20- Los Titanes De Las Estaciones
—Ey, Frost, ¿puedes calmarte? Te prometo que verte como león enjaulado me está poniendo de los nervios —dijo Leaf Wilted, la heredera a la corona del reino del otoño, mirándola por el espejo del tocador.
Frost caminaba de un lado a otro por la habitación que estaban compartiendo las princesas para arreglarse. Esa era otra costumbre del baile, la herederas a la corona se unían a prepararse desde una semana con anterioridad, con la esperanza de afinar lazos y crear alianzas. Pero Frost no tenía cabeza para eso, hasta sentía ansiedad al ver a tanta gente amontonada en el cuarto, apesar de que el espacio sobraba.
—¿Creen que..., el matrimonio sea tan lindo como todos dicen? —preguntó Rain Flood, ensimismada en su mundo, mientras observaba el hermoso anillo de piedras preciosas que le había dado Buds el día que se comprometieron.
Eso sacó a Frost de sus pensamientos y contempló a sus amigas. Debía relajarse o terminaría por crear zanjas de tanto que repetía el mismo camino. ¿Pero como podía hacerlo, si esa era su gran noche y sus padres no estaban? Fairy los había mandado a llamar. Volvió a caminar, el hada debía haberse enterado de que su pueblo estaba retrasando la producción de bayas y aunque en otras circunstancias Fairy le producía admiración a Frost, también le daba miedo por todo lo que había escuchado que el hada provocaba.
—No estás enojada conmigo, ¿verdad, Frost? —preguntó Rain volviendo a arrebatar a la chica de sus reflexiones.
Se detuvo en seco y la observó. Sus ojos tan grises, como un monsoon, parecían auténticamente preocupados.
—¿Por qué lo estaría? —cuestionó Frost, confundida.
—Ah... Por lo de Buds.
Frost se resistió a poner los ojos en blanco. Hacía poco se había corrido un rumor de que ella estaba enamorada del heredero de la primavera y todos apostaban que era Frost la que al final sería la elegida para el príncipe. Que hubiera acabado con Rain Flood era casi un alivio, ¿en qué mundo se había visto que la primavera y el invierno quedaban bien juntos? ¡Lo terminaría marchitando apenas lo intentasen! Pero se sorprendía que Rain siguiera pensando eso.
—No, para nada. Puedes quedarte con él.
—¡Y con su mamá! —se apresuró a burlarse Leaf Wilted, quien no perdía tiempo para mofarse del príncipe y sus costumbres—. Son como siameses esos dos. Se la van a tener que llevar a la luna de miel y va a darte órdenes de cómo le gusta a su hijo el sexo.
—A mí me preocuparía más que Buds no sabe hacer nada —se unió Frost, sintiéndose más relajada—. Todo el mundo sabe que sus pobladores lo hacen todo por él. ¿Te imaginas su noche de bodas? Necesitarán una palanca para el subibaja.
Leaf Wilted lanzó la más escándalosa carcajada y Rain Flood bajó la mirada, avergonzada por saber lo que sus amigas pensaban de su compromiso. Frost Golden sintió una punzada de culpa al verla tan triste. Sin embargo, Rain ocultó su pesadumbre y se cruzó de brazos, ofendida.
—Bueno, al menos yo conozco a mi prometido desde siempre. —Señaló a Leaf—. Tú eres una solterona a la que obligarán a casarse con quién sabe quién apenas tengas que tomar el trono.
—¿Solterona? Es culpa del sistema de mierda que tenemos, pero que tenga diecisiete años y no esté casada no me vuelve una quedada —objetó furiosa Leaf Wilted. Rain le había dado donde le dolía. Los reyes de Autumtei habían batallando mucho por encontrar una alianza matrimonial—. Disfruta tu matrimonio infantil.
—Sí, gracias, eso haré. Al menos yo tengo asegurado mi reino. —Rain se volvió a Frost, como diciendo “no me he olvidado de ti”—. Y tú, ¡vaya! Debes sentirte muy feliz de que tu prometido sea un trozo de hielo.
