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☆Un sicario para navidad☆

El cuatrimestre llegaba a su fin y los exámenes de enero se aproximaban. Faltaba menos de un mes porque la Navidad ya estaba a la vuelta de la esquina y los apuntes se acumulaban sobre el escritorio a la espera de ser estudiados y memorizados. Sorrento dejó escapar un largo bostezo y luego se frotó los ojos que ya empezaban a dolerle. Llevaba toda la noche levantado para poder preparar bien una de las materias más duras del curso y estaba completamente agotado. Sopesó sus posibilidades y se preguntó si debería ir a la cocina para hacer más café que le ayudase a aguantar despierto el resto de la noche o si sería mejor que se rindiera y se metiese en la cama para descansar al menos cuatro horas antes de que tuviera que ir a clase. Estaba tan cansado que las dos opciones le producían una pereza terrible porque implicaban que tendría que levantarse de la silla.

Se recordó a sí mismo que debía seguir hincando los codos porque no podía permitirse suspender ninguna asignatura puesto que estaba en la universidad gracias a una beca y necesitaba conservarla si no quería verse obligado a abandonar la carrera de medicina. Él mismo se había impuesto ese yugo cuando decidió cortar la relación con su padre y buscarse la vida por su cuenta. Ahora, le costase lo que le costase, debía ser autosuficiente para todo, pero lo cierto es que no se arrepentía ni un poco de haber tomado aquella determinación porque se sentía más tranquilo y liberado sin tener que estar constantemente bajo el férreo control de Julián Solo, su intransigente e intolerante progenitor.

Sorrento provenía de una larga estirpe de mafiosos Austriacos/ Alemanes. Su bisabuelo y abuelo ya se habían dedicado al contrabando de tabaco, pero fue su padre quien dio el salto al narcotráfico cuando se alió con un peligroso cártel Italiano al que ayudaba a introducir cocaína en gran parte de Europa, a través de las costas, usando las mismas rutas marítimas y terrestres que ya se utilizaban anteriormente con el tabaco. "Poseidon" mejor conocido como Julián había levantado un gran imperio gracias a esa nociva sustancia, y en la actualidad, poseía más de media docena de empresas legales que le servían para blanquear el dinero sucio de la droga y continuar prosperando. También tenía varios inmuebles, coches, barcos y todos los lujos que uno se pudiese imaginar.

Sin embargo, sus numerosas riquezas no compensaban el ser un pésimo padre porque había estado prácticamente ausente mientras sus hijos crecían, siempre centrado en sus negocios, y nunca había sabido escucharlos ni comprenderlos. Sorrento era el menor de tres hermanos y también fue el que peor lo pasó de todos porque perdió a su madre a temprana edad y según se iba haciendo mayor empezó a darse cuenta de que era diferente a los demás chicos, porque a él no le interesaban las chicas sino que se sentía atraído por las personas de su mismo sexo. Al no poder hablar con su Ausente padre del asunto y no tener una madre a la que acudir, Sorrento se sintió muy solo e incomprendido durante la mayor parte de su vida. Por eso, en cuanto tuvo la edad suficiente, se fue de casa y se trasladó a estudiar a Madrid.

Ahora, iba tirando con la beca de estudios y un trabajo a tiempo parcial en un restaurante de comida rápida. No contaba con las comodidades de sus dos hermanos que se habían quedado en Austria y trabajaban para Julián, pero no los envidiaba ni un poco puesto que consideraba que el valor de su libertad y paz mental era incalculable. Ese era el principal motivo de que Sorrento estudiase y se esforzase tanto. Incluso si eso implicaba renunciar al ocio, a la vida social e incluso al sexo. Pues, su peor temor era perder la beca y tener que volver a Austria con el rabo entre las piernas para pedirle ayuda a su padre.

Después de meditarlo unos segundos, Sorrento tomó la decisión de aprovechar el resto de la noche para continuar preparando aquella asignatura que se le estaba resistiendo desde principios de curso. «Ya dormiré cuando tenga el título», pensó con resignación y se dispuso a levantarse para ir a preparar café. Se quitó los cascos de las orejas, ya que siempre escuchaba música instrumental mientras estudiaba y a esas horas solía ponerse los auriculares para no molestar a sus compañeros de piso, y se levantó muy lentamente de la silla mientras dibujaba una mueca de dolor en su rostro porque tenía la espalda agarrotada de llevar tantas horas en la misma postura.

De pronto, escuchó un ruido muy extraño que le resultaba vagamente familiar, pero que en ese momento no supo identificar. Lo que sí reconoció fue la voz del chico andaluz con el que llevaba compartiendo vivienda desde hacía dos años y pico. Éste parecía mortalmente asustado y no hacía más que balbucear: "Por favor, no, por favor, no...". Y de repente, Sorrento volvió a oír el mismo sonido y las súplicas de su compañero se detuvieron para siempre. Entonces, cayó en la cuenta de que se trataba del ruido que efectuaba una pistola con silenciador al ser disparada. Lo había escuchado cientos de veces en Austria cuando su padre les hizo un hueco en su apretada agenda para enseñarles a disparar a sus hermanos y a él. El joven estudiante se quedó petrificado en el sitio sin saber qué hacer. Su primer impulso fue ir a ver qué ocurría, pero su sentido común le decía que se ocultase bien y aguardase porque lo que estaba pasando no era nada bueno. Había vivido el tiempo suficiente con Julián Solo como para saber cuándo una situación era de vida o muerte, y esa lo parecía.

Sorrento miró a su alrededor en busca de un buen lugar donde esconderse, pero los únicos sitios en los que podía hacerlo eran el armario o debajo de la cama y le pareció que resultaban demasiado obvios. Sopesó la idea de salir por la ventana, pero se encontraban en un segundo piso y supuso que lo más seguro era que si saltaba, iba a hacerse bastante daño o incluso podía romperse algún hueso. Lo único que le quedaba por hacer era cerrar la puerta de su habitación con llave y llamar a la policía con la esperanza de que llegasen a tiempo, así que se apresuró a encerrarse y luego buscó su teléfono por toda la habitación hasta que lo encontró debajo de unos apuntes. Estaba tan extremadamente nervioso y asustado que el móvil se le resbaló de las manos y casi cayó al suelo, pero logró cogerlo en el aire.

