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30.

A sherleneregalador0 , gracias por tus comentarios que me han sacado más de una sonrisa ✨🫶🏼

9 de diciembre, 2021

El secuestro de mis padres, el dementor suelto, los mortífagos atacando en Hogwarts y la muerte de Zacharie, eran de los sucesos que más me hacían pensar en cómo la vida que conocía hasta hacía cuatro meses se había hecho añicos. La seguridad y el orden que una vez di por sentado se esfumaron, dejándome en un mundo que apenas reconocía.

Sin embargo, aquellos terribles sucesos no eran culpa mía. La verdadera causante de todo el dolor y las desgracias que nos rodeaban tenía un nombre: Delphini Riddle. Con su crueldad, destruyó muchas vidas, y casi logró destruir la mía también, si no fuera porque yo misma lo hice.

¿Cómo fui tan descuidada?

Había leído miles de libros al respecto, mis padres me habían hablado de los métodos anticonceptivos muggles y mágicos, incluso recordaba haber bromeado sobre que los hechizos mágicos podían fallar menos que los no mágicos.  

La consecuencia de creer que ese error no se aplicaba a mí estaba oculta en mi vientre bajo.

Salí del cubículo y caminé otra vez hacia el espejo, ya sin lágrimas pero todavía en negación. Mis ojos buscaban respuestas, excepto que solo encontraban una versión diferente de mí misma. Me giré de lado y palpeé la zona tratando de percibir algo diferente. Y lo hice —o tal vez fue mi cerebro ayudándome a aceptar la noticia—, era un bulto como el que tenía Elaia..

—Dios mío... —La aceptación me invadió entonces. Un bebé crecía allí desde septiembre.

¡Casi tres meses!

Empecé a conectar los puntos y sentirme cómo idiota por no haber notado las señales que entonces encontraba normales. Nunca fui regular con el periodo por lo que no me extrañó que no llegase y mi apetito era normal excepto por mi antojo con el mango. Asumí que la falta de Quidditch me hizo ganar algo de hinchazón y atribuí los mareos a las secuelas del dementor o a las visiones de las que nadie —excepto Louis — sabía.

—¡Diana! ¿Todo está bien? —la voz de James llamaba desde afuera, dando golpes a la puerta. Entré en pánico.

La duda estaba en decírselo o no, y no era por miedo a que se fuera. Cualquiera que conocía a James Sirius sabía que jamás huía de sus responsabilidades. Era una de sus cualidades más importantes, y eso era precisamente lo que temía.

Él me amaba, lo demostró muchos años y aunque estaba enojada con él horas atrás por intentar dejarme para marcharse a esa misión suicida, comprendí que era por su sentido de ayudar a los demás y para no atarme a esperarlo si no volvía.

Y yo lo amaba de vuelta, tanto cómo para, igual que él, evitar atarlo a algo que no sabía si quería continuar.

Me aclaré la garganta.

—Todo está bien, ya voy.

Lo había decidido cuando salí del baño, no le diría lo del bebé hasta que tuviera idea de qué hacer.

[...]

No sabía que era más difícil, si evitar las preguntas de James o esquivar sus miradas preocupadas que solo me hacían sentir culpable por no decirle la verdad. Desde el momento en que salí del baño, él no se había despegado de mi lado, lo que también era un inconveniente para mi plan de ir en ese instante a ver un médico.

Después de justificar mi huida con que el estado de Louis me tenía angustiada y luego mencionar que estaba hambrienta, James fue a buscar comida para ambos, lo que me daría tiempo pues pasadas las doce, nada estaba abierto.

Para darle seguridad de mi bienestar y que el hospital era seguro, le confié mi varita. Algo que pareció buena idea al inicio, hasta darme cuenta que no tendría como

Sin él vigilando al fin pude escabullirme al área de emergencias ginecológicas.
El lugar tenía paredes lilas, era amplio, impecable y por suerte, vacío a esa hora. Salvo por una recepcionista de anteojos y una mujer mayor que traía bata blanca, no habían pacientes. Aún así, y sabiendo que un hechizo "confundus" no sería de ayuda esa vez sin mi varita, empecé a fingir dolor en el vientre.

—¡Disculpe, necesito ayuda! —mi actuación era terrible, pero las condiciones de mi ropa y mi cabello alborotado hicieron parecer que acababa de sufrir un accidente.

La recepcionista se puso de pie dando un salto y llamando a un grupo de personas. Entre ellas, la mujer de bata blanca que me traía una silla de ruedas.

El dolor falso duró hasta que dos enfermeros me recostaron en una camilla y la doctora, cuyo nombre leí en el gafete era Abigail Payne, empezó a hacerme preguntas.

¿Cuál es tu nombre?
Lucy Williams.

¿Qué edad tienes?
Diecinueve años.

