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19- Tótem Lobo


Para muchos monarcas, Fairy Queen y Fierce Charm eran una pareja de reyes incomprensibles. La costumbre que más llamaba la atención de ellos era que ninguno parecía estar dispuesto a permanecer mucho tiempo en el palacio.

Fierce era más notable. Para ser un rey había muchas cosas que prefería hacer por su propio pie y encargarse personalmente, rompiendo con las costumbres de la realeza. Uno de ellos, el principal, era fungir un papel importante en todos los asuntos que su reino tuviera con más pueblos tótems. Ya que sentía que le concernían a él, como un embajador.

—Ay, no, la reina Fairy nos matará —lloriqueaba su mano derecha, una vez que regresaban de la tribu Grizzly con el cargamento de bayas Turolin—. Necesitábamos la ración exacta que nos había pedido y le hemos fallado.

Si bien, Fairy se había ganado el amor de todos los habitantes de su pueblo, los trabajadores del palacio conocían su naturaleza despiadada y preferían evitarla a toda costa. Fierce levantó sus pobladas cejas negras, escuchando con atención.

Tranquilo, yo le pediré que trate de encontrar alternativas. Tal vez pueda disolver las porciones... No actúes como si fuera el fin del mundo.

El lobo miró por la ventana. Si Fairy estaba de buen humor casi podía garantizar que todos saldrían con vida de ese fallo, aunque fuera la tercera vez que ocurría. De pronto el carruaje se detuvo a las afueras del palacio. Con los polvos de hada, las distancias se sentían apenas como parpadeos.

Rey, disculpe, el cargamento no está completo a como lo pidió la reina —informó quien se encargaba de contar el producto que Fairy había solicitado antes de que lo transportaran dentro del castillo.

Sí, eres inteligente. Tuvimos un problema y... los osos no pudieron darnos la cantidad exacta que habíamos acordado.

El hombre palideció al escucharlo y bajó la mirada.

Que alguien se apiade de nuestra alma.

Fierce suspiró mientras seguía su camino hacia sus aposentos. Él podía abogar por todos, al menos para intentar tranquilizar a su fiera. Fairy tenía una debilidad por él y eso no era desaprovechado por el joven. Más de mil años juntos habían sido suficientes para formar el cariño que ahora ambos se tenían.

Vamos, Fierce, no seas tan cobarde —se reprendió el joven tótem caminando de un lado a otro por el pasillo que conducía a su habitación.

Debajo de su fachada tranquila, estaba nervioso por la reacción que llegaría a tener Fairy. Odiaba conocerla tan bien, ya sabía lo que se le avecinaba al contarle lo sucedido con la tribu Grizzly. Después de minutos sumergido en un debate interno el lobo tomó aire y se asomó por la enorme puerta de caoba.

La reina hada posaba con elegancia sobre los almohadones de pluma de ganso, sosteniendo entre sus finos dedos un libro. Fairy tenía la habilidad de verse majestuosa, incluso en su pijama de satín, con el cabello terracota sujeto en un desaliñado moño sobre la coronilla de su cabeza y sin una pizca de maquillaje.

Pasa —ordenó la joven a su pareja apenas lo escuchó. Ni siquiera necesitó de alzar la mirada para saber quién era.

Fierce obedeció, corriendo para tomar velocidad y lanzarse sobre el mullido colchón, cayendo a su lado. Su chica estaba de buenas, mejor aprovecharla antes de darle las malas noticias. Fairy sonrió antes de abandonar su posición y colocarse sobre el pecho del chico de larga melena negra. Le mostró las páginas que estaba leyendo con un entusiasmo casi infantil.

Mira, mira, nos pusieron en un libro de historia, ¿a poco no es bonito? —Se echó de espaldas y dio varias patadas al aire con alegría, abrazando contra el pecho aquel libro que narraba sus logros—. Fierce, me siento muy feliz. Tengo un pueblo que me quiere y reconoce lo que soy... Ya no soy la menospreciada.

Lo último lo añadió con amargura. La menospreciada, así fue conocida Fairy durante mucho tiempo, cuando era rechazada en todo lugar al que iba. Fierce se dio vuelta para quedar cara a cara con su reina, sosteniéndose con los brazos para no caer sobre su cuerpo.

Eso es capítulo pasado, mi reina, ahora todos han aprendido a no subestimarte porque lo que quieres lo logras —afirmó Fierce haciendo que las mejillas de la chica se encendieran ante los cumplidos. Amaba hacerla sonrojar, hacía lucir aún más la exótica belleza que lo tenía perdidamente cautivado—. ¿Te he dicho lo hermosa que te ves hoy, amor?