Se encontraba marcando el número de la policía cuando el pomo de su puerta se movió bruscamente. Alguien estaba tratando de entrar en su dormitorio. Sorrento sabía que aquella puerta era muy endeble y no aguantaría mucho si intentaban forzarla o echarla abajo, pero él ya no podía hacer nada más porque no tenía ningún arma consigo para defenderse, ni siquiera una mísera navaja. Siempre había odiado la violencia y cualquier objeto que estuviese relacionado con ella. Sin embargo, en ese momento, le hubiese gustado ser un poco más como su padre y dormir con una pistola debajo de la almohada porque creía que al menos así habría tenido una pequeña posibilidad de sobrevivir. Una mujer respondió a su llamada de teléfono, pero Sorrento no tuvo tiempo de explicarle lo que ocurría porque, en ese mismo instante, la madera de la entrada de su dormitorio estalló y salió disparada en todas direcciones al ser fuertemente pateada.

Sorrento se encontró frente a frente con un corpulento individuo que lo apuntaba con una pistola. Vestía de negro, llevaba la cara cubierta con un pasamontañas y su gélida mirada inspiraba un miedo atroz. En ese momento, el joven estudiante estuvo seguro de que iba a morir. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo y un nudo horrible se formó en su garganta, impidiéndole respirar con normalidad. Sus ojos se clavaron en los del intruso y, aunque quería preguntarle por qué hacía aquello, fue incapaz de articular ni una sola palabra porque el miedo lo paralizaba. Como si ocurriese a cámara lenta, vio como el dedo se movía en el gatillo del arma con que lo apuntaba y su única reacción fue apretar los párpados con fuerza para no ver lo que estaba a punto de ocurrir. «Por favor, que sea rápido», pensó, angustiado. Después, escuchó un disparo seguido de un quejido ahogado y finalmente un pesado cuerpo desplomándose en el suelo, pero sabía que no se trataba de él porque aún continuaba de pie.

Tremendamente desconcertado, Sorrento abrió los ojos. Lo primero que vio fue a un hombre parado en el umbral y observándolo con una expresión ilegible en la cara. Se trataba de un tipo alto y bastante musculoso. También vestía con ropa oscura, pero a diferencia del otro atacante, este llevaba una cazadora de cuero negro y la cara descubierta. Tenía piel blanca, ojos verdes y cabello Azulado muy largo. Su mirada era igual de fría y amenazadora que la del encapuchado que ahora yacía a sus pies sobre un vasto charco de sangre y con el cráneo agujereado, pero no apuntaba a Sorrento con su arma, sino que la sostenía con el cañón mirando hacia el suelo. Aun así, el joven estudiante no se sintió más seguro que cuando el tipo del pasamontañas estuvo a punto de dispararle porque había algo en aquel individuo que lo inquietaba mucho.

-Me envía tu padre -dijo el recién llegado, que para sorpresa de Sorrento tenía acento muy marcado al hablar español-. Tenemos que irnos. Vendrán más.

-¿Irnos? ¿A dónde? -preguntó, confuso.

-Ahora no puedo explicártelo. -Sujetó al joven estudiante por un brazo y tiró de él bruscamente hacia la salida-. Ya te lo contaré todo cuando estemos en un sitio seguro.

-Yo no me voy a ninguna parte contigo porque no te conozco de nada -repuso Sorrento con obstinación, al tiempo que se libraba del agarre del otro-. He llamado a la policía y están a punto de llegar, así que será mejor que te largues de aquí si no quieres terminar en la cárcel por matar al del pasamontañas.

-No tengo tiempo para estupideces -refunfuñó, malhumorado, antes de colocar el cañón de su pistola sobre la sien de Sorrento-. O te mueves o te pego un tiro aquí mismo. Tú eliges.

-esta bien, esta bien... Tranquilo -masculló, aterrorizado.

-Ponte un abrigo. Fuera hace frío.

Sorrento quiso objetar que el revólver que tenía contra su cráneo era infinitamente más peligroso que las bajas temperaturas del invierno de Madrid, pero optó por permanecer callado porque intuía que aquel individuo no estaba para bromas y que una sola impertinencia más le podía costar muy cara. Sacó su anorak rojo del armario y se la puso a toda prisa. El tipo de la cazadora de cuero bajó la pistola y volvió a sujetarlo por el brazo para llevárselo fuera del dormitorio. Sorrento hizo una mueca de profundo desagrado cuanto tuvo que esquivar el cadáver que había junto a su puerta para atravesar el umbral.

Sin embargo, lo que se encontró en el pasillo fue muchísimo peor: todo estaba cubierto o salpicado de sangre, vio los cuerpos sin vida de sus dos compañeros de piso tendidos sobre un charco de ese viscoso líquido y a otros tres encapuchados que habían corrido la misma suerte que el que se encontraba en su cuarto. Aquello parecía la macabra y retorcida escena de una película gore, pero resultaba aun peor porque era real. Sorrento estaba completamente horrorizado puesto que jamás había visto la muerte tan de cerca y su estomago comenzó a revolverse sin remedio. No habían llegado ni al recibidor cuanto tuvo que agacharse para vomitar hasta la última papilla. Su acompañante resopló con impaciencia y casi lo levantó en peso para llevárselo del apartamento. Salieron a la fría noche.

Los dos hombres cruzaron la calle a toda prisa. El extraño ya no apuntaba a Sorrento con su arma, pero todavía lo tenía sujeto por el brazo y tiraba de él con brusquedad. El Austriaco hacía lo posible por seguirle el ritmo mientras se preguntaba si existiría alguna forma de escapar de ese amenazador individuo. Pues, Sorrento tenía muy claro que las intenciones de aquel tipejo no debían ser nada buenas. Le había dicho que lo enviaba Julián, pero no se lo creía porque estaba convencido de que, por muy mal padre que fuese, él jamás le mandaría a un matón para que lo encañonase con su pistola. Así que la única explicación que se le ocurría era que estaba tratando de secuestrarlo para pedir un rescate por él o algo así. Aún no sabía muy bien dónde encajaban los cuatro encapuchados que habían fallecido en su piso, pero supuso que serían de alguna banda rival que pretendían hacer lo mismo y se habían encontrado con alguien más mortífero que ellos. Julián Solo era un hombre muy rico con enemigos poderosos e inevitablemente eso ponía una diana sobre las cabezas de sus hijos.

