lento fue hacia ellos. La multitud la observó, temerosa de lo que fuera hacer su majestad. Fairy se detuvo ante los críos y los examinó fríamente.

—¿Quién lo hizo? —preguntó con voz potente. Los infantes se encogieron, reacios a darle una respuesta por las consecuencias que les traería—. Ah, no me quieren decir... Bueno, pues todos van a sufrir mi ira.

La reina sonrió mientras con su magia hacía levitar varias bolas de nieve. Los niños, habiendo pasando el susto, lanzaron un grito divertidos y se pusieron a correr, siendo acorralados por Fairy que intentaba pillarlos dándoles con la nieve. Frost quedó aún más impactada, ¿qué rayos estaba contemplando? No le creía a sus ojos, Fairy aparentaba ser una niña más corriendo y carcajeándose. De pronto, el hada se percató de su mirada. Las orbes violetas de la reina se iluminaron antes de lanzar una bola de nieve directo al rostro de Frost.

—Sí, te he atacado... ¿Qué vas a hacer al respecto, Frosty Tosty? —cuestionó desafiante el hada con una sonrisa juguetona.

—Oh, prepárate para mi venganza —respondió Frost creando sobre ellos una inmaculada capa helada para dejarla caer y cubrir el piso. Necesitaban más material para hacer proyectiles.

Frost se sintió como una niña mientras corría por todo el lugar, intentando ser alcanzada por Fairy, que la perseguía junto con los demás infantes. No recordaba cuál había sido la última vez que se había reído así, hasta las costillas le dolían por las carcajadas.

—Dirás lo que quieras, pero yo gané. Ni tus poderes de hielo pudieron conmigo. Ataqué como la mejor —contó Fairy mientras ella y Frost se formaban como los demás en la fila de la comida que brindaba el banquete.

—Imposible, porque la mejor soy yo —le llevó la contraria Frost. Sentía a Fairy como una vieja amiga. Le desprendía tanta familiaridad que le era imposible no considerarla así.

—Sí, sigue soñando, bebé. —Fairy tomó un poco de la raíz de munloc que acaba de servirse y se la lanzó a Frost.

Salió corriendo de la fila antes de que la rubia decidiera responder. Frost tomó un poco de lo mismo y la persiguió, juguetearon un poco más antes de por fin caer rendidas. Fairy no tardó en volver a estar rodeada de niños, algo poseía que incluso ellos la seguían a donde fuera. No se habían apartado ni un momento y habían corrido a ella apenas la vieron sentarse.

Frost la contempló. El hada tenía acomodado en su regazo a un niño con una discapacidad en sus piernas y hablaba con todos los demás, entusiasmada. A la rubia le era imposible asociarla con la horrible soberana que tanto había escuchado decir que era, tal vez estaba conociendo otra faceta. Se hizo un espacio entre los infantes y se acopló al lado de Fairy. Frost también quería estar cerca de la monarca. Era casi como una necesidad. Ejercía un imán que no podía ser ignorado.

—Frost, te presento al pequeño Tim. Me estaba platicando de la vez que su padre recibió a tres fantasmas de la navidad, porque a él no le gustaba. —Fairy abrió la boca mostrando sorpresa mezclada con indignación—. A los reyes del reino Mazapán les daría un ataque. No hay celebración más importante que el nacimiento del sol para ellos.

Frost asintió mientras permitía que el niño siguiera contando su historia. Fairy parecía genuinamente cautivaba, hacía preguntas y miraba al niño con interés, lo que lo animaba a seguir con más entusiasmo.

—Ay, quiero adoptarte —anunció Fairy una vez que terminó, dándole un gran abrazo—. Me encantan los niños que cuentan historias. ¿Quieres venirte conmigo al palacio?

El pequeño Tim casi se tomó en serio la propuesta de la reina y sonrió para irle a contar a su mamá. Fairy lo despidió junto a los demás niños. Ahora le tocaba pasar tiempo con la persona que más le interesaba.

—Consejo número uno para reinar: no sabes las verdaderas necesidades de tu pueblo hasta que pasas tiempo con ellos —aconsejó Fairy a Frost una vez que quedaron solas—. No es lo igual escuchar desde un trono lo que le pasa a tu gente que verlo por ti misma. Es la lección más importante que Fierce me ha enseñado.

La reina se sonrojó de placer al recordar a su pareja. Se notaba que lo extrañaba y aún en su ausencia seguía en sus pensamientos. Frost sintió una punzada de culpa, Matoaka había desaparecido de su mente una vez que la había dejado. No sabía cómo estaría.