¿Qué sucedió?
Un accidente de auto.

La más importante y la razón por la que me encontraba en ese frío consultorio de paredes blancas era la siguiente:

—¿Cuánto tiempo de embarazo tienes, Lucy? —dijo mientras presionaba mi vientre con preocupación, supuse que seguir con la mentira del "accidente de auto" era lo más adecuado. Decir que salté de una ventana o caí desde una altura considerable por culpa de un aparato mágico haría creer que estoy demente.

—Casi tres meses, creo.

—¿Donde fue tu última cita con una ginecóloga?

Me quedé en silencio, avergonzada por no saber qué decir.

—Te haré una ecografía, así lo sabremos mejor —pronunció sin hacer gestos o pronunciar cualquier juicio, lo que agradecí bastante.

La doctora Payne encendió la pantalla que se encontraba a su lado y con un gel frío en mi estómago empezó a mover un aparato de lado a lado.

Yo no sabía qué esperar, era un debate interno.

Una parte de mi, la que tenía el sueño en un futuro de ser madre, esperaba que el bebé estuviera bien pese a todo lo que había pasado. Otra parte, la racional, insistía en que no era el momento adecuado, que la llegada de un bebé traería consigo problemas que no estaba preparada para enfrentar.

—Lo encontré —dijo la mujer de cabello negro azabache, una sonrisa se dibujó en sus labios. Su tono parecía tranquilizador —. Está bien, no sufrió daño. Tenías razón,casi tienes tres meses, eso serían once semanas de gestación. Está un poco bajo del peso, pero muy sano. Tu útero está bien, todo está perfecto.

Traté por todos los medios de no mirar esa pantalla, pero fue un esfuerzo inútil. Mis ojos se dirigieron hacia la imagen borrosa y gris que se movía en el monitor. Allí, una pequeña manito se balanceaba, frágil.

Mis ojos se empañaron de lágrimas que no pude evitar, corrían por mi rostro aunque las limpiara una y otra vez con la manga de mi cárdigan. La doctora parecía comprender la magnitud de mi angustia y la sacó de mi vista.

—Yo... no sabía de su existencia hasta hace poco —tropecé con mis palabras, no supe si era la desesperación o la confianza que le había entregado a esta mujer la que me había llevado a confesarle mi dilema —. Soy muy joven, mi familia está lejos, tengo sueños, y... el padre aún no sabe. Sé que me apoyaría en cualquier decisión que tome, es solo que ni yo misma sé qué hacer. Me siento perdida por la responsabilidad que esto implica, pero asustada por cometer una equivocación y arrepentirme.

La mujer se inclinó hacia adelante y me ofreció un pañuelo desechable, podía ver sus ojos oscuros llenos de comprensión a través de la mascarilla.

—Escucha, no eres la única joven que ha venido a mi consultorio con ese problema —anunció con gentileza.

—¿Y qué sucede con ellas? —pregunté,  sorbiendo la nariz.

—Les enumero sus opciones: adopción, crianza o interrupción del embarazo. Y según la mejor posibilidad para cada una, deciden.

"Decidir mi vida".

Mi sinónimo de ello meses antes era obtener calificaciones perfectas para estudiar leyes mágicas y ser ministra.

—¿Qué opinas de la adopción? —la doctora me sacó de mis pensamientos.

—Una amiga optó por eso —recordé la decisión de Elaia, la diferencia era que lo hizo por su libertad. Claro que no podía decírselo —. Pero tiene una gran red de apoyo que está con ella en su embarazo.

—¿Hay alguna posibilidad de que esa red te ayude también si decides entregar al bebé a un centro?

Negué.

—Estamos alejadas por el momento, de no ser por el padre, estoy sola. Además, no creo que pudiera vivir sabiendo que tengo un hijo allí afuera del que no sé nada. Me partiría el corazón.

—¿Has pensado en conservarlo? —me ayudó a sentarme, aún en la camilla —. Mencionaste que el padre te apoyaría y por lo económico, tengo centros de ayuda en una lista.

—Él también está lejos de su familia, tiene sueños, no estaba en nuestros planes, aunque... es cierto, no me dejaría. Conociéndolo, buscaría la forma de mantenerme a salvo.

—¿Lo ves como un buen padre?

Reflexioné unos segundos, tratando de imaginarlo en esa situación.

James, con su sonrisa cálida, cargando a un pequeño niño o niña en sus brazos, contándole cuentos antes de dormir, enseñándole a jugar Quidditch, cazando monstruos debajo de la cama. La imagen de una familia feliz se formó en mi mente y se desvaneció rápido.

Delphini Riddle seguía siendo una amenaza, dispuesta a destruir cualquier atisbo de esperanza, a menos que fuera derrotada.

—Sería un gran padre, en un mejor momento.