-Sube al coche -le ordenó el hombre de aspecto mal humorado con muy malas maneras, al tiempo que señalaba un Mercedes de color negro que estaba aparcado justo en frente del edificio en el que vivía Sorrento.

El estudiante se disponía a sentarse en el asiento del copiloto cuando una furgoneta gris llegó a toda velocidad y frenó bruscamente junto a ellos. Los hechos que ocurrieron a continuación fueron tan vertiginosos que Sorrento no tuvo tiempo de procesarlos. El hombre de la chaqueta de cuero empujó al estudiante con brusquedad y ambos cayeron al suelo. Acto seguido, una lluvia de balas hizo estallar las ventanillas del Mercedes. El tipo peli azul se puso en cuclillas, resguardándose detrás del coche, y comenzó a devolver los disparos. Durante unos instantes, Sorrento se quedó tendido sobre los adoquines de la acera sin ser capaz de hacer otra cosa más que hiperventilar. Podía oír como las balas volaban por encima de él y se estrellaban en todas partes. Y eso le crispaba los nervios de un modo que jamás había experimentado.

Entonces, Sorrento se dio cuenta de que su acompañante forzoso estaba distraído tratando de liquidar a los individuos que los atacaban y que era un buen momento para escapar. El Austriaco se sentó y miró a su alrededor. Ese lado de calle estaba completamente repleto de automóviles aparcados en paralelo. Pensó que si iba agachado para esconderse detrás de los vehículos y protegerse así de los disparos podía llegar hasta el siguiente cruce y dese allí echar a correr. No obstante, debía hacerlo deprisa para despistar a su secuestrador mientras aún estaba ocupado con los tipos de la furgoneta. Tenía serias dudas de que aquel plan pudiese salir bien, pero también sabía que esa era su única oportunidad de huir, así que decidió no darle más vueltas y comenzó a avanzar todo lo deprisa que pudo en aquella incómoda postura.

Sorrento estaba cerca del cruce cuando los disparos cesaron. No pudo evitar girar la cabeza para saber qué había ocurrido y vio al sujeto de la chaqueta de cuero de pie y mirando a su alrededor con nerviosismo. Acababa de darse cuenta de que el estudiante se había escapado y lo estaba buscando. De repente, los ojos de ambos hombres se encontraron. En los del Austriaco había pánico, pero los del otro destellaban una furia terrible. Sorrento se incorporó y echó a correr tan rápido como pudo. Su presunto secuestrador lo persiguió.

El joven Austríaco había practicado deporte durante casi toda su vida, pero al trasladarse a Madrid para estudiar, tuvo que priorizar en sus ocupaciones para poder sacarse la carrera y mantener un trabajo a tiempo parcial. Su único ejercicio durante algo más de dos años había sido caminar hasta la parada del metro, cargar libros y preparar hamburguesas en un restaurante de comida rápida, de modo que estaba un poco bajo de forma. Y al trotar a tanta velocidad, no tardó demasiado en sofocarse, pero aun así continuó corriendo porque pensaba que su vida dependía de que lograse escapar de su perseguidor. Resistió el impulso de mirar hacia atrás puesto que sabía que eso sólo lo ralentizaría y giró a la derecha en el siguiente cruce. Lo bueno de que fuese de madrugada era que no había personas por la calle que le cortasen el paso; lo malo era que de esa forma resultaba más visible.

Al final, Sorrento tuvo que detenerse a tomar aire porque ya no aguantaba más y entonces escuchó unas fuertes pisadas a su espalda. No necesitó girarse para saber que se trataba de su perseguidor y que éste estaba muy cerca. Al parecer, el otro se encontraba en mucha mejor forma física que él y no le había costado demasiado alcanzarlo. El cerebro del Austríaco le envió la orden a sus piernas de que se movieran, pero éstas se negaron a hacerlo porque ya habían sobrepasado sus límites y terminaron doblándose para hacerlo caer de rodillas sobre el pavimento. En ese momento, sintió unas profundas ganas de llorar, pero se resistió a hacerlo porque no quería morir como un cobarde. Muy a su pesar, había heredado el orgullo de Julián.

-¿Has terminado de hacer berrinche? -le increpó aquel hombre peli azul, jadeando por el esfuerzo-. Levántate de ahí.

-Sí, ya puedes pegarme un tiro -respondió Sorrento con aire de derrota al tiempo que se ponía de pie y se volvía para encarar a su atacante.

-No voy a asesinarte. Ya te lo dije antes: me ha enviado tu padre para protegerte. Tuve que amenazarte para sacarte del apartamento porque allí corrías peligro y tú no cooperabas, pero nunca tuve intención de hacerte daño. -Resopló con hastío como si aquella le pareciese la situación más aburrida del mundo-. Me conocen por Sea Dragón, pero puedes llamarme Kanon si quieres.

-¿Protegerme? No te creo -repuso, incrédulo-. Mi padre y yo llevamos años sin hablarnos. A él le importa una mierda lo que me pase.

-Estás muy equivocado. Poseidón se preocupa por todos sus hijos. Mira, ahora no puedo explicártelo todo porque es peligroso que nos quedemos en la calle demasiado tiempo, pero tienes que saber que hay una amenaza de muerte sobre la familia 'Solo' y que me han encargado que viniese a Madrid para llevarte a un lugar seguro. Entonces, ¿vas a seguir dándome problemas o puedo hacer mi maldito trabajo de una puta vez?

-Gracias, pero prefiero ir por mi cuenta. No necesito nada de mi padre -repuso con obstinación y luego echó a andar.

-Él me advirtió de que me responderías algo por el estilo. Por eso me dio la orden expresa de llevarte conmigo quisieras o no, incluso si para ello tenía que usar la fuerza. -Kanon se abalanzó sobre Sorrento, le retorció el brazo en la espalda con una sola mano y lo inmovilizó en cuestión de segundos a pesar de que el otro trató de resistirse con todas sus fuerzas. Después, se sacó una jeringuilla del bolsillo y se la inyectó en el cuello al estudiante-. Créeme, esto lo hago por tu bien. Sin mí no durarías ni un solo día ahí fuera.