—Es una lección muy importante. La tomaré en cuenta cuando me toque a mí tomar la corona —afirmó Frost con sinceridad, agradecida por el dato. De pronto la nostalgia la invadió y por poco se puso a llorar—. Mis padres nunca se dieron el tiempo para conocer a su gente.

Estaba segura de que ni a ella misma la habían conocido. Se lamentaba de que nunca más podrían darse el tiempo de comprender al otro. Fairy, presintiendo el ambiente, pasó un brazo por los hombros de Frost y la pegó hacia su cuerpo para consolarla.

—Es un error muy común. No hay genuino interés y se suele pensar que la gente solo está para servir. Mi padre tampoco lo hizo... Parecía que odiaba a los pobladores —contó el hada con un leve matiz de amargura tiñendo sus palabras—. Cuando llegué al trono lo más difícil fue levantar la situación tan precaria que estaba pasando el reino.

Frost se desconcertó al escucharla. La mayor potencia de todos los reinos era Magical Forest, sonaba increíble que alguna vez hubiera sufrido de pobreza.

—¿Te puedo preguntar..., cuál fue tu mayor motivación para... empezar a reinar tan joven? —indagó Frost con voz trémula. Sabía que no se encontraban en la misma situación. Con Fairy no fue algo que se le impusiera, ella había decidido hacerlo por su cuenta—. ¿Cómo supiste que estabas lista?

—Ah, no, no lo sabes —se apresuró a contestar Fairy negando con la cabeza—. Y yo creo que nunca estás totalmente listo para algo así. Nunca se está listo para una decisión que cambiara de forma tan radical tu vida, pero a veces sabes que es necesario...

»En mi caso lo que me motivo fue el amor. Primero hacia Fierce. Él había decidido renunciar a la corona de su pueblo por mí, pero... después de unos años tuvo que tomar el reino. Yo quería demostrarle que era su monarca perfecta y quise ofrecerle poder político. Sin embargo, cuando llegué a Magical Forest y viví en él, no aislada en un castillo sino directamente en su corazón, fue que mis motivos cambiaron. Empecé a amar al pueblo. Mi padre les hacía la vida imposible tanto como me la llegó a hacer a mí... Me destrozó verlos sufrir y... quise darles lo que se merecían.

Las jóvenes quedaron en silencio. El hada sujetaba entre sus dedos una taza con té caliente y miraba el líquido con fijeza, rememorando aquellos hechos que cambiaron su vida. Frost, por su parte, observaba los colores del cielo nocturno. Ansiaba hacer más preguntas, conocerla más y su historia. Se notaba que Fairy la comentaba porque estaba orgullosa de sus logros, pero ¿qué habían conllevado esos logros?

—Bueno, ya hablamos mucho de mí este día. Mejor cuéntame, Frost Golden —sugirió la reina al cabo de unos segundos—. ¿Hay alguien especial en tu vida? No me mientas, porque si lo haces lo sabré en seguida.

—No te andas con rodeos, ¿eh?

El hada lanzó una carcajada ante su respuesta y estiró sus largas piernas frente a ella para descansarlas. La rubia no pudo evitar observarla, aún haciendo un gesto tan simple era hermosa y sus atributos quitaban el aliento.

—No, no lo hago, siempre me ha gustado ser directa en lo que puedo —afirmó la majestuosa hada, atrapando de nuevo la atención de su espectadora—. ¿Y bien?

Frost tragó saliva tan fuerte que su compañera pudo escucharla. Sabía que no le podía contar lo de Matoaka, tenía que encontrar la manera de distraerla o desviar el tema.

—Vamos a adivinar, ¿te parece? —preguntó Fairy intentando darle un empujón. El aura verde que envolvía a sus ojos violetas pareció aumentar mientras una sonrisa ladina se posicionaba en su rostro—. Es un tótem.

Sin titubearlo ni un segundo, lo lanzó al aire y contempló fijamente a Frost. Estaba atenta a sus gestos, quería contemplarla, apreciar sus reacciones para leerla con facilidad. La princesa, ingenua a esto, mostró su sorpresa, cayendo en el juego que Fairy acababa de plantear.

—Eh... ¿Por qué supones algo así? —cuestionó Frost intentando sonar natural en sus palabras. De verdad quería saberlo, ¿acaso había sido obvia?

—No sé, por cómo hablaste cuando te dije lo de Fierce, que te gustaría cambiar la mentalidad de tu pueblo... Me hizo pensar que quieres que acepten a tu amorcito —comentó Fairy intentando que sus palabras sonaran como una despreocupada broma.

—Pude referirme a Matoaka, ella es mi mejor amiga y me duele que la rechacen —se apresuró a defenderse la joven, temerosa de quedar expuesta.

