31.
Capítulo dedicado a Anddy-Gutier y a todos los que me esperaron este tiempo. Este capítulo es por y para ustedes.
Mansión Rosier, 11 de diciembre, 2021
Lorcan Scamander:
No había visto un atisbo de luz desde que me arrojaron en la celda. Mi rutina transcurría entre las sombras, en un silencio que solo se interrumpía por el eco lejano de pasos, el arrastrar de cadenas y, de vez en cuando, gritos que resonaban por los pasillos de la mazmorra. No podía distinguir si pertenecían a otros prisioneros o si era mi propia mente al borde del colapso.
Había perdido la noción del tiempo. Tres días, tal vez más, habían pasado desde que nos secuestraron.
A mí y a ella...
Fue arriesgado, Frank me advirtió que volver a la casa era estúpido, pero no podía dejarla. Eleonora estaba inconsciente cuando llegué a la planta alta y la encontré dentro del armario. Al sacarla de allí, la luz de la luna me permitió ver mejor su rostro pálido salpicado de polvo. No parecía herida, aunque jamás la había visto tan estática.
Mis intentos de despertarla fracasaron, así que traté de cargarla, pero los pasos acelerados resonaron detrás de mí a los pocos segundos. Un grupo de mortífagos tiró la puerta y nos lanzó en el aire. Me inmovilizaron con un hechizo, y en adelante, todo dejó de tener sentido.
Recuerdo los gritos. Los míos. El ruido de las botas en el suelo. Pero sobre todo recuerdo el momento en que nos separaron. Eleonora, aún inconsciente, no supo que estaba con ella. Ni siquiera tuvo oportunidad de mirar mis ojos llenos de terror mientras un hombre robusto la cargaba como si fuera un peso muerto. La vi desaparecer por un pasillo oscuro, y aunque mi garganta se desgarró gritando su nombre, no obtuve nada a cambio.
Desde entonces, no la había vuelto a ver. Y por eso los días que siguieron al secuestro fueron un interminable sufrimiento.
Ni una palabra amable.
Golpe a la distancia.
Ninguna pista de lo que le había pasado a Elle. Otro grito.
Me preguntaba si todo aquello era un castigo psicológico, una forma cruel de mantenerme con la incertidumbre de lo que le estaba sucediendo. Las horas se alargaban en la celda húmeda y lo único que me acompañaba era el sonido de mi propia respiración cada vez más débil por falta de comida.
Intenté hablar con los guardias, exigir aún más respuestas. Cómo cada intento interior, nada.
Por momentos pensé que su objetivo era hacerme olvidar mi humanidad, fue su recuerdo lo que me mantuvo cuerdo. Eleonora, con una sonrisa tan radiante como el sol y determinación feroz. Nunca me sentí digno de Gryffindor hasta que la conocí porque me hacía sentir valiente.
Ellos no lograrían quitarme eso. Así que prometí no perderme a mí mismo hasta que pudiera encontrarla.
Y entonces, cómo respondiendo mi petición, decidieron que dejarme pudrir en esa celda ya no era necesario. "Un cambio", lo llamaron. Me arrastraron fuera, con las muñecas ensangrentadas por las cadenas y las piernas apenas capaces de sostenerme.
¿A dónde? No lo sabía.
Solo de algo estaba seguro: si había una mínima posibilidad de volver a verla, la tomaría sin dudar.
Me encontraba de pie, avanzando con pasos vacilantes mientras trataba de aparentar tranquilidad para no darles el gusto de verme sometido. Una varita apuntaba a mi espalda, intentaba seguir en línea recta pero era difícil con una bolsa oscura cubriendo mi cabeza. A pesar de la ceguera, sabía que eran dos los mortífagos que me escoltaban. Nunca escuché sus voces, pero lo supe por el ritmo de sus pasos. Eran precisos, casi sincronizados, como si cada pisada fuera calculada para burlarse de mí.
De repente el silencio fue interrumpido por el estruendo de un portón abriéndose, el crujido del hierro resonó en mis oídos (que no habían oído nada tan fuerte en todo mi cautiverio). Luego vinieron las voces, mejor dicho, los gritos llenos de odio. Cientos de gargantas exclamando frases que me hundían el estómago: "¡Es un hijo de héroes!" "¡Queremos justicia!" o "¡Mátalo!". Sentí un escalofrío recorriendo mi espalda ante tal sentencia.