Frost hizo una mueca reconociendo la razón en eso. Ella también odiaba la costumbre de su reino, que fabricaba golems de hielo para casarlos con la realeza y evitar que la sangre se contaminara con otras criaturas, que no compartieran genes Frostice.
—Rain, lo sentimos por hacerte enojar. Eran solamente bromas —admitió Frost a su amiga, sentándose a su lado en la cama.
Rain Flood se levantó y se cruzó de brazos. Parecía no querer estar al lado de la chica helada. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—No lo entienden... No lo van a hacer hasta que les toque a ustedes... —les comentó haciendo todo lo posible porque su voz no se cortara—. Tengo miedo, y ¿si todo lo que nos han dicho es mentira? No creo que exista un felices para siempre. Mis padres no lo son, lo sé, y ¿si repito la historia y cometo un enorme error?
—Es un dulce engaño el felices para siempre —opinó Leaf Wilted—. Vamos, no somos niñas para seguir creyendo que una vez llegando el “amor verdadero” se irán los problemas. Yo creo que es el sedante que te dan para soportar mejor la llegada de lo inevitable: Somos princesas y nos casamos por compromiso.
—Sí, pero los príncipes no lo son todo en esta vida. Deberían dejar de inculcar eso en las generaciones de la realeza. Tenemos más cosas de las que preocuparnos para añadirle compromiso a los catorce años.
Frost Golden se levantó de un salto con una sonrisa entre los labios, emocionada por la forma en la que se expresaban sus amigas. Nunca había estado más segura de decir cómo se sentía. Ella también odiaba las tradiciones y el tener que seguirlas estrictamente.
—Sí, además, ¿por qué tenemos que juntarnos solo con príncipes? Tendríamos que ser libres, de estar con quien queramos sin importar nada —se unió Frost y con las mejillas sonrojadas añadió—: No tendrían porqué ser hombres, deberíamos tener la libertad de querer estar también con una mujer si lo deseamos.
Tanto Leaf como Rain se detuvieron en el acto y miraron fijamente a la rubia, con un gesto desconcertado. Ambas retrocedieron varios pasos, como si tuviesen que alejarse antes de que las contagiara de algo.
—Por eso tú no juegas, Frost, tienes ideas muy raras —dijo Leaf frunciendo el ceño.
—Amm... Era una broma —intentó explicar sintiendo sus mejillas helarse por la sangre que subía a ellas y tratando de soltar una carcajada que de sus labios sonó más que forzada—. Es más que inconcebible... Una relación así. Creí que estábamos diciendo cosas prohibidas y tontas.
Tanto Rain como Leaf se observaron entre ellas y luego a Frost. Leaf cruzó los brazos, desaprobando las palabras de la chica de hielo.
—¿Te parece tonto de lo que hablamos? —cuestionó seriamente.
Frost sintió la boca reseca y chasqueó la lengua un par de veces, intentando evadir la pregunta. Decir que no era extraño, decir que sí causaría conflicto. Conocía lo delicado que era ese tema entre ellas y como su reino tenía la fama de desaprobar todo lo que las demás estaciones hacían.
—Disculpe, princesa Frost Golden, su padre ha llegado y solicita verla lo antes posible en sus aposentos —informó Cristal asomándose por la puerta y rompiendo el ambiente de tensión que había envuelto a las herederas.
Frost Golden asintió y dio un puñetazo al aire por la oportuna interrupción. Se encogió de hombros ante la mirada de las otras y salió, siguiendo a Cristal, que la esperaba en la puerta.
—¿Pidió verme, rey? —preguntó Frost siguiendo los protocolos de la realeza. A su padre se le hablaba primero con propiedad, recordando que él era la máxima autoridad.
—Frost, olvídate de las lecciones y ven —pidió el rey. La rubia de inmediato obedeció y entró a donde se encontraba su padre. Se veía carcomido por la ansiedad que albergaba.