Fierce nunca se cansaba de contemplarla, era una adicción. Ni siquiera la cicatriz de magia negra sobre su ojo izquierdo lograba apagar su encanto. La reina tomó el rostro de su amante entre sus delicadas manos y acarició su pálida tez. Él era tan atractivo, desde que tenía once años había logrado despertarle interés y aún después de tanto tiempo seguía sin poder creer que alguien como Fierce se hubiera fijado en ella.

¿De verdad lo piensas? ¿Incluso si mi rostro está desfigurado? —preguntó Fairy llevándose la mano a su ojo para tentar los relieves violetas que se extendían por sus párpados en delicadas formas.

Fierce tomó sus piernas para posicionarlas a cada lado de su cadera, permitiendo que ella lo envolviera y que sus pelvis se encontraran.

Las marcas de guerra solo te hacen lucir más hermosa, por eso eres la más bella de todos los reinos —le aseguró el lobo contemplando su joven rostro.

Fairy, al igual que él, pasaba los miles de años, pero al ser un hada su rostro no había envejecido más allá de la apariencia de dieciséis años. Tardaría unos milenios más en seguir creciendo.

El hada contestó con una sonrisa el halago antes de besar sus labios, soltando de un movimiento la cola de caballo que sujetaba el negro pelo de su amante. Le encantaba verlo con su aspecto más salvaje. Fierce respondió anhelante sus caricias, frunciendo sus ropas para levantar el camisón de Fairy. Adoraba ese par de muslos bien dotados que la chica portaba y quería acariciarlos desde su nacimiento.

¿Hoy te fue bien? Pareces muy contento —mencionó Fairy entre jadeos mientras Fierce sacaba su ropa interior y ella se deshacía de su camiseta para dejarle ese torneado pecho al aire que tan loca la volvía.

¿Qué opinas si dejas que me dé un festín y hablamos después de política? —preguntó el lobo dando leves mordidas a su cuello para ir bajando hasta su parte íntima.

Ya tenía el plan, la iba a contentar antes de darle las malas noticias. Fairy nunca se resistía a una buena sesión de sexo oral y él sabía qué puntos de su cuerpo tocar para que pasara por alto lo que había sucedido. A esa táctica ya había recurrido dos veces antes, valía la pena volverla a probar.

Fierce... —susurró Fairy cuando le sacó el camisón y empezó a acariciar uno de sus redondos senos turgentes—. Te pregunté cómo te fue con los Grizzly. ¿Te dieron por fin la cantidad que necesito?

No iba a dejar de insistir con eso. Fairy quería saber si todo estaba bien antes de darse a sus brazos, como tanto le gustaba. Su lobo tenía la habilidad de hacer que se olvidara de su entorno. Fierce suspiró y se levantó de encima. Fairy se volvió a colocar su camisón al percatarse de que no iban a terminar con eso la noche.

Tengo... malas noticias. Los Grizzly han sufrido heladas, seguro provenientes de los Frostice y... Solo pudieron darnos una parte. Es apenas un cuarto de lo que habías pedido.

Sin perder tiempo Fairy se levantó de la cama para colocarse sobre su camisón una larga bata de seda violeta con transparencias. Se volvió hacia Fierce molesta y se cruzó de brazos.

¿Fierce, tú sabes la gravedad de esto? Necesito esas bayas...

¿No podrías intentar reemplazarlas? Digo, tienes mucho poder y conocimiento, un par de bayas para medicina no me parece que sea un gran impedimento para ti. O puedes curar con tus manos, como haces a veces en los santuarios de enfermos.

Fairy se llevó una mano a la entreceja y la masajeó para relajarse. Ya empezaba a sentir un insistente calambre en sus músculos faciales causado por el estrés.

Tú bien sabes, Fierce, que mi poder de curación tiene un límite desde que te resucité y te di la mitad de mis años de vida. Ya no es como antes que podía recuperar funciones o reemplazar órganos. —Señaló la marca que hacía muchos años atrás había quemado y cegado su ojo—. Me consumen muchísima energía, por eso me centro en las pociones. Si fueran uno o dos niños, como sea, lo soporto, pero son cientos y ya fallé dos veces con las dosis.

Los dos se quedaron callados. Fierce sabía la situación con el reino de los elfos. Libraban una batalla contra una pandemía letal que con rapidez los consumía y para Fairy eran tan importantes, como para Fierce los tótems. Era una raza muy unida a las hadas.

Trae a mi encargado de comercio Rumpelstiltskin, a la sala de trono. Hablaré seriamente con él —decidió Fairy al cabo de unos minutos dando vueltas por el cuarto. Salió de la habitación a paso firme, sin importarle que no llevaba maquillaje y que ni siquiera estaba vestida de forma decente. Incluso se había olvidado de ponerse los zapatos.

Uy, majestad, ¿le he comentado alguna vez que adoro verla molesta? —preguntó desde las alturas un cuervo rojo cuando la contempló entrar con ímpetu a la sala de trono—. A cualquiera le causa pavor provocar su ira, pero a mí me emociona y me energiza.