La majestuosa hada levantó una ceja y desvió la mirada. Así que Matoaka...

—¿Cómo está la situación con ella? ¿No ha sido difícil para ti después de lo sucedido? —sondeó Fairy, causando un alivio momentáneo en la chica. Ya no iba a seguir insistiendo en conocer su secreto.

—Yo... No hay nadie que tenga más mi confianza que Matoaka. Y, ella me ha negado la posibilidad del atentado —afirmó la rubia con convicción. Una vez yéndose la reina de las hadas buscaría la verdad tras el asesinato de su familia.

—¿Fue con ella con la que pasaste los días antes de que llegara? —La precisión del hada al hacer esa pregunta hizo que a Frost se le erizara el vello. Igual, era lógico suponerlo, ¿no? ¿Adónde más iría?

Lo aparentaba muy bien, pero la reina se hallaba al pendiente de cada palabra que saliera de la boca de Frost, lista para analizarla. Fairy tenía una capacidad de observación que a cualquiera levantaría escalofríos.

—S-sí... —Fue la titubeante contestación que decidió dar la heredera del invierno. No quería seguir hablando.

Esto no le pasó por alto al hada y se echó para atrás, sosteniendo el peso en sus codos para no terminar tendida en el piso. Levantó la cabeza al cielo y dio un suspiro al ver las luces de la aurora. Frost decidió imitarla, anhelando pasar el mal trago que se había dado. No le gustó sentirse cuestionada.

—¿Te cuento algo? —La voz de la castaña rompió el gélido ambiente que las rodeaba. La rubia a su lado asintió—. Muchos piensan que es una aberración una unión dispar, no buscar a alguien de tu misma especie... Y más si es un tótem. Los tienen en categorías de animales y no se dan a la tarea de conocerlos, pero nadie debería poner estándares para el amor. Si tú quieres estar con quién sea deberías ser libre de estarlo y yo creo que no hay amor más puro que aquel quienes sus componentes aman sin importarles sus diferencias. Aún si van contra de los cánones establecidos. ¿Por qué si amas te va a importar la raza, el color de piel... o el sexo de tu pareja?

Lo último impactó en la chica. No lo iba a negar ni a confirmar, pero se dio cuenta de que con solo esas preguntas, la reina lo había deducido por sí sola. Poseía una agudez mental sorprendente. Solo deseó Frost que el hada no usara mal esa información que ahora estaba en sus manos.


Se hallaba entrada la noche, la fiesta en el pueblo ya había terminado y hacía tiempo que todos los habitantes habían regresado a sus casas. Fairy se encontraba frente al espejo, colocándose algunas cremas faciales para refrescar su rostro antes de irse a dormir. Incluso se había colocado el camisón y sobre él tenía su elegante bata de tul transparente.

El toque a su puerta que interrumpió su rutina de belleza le hizo poner los ojos en blanco. Aún sin verlo supo reconocer esa forma tan insípida de existir que conservaba el hombre.

—Pasa —ordenó sin apartar la mirada del tocador. El canciller entró en la habitación y casi le dio algo por ver a la reina tan ligera de ropa.

—Disculpe, mi reina por molestarla tan tarde, solo quería saber sus progresos... —balbuceó el hombre perdido en la escultural figura de Fairy.

La joven hada frunció el ceño, deseando que Fierce estuviera ahí. A nadie le permitía verla con semejante lujuria y a quien lo hiciera podría darse por muerto.

—Frost no va a iniciar la guerra —informó la monarca reacomodándose la bata, como si de pronto fuese a cubrir más su cuerpo semidesnudo—. Ama a Matoaka y se nota que confía en ella como para hacer eso... Si no me fueran de utilidad, me llevaría a Frost y los aniquilaría a todos ustedes. Ella es lo que necesito, alguien abierta dispuesta a luchar por los suyos.

La reina mordió su carnoso labio inferior. Casi habían matado a los reyes para nada. Suerte que si querían una declaración de guerra aún quedaba una chica más impulsiva, que no dudaría en meter las manos al fuego una vez que la jefatura pasara a su cabeza.

—¿Hablaron con los jefes de la tribu Grizzly sobre esto? —volvió a indagar la chica mientras se cepillaba su cabellera tizania.

—N-no... No los habíamos consultado.

Una sonrisa se posicionó sobre los labios de Fairy y dio la vuelta para ver cara a cara al asqueroso hombre que se colocó delante de ella.

—Tráelos. Hay que ajustar las cuentas. —Una vez sin la protección y liderazgo de sus jefes, la tribu Grizzly y Matoaka no tardarían en hacerse pedazos. Tal como ella deseaba.

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