-Maldito hijo de... -farfulló antes de que las brumas del sueño se lo tragasen.

*****

Sorrento recuperó la consciencia varias horas después. Abrió los ojos y al momento se sintió como si un taladro le estuviese taladrando el cráneo. La luz lo cegó y tuvo que apretar los párpados con fuerza para evitar que su dolor de cabeza empeorara aún más. No sabía qué era lo que su supuesto secuestrador le había dado, pero a juzgar por lo miserable que se sentía, pensó que por lo menos debía tratarse de un sedante para caballos. Volvió a realizar el intento de abrir los ojos, pero esta vez lo hizo más despacio para tratar de acostumbrarse a la claridad. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba tumbado en el asiento trasero de lo que parecía un automóvil , el cual tenía toda la pinta de ser robado porque había juguetes de niña desperdigados por el suelo. Kanon iba al volante. Y fuera lucía el sol.

-¿Dónde mierda me llevas? -preguntó Sorrento con voz ronca, al tiempo que hacía un esfuerzo sobrehumano para incorporarse. Miró por la ventanilla y se dio cuenta de que ya no estaban en Madrid y que, a juzgar por el paisaje, aquello parecía Castilla La Mancha.

-Vamos a una casa segura. Tu familia te está esperando allí. Después, todos tomaran un avión que los sacará de España -respondió Kanon, haciendo caso omiso al malestar del otro.

-¿Me vas a explicar ahora qué carajo está pasando?

-¿Quieres la versión larga o la corta? -Sus ojos se clavaron en los de su supuesto prisionero a través del espejo retrovisor.

-Pues... -Sorrento lo meditó seriamente y se dio cuenta de que realmente no tenía demasiadas ganas de conocer todos los detalles escabrosos de la vida de Julián Solo-. Creo que la corta.

-De acuerdo. Resumiendo mucho, tu padre ha enfadado a base de bien a un importante señor de la droga colombiano, llamado Ernesto Mejía, y éste ha enviado sicarios a asesinar a toda tu familia. Tú incluido. Los tipejos a los que disparé en tu apartamento y en la calle trabajaban para él. Y si quieres continuar con vida, más te vale empezar a hacerme caso porque no puedo perseguirte y protegerte a la vez.

-¿Y cómo encajas tú en este asunto?

-Yo trabajo para el cártel del que Poseidón es socio. Estoy de tu lado.

-¿Trabajas haciendo qué?

-¿De verdad quieres que te lo diga?

-Pues teniendo en cuenta que me has sacado de mi apartamento contra mi voluntad y luego me has drogado, lo cierto es que sí me gustaría saber con quién estoy viajando exactamente -repuso con un agrio sarcasmo.

-Mato a las personas que me piden. Rara vez tengo que realizar misiones como esta.

-O sea, también eres un sicario -le soltó con desprecio.

-Sí, es una forma de llamarlo. -Kanon se encogió de hombros-. Aunque yo prefiero verlo como una forma de hacer limpieza. El mundo está mucho mejor sin la mayoría de la gentuza a la que liquido.

-Pero supongo que no todos serán malos. También habrás asesinado a personas inocentes, ¿me equivoco?

-No, no te equivocas. A veces, hay alguno que se mezcla con quien no debe o mosquea a la gente equivocada y hay que acabar con él. Son gajes del oficio.

-Lo que dices me parece despreciable y de un cinismo increíble. -Sorrento se cruzó de brazos y miró por la ventanilla, dando por finalizada la conversación.

-No estoy aquí para caerte bien ni tengo ningún interés en ser tu amigo. Con que llegues vivo a tu destino me conformo. Después, serás problema de otro. -Negó con la cabeza, un tanto hastiado. Aquel niño lo sacaba de quicio-. Desafortunadamente, vamos a tener que hacer una parada por el camino para realizar algunas compras por culpa de tu estampida de anoche porque me dejé mis armas de repuesto y la munición extra en el maletero del Mercedes. Y para cuando pude volver a buscarlos, ya había policías por todas partes.

-¡Mira qué bien! ¿Vas a entrar en un Carrefour y pedirles una ametralladora? -ironizó con desdén.

-No, pensaba venderle tu virginal culo a un conocido mío que es traficante de armas a cambio de unos cuantos suministros.

-Buena suerte con eso. Mi culo es cualquier cosa menos virginal.

-Me alegra mucho saberlo. -Le guiñó un ojo a través del espejo retrovisor y sonrió maliciosamente.

Sorrento resopló con fastidio. Lo único que le faltaba era que aquel estúpido sicario se burlase de él. En cuestión de horas, había perdido las dos cosas que más le importaban: su libertad y la posibilidad de sacarse la carrera. Y ahora estaba inmerso en una huida frenética hacia solamente Dios sabía dónde, con un matón a sueldo que decía trabajar para su padre, y escapando de un grupo de asesinos que disparaban primero y preguntaban después. Precisamente, esa era el tipo de situaciones que quería evitar cuando se marchó de Austria, pero parecía que el apellido 'Solo' lo perseguía allí a donde iba. «Yo sólo quería una vida normal», pensó con amargura.

Recorrieron varios kilómetros más en completo silencio. Sorrento no quería entablar ningún tipo de conversación con alguien que se dedicaba a asesinar personas por dinero porque creía que lo que hacía iba en contra de toda conciencia y moral. Por su parte, Kanon disfrutaba de la tranquilidad de no tener que escuchar las quejas constantes del niño malcriado que lo acompañaba. Dentro del coche reinaba una calma tensa que podía estallar en cualquier momento.

De pronto, Kanon detuvo el automóvil en una desierta área de descanso y apagó el motor. Sin mediar palabra, salió del vehículo y se dirigió hacia otro automóvil que había aparcado muy cerca de allí. Sorrento observó la escena desde el asiento trasero en el que había viajado todo el camino y le pareció que el sicario estaba bastante tenso porque no dejaba de mirar en todas direcciones y llevaba la pistola en la mano. Entonces, un hombre de aspecto extraño salió del otro coche y saludó a Kanon con un apretón de manos. Intercambiaron un par de frases y el hombre le abrió la puerta del maletero para mostrarle algo. El sicario sacó una bolsa de deporte que parecía llena a reventar y le entregó un fajo de billetes a cambio. Después, se despidió de aquel estrambótico individuo, regresó al automóvil, dejó la bolsa de deporte sobre el asiento del copiloto y se incorporó a la carretera. Sorrento comprendió entonces que su compañero forzoso acababa de comprar armas y, a juzgar por lo que abultaban, no debían ser pocas.

-¿De verdad crees que vas a necesitar todo eso? -preguntó el estudiante con una mirada inquisitiva.

-Son solamente por precaución. -Se encogió de hombros-. Todavía nos queda un largo viaje por delante y no sabemos qué nos podemos encontrar.

-A propósito, ¿a dónde vamos?

-Es mejor que no lo sepas. De ese modo, si te capturan, no podrás decirles donde está el resto de tu familia y ellos continuarán a salvo.

-Creía que tú estabas aquí para evitar que me sucediesen ese tipo de cosas.

-Así es, pero si continuas escapándote, no puedo garantizar tu seguridad. -Le dedicó una mirada severa a través del espejo retrovisor.

-Pero tú sabes el paradero de mi padre y mis hermanos, ¿no? ¿Qué pasa si te cogen a ti? -preguntó, haciendo caso omiso a la amenaza velada de su acompañante.

-Yo me pegaría un tiro antes de contarles nada.

-¿Me estás diciendo que tú te preocupas más por mi familia que yo? -inquirió, tremendamente molesto.

-No, lo que digo es que yo tengo un entrenamiento del que tú careces. Puedo resistir la tortura. -Resopló-. De todos modos, no entiendo por qué te indignas tanto puesto que eras tú el que afirmaba hace unas horas que no quería tener nada que ver con su padre y que no necesitabas su ayuda. ¿Tan pronto has cambiado de idea?

-Eso no es lo que...

Sorrento no pudo terminar la frase porque de pronto una furgoneta Peugeot se acercó al automóvil a gran velocidad y les embistió por detrás. Sorrento rebotó en su asiento mientras emitía un quejido ahogado. Kanon se aferró con fuerza al volante y pisó el acelerador a fondo para escapar de sus atacantes, pero la furgoneta volvió a la carga una vez más y provocó que perdiera el control del vehículo. Al mismo tiempo, el Peugeot aumentó la velocidad, se colocó en paralelo al automóvil y comenzó a darles golpes laterales para sacarlos de la carretera. El sicario hizo todo lo que pudo para zafarse de sus agresores y recuperar el control de su coche, pero no consiguió evitar salirse del carril e ir a chocar contra un poste de la luz que detuvo su huida. Los cinturones de seguridad les salvaron de salir lanzados por el parabrisas, pero su suerte no duró mucho porque enseguida comenzaron los disparos.

-¡Agáchate! -apremió Kanon a Sorrento, mientras trataba de devolver el fuego.

El Austriaco se encogió todo lo que pudo en su asiento, casi metiendo la cabeza entre las rodillas, y una vez más notó como las balas volaban por encima de él. Ya empezaba a convertirse en una costumbre, una tremendamente desagradable y potencialmente mortífera. Estaba muy asustado y, por primera vez desde que se conocieron, se alegró de que el sicario estuviese a su lado porque tenía la esperanza de que él supiese qué hacer en aquella situación tan jodida.

-Ese traficante de mierda me ha vendido -gruñó Kanon con rabia, al tiempo que continuaba disparando-. ¡Mierda, aquí somos un blanco fácil! Tenemos que salir por el otro lado para resguardarnos detrás del auto. Ve tú primero, yo te cubro.

-Sé usar un arma -le comunicó Sorrento en un susurro.

-¿Qué? -preguntó Kanon, quien no había oído nada por culpa del estruendo del tiroteo.

-Sé usar un arma -repitió más alto-. Puedo ayudarte.

-De acuerdo. Toma. -Cogió una pistola y un cargador del interior de la bolsa de deporte y se los dio-. Procura que no te maten o no me pagarán.

-Tu preocupación por mí me enternece -refunfuñó, molesto, mientras cargaba el revólver.

-Ya hablaremos luego de nuestros sentimientos. Ahora tienes que salir.

Sorrento se tragó las ganas de mandarlo a freír espárragos e hizo lo que le pedía porque, en el fondo, le parecía lo más inteligente. Los segundos que transcurrieron desde que comenzó a desplazarse a gatas por el suelo del automóvil, abrió la puerta del otro lado y consiguió salir al exterior para resguardarse al abrigo del lateral del maltrecho coche le parecieron eternos, pero consiguió hacerlo sin que le diesen ni una sola vez y eso ya le pareció una pequeña victoria. Unos instantes después, Kanon lo siguió.

El joven estudiante solamente le había disparado a botellas y latas cuando su padre les enseñó a sus hermanos y a él. Jamás había matado a un ser vivo y mucho menos a otro humano. Y no estaba seguro de querer empezar aquel día, pero también sabía que se trataba de una cuestión de vida o muerte. Eran ellos o él. Así que comenzó a devolver el fuego para intentar ayudar a Kanon a salir indemnes de aquel lío. Cuando una bala alcanzó al último tirador de la furgoneta y el fuego se detuvo, Sorrento sintió que algo dentro de él había cambiado para siempre porque, por primera vez en toda su existencia, se alegró del fallecimiento de otra persona.

-Quédate ahí -le ordenó Kanon, antes de salir de su escondite para ir a cerciorarse de que los ocupantes del otro vehículo estuviesen muertos.

-Espera, no vayas -le suplicó, asustado.

-Necesitamos esa furgoneta para largarnos de aquí porque el automóvil ha quedado inservible. -Se acercó con cautela a la puerta del copiloto y miró en su interior-. Todos están muertos. Ven, nos vamos.