La reina miró por el rabillo del ojo a su fiel ave, que posaba en la cornisa de la ventana más alta y que al escuchar el revuelo que se había causado en todo el palacio llegaba a ver si su alteza necesitaba de sus servicios, dejando su puesto de verdugo en el calabozo.

No ahora, Raven Red. Tengo asuntos qué atender.

Lo sé, su alteza, por eso permanezco aquí, por si ocupa que yo me encargue de algo —aseguró el ave con más alegría, dando saltitos de un lado a otro.

Fairy dio un profundo suspiro y se dejó caer en el gran trono que le correspondía, cruzándose de brazos mientras hacía morritos. Eran veces como esas que Fairy recordaba a los que le servían que no era más que una adolescente que había tomado el puesto de reina desde muy joven. Pues se veía de su edad, como una niña encaprichada a la que no le dan lo que desea.

¿Solicitó verme, su majestad? —preguntó el hombre detrás de Fierce, una vez que ambos entraron en la sala.

Fairy se apresuró a enderezarse en su asiento para mostrar imponencia. Le hizo un ademán al duende, indicándole que se acercara y este lo hizo con recelo.

Rumpelstilskin, mi fiel sirviente, no me olvido de todos estos años que te has encargado de estar a mi lado, consiguiendo lo que son mis peticiones y cubriendo mis necesidades. Desagradecida tengo que ser para disponer de tan corta memoria. Sin embargo, me preocupa que no se haya podido conseguir por tercera vez consecutiva el cargamento de bayas Tulorin...

Alteza, perdone usted mi atrevimiento, pero el rey es quien lideraba este encargo —se apresuró a explicar el hombrecillo, bajando la mirada.

¡Ten más respeto con tu rey! —ordenó Fairy mientras se ponía de pie con molestia y bajaba las escaleras que los separaban—. No se olvide de los puestos, mercader, y que mi monarca esté presto a rebajarse para trabajar y ayudar con su inutilidad ante los Grizzly, no lo vuelve su igual. Al contrario, es digna de encomio su diligencia.

Sí, lo olvidé, su alteza. Disculpe usted mi atrevimiento. Lo único que quiero explicar es que la pequeña de los Grizzly ha faltado al acuerdo y hace que toda la aldea se ponga reacia a entregarnos más bayas.

Fierce tuvo que contenerse de pegar su mano contra la frente. Ese imbécil tenía que contarle sobre Matoaka. Lo había estado evitando a toda costa y el inútil ya lo había dejado en evidencia. Para el hada sus palabras no fueron pasadas por alto.

Matoaka Bear... ¿Es ella la que se ha estado interponiendo en darte la ración completa? —Miró a Fierce, quien intentaba observar hacia otro lado, fingiendo no saber nada. La reina hada mordió su labio inferior, con ansiedad.

Sí, su alteza. Desde que su hermana renunció a la jefatura, ella ha estado intercediendo en nuestros acuerdos por la mercancía y se opone a usted, a cumplir con su palabra.

Fairy le dio la espalda para que ninguno contemplara cómo el miedo empezaba a carcomerla por las palabras dichas. Se estaban resistiendo a ella, a lo que pedía. Muchas de sus acciones eran hechas para infundir temor ante los demás, pero cuando había quien se alzaba era a Fairy a quien le entraba terror.

Pero, si disculpa mi atrevimiento, alteza, ¿cuál es la necesidad de traer tantas bayas?

La cuestión lanzada al aire del duende logró distraer la mente de Fairy, que ya la empezaba a atormentar con miles de cuestiones que quizá nunca pasarían. La reina, sin dirigirle la mirada, detalló con tono funesto:

Los elfos han contraído roidenor. Sabes en qué consiste, ¿no? Es un virus que se instala en tu piel y te devora en vida. Llegando al extremo de comerse miembros enteros de tu cuerpo en cuestión de días. Las bayas son altamente vitaminadas y hasta el momento lo único que han podido frenar la enfermedad. Me falta muy poco para exterminarla, solo queda un orfanato a las orillas del territorio con cientos de niños que lo están padeciendo y por eso son tan importantes esas bayas.

El viejo Rumplelstinski sonrió, mostrando unos amarillentos dientecillos que cubrían toda su encía, figurándose a granos de mazorca.

Entonces, mi reina, creo que lo tiene bastante sencillo. Pienso que para usted niños huérfanos no deben de importar. ¿Quién los extrañará si faltan el día de mañana?

Fairy abrió los ojos, como si el duende le hubiera dirigido el peor de todos los insultos. Se giró lentamente para observarlo, cara a cara, y ladeó la cabeza, absteniéndose de darle un buen golpe en el tabique. Fierce también hizo una mueca de desagrado ante el comentario. Estaba claro que ese hombre no tenía idea de lo que decía.

