
1
Ver a Grace bailando y cantando al ritmo de las canciones navideñas debería ser una costumbre para mí, pero después de seis años viviendo juntas no he logrado acostumbrarme a ese amor desmedido por esta fiesta, es tan... ruidosa, brillante y... ¡Dios! tan alegre. Paso mis manos a mi rostro tratando de ocultar la frustración que siento, si oigo una vez más Last Christmas de Taylor Swift, juro que arrancaré las luces del árbol y me colgaré.
¡Esto es una tortura!
—¡Vamos, Till!
Ay no...
—No quiero bailar —niego frenéticamente, aun así, como siempre, no soy escuchada.
Grace es demasiado optimista y festiva, supongo que por eso nos llevamos tan bien, ella es divertida, alegre, siempre ve el lado positivo de la vida y yo, bueno, yo soy aburrida, y todo es oscuro y gris a mi alrededor. Pero que puedes pedirle a una mujer de veintiséis años que perdió a su padre cuando tenía dieciséis justo antes de la Navidad y luego, ocho años después, su madre falleció después de, si, la Navidad. Mi alegría se fue con ellos, así que no, no hay ni una pizca de emoción y cariño por esta festividad.
—¡Vamos! baila conmigo —grita por encima de la música, toma mis manos y me levanta a la fuerza, bueno, tal vez no a la fuerza, me dejo levantar, pero solo un poquito. Qué más da, siempre termino haciendo lo que ella quiere.
Mi amiga, enreda en mi cuello la guirnalda roja más brillante y horrible como si fuera una bufanda, la más horrenda y hortera. Grace parece la encarnación de la Navidad con unas bolas verdes y doradas colgando de sus orejas, una diadema ridícula con cuernos de reno y cascabeles y su feo jersey rojo y verde con Rudolph y su nariz roja en el frente, que si la aprietas dice "ho, ho, ho". Carece totalmente de sentido del ridículo y ella lo disfruta. No puedo evitar la sonrisa que se forma en mi rostro, uniéndome a su espíritu festivo me dejo mecer al ritmo de su cantante favorita. Si, esa es la razón de por qué somos amigas, ella es la chispa de alegría que perdí hace mucho tiempo.
Me permito dejarme llevar por el momento y recuerdos de mi infancia decorando la casa con mis padres empiezan a pasar por mi mente. Recuerdos de cuando era una niña alegre y feliz, con unos padres amorosos y divertidos. Mi nariz pica y mi visión se nubla por las lágrimas. Grace lo sabe, y sus ojos también se enrojecen y entonces empezamos a reír y a llorar mientras saltamos y damos vueltas al ritmo de las canciones navideñas y luego nos dejamos caer en el sofá en medio de la explosión de adornos navideños.
—¿A qué hora es tu cita con el chico de la aplicación de citas?
—Dijo que pasaría a las ocho —La verdad no me hace mucha gracia salir en una cita, pero soy una chica con necesidades y hace mucho que esas necesidades no son atendidas. Que patética es mi vida.
—¿Sabes a donde te va a llevar?
—No tengo ni la más remota idea. —digo en medio de un gran bostezo.
—Que entusiasmo. —comenta estallando en risas.
—No tengo ganas de salir, pero creo que debo darle una oportunidad.
Mi reloj marca las siete, supongo que es hora de vestirme para mi cita de ensueño.
¡Yei!
Decido, que, como el tiempo y mi estado de ánimo, el negro será mi mejor atuendo. Tomo mi abrigo del armario y salgo a la sala para encontrarme con Grace enredada en una extensión de luces, ahora luce como un árbol. Sonrío ante su imagen y tomo mi bolso, al mismo tiempo que el timbre suena. Abro la puerta y una rosa roja se mueve hacia mi rostro. Fuerzo una sonrisa y la tomo para dejarla sobre el mostrador.
—¡Diviértete y deja que tu chica también se divierta! —Escucho a Grace gritar desde la sala donde sigue desenredando la extensión de luces.
—Entonces, hola. —Saluda mi acompañante con algo de timidez.
¡Mierda! ¿Cómo se llamaba?