De repente, Sorrento vio como uno de sus atacantes daba la vuelta por la parte trasera del Peugeot y apuntaba a Kanon con su arma, quien estaba distraído sacando los cuerpos sin vida del interior de la furgoneta. El Austríaco supo en cuestión de milésimas de segundo que si no hacía algo, el sicario iba a morir en ese preciso instante. Aunque era verdad que lo había sacado a rastras de su apartamento y lo había drogado para llevárselo a un destino que desconocía, no resultaba menos cierto que también le había salvado la vida en varias ocasiones. Y ahora él no podía permitir que lo asesinasen, así que ni siquiera se lo pensó y apretó el gatillo. La bala alcanzó al agresor que se tambaleó un poco, no sin antes disparar a su vez, y cayó al suelo desplomado.

Kanon se giró para echar un vistazo al hombre que acababa de morir a manos de Sorrento, luego le dedicó a él una mirada de agradecimiento y finalmente se llevó la mano al hombro que comenzaba a emanar sangre en abundancia. Le habían dado. Una expresión de profundo asombro se adueñó de su rostro cuando apoyó la espalda en el lateral del vehículo y se dejó caer hasta quedar sentado en el asfalto. Y por primera vez desde que se conocían, a Sorrento le pareció que había una vulnerabilidad oculta en aquel hombre que no había sabido ver hasta ese preciso momento. El Austriaco corrió hacia el sicario y se arrodilló a su lado para comprobar la gravedad de la lesión.

-Tenemos que ir a un hospital cuanto antes -afirmó Sorrento, alarmado.

-No, nada de hospitales -discutió Kanon, tajante-. Llamarían a la policía y eso pondría sobre aviso a los tipos que quieren matarte. Debemos buscar un lugar seguro y curar la herida nosotros. Bueno, tendrás que hacerlo tú.

-¿¡Yo!?

-Sí, tú estudias medicina, ¿verdad?

-Pero sólo estoy empezando el tercer curso y no tengo ni puta idea de cómo se tratan los agujeros de bala -objetó, dejándose llevar por la histeria.

-Tranquilo, yo puedo guiarte. Esta no es mi primera vez. -Le dedicó una sonrisa sincera-. Hay que largarse antes de que vengan más. Ayúdame a levantarme. -Kanon le tendió una mano que Sorrento tomó para tirar de él hasta que logró que se incorporase.

-Creo que será mejor que conduzca yo.

-No tengo ninguna objeción. -Dibujó una mueca de dolor mientras se sentaba en el asiento del copiloto-. Busca un motel de carretera porque en esos sitios no hacen preguntas. Y también una farmacia puesto que vamos a necesitar algunas cosas.

*****

Sorrento se encontraba sentado a los pies de la cama en la que dormía Kanon. Tenía los codos apoyados en las rodillas y la cara escondida entre las manos. Estaba completamente desesperado porque el sicario llevaba tres días entrando y saliendo de un sueño comatoso. El estudiante comenzaba a temer que su acompañante pudiese morir y esa idea le aterrorizaba infinitamente porque no sabía qué iba a hacer si al final se quedaba solo. No tenía ni idea de dónde estaba su familia ni de qué debía hacer a continuación para seguir con vida. Sin embargo, ese no era el principal motivo de su profundo afligimiento puesto que la pura verdad era que no quería que Kanon falleciese porque en algún momento, no sabía exactamente cuál, él había empezado a importarle.

Cuando llegaron al motel, Kanon todavía estaba consciente y había guiado a Sorrento paso a paso en las curas de su hombro. No resultó muy difícil porque la bala había entrado por un lado y salido por el otro sin que aparentemente hubiese dañado nada importante, así que el austríaco se limitó a desinfectar, coser y vendar la herida. Después, pidieron un par de hamburguesas y unas botellas de agua al servicio de habitaciones para comer y pasaron el resto del día en el dormitorio viendo la televisión y hablando o discutiendo a ratos. Su intención era descansar unas horas y retomar el viaje al día siguiente.

Sin embargo, por la mañana, Kanon se despertó con una fiebre muy alta que lo dejó fuera de combate. Sorrento comprendió entonces que el sicario tenía una infección y debía darle antibióticos o podría morir. Los antibióticos solamente se podían conseguir con receta médica, pero el austriaco sabía que no podía acudir a ningún hospital ni centro médico a pedirlos porque no se los iban a dar sin más, así que la única idea que se le ocurrió fue atracar una farmacia. Condujo la furgoneta hasta el siguiente pueblo, encañonó a la dependienta con la pistola que su acompañante le había dado y le obligó a darle varias cajas del necesario medicamento. Cometer ese crimen le había hecho sentir mal, pero no tanto como pensaba antes de hacerlo porque consideraba que si aquello servía para salvar a Kanon, ya habría merecido la pena. Además, ¿después de haber matado a una persona qué importaba un simple atraco?

Un fuerte carraspeo a su espalda sobresaltó a Sorrento. Se dio la vuelta rápidamente y se encontró con la sonrisa irónica de Kanon, quien llevaba un buen rato observándolo en silencio. El estudiante se apresuró a colocar la mano sobre la frente del sicario y suspiró con alivio al comprobar que le había bajado la fiebre.

-¿A qué viene esa cara? Todavía no me he muerto -le espetó Kanon, burlón.

-No, pero has estado cerca. -Lo ayudó a incorporarse en el lecho y le acercó una botella de agua para que bebiese-. Te lo advierto: como la palmes, pienso perseguirte por el más allá para amargarte toda la eternidad.

-Se me ocurren cosas mucho peores a que tú me persigas. -Le guiñó un ojo.

Sorrento se mordió el labio con nerviosismo. Por una milésima de segundo, había tenido la impresión de que Kanon estaba coqueteando con él, pero enseguida desechó la idea de que aquel adonis pudiese sentir interés por su persona. No es que Sorrento fuese feo, sino más bien todo lo contrario: su cuerpo bajo y esbelto, su pelo lila, su piel pálida y sus ojos rosados habían hecho suspirar a más de uno y de una. Lo que pasaba es que el austríaco suponía que alguien como Kanon, que llevaba una existencia tan trepidante, se aburriría con una persona que tenía una vida tan monótona y poco interesante como la suya. Por otro lado, ni siquiera estaba seguro de que al sicario le gustasen los hombres porque había estado enviándole señales contradictorias durante todo el tiempo.

