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Ver a Tillie fue una gran sorpresa. Había pasado diez años desde que la vi por última vez y estaba igual de guapa, más madura, pero seguía siendo la misma Tillie, con esa sonrisa que siempre lograba hacer que mi corazón saltara sin control en mi pecho. Ver al imbécil que la acompañaba no fue tan divertido. Un cretino que solo vio una oportunidad de ahorrar en cuanto supo que Til y yo nos conocíamos. Sus impresionantes y grandes ojos marrones se abrieron con sorpresa al escuchar a su acompañante regatear, y que luego desapareciera dejándolo atrás, hizo que mi noche mejorara.
Se esfumó por la puerta de mi restaurante y después de quince minutos, el idiota entendió que lo habían plantado. Empezó a llamarla y mandarle mensajes de voz cada vez más agresivos y ofensivos. Su rostro se puso rojo y sus ojos parecían a punto de salir de sus orbitas, parecía sacado de una película de Tim Burton. Era un espectáculo decadente que empezó a molestar la cena de los demás comensales, salí de mi cocina para exigirle que se marchara y de paso, vetar su entrada. Lo acompañé a la salida y antes de irse, gritó unos cuantos improperios hacia Tillie que provocaron que mi ira aumentara y tuve que enviarlo a su casa con un ojo morado, cortesía de la casa.
Termino de empacar mi maleta y salgo de la habitación, al bajar las escaleras, me encuentro con mi mejor amigo, Dan, tomando el último sorbo de su café.
—¿A qué se debe esa sonrisa? —pregunta sin dejar de mirarme—. Déjame adivinar, ¿tiene nombre de hada traviesa?
Mi rostro arde, y estoy seguro que debo parecer un semáforo. Abro y cierro mi mano libre tratando de eliminar el hormigueo que empieza a subir por mi cuerpo. Carraspeo poniendo un semblante serio.
—Gracias por prestarme el coche. —digo, desviando su atención.
—No te preocupes, sabes que puedes usarlo cuando quieras —Dan deja la taza sucia dentro del lavavajillas, y luego se gira para mirarme—. ¿En serio tienes que mudarte?
—Tengo que hacerlo, lo sabes. Por cierto —digo, terminando de bajar las escaleras y poniéndome frente a él—, necesitaré tu coche mañana, tengo que mudar lo ultimo de mis pertenencias.
—Sabes que no tienes que hacerlo, nos gusta que estés aquí y los niños aman pasar el rato con su tío favorito.
—Lo sé, pero no me siento cómodo en medio de vosotros. Estoy acostumbrado a tener mi espacio.
—No te preocupes, puedo entenderlo, necesitas un lugar propio a donde llevar a la bella Tillie.
—Tillie no es una mujer para pasar el rato —Sonrío—, es para pasar el resto de la vida.
—¡Joder! Si que te ha dado fuerte.
—Sabes que siempre he pensado así de ella.
Levanta las manos rindiéndose y riéndose de mí. Si, Tillie fue mi primer amor, y verla hace dos noches, removió todos mis sentimientos hacia ella, y ahora que estaba de regreso a la ciudad, haría lo posible por conectar con ella nuevamente.
☆゜・。。・゜゜・。。・゜★
Aparco en el centro comercial y me bajo del coche, el frio ya cala los huesos, aunque falta solo una semana para que inicie el invierno. Una ráfaga de aire helado remueve mi cabello haciéndome caminar más rápido hasta entrar en el calor de mi nuevo lugar de trabajo. Aunque más que trabajo, me pareció divertido hacerle este favor a mi amigo. Me gusta la navidad como a cualquier persona, pero nunca había encarnado un papel significativo en torno a esta fiesta. Camino entre las personas que están de compras y me alejo silbando al ritmo de alguna canción navideña que suena en los altavoces, al entrar al área de personal Zack me recibe con una sonrisa.
—Caleb, gracias amigo, te debo una —Nos damos la mano y luego un abrazo, palmeo su espalda y lo sigo hasta su casillero.
—Siempre es un gusto ayudar a los amigos. Pero que me traigas mi pequeño encargo es el motivo mayor —digo, frotando mis manos con avaricia. Zack viajará a Napa con su novia y le pedirá matrimonio en una de las bodegas vitivinícolas de la región. Así que me pidió que lo supliera en su trabajo de Navidad. Acepté, porque el dinero que recibe lo dona al orfanato de la ciudad y porque me prometió un par de botellas de vino producidas en el condado.
—Aquí tienes todo lo que necesitas para las presentaciones. Recuerda que debes hacer pausas cada hora, hidratarte y estirar las piernas. Aun así, los elfos y los chicos de seguridad estarán pendientes de hacer las pausas y mantener el orden, pero tienes que tenerlo presente.
Complacido con la información, me dejo caer en uno de los bancos.
—Oye, como un regalo por tu compromiso he decidido donar el doble de tu salario para el orfanato, incluso hablé con Dan y hemos decidido poner una zona de donación en el restaurante, creo que lo que hacéis es algo muy honorable y queremos aportar algo.
—Siempre has sido un buen hombre, Caleb. Gracias por eso, no puedes imaginar lo que significa para Trish y para mí. Cuando se lo cuente estoy seguro que llenará tu móvil de mensajes de agradecimiento.
—Es el espíritu de la Navidad. —digo sin dejar de sonreír. Desde que vi a Tillie es algo que no he podido dejar de hacer.
Después de unos minutos, le deseo buena suerte y Zack se marcha. Una vez solo, empiezo a desnudarme para vestirme con mi nuevo uniforme de trabajo.
—¡Oh, vaya! —Una suave voz femenina me obliga a cubrirme mis partes privadas, aunque estaba en ropa interior, fue inesperado—. Feliz Navidad para mí. Hola, guapo, soy Maddie, una de tus elfos.
Me quedo sin palabras ante los movimientos sugerentes de mi nueva compañera.
—Maddie —Frunzo el ceño dándole un ligero saludo con el movimiento de mi cabeza. Le doy la espalda y me pongo el relleno de mi uniforme los más deprisa que puedo, termino de vestirme y me alejo presuroso del vestidor. Azorado, camino hasta la cocina de los empleados en busca de una botella de agua, la bebo y tomo otra para llevarla conmigo. Tiro la botella vacía en la papelera y me dirijo hasta el área central del lugar, donde ya había instalada una pequeña zona que parecía sacada del Polo Norte. Filas de niños gritan en cuanto me ven sacudiendo sus cartas en el aire. Levanto mi mano y los saludo haciéndolos estallar en gritos más estridentes. Sonrío como una estrella de rock. Tomo mi lugar en mi trono y empiezo mi actuación.
—¡Ho, ho, ho, Feliz Navidad! —grito a todos esos pequeños que me miran con tanta adoración.
El primer pequeño llega y se sienta en mis piernas. Es un niño gracioso, con las mejillas sonrojadas por el frio, un bastón de caramelo a medio comer en su mano y esparcido en una de sus mejillas. El elfo que lo trajo hasta mí, se acerca a mi oído y suavemente me susurra su nombre.
—Feliz Navidad, Dylan, ¿has sido un buen chico este año? —pregunto, atrayendo su total atención. Abre sus ojos, emocionado al darse cuenta que conozco su nombre, sonrío con el pecho hinchado de alegría.
—Si. He sido muy bueno —Casi grita, sin dejar de mover sus piernas, nervioso.
—¿Has comido tus verduras?
—Si, mis favoritos son el brócoli y las zanahorias.
—¿En serio? Las mías también. —Levanto mi mano chocando los cinco con el pequeño Dylan, que parecía que estallaría de emoción en cualquier momento.
—Y dime, Dylan, ¿Qué deseas por Navidad?
—Quiero una bici Turbo Racer XY, color azul.
—¡Wow! Eso es una gran bici. Si sigues portándote bien en casa y ayudando a papá y a mamá y comiendo tus verduras, tendrás una sorpresa bajo el árbol.
—¡Gracias, Santa! —Se baja de mi regazo y se va corriendo con sus padres, su madre me susurra un "gracias" y se marchan.
La siguiente pequeña llega, y esta vez es Maddie quien la trae, se acerca a mí y cuando susurra su nombre, pasa su lengua por mi oreja, causándome escalofríos y no de los placenteros. Asqueado y algo molesto, sigo mi interacción con los pequeños, sabiendo que en cuanto terminara el día, hablaría con esta chica. Otra pequeña viene, sonrío, pero mi sonrisa se congela y me pierdo en el momento en que veo al elfo que trae a la niña. Parece que el tiempo se ralentiza con cada paso que da hacia mí. Le dirige al pequeño una enorme sonrisa y a mí se me detiene el corazón por unos segundos, para después latir de nuevo cuando la siento a mi lado, susurrando el nombre de la pequeña en mi oído. La sensación de sus labios sobre mi piel cosquillea de maneras apropiadas en mi pecho. El olor de su cabello se queda en mi nariz, bailando toda la noche.
Durante diez días, Tillie y yo compartiremos espacio, y no puedo estar más agradecido por ello.
Es mi pequeño milagro de Navidad.
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