—Hola...—escarbo en mi cerebro, intentando recordar su nombre... Era algo con K, estoy segura ¿Kyan? ¿Kevin? ¿Kenmundo? —, ¿A dónde me vas a llevar? —pregunto, disimulando que olvidé su nombre.
—Es una sorpresa. —dice en medio de una sonrisa algo petulante. En un silencio aburridor nos subimos a su coche. Parece que los temas de conversación han desaparecido de la faz de la Tierra. Intento romper el silencio un par de veces, pero las palabras se niegan a salir de mi boca. Le miro por unos segundos y tiene la boca en una línea apretada, y una ligera capa de sudor cubre su frente. La tensión es evidente en los dos, en el ambiente y en lo que pronostico como "una noche destinada al fracaso".
Llegamos al recién inaugurado Luxe Lounge el restaurante más elegante y caro de la ciudad. Ya siento pena por "Kenmundo". Abre la puerta del restaurante para mí y lo que veo me deja impresionada. Es elegante, muy elegante, en extremo elegante. He escuchado rumores de que, desde su inauguración, la lista de reserva está colapsada. Nunca había tenido la oportunidad de venir a este restaurante ni a ninguno que no fuera un McDonald's o algún tipo de restaurante de comida rápida. Mi estilo de vida no me lo permite.
Nos detenemos en una corta escalerilla, el restaurante es un amplio salón con mesas dispersas de forma perfecta, la decoración es refinada y sobria, grita opulencia y distinción por todos lados. Un gran ventanal hace de pared de lado a lado en el restaurante, permitiendo a los clientes ver el parque que hay justo en frente. Un paisaje hermoso que hace que el ambiente dentro del restaurante sea acogedor. Al lado de donde estamos parados hay una pequeña plataforma donde reposa un hermoso piano de cola. Y en la esquina, un gran y frondoso árbol de Navidad ilumina el pequeño espacio. Esta lleno de luces cálidas y una estrella gigante adorna la punta. En cada mesa hay tres velas escalonadas, atadas con un lazo rojo. Todo lo contrario a la decoración exagerada y extravagante de Grace. Todo es tan bonito y elegante que me da miedo si quiera respirar, no sé cuánto me costaría la inhalación de oxígeno dentro del local.
La suave voz de la anfitriona me libera de mi pequeño análisis del lugar, nos da una sonrisa mientras nos guía por el restaurante hasta llevarnos a nuestra mesa—Esta es su mesa. El camarero vendrá en unos minutos con la carta.
Agradecemos y nos sentamos. El silencio entre nosotros no hace más que crecer y me permito perderme en las melodías navideñas que suenan en el restaurante. Oigo a mi cita carraspear, llamando mi atención y supongo, algo cortado también. Lo miro y sonrío, tratando de aligerar el ambiente.
—No sé si lo sabes, pero conseguir una reserva en este restaurante es una tarea titánica.
—Si, algo he oído.
—Tienes suerte, he movido algunas influencias y he conseguido una mesa para esta noche.
—Eso es... interesante —Creo que ya no me gusta el tinte que está tomando esta cita, no ha pasado ni una hora y ya está sacando a relucir sus "influencias".
—Si, mi padre y el padre del dueño del restaurante son muy amigos, así que... ya sabes.
Sonrío sin saber que decir, ¿ya sé qué? ¿Qué tengo que saber? ¿Qué es un idiota? Entonces si, ya lo sé, lo ha dejado muy claro en poco tiempo.
—Bien, Tillie. Háblame de ti ¿pasarás la Navidad con tu familia?
Bueno, no hay una forma bonita de decirlo, así que tendré que ser brutalmente honesta.
—No tengo familia, mi papá falleció hace diez años y mi madre hace dos.
—Vaya, lo siento. Que terrible ha de ser eso.
—¿Y tú? ¿Pasarás la Navidad con tu familia?
—Por supuesto, soy hijo único, que clase de hijo sería si no estoy con ellos en estas fiestas.
—Si, tienes razón.
—Es una ventaja que tus padres estén muertos, así no tendremos la discusión cada año de donde pasaremos la Navidad.
Vale, esto no me lo esperaba, es un cretino certificado.
