5
Grace tenía razón, Tillie no se iba a negar a mi ofrecimiento, y por la forma en que me propuso su grandiosa idea, suena a que tengo una cómplice en ella. Después de hablar con Tillie, regreso a mi lado del vestidor, recreando en mi cabeza todas las conversaciones que tenemos pendientes. Cambio mi ropa lo más rápido que mi ansiedad y nervios me permiten, cuelgo mi mochila en mi hombro, y me quedo de pie en la entrada al vestidor esperando por Tillie. En cuanto estuviéramos a solas, conversaríamos por un rato y luego le pediría una cita, y después la besaría, aunque no exactamente en ese orden. Mis nervios están a flor de piel, y por momentos me siento regresar a mi adolescencia. Recuerdo verla caminar por el pasillo del instituto, con su larga cabellera oscura meciéndose como el arrullo de una ola y sus enormes ojos marrones llenos de felicidad. Cada vez que su mirada se cruzaba con la mía me dejaba paralizado y me volvía un idiota que no podía parar de sonreír, incluso puedo jurar que me volvía torpe. Dan siempre se reía de mi enamoramiento, y muchas veces me exhortaba a intentar hablar con ella, pero era como si al estar a su lado, toda mi fuerza y sentido común desaparecieran y cuando por fin reuní todas mis fuerzas y coraje, ella desapareció y nunca más la volví a ver, hasta hace unas noches en mi restaurante.
Sus pasos resuenan, haciéndose cada vez más claros, hasta que la veo aparecer por la puerta para encontrarse conmigo. Recorro con mis ojos su presencia, perdiéndome en ella. Su cabello ahora esta corto y cae sobre sus hombros con unas ligeras ondas que le dan personalidad. Sus enormes y hermosos ojos marrones han perdido ese brillo cálido que tenían, ahora lucen apagados y tristes. Por un momento parece que es otra persona y que la Tillie de la que había estado enamorado ya no existe. Sonríe caminando hacia mí, y es ahí cuando la veo. Es algo rápido, fugaz, pero es ella, pude reconocerla debajo de todas esa apariencia apagada y melancólica. Algo ha debido de sucederle para tener que enterrarla en lo más profundo de su ser y estoy dispuesto a recuperarla y hacerla sonreír. Viviré para hacer que sus ojos recobren el brillo que perdieron. Se detiene a mi lado terminando de cerrar su abrigo rojo, el olor a jazmín llega hasta mi nariz y aspiro su aroma, adorando la sensación que me genera.
—Gracias por llevarme —susurra, sus mejillas del mismo color de su abrigo—. Lamento que tenga que molestarte.
—No es una molestia, me alegra pasar algo de tiempo contigo, así podemos ponernos al día.
Caminamos hasta el parking en un cómodo silencio, durante el trayecto, oigo a Tillie suspirar varias veces, y yo siento que no puedo dejar de sonreír. Nuestras manos se rozan accidentalmente, y las ganas de tomarla de la mano cosquillean en mi piel. Quiero atraparla entre mis brazos y dejarme la vida en un beso donde volcaría todo lo que siento por ella. Después de unos minutos en silencio llegamos a mi coche, abro la puerta para ella y sutilmente entierro mi nariz en su cabello embriagándome con su dulce olor, un placer culposo se apodera de mí, Algo avergonzado me alejo y subo a mi lado del coche. Froto mis manos buscando algo de calor.
—Encenderé la calefacción —Le digo, nervioso por tenerla a mi lado en un pequeño espacio. Ajusto la temperatura y luego la miro antes de hablar—. Cuando estaba en la escuela de gastronomía, para mi proyecto de graduación tuve que crear una comida inspirada en alguna experiencia de mi vida. Así que, cree un postre de frambuesa, y me gustaría que lo probaras.
—¿En serio? Me encantaría, el postre de chocolate que comí la otra noche me encantó. —dice, entusiasmada.
—Entonces ¿puedo invitarte a cenar?
—Si eres tú quien cocina cuenta conmigo.