Ella asintió, y aunque sabía que venía, una sensación rara me provocó náuseas.

—También está la opción de interrumpir el embarazo —comentó dándome otro desechable, a ese paso me terminaría todos sus pañuelos —, es seguro, aquí en Inglaterra está garantizado hasta las veinticuatro semanas. Sin embargo por la pandemia se realizan solo seis por día en este hospital. Con un acompañante y mascarilla.

—¿Quedan citas para mañana?

—No, estamos algo llenos está semana, pero el viernes diecisiete hay vacante. Puedes venir a realizarte el procedimiento si agendas ahora. ¿Es lo que tú deseas, Lucy?

—¿Puedo pensarlo hasta entonces?

—Claro, y ten, una cita de consulta para el diecisiete. Sea lo que sea que decidas, mi consultorio está aquí, abierto para entenderte —con una mano me ayudó a ponerme de pie mientras me daba el consejo que más necesitaba —. A veces, las decisiones difíciles son las que nos llevan a descubrir nuestra verdadera fortaleza. No estás sola en esto. Piensa bien en lo que realmente deseas para tu futuro. El amor y el apoyo pueden venir de los lugares más inesperados.

Agradecí por el papel y caminé hacia la puerta. Antes de salir por completo, no pude evitar pedir un último favor.

—Para ayudarme a pensar... ¿Puedo llevarme la ecografía?

[...]


Doblé con cuidado el sobre con la imagen del bebé y lo escondí en el bolsillo de mi pantalón. Mis dedos temblaban ligeramente al hacerlo, después de todo era mi mayor secreto. El tiempo parecía haberse detenido mientras estaba en el consultorio de la doctora Payne, había pasado una hora completa, quizá más.

El pasillo blanco estaba casi vacío, con unas cuantas personas entre las sillas de espera. Algunos dormían con la cabeza caída hacia un lado, agotados, mientras otros murmuraban en sus teléfonos. La distancia entre ellos parecía un abismo por el miedo al contagio.

De repente, me di cuenta del peligro al que estábamos expuestos.

¿Qué pasaría si Louis, James o yo terminábamos contagiados?

Ese pensamiento me llenó de una nueva clase de terror.

—¡Diana! ¿Dónde estabas? —La voz de James me hizo brincar. Al girar por el pasillo, lo vi acercarse con el rostro marcado por la preocupación, arrastrando una silla de ruedas vacía. Colgando en su mano derecha, una bolsa blanca con lo que presentí eran snacks de algún bar, la única comida que conseguiría.

Cuando sus ojos persiguieron a los míos, buscando respuestas que yo no estaba preparada para darle, maté la culpa que tenía con la excusa de que "era por su bien".

—Solucionando algo del papeleo —mentí sin titubear, con una frialdad que ni yo misma reconocía —. ¿Hay noticias de Louis?

James asintió, entregándome mi varita de vuelta, pero su expresión no se alivió del todo. Su mirada se desvió por un momento hacia el bolsillo donde había guardado la imagen, como si pudiera mirar a través de la tela oscura.
Se me congeló la respiración.

—¿Qué te dijeron? —desvié la atención, conteniendo la respiración.

Para mí fortuna, funcionó.

—Dijeron que por medidas sanitarias y dado a que la operación fue exitosa, Louis puede irse con nosotros en unas horas.

—Eso es genial.

—Lo es, salvo que... significa que no podemos llevarlo a Grimmauld Place —anunció desanimado recorriendo su chaqueta de cuero rasgada. Recordé su idea para encontrar el escondite familiar —. Estamos en Croydon y la mansión del padrino de mi padre en Islington.

—Casi una hora en auto... —murmuré, dejando que la idea se asentara en mi mente. De repente, un rayo de esperanza brilló en mi interior, algo que no había sentido en semanas. Una sonrisa comenzó a dibujarse en mi rostro —. Sé dónde conseguir uno.

—No creo que sea buena idea robar un auto, Diana —intentó bromear, aunque su voz sonaba tensa. Sus ojos se desviaron nerviosamente hacia un enfermero que pasaba cerca—. Ya bastó con la factura del hospital y las medicinas.

—No puedes robar algo si está en tu propiedad —señalé con obviedad.


—¿Y eso qué significa?

—Mi casa está a unas cuadras, tengo un auto allí, no perdimos toda nuestra suerte.

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Glosario:

Croydon — Ciudad al sur de Londres, hogar de la infancia de Diana Gryffin.

Islington — Municipio de la ciudad de Londres. Aquí se encuentra la mansión Black.

Curiosidades:

* El apellido de la doctora es Payne por Liam Payne.

* Diana escogió cómo nombre falso "Lucy Williams" en honor a sus amigas Lucy y Eleonora.

¡Muchísimas gracias por leer, rarezas!
❤️✨

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