—Entonces, cuéntame algo de ti. —digo, redireccionando la conversación y creo que he metido la pata. Sus ojos se iluminan y durante cuarenta minutos escucho su incesante parloteo, contándome la historia de su vida, no hay forma de que deje de hablar y hablar y hablar y ¡por Dios! hablar.
—Cuando cumplí dieciséis, mi papi me compró mi primer coche, fue una historia muy divertida, verás...
Levanto mi copa hacia el camarero que corre para servirme más vino, lo miro unos segundos y muevo la copa para que sirva más, lo vuelvo a mirar, esperando a que la llene. Señala la mesa, deja la botella y luego se aleja compadeciéndome.
—¿Puedes creerlo? —pregunta y luego comienza a reír golpeando sus rodillas atrayendo la atención de las demás personas a nuestro alrededor.
Me bebo mi copa de vino y es justo en este momento que mi mente se quiebra y decido que la mejor forma de esconder un cuerpo es tirándolo en el mar después de poner sus pies en un cubo con hormigón. Luego empiezo a imaginar que este tipo se calla para siempre.
Qué favor le haríamos a la humanidad.
Después de casi dos horas de tortura por fin terminamos de comer y nos preparamos para irnos. Está claro que esta noche tampoco atendería mis necesidades. Llama al mesero con un gesto de su mano y esa horrible sonrisa de suficiencia que ya me está exasperando, pero en vez del mesero, un hombre vestido de blanco se acerca a nosotros.
—Espero que la comida haya estado a la altura. —Conozco esa voz, se filtra por mi cuerpo, calando mis huesos y dejando un sinfín de descargas eléctricas a su paso, una experiencia sensorial demasiado familiar para mi. Levanto mi vista y ahí está, mi primer amor, Caleb Harris, el chico del que estuve enamorada en mi adolescencia.
Sus ojos se dirigen a mí y los abre por la sorpresa, luego, la sonrisa más bonita se dibuja en su rostro.
—Hola, Tillie.
—Caleb —susurro. Cohibida, asustada y nerviosa.
—¿Se conocen? —pregunta "Kenmundo" algo irritado.
—Si, fue hace muchos años, en el instituto. —contesto sin dejar de mirar a Caleb.
—¿La comida fue de su agrado? —¿Me preguntaba a mi o a los dos? Porque no deja de mirarme, más bien, no dejamos de mirarnos.
—Fue perfecta. —contesto, avergonzada.
—Si, bueno, no estuvo mal —¿En serio va a decir eso? Este tipo es un patán—, espero que haya un descuento por amistad.
Mis mejillas se tiñen de rojo y me siento avergonzada y mortificada. Que alguien me despierte de este ridículo sueño.
—Por supuesto. La comida de la dama corre por cuenta de la casa.
—Caleb, no...
—Está bien, Till, es lo menos que puedo hacer por una vieja amiga.
—Bien, ahora podemos irnos, bebé, nos espera una buena noche. —Caleb frunce el ceño y con un movimiento de cabeza se aleja, habla con la anfitriona y luego se pierde detrás de las puertas de la cocina. Vuelvo mi mirada a mi acompañante, y lo único que me genera es asco.
—Si me disculpas, necesito ir al tocador. —Tomo mi bolso y mi abrigo y me levanto de la mesa dispuesta a alejarme de semejante espécimen inmundo.
—¿Te gustó la rosa? —Me detengo para mirarlo y asiento, no muy emocionada—. Me alegro, me costó tres dólares.
Lo miro confundida y él sonríe de forma asquerosa. Entendiendo lo que quiere decir, abro mi bolso y saco un billete de cinco dólares y se lo doy.
—No necesitas darme el cambio —Que tipo más patético, un completo perdedor—. Voy al baño.
—Claro, esperaré por ti, para que pagues esta cena como es debido. —Me guiña un ojo y vuelve a poner esa asquerosa sonrisa. Maldito cerdo, ¿Qué creía que le iba a pagar? En tal caso, sería a Caleb a quien tendría que pagarle por la cena, y si creía que me iba a acostar con él, lo llevaba claro. En mi templo no entran patanes y fracasados.
Que noche más perturbadora.
No volveré a usar aplicaciones de citas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro