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Capítulo 24 🎤


Lautaro sintió el calor de los labios de Gabriela sobre los de él y el hielo que habitaba en su corazón se derritió. Su piel se estremeció y su corazón se le zarandeó en el pecho. El beso comenzó tímido mientras ambos se reconocían y se probaban, pero entonces el calor subió de una manera tal que él no fue capaz de manejarlo y su lengua fue en busca de más.

Gabriela se dejó llevar por la suavidad de aquellos labios que se le hacían tan apetecibles, no sabía qué le sucedía, pero cuando él estaba cerca no podía más que provocarlo y jugar con fuego, con muchas, muchísimas ganas de quemarse. El beso que comenzó suave subió de intensidad y Gaby lo percibió cuando él se acercó más a su cuerpo y penetró su boca con la lengua. Ella no pudo contenerse ante el asombro cargado de pasión y emitió un pequeño gemido que reverberó en la boca hambrienta de Lautaro. Dejó que él le inspeccionara la boca y luego ella hizo lo mismo, al tiempo que le rodeaba el cuello con los brazos.

Ambos podían sentir la excitación, palpar las llamas del fuego que comenzaba a consumirlos. Recostados en el suelo sobre aquella manta, Gaby levanto una pierna para rodear la cintura del muchacho que en un movimiento instintivo acercó su cadera hacia ella y la apretó contra sí. Ella sintió su dureza y aquello le calentó la sangre.

Entonces, de pronto y sin aviso, Lautaro se alejó. De manera tan brusca que ella no tuvo tiempo de acomodarse y se fue un poco para atrás. Lo miró con confusión, él se había sentado y se llevaba las manos a la cabeza.

—¿Qué sucede? —inquirió ella.

—Perdón... esto no es digno de mí —susurró.

—¿Qué? —preguntó ella.

—No lo sé, eres mi amiga, mi compañera, la amiga de mi hija... no puedo estar haciendo esto, sé que no eres una chica así, me lo has dicho y yo...

—Tú estás igual que yo —afirmó ella y se sentó a su lado—. ¿Qué hay de malo? Somos adultos, me gustas, te gusto...

—Gaby —dijo él y la observó—. Si acaba mal, Pili sufrirá... por eso no traigo mujeres a la casa.

—¿Quieres decir que no has estado en pareja en ocho años? —inquirió consternada.

—He estado con algunas mujeres, cosas sin futuro... pero en pareja, no. No sé cómo lo tomaría ella y si se llega a ilusionar y luego... no funciona, sufrirá un abandono por segunda vez —admitió.

Gabriela comprendió aquello y sintió que ese hombre le gustaba todavía más. Era capaz de pensar en el dolor de su hija en medio de un momento como ese.

—Y contigo, no puedo solo estar... y luego alejarnos, porque somos compañeros y nos seguiremos viendo y porque ella ya te conoce y te quiere...

Gabriela se recostó de nuevo.

—Ven aquí —dijo y le pidió que se acostara a su lado.

Gaby guio a Lautaro para que se acomodara con la cabeza sobre su pecho y él lo hizo, ella acarició entonces sus cabellos con suavidad y él absorbió el perfume de su cuerpo y el calor de su piel.

—Me gustas, te admiro, me gustas muchísimo —admitió Gabriela luego de un rato—. Y comprendo a la perfección lo que dices, pero por si sirva de algo, quiero que sepas que quiero a tu hija y no le fallaría. Aunque tú y yo no tuviéramos nada, yo con ella hice una promesa, le dije que siempre podría contar conmigo y la voy a cumplir... pase lo que pase.

A él aquella afirmación le generó una ternura que le invadió el alma y le hizo temblar el corazón. ¿Cómo era que una mujer que conocía hacía tan poco podría entregarse así a él y a su hija como no lo había hecho ni su propia madre?

—¿Por qué lo haces? —preguntó él.

—Porque me nace, Lautaro —dijo ella—, yo soy así, soy espontánea e intensa, para bien o para mal. Me ha causado algunos dolores de cabeza ser así, pero me acepto y me gusto. Ser así me permite experimentar la vida de otra forma, sin tantos miedos ni prejuicios —afirmó.

—Por Dios, cada vez que dices algo me agradas más —dijo él y ella sonrió.

El sonido de su risa vibró en su pecho y Lautaro se aferró a ella y cerró los ojos.

—Me asustas muchísimo —afirmó—, lo que siento es intenso y me hace volar alto, si caigo será doloroso.

Gaby cerró los ojos y tarareo muy suave, lo suficiente como para que su voz fuera irreconocible.

Un beso tuyo y voy al cielo al instante, toco las nubes y me siento en el aire, por favor no me sueltes no quiero caer...

—Esa es la música favorita de Pili —dijo él y ella sonrió.

—Lo sé...

—Al final creo que me terminará por agradar esa tal Ágatha y sus canciones chiclosas —bromeó él.

"Eso espero", pensó ella mas no lo dijo.

—Lo que siento por ti es fuerte —admitió la muchacha—, estar así despierta partes de mí que no sabía que existían.

—¿Sí? —inquirió él y levantó la cabeza para mirarla dejando el mentón justo entre sus pechos.

—Ajá —admitió ella.

—¿Qué partes? —quiso saber.

—Me provocas, te arrepientes y luego me dejas con ganas —dijo ella—, no mereces saber qué partes —admitió.

Lautaro sonrió.

—Sabes que no lo aguantaremos por mucho tiempo, ¿no? La tensión es muy fuerte —susurró Gabriela—, y tenemos que seguir viéndonos aún.

—¿Qué propones? —preguntó él.

—Provocarte hasta que no soportes más —se sinceró—, y me ruegues...

—¿Por qué eres así? —inquirió él con diversión.

—Porque me dejas con ganas... —añadió ella con certeza.

—Ya te expliqué mis miedos...

—Yo quiero sacártelos —susurró con la voz ronca.

—¿Los miedos? —preguntó él.

—Los miedos, las ganas, la ropa... todo —admitió.

—Nunca conocí una mujer como tú —dijo él que sentía que el fuego lo devoraba.

—¿No te gusta? —preguntó.

—Me encanta —admitió él.

—Entonces, cuando ya no aguantes, me avisas —susurró—. Yo ya te dije que no le fallaré a Pilar —prometió—, pase lo que pase.

—Voy a hundirme contigo —dijo él un poco desesperado ante la situación y ante las emociones que lo agobiaban.

—Lo que deseo es que te hundas en mí —dijo ella y luego se movió de manera brusca para levantarse.

—¿Ya te vas? —inquirió al verla levantarse y al percibir el frío de su cuerpo ante el alejamiento del suyo.

—Ya... es tarde y mañana debo trabajar —admitió.

Él la acompañó hasta abajo y hasta su vehículo y le sonrió.

—Perdón... por no poder ser libre para ti —susurró.

—No, por eso no tienes que pedirme perdón —dijo ella—, pero por hoy te perdono por ser tan miedoso que no te animas a vivir y a ser feliz. Comprendo que Pilar sea lo más importante en tu vida y te admiro por ello, pero un padre infeliz nunca criará un hijo feliz, debes ocuparte de ti también. Solo cuando estés bien tú, estará bien ella —zanjó—. Además, la libertad no te la quita Pilar, te la quitas tú solito, con tus miedos...

Lautaro se quedó pensando en eso, tenía razón y no solo eso, le agradaba la manera en que le hablaba, le hacía pensar, le hacía sentir.

La tomó por la nuca y le estampó otro beso profundo. Sus manos subieron y bajaron por su espalda mientras Gaby le envolvía los hombros y se pegaba a él con ansias. Pero cuando el calor fue tan intenso que comenzó a quemarlos, ella se alejó.

Lo miró a los ojos, vidriosos por el placer y le regaló una sonrisa. Él contempló sus labios hinchados por la fuerza de sus besos y deseó poder llevársela a su cama en ese mismo instante.

—Descansa, Lauty, y ojalá sueñes conmigo —admitió con una sonrisa pícara antes de meterse al vehículo y marcharse, dejándolo allí sediento, hambriento y con la sangre hecha lava quemándole la piel.


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