Un resquemor subió por su espina dorsal al contemplarlo así. Algo había pasado con Fairy, y no era algo bueno. Frost intentó regular su respiración.
—¿Cómo te fue con Fairy? —preguntó con un hilo de voz que apenas pudo salir de su garganta mientras se sentaba en la enorme cama de sus padres.
Tutear era algo que solo podía hacer con su padre, a quien veía más cercano a ella que su misma madre. Era al único al que no le importaba si su hija mayor no seguía los protocolos e incluso la defendía. Siempre había alimentado ese espíritu indomable. El rey miró a su hija con una sonrisa melancólica en sus labios.
—No quiero hablar de política. Solo deseo... Tener una charla contigo, mi niña —informó sentándose al lado de la joven en la cama.
Tomó las manos de su hija y las apretó entre las suyas.
—Aún recuerdo cuando te tuve en mis brazos la primera vez... Supe que en ti vendría el cambio que este pueblo que tanto lo necesita. Y cuando defendiste a la tribu Grizzly, aún con tan corta edad, lo confirmé. Nunca te ha importado ir contra la corriente y defender lo que tú consideras justicia. Estoy tan orgulloso de ti... Son cualidades que hacen de un rey un gran líder.
Frost sintió un nudo acrecentar en su garganta y los ojos se le nublaron por las lágrimas que se agaloparon en ellos, esperando salir. El miedo se hizo más presente. ¿Qué había dicho Fairy y porqué eso se sentía como una despedida? El rey continuó hablando:
—Mi princesa, si el día de mañana tu mamá y yo faltaramos, sé que dejo el reino en buenas manos. En unas manos que harán la diferencia de todos los que nos antecedieron en la corona. Ahí está el poder de cambio, en un líder que esté dispuesto a ellos, porque tarde o temprano el pueblo los terminara aceptando.
Frost abrazó a su padre fuerte, como si no quisiera soltarlo por miedo a perderlo, y él enseguida correspondió. No eran necesarias las palabras. Todo estaba mal y en esos momentos solo se tenían el uno al otro. Frost sintió un cosquilleo en la garganta, ¿debería decirle a su padre sus crecientes sentimientos? Ella no quería casarse con un Golem... Alguien más se paseaba por su mente, pero era algo tan antinatural, tal vez rozando en lo diabólico, que le aterraba que su propio padre la rechazara. Aunque le parecía mal que en momentos críticos, él no supiera la realidad de las cosas. ¿Y si era la última charla que tenían?
Estaba por abrir la boca cuando la reina entró en la habitación. Miró fijamente a Frost antes de señalarle la salida. Con ese simple gesto lo entendió, ya la estaban esperando para el baile de las estaciones. La chica se soltó del abrazo y salió del cuarto. Lo peor de sentirse tan alterada, con tantas emociones al flor de piel, era tener que fingir que todo estaba bien.
La rubia caminaba tan ensimismada en sus pensamientos, que no se dio cuenta de cuándo tropezó con un chico, llevándoselo por delante.
—Oh, lo siento, princesa. No la he visto —se apresuró a decir el joven poniéndose de pie y ayudándola a hacer lo mismo.
Frost se encontró con sus verdes ojos, similares a los campos enverdecidos en plena primavera. El príncipe se sonrojó al percatarse de su atenta mirada y trató de esbozar una sonrisa. Frost tenía delante al heredero de la primavera, Buds Blossom.
—No se preocupe. Yo también ando un poco dispersa el día de hoy, príncipe —admitió Frost y se echó a reír. Solían tratarse con tanta cordialidad para burlarse de sus puestos. En realidad se tenían más confianza.
Buds sonrió y también acompañó en las risas a la rubia. Luego se puso más serio y ladeó la cabeza, encarando ambas cejas.
—¿Está todo bien? Te ves un poco preocupada.
—¿Tanto se me nota? La verdad es que podría estar mejor —admitió Frost a su amigo, mientras asentía lentamente.
—¿Quieres que busquemos un lugar privado para que me cuentes? Te vendrá bien desahogarte —aconsejó el chico.
—Ya va comenzar el baile —informó Frost percibiendo la música que llegaba desde el gran salón—. Y como anfitriona soy quien tienen que inaugurarlo.
—Bueno, si necesitas conversarlo con alguien, siempre estaré para ti —le recordó Buds poniendo una mano sobre su hombro, en un gesto consolador.
La incomodidad llenó el cuerpo de Frost. El rumor que se había corrido era gracias a la madre del chico, que sabía que su hijo era quien estaba detrás de la heredera del invierno y quería darle una esperanza a su “pequeño” aún a base de mentiras. Le había hecho creer a todos que Frost Golden era una pobre enamorada.
—Oye, felicitaciones por tu compromiso con Rain. No te lo había comentado, pero creo que ustedes dos hacen una hermosa pareja —le recordó Frost dando un paso hacia atrás para tomar su distancia.
El rostro de Buds mostró decepción ante la pared que Frost acababa de construir entre ellos y bajó la mirada.
—La verdad lo habría dado todo porque tú hubieras hallado aquel guisante escondido —admitió el chico buscando entre los bolsillos de su saco, hasta que encontró varias semillas de crisantemo. Las mostró a la chica antes de pretar suavemente la palma. Brotes empezaron a surgir hasta volverse hermosas y enormes flores tan grandes como la mano que las sujetaba.
Frost quedó perpleja. Amaba ver a Buds hacer eso, podía contemplarlo todo el día sin cansarse. No era como su poder de destrucción, él daba vida a su alrededor.
—Ese no es mi cuento, Buds. —La chica tomó las flores que le estaba extendiendo y permitió que su frío las acabara, dejando sus pétalos quemados—. Yo estoy destinada a destruir...
—Y yo a hacer nacer de nuevo. Yo llego a construir donde tu destruyes... —Buds volvió a recoger las flores y les regresó su vida—. ¿Qué más pruebas para saber que estamos destinados?
Frost trató de dirigirle una sonrisa, que salió más triste de lo que pretendía, a su buen amigo.
—Las cosas no funcionan así. Debes quedarte con quien te haga crecer y alimente tus creaciones. No con quien las destruya, bajo la excusa de que puedes hacerlas otra vez.
Buds bajó la cabeza ante el sutil rechazo, mordiendo el interior de sus mejillas. Rain y Leaf llegaron a alcanzarlos, poniendo punto final a su plática. Buds, al verlas, le dirigió una sonrisa a su ahora prometida y extendió hacia Rain las flores que sujetaba. La chica sonrió antes de rozar sus dedos sobre los pétalos, llenándolos de diminutas gotas de agua para hacerlos lucir.
Leaf, como para no quedarse atrás, arrancó una de las hojas en los tallos y entre sus dedos permitió que se tiñera de naranja, antes de hacer que una ráfaga de aire se la llevara.
—Hora de la función, titanes —anunció la de vibrante cabellera rojiza y rizada.
Los cuatro se tomaron de los brazos. Ellos eran los únicos en todo el linaje real que habían forjado una verdadera amistad, dejando a un lado las rivalidades que siempre habían caracterizado a las estaciones, y estaban orgullosos de recordarlo a todos.
Tigridia se separó varios pasos para contemplar a su hermana y el maquillaje tribal que tanto tiempo le habían costado hacer.
—Te ves hermosa, Pocahontas —anunció a Matoaka mientras le colocaba un enorme adorno fabricado con la piel de un oso sobre su cabeza.
—¿Crees que..., estoy lista para un baile? Bueno, el más importante baile de todo el reino de las estaciones —corrigió contemplando sus mejores galas de manta.
—No, estás lista para representar a todos los Grizzly ante la alta sociedad. Estoy orgullosa —anunció Tigridia dándole un abrazo.
Matoaka se separó, sintiéndose ansiosa por el gran evento del que estaba apunto de ser parte.
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