—Mi señora —pronunció con reverencia uno de los escoltas a mi lado.
El bullicio se detuvo de inmediato, como si hubieran lanzado un Quietus sobre la multitud embravecida. El ambiente pasó a ser más denso, tanto que estuve a punto de ahogarme en el pánico.
Mis rodillas cedieron de golpe cuando el mortífago detrás de mí colocó una mano pesada en mi hombro y me empujó hacia el suelo. El impacto fue brutal, mi cuerpo ya no podía sostener su peso para siquiera intentar levantarse. Las cadenas chocaron contra la piedra con un estruendo metálico que rebotó en el suelo. Me quedé allí intentando recuperar el aliento. Pero incluso al llenar mis pulmones, mi pecho se sentía vacío.
Entonces, me di cuenta. No necesitaba verla para sentirla a penas a centímetros de mi rostro.
Delphini Riddle.
Su presencia era como la de un dementor (y podía confirmarlo porque yo mismo había tenido uno sobre mí), solo que mil veces peor. Porque sabía que ella no era un ser vacío sin conciencia de sus actos; era la maldad personificada, lista para aniquilar por conveniencia al igual que su padre. No le temblaría la varita para deshacerse de mí en segundos.
—Bien hecho —dijo con una frialdad que me congeló la sangre y provocó que la bilis subiera hasta mi garganta —¿Dónde está la chica Williams?
—Ya nos encargamos de ella, mi señora —respondió uno de los mortífagos desde mi izquierda.
Sus palabras me paralizaron. Un miedo tan visceral, tan aplastante, que ni siquiera podía asimilar del todo.
¿Dónde estaba Elle?
El nudo se formó en mi garganta. Tragué saliva, intentando deshacerme de él, pero no desaparecía. ¿Qué le habían hecho? ¿Estaba viva? ¿La habían torturado? Me mordí el interior de la mejilla con fuerza, tratando de detener el temblor en mis labios. No podía permitir que me vieran derrumbarme.
—Mis elegidos —la voz de Delphini Riddle resonó en el aire, cargada de satisfacción —, hace tres días logramos una de nuestras mayores victorias. No solo ganamos la mayoría de votos en el Ministerio, sino que dimos el primer paso en nuestra cruzada. Una advertencia clara a nuestros enemigos. La Madriguera ya no es más que cenizas. Y con ello, abrimos una nueva era, una más justa para todos.
Un estruendo de aplausos llenó el lugar. Un carraspeo de parte de ella cesó el ruido de inmediato.
—Sin embargo, no todo es motivo de celebración. Han de haber oído los rumores de una profecía que circula por ahí... que me nombra a mí y que se atreve a insinuar mi derrota. —me puse de rodillas, sin creer lo que estaba escuchando —. Es curioso, ¿no creen? Que lo que predijo la caída de mi padre intente ahora hacer lo mismo conmigo. Pero permítanme dejar algo muy claro por milésima vez: yo no soy mi padre. Él cayó porque confió demás en el poder que poseía y subestimó una magia tan antigua. El amor... el arma más peligrosa. Culpable de que Harry Potter viva, dado por su madre Lily Evans y permitido gracias al pedido del hombre en el que mi padre más confiaba, Severus Snape. He aprendido de su error. Mientras respire, ninguna amenaza saldrá desde dentro porque no hay espacio para el amor en nuestras filas.
Su tono se hizo más duro y sus pasos más constantes.
—Pero también sé que esa no es la única manera de proteger nuestra causa. Así que me he asegurado de no perder de vista esta nueva profecía. Tiene una peculiaridad, saben. Una marca que la distingue de cualquier otra. Mi magia impide que sea compartida sin que yo sepa dónde o cuándo. Y fue el día que invadimos Hogwarts cuando la nombraron por primera vez frente a dos personas. Gracias a nuestro informante de confianza descubrí la identidad de uno de ellos. Una estudiante de último año, premio anual de Gryffindor. Diana Gryffin.
¿Diana? Tenía que ser una mala broma. Ella no guardaría tal información.
—La búsqueda de La Madriguera fue difícil, semanas sin rastro. ¿Cómo no? Si tienen a la ministra de magia y al jefe de aurores para cuidarlos. Sin embargo, sus esfuerzos no fueron suficientes, la hallamos. Y la misión que les di era simple, acabar con la joven Gryffin, pero no sin antes que revelara quién era la otra persona.