Triunfante avanzo por las calles casi vacías, por primera vez en mucho tiempo me siento en el lugar correcto, con la persona correcta. Enciendo la radio y una de las tantas canciones navideñas de Taylor Swift inunda el cómodo silencio. Tillie gruñe a mi lado y luego empieza a reír y a cantar. Me uno a ella y cantamos al unísono. Verla reír de esta forma me llena de una extraña pero placentera calidez. No escuchaba ese dulce sonido desde hacía diez años.
—Te parecerá extraño, pero, cuando estábamos en el instituto, estaba colada por ti —Sus palabras me dejan sorprendido y sin palabras—, en más de una ocasión intenté acercarme para al menos saludarte, pero siempre estabas rodeado de las animadoras y tus compañeros de equipo.
—Lo lamento. —susurro sin saber que más decir. Perdí una maravillosa oportunidad. Si tan solo me hubiese acercado. Si tan solo hubiese tenido las agallas de decirle lo que sentía.
—¿Por qué lo lamentas? —pregunta confundida.
—¿Puedo preguntarte algo? —Tillie asiente y luego me doy cuenta que hemos llegado al restaurante.
Aparco en mi lugar reservado y bajamos del coche, por suerte, esta noche el restaurante esta cerrado por descanso del personal y tengo el lugar para mí solo, bueno, para mí y para Tillie. Abro la puerta del restaurante y la guio en la oscuridad hasta la cocina. Enciendo las luces y el orgullo me invade, Tillie mira asombrada mientras se quita su abrigo y se sienta en una de las sillas que acerque a la isla de la cocina. Sirvo una copa de mi vino reserva y se la ofrezco.
—Voy a cambiarme. —digo, desapareciendo de la cocina. En tiempo récord me cambio y regreso para ver a Tillie sirviéndose una nueva copa de vino. Paso por su lado para encender los fogones y luego saco dos filetes de la nevera.
—Entonces, ¿Qué ibas a preguntarme? —dice, llevando la copa a sus labios, me quedo hechizado en los suaves movimientos que realiza.
Carraspeo saliendo del estado de estupor —¿Por qué desapareciste de un día para el otro? —digo, al fin.
—Mi padre falleció en un accidente de coche, fue tan repentino, que nos quedamos completamente solas. Mamá era ama de casa, así que se vio sola con todos los gastos y una hija adolescente. Decidió que vender la casa y mudarnos con la abuela era nuestra mejor opción. —Ahora todo cobra sentido, y entiendo porque su mirada luce abatida.
—Lo siento. —Otra vez me estoy disculpando, pero es inevitable, de verdad sentía no haber actuado cuando era joven y estúpido y aún más sentía que su padre hubiese fallecido.
—Está bien, son cosas que pasan —susurra, con el semblante sombrío y me siento fatal por ella. Si lo hubiese sabido, si tan solo no hubiese sido un cobarde podría haberle brindado apoyo. Se que no podemos vivir en los "hubiera", pero es inevitable no pensar en todas las cosas que podrían haber sucedido si tan solo me hubiese acercado.
—¿Qué tal terminó tu cita con el señor idiota? —pregunto, intentando cambiar el tema, Tillie me mira agradecida y luego suelta una divertida carcajada, echa su cabeza hacia atrás dejando al descubierto su cuello. Las ganas de repartir besos por él y marcarla bullen en mi interior.
—Exactamente eso, es un idiota, te lo juro, fue horrible, toda la cena se la pasó hablando de él y su maravillosa vida y fabuloso coche.
—Creo que intentaba compensar algo —acoto sin dejar de trocear algunas verduras.
—Lo difícil es saber que intentaba compensar ¿su diminuto cerebro o su micropene?
Libero una carcajada sonora que retumba en la cocina. Tillie está soltándose poco a poco, sintiéndose cada vez más cómoda a mi lado.
—Te prometo que yo no intentaré compensar nada. —digo, aun riendo.
—¡Vaya! Y yo que pensaba que empezarías a hablarme de tu fabuloso coche y tu gran restaurante.
—El coche no es mío, es de mi mejor amigo, y socio. Y de este gran restaurante solo poseo el cincuenta por ciento —Bebe un sorbo de su vino, está cada vez más achispada, sus mejillas están sonrosadas por el efecto de alcohol—, así que, lo que ves, es lo que hay. Y tú, ¿algo que necesites compensar?
—Grace dice que soy bastante excéntrica, así que, supongo que eso compensa mi falta de tetas —Casi me ahogo con mi propia saliva mientras Til no para de reír—, ya sabes, la gente se fija en mi lengua mordaz, se aleja y así no se fijan en mi pecho plano.
—No más vino para ti —digo con diversión y luego pongo las verduras en la sartén para saltearlas. Me acerco a la nevera y saco los ingredientes para mi postre, con el que espero sorprenderla.
Seguimos conversando de cosas triviales y cuando termino de cocinar, llevo el postre a la nevera y luego sirvo nuestra comida, y me siento frente a ella para comer.
—Esto se ve delicioso. —dice, con una agradable sonrisa en sus labios, mismos que no he podido dejar de observar y desear.
—Espero que te guste —Corta un trozo de carne y lo lleva a su boca, en cuanto toca su lengua, cierra sus ojos y su rostro se transforma en satisfacción y placer, luego gime de gusto y hace que mi sangre corra hacia un solo lugar—. ¿Q-qué tal esta? —pregunto, nervioso y caliente, muy caliente.
—Exquisito —Sonríe, una sonrisa sincera, dulce, una que quiero ver todos los días de mi vida—. ¿Qué te trajo a esta ciudad? —pregunta de repente.
—Siendo sincero —Limpio mi boca y luego dejo la servilleta a un lado—, no lo sé, creo que fue el canto de una sirena.
—¿Viniste aquí por una chica? —pregunta, sorprendida.
—En un principio no, solo era la oportunidad de un gran negocio, luego me encontré con esta chica y creo que fue el destino —Tomo un sorbo de agua sin dejar de observarla—, o un milagro de Navidad.
Me mira por unos segundos y luego sigue comiendo hasta dejar su plato vacío. Recojo nuestros platos y saco el postre de la nevera poniéndolo entre los dos.
—Podría acostumbrarme a comer así cada día —Estira sus brazos por encima de su cabeza y luego acaricia su barriga. Si supiera que yo sería feliz haciéndole de comer cada día. Un suspiro de añoranza escapa de mis labios, imaginado despertarla cada día con el desayuno en la cama.
—Espero que tengas espacio para el postre.
—Siempre, escúchame bien, siempre hay espacio para el postre. —dice, imitando la voz de El Padrino, haciéndome reír. Tillie siempre ha tenido un humor raro, y me encanta.
—Este fue mi proyecto final, es una mousse de frambuesas flambeadas —explico mientras sirvo el postre—, el coñac le da un toque de color y sabor a la suavidad de la mousse y el dulce de la frambuesa.
Prueba el primer bocado, y esta vez no hace ningún gesto o ruidito, y me pone nervioso su silencio. Deja la cucharilla en el plato y sus ojos se enfocan en mí.
—¡Madre mía, Caleb! Parece que estuviera comiendo un trozo de cielo. La mezcla de sabores es perfecta y la suavidad de la mousse es indescriptible. Eres un chef maravilloso —Estira su mano a través de la mesa, tomando la mía y la aprieta con cariño. Una sonrisa marca Tillie se extiende en mis labios—. ¿Me vas a decir en que te inspiraste para hacerlo?
—Me inspiré en mi primer amor, el que nunca pude cumplir. —digo, y la miro para ver su expresión. Una ligera capa de decepción para por sus ojos para luego cubrirse de nuevo con su habitual tristeza.
—Vaya, eso es muy dulce de tu parte. Parece que esa chica te marcó. ¿puedo preguntar por qué la frambuesa y el coñac tienen que ver con ella?
—Sus labios eran siempre de un color rojizo, y empecé a asociarlo a esa fruta, incluso imaginaba que besarla era como comer las más dulces frambuesas y el coñac me recordaba el color de sus grandes y hermosos ojos. Cada vez que la veía caminar por el pasillo del instituto me olvidaba de respirar, hablar o comportarme como un ser humano funcional.
—Suena a que estabas muy enamorado. —dice, con ese tinte de tristeza de sus ojos cubriendo su voz.
—Lo estaba, lo estoy. Nunca pude sacarla de mi cabeza y de aquí —digo, tocando mi pecho—. ¿Quieres saber cómo se llama el postre?
—Me encantaría saberlo.
—Mousseberry Tillie.
Y si, logré sorprenderla.
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