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Capítulo 11 🎤

Gaby llegó a la universidad con pocas ganas de hablar con nadie, la melancolía y la tristeza que había experimentado en la mañana, se le había pegado al alma y no se había podido desligar de ella ni siquiera en el ensayo.

Las dos primeras horas, casi no pudo prestar atención y como autómata se dedicó a tomar apuntes y subrayar, esperaba con ansias la hora del receso para tomar un café que la despejara. Lautaro no había llegado aún y Alicia estaba inusualmente cansada, tenía unos lentes oscuros que dijo haber llevado porque le salió un orzuelo.

—¿Estás bien? —le preguntó cuando en el receso fueron juntas a comprar el café.

—Sí, ¿tú? —inquirió Alicia—. ¿Cómo te fue el fin de semana?

—Bien... no hice nada, descansé —afirmó.

—Eso es genial, yo el sábado al final salí con un par de amigos —dijo y luego pareció arrepentida de haber dado esa información.

—¿Tu novio ya regresó? —inquirió Gaby.

—Sí, vino un poco antes de lo esperado... parece que no le fue tan bien y no le dieron el trabajo —dijo con tristeza.

—Oh, lo siento mucho —dijo Gaby al recordar que ella había mencionado que el muchacho había viajado para conseguir un empleo en ya no recordaba dónde.

—No te preocupes —dijo Alicia y sonrió con entusiasmo—. Voy a ir a hablar con el profesor Ramos, me ha llamado para que lo ayudara en un proyecto de no sé qué...

—Bien... aquí te espero —dijo la muchacha y sorbió un poco de su café.

La noche estaba fresca y en ese momento, Gaby se sentía a gusto, tanto que comenzaba a desear faltar a la última clase y quedarse allí para observar las estrellas. Un rato después se recostó por completo en el banco para observar la noche.

—Buenas noches, Gabriela —saludó Lautaro al verla acostada en el banco.

—¿Viniste? —inquirió ella sin moverse.

—Sí, aunque sea para la última clase —dijo él de pie ante el banco observándola con diversión—. Mi abuelo no se sentía bien y no podía dejar a Pilar sola con él.

—¿Ya se siente mejor? —inquirió ella incorporándose para mirarlo.

—Sí, le subió la presión un poco, creo que olvidó tomar algún medicamento...

—Oh...

Los dos quedaron en silencio sin saber qué más decir, hasta que Gaby recordó lo sucedido el sábado.

—Entonces, ¿tú eres un poco de lo que criticas? —inquirió.

—¿Qué? —preguntó Lautaro sin comprender a qué se refería.

—El otro día dijiste que hay cantantes que son productos de mercadotecnia...

—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?

—Al final es lo mismo, tocas lo que la gente quiere escuchar y te pide, ¿no? —dijo ella. Lautaro se encogió de hombros.

—Bueno, pero no puedes comparar...

—¿Por qué?

—Porque... pues porque yo puedo tocar cualquier cosa... Es decir, tanto si me piden un tango, una música folklórica, una melodía clásica o una música de la tal Ágatha, yo puedo tocar. Esa clase de cantantes no sabe mucho de música, cantan solo lo que vende...

—¿Dices que si le pides a Ágatha que cante algo distinto no podría hacerlo? —preguntó ella con diversión.

—Probablemente no sepa hacerlo, te aseguro que si la sacas de su estructura no sabe cantar ni cumpleaños feliz —respondió él con un bufido.

—Tienes razón —admitió ella—, lo que me pregunto es por qué tú no estás dando conciertos frente a miles y millones de personas siendo que sabes tanto y eres tan bueno... —dijo con ironía.

—El mundo no es justo, Gabriela —respondió él encogiéndose de hombros.

—Eres un engreído y un envidioso —zanjó la muchacha antes de levantarse y dejarlo allí solo.

Su día ya había sido lo suficientemente malo como para tener que aguantar a un frustrado pianista callejero despotricar contra la carrera que tanto le había costado alcanzar. Odiaba a las personas como él, aquellos que creían saberlo todo y se sentían en la posición de juzgar a los demás sin ponerse en su lugar.