-Todavía no sabes lo molesto que puedo llegar a ser -bromeó, Sorrento.

-¡Oh, me hago una idea! -Se rió con ganas-. ¿Qué hora es?

-Las diez de la noche. Has estado durmiendo toda la tarde. En realidad, llevas tres días completamente grogui. Me ha costado muchísimo conseguir que bebieses y comieras algo.

-¿Llevamos cuatro días en este lugar? -preguntó, alarmado-. ¡Tenemos que ponernos en marcha ya!

Kanon trató de levantarse de la cama, pero estaba tan débil que, en cuanto se puso de pie, fue incapaz de mantener el equilibrio y comenzó a tambalearse hacia los lados. Sorrento tuvo que sujetarlo para que no se cayese al suelo. Después, lo ayudó a recostarse de nuevo y volvió a taparlo con las mantas.

-De momento, tú no vas a ninguna parte -dijo el austriaco, autoritario-. Se supone que tienes que protegerme y ahora no puedes ni cuidar de ti mismo. Nos quedaremos aquí el tiempo que haga falta.

-El problema es que estamos demasiado cerca del lugar del tiroteo y podrían encontrarnos. Además, tengo un plazo para llevarte a la casa segura y Poseidón ya debe estar subiéndose por las paredes -se lamentó-. Acércame mi móvil para llamarlo. Debo ponerlo en antecedentes de lo que ha ocurrido.

Sorrento quiso objetar que a su padre jamás le había importado lo que sucediese con él. Lo había demostrado con sus reiteradas ausencias y sus palabras de desdén, en las poquísimas ocasiones en las que sí estaba en casa, porque aborrecía el hecho de tener un hijo homosexual. De hecho, Sorrento aún no comprendía por qué le había enviado a Kanon para protegerlo, aunque no podía decir que eso le molestase porque éste había sido su salvación en diversas ocasiones. Sin embargo, Sorrento guardó silencio y le dio el teléfono.

La conversación entre Julián y Kanon duró menos de cinco minutos y consistió en unas escuetas explicaciones de lo que había ocurrido y cuál era la situación actual. El sicario se comprometió a continuar la marcha al día siguiente y luego colgó. A Sorrento no le sorprendió ni un poco que su padre no quisiese hablar con él, pero aun así le dolió.

-Sé que crees que a Poseidón no le importas, pero te equivocas. Cuando me encargó que fuese a Madrid para protegerte, estaba preocupadísimo por ti -afirmó Kanon de repente.

-Pues será la primera vez porque nunca ha demostrado ni el más mínimo interés por lo que me ocurría -repuso Sorrento con desdén-. De hecho, siempre se ha avergonzado de mí porque soy gay.

-Todas las familias son complicadas. -Lo miró fijamente a los ojos-. Mi madre murió durante un tiroteo, en Grecia, cuando yo tenía diez años. Y mi padre jamás supo cómo tratarme para ayudarme a superar la pérdida. Él me adoraba y yo a él, pero no teníamos ni idea de qué hacer para demostrárnoslo.

-A la mía se la llevó el cáncer.

-¿Ves? No somos tan diferentes como pensabas. -Le dedicó una sonrisa sincera.

-Supongo que no. -Le devolvió el gesto-. Entonces, ¿eres Griego?

-Lo soy.

-¿Y por qué no tienes acento?

-Eso se debe a que el cártel para el que mi padre trabajaba lo envió a España a ejercer de enlace con los narcotraficantes austriacos e Italianos cuando yo tenía catorce años. He pasado la mayor parte de mi vida aquí.

-¿Y cómo terminaste siendo sicario? -preguntó con genuina curiosidad.

-Se podría decir que continué con el negocio familiar cuando mi padre murió. -Dejó escapar una sonora carcajada al ver la cara de estupefacción del otro-. En realidad, yo estaba presente cuando asesinaron a mi madre y me parece que eso me marcó de por vida porque crecí con una rabia interior que ningún niño debería sentir. Matar a la escoria de este mundo me ayuda a sobrellevar mi enfado.

-Creo que lo entiendo -afirmó, pensativo.

-¿Sí? -Le dedicó una mirada de sorpresa.

-Sí. Es decir, yo también estaba furioso cuando mi madre falleció y hubiera dado cualquier cosa por encontrar algo que aplacase mi ira. Tú elegiste un camino muy violento y moralmente cuestionable, pero puedo comprender la necesidad que sientes porque yo aún la experimento a veces.

-Por cierto, mi padre tampoco aceptaba mi orientación sexual, pero aun así me quería.

-¿¡Tú eres homosexual!?

-Así es. ¿Por qué te sorprendes tanto? ¿Pensabas que yo era una especie de ser asexual que solo vive para matar?

-Eso es exactamente lo que creía.

-Pues te equivocabas por completo. Tengo impulsos sexuales y muy intensos. Los estoy reprimiendo con todas mis fuerzas ahora mismo.

-¿Por qué te contienes? -cuestionó con impaciencia.

-Porque se supone que debo protegerte y no sería apropiado. Además, no estoy seguro de que tú me correspondas.

-¡Claro que lo hago! ¿Por qué crees que no me escapé mientras estabas inconsciente?

-Por mi refinado sentido del humor. -Sorrento puso los ojos en blanco y Kanon se rió con ganas-. Ven aquí, anda.

El Austriaco no se hizo esperar y se apresuró a sentarse en el borde de la cama para estar más cerca del sicario, quien alargó la mano y lo agarró por la nuca para atraerlo hacia él. Sorrento se inclinó todo lo que pudo y Kanon se echó hacia delante cuanto le fue posible. Los labios de ambos hombres se encontraron a medio camino y se unieron en un beso impaciente y ardiente. Las lenguas recorrieron con avidez la boca del otro, deteniéndose en cada rincón y rozándose entre ellas hasta que hicieron subir la temperatura de la habitación varios grados. Sus manos se movieron lentamente por el cuerpo del otro y se deslizaron por dentro de la ropa para sentir la suave y cálida piel. Muy pronto, sus prendas de vestir comenzaron a sobrarles y volaron por los aires.

-No sé si es buena idea que nos acostemos en tu estado -dijo Sorrento de repente, tras romper el beso.

-No me estoy muriendo. Además, puedo follar perfectamente si sólo por esta vez, tú haces el trabajo duro-Le guiñó un ojo.

Sorrento se carcajeó y después volvió a besarlo. Apartó las mantas que cubrían a Kanon de un manotazo y gateó por el lecho hasta quedar sentado sobre él a horcajadas. Le dedicó la mirada más lasciva de la que fue capaz y sus labios comenzaron a descender por el cuello, recorrieron el torso y el abdomen y se perdieron entre sus piernas. El estudiante lamió con gula el pene erecto del sicario, humedeciendo cada centímetro de piel, y después se lo tragó entero con un hambre voraz. Su cabeza comenzó a subir y a bajar a un ritmo frenético. Mientras tanto, su dedo índice empezó a tantear el ano de Kanon, quien no pudo evitar estremecerse de placer ante aquel contacto tan íntimo.

-Me gusta duro y fuerte -masculló el Griego, entre jadeos.

-Anotado.

Sorrento detuvo su mamada para levantar las piernas de Kanon hasta que estas quedaron dobladas y apoyadas contra su abdomen. Después, fue descendiendo lentamente con su lengua por los testículos y el perineo hasta que finalmente llegó a su entrada. Deslizó la punta por los pliegues, alternando lametones con una pequeña presión para lograr introducirse unos milímetros en aquel adonis griego. No era la primera vez que Sorrento realizaba esta práctica, pero en esa ocasión le pareció lo más sublime que había experimentado en toda su vida.

-¡Jódeme ya! -le suplicó Kanon, totalmente fuera de sí.

El peli lila sonrió mientras se ponía en posición para meter su pene en el trasero del sicario. Empujó con fuerza y clavó la mitad en su interior. El griego emitió un gimoteo de dolor, pero no se quejó y asintió con la cabeza para animarlo a continuar. A la segunda estocada ya estaba completamente dentro. Sorrento esperó unos segundos para que el otro se acostumbrase a la invasión y después comenzó a moverse duro y fuerte, justo como Kanon le había pedido. A medida que iba incrementando el ritmo, los gemidos del sicario se volvían más escandalosos hasta que ambos hombres se encontraron casi gritando su escalada al orgasmo. El semen de Kanon se derramó sobre su abdomen y el de Sorrento salió disparado hacia las entrañas de su amante. Sorrento resopló, agotado por el intenso esfuerzo físico, y se dejó caer al lado de Kanon.

-Acabo de darme cuenta de que hoy es Nochebuena -murmuró el griego, de repente, con una enorme sonrisa en los labios-. Gracias por el polvo. Me ha encantado el obsequio.

-Bueno, yo no pedí un estúpido sicario por Navidad, pero debo reconocer que es el mejor regalo que mi padre me ha hecho en toda mi vida -le siguió el juego el Austriaco, mientras curvaba las comisuras de los labios con ironía.

-Pronto podrás agradecérselo.

-A propósito, ¿qué pasará contigo cuando nos encontremos con él? -preguntó, preocupado.

-Pues, supongo que seguiré mi camino. Poseidón me encargó que te sacara de Madrid y te llevase al lugar del encuentro. Después, habré acabado mi misión porque él ya tiene su propia seguridad.

-¿Sabes a dónde iremos después?

-No tengo ni idea y dudo que se lo haya dicho a alguien porque, ahora mismo, tu familia corre un gran peligro. Aunque supongo que se marcharán muy lejos. -De repente, la tristeza inundó el rostro de Kanon.

-No voy a ir -afirmó Sorrento, tajante, tras un par de minutos de silencio-. Me largué de Austria porque mi existencia al lado de mi padre era una tortura y no quiero volver con él bajo ningún concepto.

-Sorrento, creo que no entiendes la situación... -respondió Kanon, alarmado.

-Sí que la comprendo. Sé que tampoco puedo regresar a mi antigua vida y que debo renunciar a mi sueño de sacarme la carrera de medicina. Soy muy consciente de ello y no me gusta, pero lo acepto. Sin embargo, tampoco estoy dispuesto a sufrir de nuevo el ambiente represor que se respira al lado de Julián Solo. Soy un adulto y creo que debería poder decidir mi propio futuro.

-¿Y qué quieres hacer? -El sicario lo miró con interés.

-Aún no lo sé, pero me gustaría tener la oportunidad de descubrirlo a tu lado. Es decir, si tú estás dispuesto seguir cargando conmigo un poco más.

-Creo que los últimos acontecimientos han demostrado que cargamos el uno con el otro. -Se señaló el hombro herido.

-¿Eso es un sí? -preguntó, pletórico de alegría.

-¿Tú qué crees? Yo tampoco pedí un niñato malcriado por Navidad, pero estoy contento de que el destino te haya puesto en mi camino. -Depositó un breve beso en los labios de Sorrento-. Aunque te advierto que, a partir de ahora, las cosas no van a ser nada fáciles. Todavía hay una amenaza de muerte sobre toda tu familia y vamos a tener que largarnos de España cuanto antes. Y aun así, no hay garantías de que no te encuentren en otro país. Vas a pasar el resto de tus días escondiéndote o huyendo.

-Puedo soportarlo si tú estás conmigo.

-Espero que tengas razón porque la vida a mi lado tampoco será sencilla. No voy a dejar de matar por dinero porque es lo único que sé hacer y además debes saber que me gusta -afirmó, muy serio.

-Lo acepto.

Sorrento reconocía que Kanon tenía toda la razón en lo que decía y que, a partir de ese momento, su destino se iba a volver totalmente incierto y que los diversos caminos que podían tomar en la vida aún permanecían borrosos. No obstante, estaba dispuesto a realizar un acto de fe y continuar avanzando para descubrir esos senderos y los lugares a los que conducían. Lo suyo con el Griego podía durar unas pocas semanas o muchos años, no lo sabía, pero tampoco le importaba demasiado porque ahora su vida pendía de un hilo y debía tomarse cada día como si fuese el último. Muchas preocupaciones dejaban de tener sentido cuando veías la muerte tan de cerca. Y él nunca la había visto tan próxima.

Fin.

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Final inesperado?
Apuesto que no esperaban ver a sorrento de Seme...

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