Te contaré un secreto. Tal vez te sorprenda bastante, pero tu reina vivió varios años en un orfanato antes de tomar la corona. ¿Qué hubiera sido de este reino de no haber conseguido yo el mando? ¿Si más idiotas como tú hubieran compartido ese pensamiento? —Una sonrisa de sarcasmo se paseó por sus carnosos labios y sintió como la bilis le llenaba la garganta al pronunciar aquel nombre—: El rey Magnus ya habría despedazado el pueblo.

El hombrecillo también sintió malestar al escuchar la citación del monarca que había pasado a la posteridad de la historia por su cruel y sanguinario reinado. Fairy, a comparación, era un halo de luz y bondad, demasiado buena para compartir su genética. La majestuosa hada continuó con su plática:

¿Cómo te atreves a darle valor a alguien solo por no haber nacido con las circunstancias favorables? —Apretó los dientes con fuerza, sintiendo el coraje juntarse en su cuerpo. De repente dio media vuelta y lo señaló con el dedo—. No te he contado, pero sí hay una forma de compensar la falta de bayas y es con el líquido vital de un ser feérico... ¡Raven!

Como si fuera la señal que tanto había anhelado, el cuervo rojo se dejó caer de las alturas hacia el hombre, en el mismo momento en que cambiaba a su forma humana. Derribó a Rumplelstinski y de una estocada atravesó su mandíbula inferior de lado a lado, utilizando un oxidado gancho para carne que siempre llevaba consigo. Tomó el mango y, aún estando vivo, Raven arrastró el cuerpo del duende hacia los calabozos, dejando un rastro de sangre en los relucientes pisos.

Desangra su cuerpo, Raven. Necesito reemplazar ingredientes —indicó la reina dándole la espalda a la escena para seguir mirando por la ventana.

Los reyes quedaron solos en la habitación, Fairy parecía afectada por la plática que se había llevado acabo. Aferraba la cornisa en un intento por tranquilizarse. Fierce suspiró. Debía ser la mención de su padre lo que la había dejado tan pensativa. Era un hombre horrible que había hecho pasar a su hija menor por varias torturas antes de que ella le arrebatara la corona. El lobo se dirigió al hada y le pasó un brazo por sus hombros para acercarla a su pecho.

Fairy, amor, no vale la pena tomarse personal la insolencia de alguien más. Tu pasado no debería tener relevancia en lo que eres ahora —sugirió Fierce dándole un beso en la coronilla de su cabeza.

La reina levantó la cara y fijó en el tótem sus orbes violetas, frunciendo con suavidad el ceño ante las palabras dichas.

Fierce, mi pasado fue lo que me definió a lo que soy ahora. No me avergüenzo y no cambiaría nada de lo que he hecho por labrar este presente... Me preocupa Matoaka —admitió después de unos segundos, volviendo su vista a la ventana—. No me habías dicho nada de que ella se había opuesto.

Fierce tragó con pesadez. No le había dicho porque sabía que eso era el mayor temor de Fairy y su paranoia la hacía cometer actos despiadados.

No lo consideré importante. Es solo una chiquilla de catorce años. No creo que tenga mucha noción de política.

Yo tenía un aproximado a doce años cuando destroné a mi padre. —Fairy se llevó ambas manos a la cabeza y se apartó de Fierce—. Estás subestimando a Matoaka. No sabes lo peligroso que es un solo pensamiento rebelde. Encontrará a más gente que se una a su lucha... Es solo cuestión de tiempo.

Fairy dio varias vueltas ansiosas mientras su mente trabajaba en dar con una estrategia ideal.

Tenemos que acabar con ellos antes de que ese pensamiento salga de su tribu. Son muy peligrosos —dedujo después de varios minutos.

Tenía ya una buena cortina de humo. Podía decir que quería las tierras para el cultivo propio de bayas Turolin. No era la primera vez que Fairy se adueñaba de una tierra por lo que le podía ofrecer. Fierce meneó la cabeza y se cruzó de brazos al deducir la idea de su reina.

No, Fairy, ya hemos hablado y bajo ningún motivo voy a permitir que mis soldados participen en una carnicería contra los nuestros.

Por favor, Fierce, nunca le pediría que tu pueblo participara en esto... —afirmó Fairy observando los ojos de su rey. No, nunca lo haría ir en contra de sus ideales, lo respetaba demasiado para hacerle eso.

Sin embargo, la decisión estaba tomada y en la cabeza de la monarca las piezas empezaban a encajar unas con otras, mostrándole una jugada elemental para conseguir su propósito. Y no, no era necesario involucrar a los lobos. Tenía en mente a sus más fríos aliados. Ya había encontrado su objetivo en común.

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