Y Gaby estaba demasiado acostumbrada a aquello. Cada cosa que publicaba en sus redes sociales obtenía básicamente dos clases de respuesta: un montón de gente que le decía lo talentosa y única que era y que festejaba lo que fuera que ella hubiese dicho y otro grupo de personas que se dedicaban a criticar absolutamente todo lo que hacía. ¿Por qué la gente se sentía con el derecho de juzgarla y criticarla como si la conocieran? ¿Por qué creían que podían hablar de ella como si fueran sus mejores amigos?

—La fama es algo complicada —le dijo una vez Franco, su primero agente—, la gente te idealiza, te admira porque ve en ti aquello que les encantaría poseer, eso puede ser talento, belleza, personalidad, éxito... y de alguna manera, se adueña de esa idealización que hace de ti, es como si se sintieran un poco tus dueños. Es allí cuando se ponen a juzgar tus acciones, tus pensamientos, tus decisiones... sobre todo si no están de acuerdo con la imagen que en sus mentes se hicieron de ti... No te pierdas, Gaby, no te pierdas en ese laberinto...

Gaby suspiró, no comprendió todo eso en aquel momento, era solo una joven que un día no era nadie y al día siguiente todo el país la conocía. Su suerte había cambiado de un día para el otro a la vez que su vida, y en su juventud e inocencia, no vio nada malo en ello, después de todo había conseguido su gran sueño... Pero el tiempo y la edad le ayudaron a comprender las palabras de Franco.

—La fama te despersonaliza tanto que un día ya no te conoces... cuidado, no dejes que eso te suceda, guárdate, cuídate... protégete a ti misma, tu esencia... no te olvides de quién eres —insistió.

La soledad que sentía en ese momento le recordó que ya estaba perdida, se había confundido con aquellas personas que los demás le dijeron que era y, ahora, ya no era capaz de encontrarse a sí misma, ya no sabía quién era, y ni siquiera recordaba quién había sido alguna vez.

Cuando las clases acabaron, acompañó a Alicia hasta fuera de la universidad donde su novio la buscaría. La muchacha estaba nerviosa y no tenía el mismo entusiasmo de antes, Gaby le volvió a preguntar si le pasaba algo, pero ella volvió a negar y dijo que no se preocupara, por lo que no insistió.

—¿Hola? —un joven muy alto y de músculos pronunciados se acercó a ambas—. ¿Vamos? —dijo y tomó a Alicia del brazo.

—Hola, Marcos... ella es una amiga, Gaby —dijo presentándola.

—Hola —saludó Marcos sin siquiera mirarla y volvió su atención a Alicia—. ¿Vamos? —insistió.

La muchacha asintió y se despidió con premura. Gaby frunció el ceño, confundida, aquella escena le resultó algo extraña, pero la voz de Lautaro la sacó de sus pensamientos.

—¿Y Alicia? —inquirió.

—Se fue con su novio —respondió ella.

Abrió la boca como para decir algo, luego la cerró. ¿Qué iba a decir? ¿Que el chico le pareció desagradable?

—Oye... ¿Tendrías los apuntes de la primera clase?

—Sí... —respondió ella y buscó su cuaderno.

—Les tomaré una foto —dijo él y preparó la cámara de su celular. Buscó entonces un sitio donde hubiese más luz y tomó la foto—. Gracias —respondió y le regaló una sonrisa que a Gaby le pareció hermosa.

—De nada —dijo ella y caminó rumbo a su vehículo.

—Espera... —pidió Lautaro y se acercó a ella—. Disculpa si te he ofendido de alguna manera...

Gaby se detuvo y lo miró. El hombre era guapo, se notaba cansado y tenía la mirada triste. No la había ofendido, o al menos ella no se sentía así, pero le molestaba esa forma de ser, de criticar, de juzgar sin saber nada lo que sucedía del otro lado.

—Está bien, no te preocupes, tienes todo el derecho de pensar y opinar como desees —zanjó y siguió su camino.

Lautaro se quedó allí viendo marchar a esa joven que le parecía hermosa y que en cierta manera le generaba curiosidad. 


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