Su respiración, más pesada, resonaba por el lugar.
—¡Y ustedes fracasaron! —Sus palabras cayeron como un látigo sobre cualquiera a quién estuviera señalando, pues se oyó algunos jadeos en cuanto Delphini levantó la voz —. ¿De qué sirvió secuestrar a Mcgonagall, inoperantes? Puedo aceptar que su limitado entendimiento les hiciera incapaces de tomar el lugar de una vieja bruja, pero dejar escapar a una simple estudiante. Es vergonzoso.
¿También secuestraron a Minnie? ¡Bastardos!
—Mi señora... —la voz de un hombre de mediana edad temblaba.
—¡Silencio, Jones! Aún no he terminado mi informe —ella gruñó —. Para asegurar la profecía he asegurado a tres de los cuatro magos videntes que alguna vez ayudaron a Dumbledore a comprender y esconder la de Potter. Sybill Trelawney está bajo mi control. Orión Lewis y Samantha Cage ya han sido silenciados. Solo queda uno: Richard August. Y si alguien puede proteger a la joven Gryffin, es él. Entonces esta nueva misión les daré, antes del año próximo quiero a August, a Gryffin y a la persona que estaba con ella cuando escuchó la profecía. Fallar una vez puedo tolerarlo. Pero una segunda vez tendrá consecuencias.
—Mi señora, recuerde que trajimos al hijo de Potter ante usted —interrumpió de nuevo la voz del hombre al que ella llamó Jones.
Qué hija de puta, pensé. Harry y Ginny debían estar volviéndose locos.
¿Sería James? ¿O Albus? ¿Que haría con él?
—Oh, si. Algo bueno tuvo que salir de esto, supongo —respondió neutralizando su tono y convirtiéndolo en uno más cariñoso —Albus, querido...
—No, mi señora, el otro. James.
Delphini arrancó la bolsa que cubría mi cabeza con un movimiento violento, dejando que la luz iluminara mi expresión desconcertada. Sus ojos grises me atravesaron cargados de confusión. Su cabello platino (con mechas turquesas) caía en cascadas sobre su piel tan pálida cómo la de un muerto, enmarcando un rostro sorprendentemente joven para las cosas que había oído. Mi voz quedó atrapada en mi garganta al ver a un centenar de personas enmascaradas en el gran salón.
—¿Quién es este? —preguntó con una calma gélida, aunque su mirada traicionaba su furia contenida. Sus palabras estaban dirigidas a las dos figuras encapuchadas que permanecían inmóviles detrás de ella —¿Dónde está James Sirius?
Los mortífagos titubearon, intercambiando miradas nerviosas antes de balbucear respuestas que apenas tenían sentido.
—Mi... mi señora... nosotros no...
—¡No les bastó dejar escapar a la chica Gryffin! —espetó, dando un paso hacia ellos —Sino que en lugar de traerme al hijo de Potter, me traen a un don nadie. ¡Los dejaron ir a ambos!
Mi respiración era errática, pero mantuve la boca cerrada, sabiendo que cualquier palabra solo empeoraría mi situación.
—¿Cómo te llamas? —preguntó con voz baja, pero firme. Uno de ellos se adelantó tímidamente, agarrándome por la camiseta como si mi presencia pudiera justificar su fracaso.
No respondí. Su sonrisa se desvaneció, y el momento pareció detenerse cuando recibí un corte en la espalda por parte del enmascarado Jones. Ahogué un quejido.
—Puedo hacer esto fácil, o muy difícil para ti. —Se incorporó y sacó su varita, apuntándome directamente al pecho—. ¿Qué hacía un mago como tú en la Madriguera? ¿Eres parte de la Orden del Fénix? ¿O simplemente otro curioso metido en asuntos que no le incumben?
Cuando no reaccioné (las palabras no salían de mi boca), Delphini giró sobre sus talones para enfrentar de nuevo a los dos mortífagos que me escoltaban. Ellos retrocedieron por instinto.
—Esto no es solo incompetencia. Es traición —anunció, su voz cargada de rabia. Levantó la varita, y los encapuchados se encogieron bajo su amenaza —. Me pregunto si lo hicieron por cobardía o por estupidez.
—¡No, mi señora! —exclamó uno, cayendo de rodillas —. No lo entendemos... Estaba oscuro, la trampa era perfecta. Este chico estaba en el lugar para ayudar a Williams, lo encontramos cargándola. Creímos que era el hijo de Potter. El informante dijo que él subió siguiendo a una chica.
Delphini estaba colorada.
—Al parecer, no era la chica que pensaban. —Su tono goteaba desprecio mientras me observaba como si fuera poco más que un insecto bajo su tacón —. ¿Se dan cuenta de lo que esto significa? Sin un señuelo para Potter, ¡no tenemos nada! ¿Cuándo tendremos otra oportunidad como esta si todos sus hijos y seres queridos están bajo su maldita protección?
—Señora —intervino un mortífago desde el otro lado del salón con la voz temblorosa—, Graham dijo que el hijo de Potter no llegó a escapar con ellos. Huyó por su lado.
Delphini caminó hacia él, su interés apenas fue disimulado.
—¿Por dónde?
—No lo sé con certeza, mi señora. Graham dijo que saltó por la ventana, persiguiendo a una chica pelirroja. Brow también comentó que un trío de adolescentes escapó de último momento. Le pareció ver al hijo de Potter entre ellos, pero es poco probable que sea al mismo lugar que los demás protegidos pues se sabe que jamás confiarían a muchas personas la ubicación del lugar y menos a unos adolescentes.
La habitación quedó llena de respiraciones contenidas, Delphini Riddle permaneció inmóvil en el centro. No podía apartar la mirada de ella, de esa sonrisa torcida que le adornaba sus labios.
—Escaparon juntos... —murmuró, casi para sí misma, mientras daba un paso lento hacia adelante. Su tono era bajo, pero cada palabra parecía vibrar con satisfacción —. La chica Gryffin y James Sirius Potter. Si ella sabe la profecía, entonces él también. Claro... —Su cerebro empezó a unir las piezas —. Mi informante dijo que se hicieron cercanos estos últimos meses. Es tan obvio.
Mis manos, aún encadenadas, comenzaron a sudar al conocer un nuevo tipo de miedo. Temí por la seguridad de James y Diana, también por la otra persona que haya conseguido huir con ambos.
—¿Quiere que vayamos por ellos, señora? —titubeó el enmascarado al lado de Jones. Delphini levantó una ceja.
—De inmediato. Y los quiero con vida. —Enderezó la espalda descubierta dejando el tatuaje del Augurie a la vista —. Esta vez, no cometan más errores, o será la última vez que cometan cualquier cosa. ¿Entendido?
Los mortífagos asintieron con movimientos torpes. Si Frank y Fred hubieran estado allí les hubieran llamado "patéticos". Yo no tenía tanto valor para pensarlo, considerando que por suerte no estaba haciéndome en los pantalones.
—¿Nos llevamos al rehén de vuelta a la celda? —preguntó uno de ellos, sujetándome con fuerza por los brazos.
Ella sacudió la cabeza, y su sonrisa perversa regresó.
—No, déjenlo aquí. Tengo algunas preguntas que hacerle a nuestro invitado sin nombre.
Los mortífagos intercambiaron miradas nerviosas, pero no replicaron.
—Sí, señora —soltaron al unísono antes de salir por completo. Sus pasos resonaron en el pasillo mientras se alejaban.
Allí estaba ella, la tenía cara a cara. El salón, apenas iluminado por antorchas me permitía contemplar el jugueteo que hacía con la varita y a las demás figuras envueltas en túnicas negras que esperaban ansiosos el espectáculo. El pánico me envolvió entonces, dejándome sin tiempo de reaccionar.
Antes de que pudiera prepararme, el primer Crucio me atravesó con total brutalidad.
❛ ━━━━━━・❪ ❁ ❫ ・━━━━━━ ❜
Hasta aquí el capítulo de hoy. Pobre Lorcan, lo que le pasa por intentar salvar a la chica que ama (inserten canción de inicio de capítulo*). Sé que esperaron que fuera narrado por Diana, pero créanme, este tiene información importante para la historia.
Próximo capítulo:
— Alguien se entera del embarazo... y no es James 👀
— Ya sabrán mejor porqué mencioné a los cuatro magos que protegieron la profecía en su momento.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro