CAPÍTULO 3: Respuesta
Le bastó con un par de palabras bien escogidas paraque él se ofreciera a llevarla a su casa. Ella no se veía capazde conducir con todo el alcohol que había consumido yaunque hubiera podido regresar en taxi, prefería pasar lanoche acompañada.
Al levantarse, Sonia trastabilló. Quizás me hepasado un poco con el alcohol esta noche, pensó. PeroJulián, nombre que le había sonsacado tras tomarse laprimera copa, la sujetó suavemente por la cintura paraevitar que cayera. Así, sintiendo la proximidad de suscuerpos, se dirigieron al coche. En cuanto se hubieronmontado, él siguió las indicaciones de Sonia, quien a pesarde las copas de más que llevaba en su cuerpo, todavíarecordaba el camino hasta su casa.
Mientras transitaban por las calles vacías de laciudad Sonia se distrajo contemplando a su acompañante.Su trabajado cuerpo, su pelo medio despeinado y aquellasonrisa traviesa que le dedicaba cada vez que ella soltabaalgún comentario subidito de tono.
—Puedes aparcar aquí mismo, Julián —comentóella cuando llegaron frente a su vivienda.
Sonia no pudo evitar sonreír al percatarse de lamirada de preocupación del hombre. Conocía bien laimportancia que le daban las personas de cierto estatus asus vehículos y lo poco que les gustaba dejar su vehículo ala intemperie. Cuando empezó a moverse por las altas esferas, este fue uno de los aspectos que más llamó suatención.
¿Por qué era para ellos tan imprescindible malgastaruna exagerada suma de dinero en un simple vehículo?
No tardó en conocer la respuesta: querían aparentar.
Todo se basa en las apariencias cuando uno semueve entre los miembros de la élite. El mostrar tu podercon tus posesiones no es más que una técnica deintimidación, de demostrar tu posición frente a tusenemigos. Sonia lo comprendió enseguida y no tardó enaplicarlo.
Julián sonrió ante la invitación de la joven. Desdeque la había visto en la barra de la discoteca había estadodeseando que llegara aquel momento, por eso se habíaofrecido a acompañarla a su casa. Guardó las llaves en elbolsillo de su pantalón y se acercó a Sonia quien, cansadade esperar, se lanzó directa a los labios del hombre.
—No quiero saber ni dónde trabajas ni cuál es tuposición —. Con aquellas palabras la joven queríaestablecer un contrato verbal con su invitado y sabía que ensu estado él aceptaría sin detenerse siquiera a analizar loque le pedía—. Si alguna vez, por lo que sea, nosencontramos en alguna reunión de negocios harás comoque no me conoces. Esto va a quedar en un simpleencuentro de una noche y en cuanto me levante por lamañana no quiero que estés en mi apartamento, ¿haquedado claro?
Julián se llevó una de sus grandes manos a lacabeza, alborotando su pelo, y asintió. Ardía en deseos deacabar de cruzar la calle para llegar a la meta, aquelapartamento que les saludaba desde el punto más alto del edificio, y poco le importaba tener que irse de buenamañana ya que esa había sido su intención desde elcomienzo.
Así, sellando con un beso lujurioso aquel contratono escrito, ambos amantes se alejaron del vehículo yentraron en el edificio que les iba a dar cobijo aquellanoche.
Poca era la ropa que quedaba cubriendo sus cuerposcuando se abrieron las puertas del ascensor. Ella había sidola primera en arrancar la camisa a Julián para poderacariciar con las manos sus trabajados pectorales y él notardó en seguir el juego de la joven despojándola de aquelestrecho vestido que le impedía disfrutar de cuanto seescondía debajo.
El hombre no pareció sorprendido ante el lujo de lavivienda de la muchacha. Ni las espectaculares vistas de laciudad, ni el gran jacuzzi ni los cuadros de reconocidospintores captaron su atención. Estaba demasiado absorto enaquel cuerpo semidesnudo que se contoneaba en direcciónal dormitorio.
Pronto, la poca ropa que les quedaba puesta acabótirada por el suelo y enseguida empezó en aquellahabitación una guerra de salvajes fieras. Ambos estabanacostumbrados a tener el poder y el control en sus puestosde trabajo y ninguno estaba dispuesto a renunciar a él enaquel ámbito.
No hubo palabras, ni muestras de cariño.Únicamente gemidos y las respiraciones agitadas de doscuerpos movidos por el placer.
Y al fin, cuando ella fue capaz de doblegar lavoluntad del hombre y pudo tomar el control cabalgando a su presa aquella noche, ambos soltaron un último gruñidosalvaje tras el cual el cansancio sustituyó a la lujuria.
***
Cuando Sonia despertó la mañana siguiente se sintiósatisfecha al ver que Julián había cumplido con el trato. Nohabía rastro de su ropa y tras asomarse por la ventana pudocomprobar que su coche tampoco estaba.
—Por fin un hombre que comprende la situación —murmuró ella tras recordar las incómodas situaciones quese había visto obligada a soportar otras veces. Notas en lamesilla de noche, desayunos a mesa puesta o extrañasdespedidas eran las más comunes.
Todavía no lograba comprender por qué se sentíanmal yéndose de buena mañana cuando era ella misma quienhabía pedido explícitamente que lo hicieran. Sabía que eralo que ellos querían y si también era lo que ella buscaba,¿dónde estaba el problema? ¿Para qué alargar aquellasituación más de lo necesario?
La joven cubrió su cuerpo desnudo con su batacolor carmín y se dirigió a la cocina. Le martilleaba lacabeza tras la juerga de la noche anterior y junto al caférecién hecho de cada mañana se tomó dos pastillasconfiando en que estas ayudaran a acallar el persistentedolor.
Cuando la cafeína le devolvió a su cuerpo algo deenergía, Sonia fue a por su teléfono móvil y suspiró conresignación al ver que había recibido un mensaje de unnúmero desconocido.
—Ya decía yo que era demasiado bueno para serreal —refunfuñó—. ¿Por qué sienten la necesidad de darlas gracias por una noche de sexo? ¡Ambos la queríamos yambos la disfrutamos!
Abrió el mensaje esperando encontrarse con unadespedida de Julián. Algunos de los recuerdos de la nocheanterior estaban difusos en su mente y temía haberle dadosu número de teléfono en un momento de debilidad.
Sin embargo, el corazón le dio un vuelco al ver queno era Julián el que le había escrito, sino su oficina decorreos. Había nueva correspondencia en el apartado postalque había reservado para recibir las cartas de Ricardo.
Se vistió y sin molestarse en peinarse, corrió haciael coche y puso rumbo a la oficina para recoger la carta. Enpoco menos de una hora estaba de nuevo en su casa,sosteniendo el sobre con manos temblorosas.
Sonia no tardó en extraer su contenido. Al noobtener respuesta en todos estos días, la mujer se habíaresignado y había asumido que no iba a recibir respuesta.Al fin y al cabo, ¿qué interés podía tener un criminal encartearse con una completa desconocida?
Pero ahora, al ver que sus fantasías comenzaban aser algo real y tangible, no podía evitar estar nerviosa.Tenía entre sus manos el papel todavía doblado, sinatreverse a descubrir qué era lo que ocultaba. ¿Qué pasabasi aquellas palabras habían estado escritas con la intenciónde herirla? ¿Y si estas no hacían más que reírse de ellatachándola de boba e ilusa?
A pesar de los nervios Sonia no se echó para atrás.Estaba decidida a desvelar lo que escondían los trazos de su correspondencia y en cuanto tuvo el papel abierto frente aella no titubeó y empezó a leer:
¿A quién se le ocurre mandarle una carta a undesconocido en prisión?
Allí estaba. Aquella primera oración queresquebrajó la poca esperanza que le quedaba a Sonia deentablar una conversación con aquel del que conocía pocomás que su nombre. Y a pesar de que sospechaba que elresto de palabras estarían cargadas de burla y reproches, lamujer decidió seguir con la lectura.
Sin embargo, ¿quién soy yo para reprochártelo,cuando estoy aquí sentado, bolígrafo en mano, pensandoen qué contestarte?
Reconozco que al recibir tu carta pensé que setrataría de una simple broma. No sería la primera vez quealguien de fuera intenta contactar con alguno de nosotrospara insultarnos sin saber siquiera por qué estamos presosen este horrible edificio.
Sin embargo, cuando abrí el sobre y me encontrécon aquel papel perfumado y tu hermosa caligrafía supeque no habías escrito la carta con mala intención. ¡No mepodía creer que de verdad desearas iniciar un carteoconmigo!
Admito que no podía evitar pensar: ¿por qué yo?¿Me ha elegido por algo en especial o ha sido simplementecosa del azar?
Y aquí estoy ahora, emocionado como un niño trasmás de cuatro años encerrado en esta prisión sin saber quémás escribir.
Sonia pasó las yemas de sus dedos por encima deaquellas letras, sintiendo el relieve que había dejado elbolígrafo y memorizando aquella curiosa caligrafía. Letraspequeñas y redondeadas, escritas sin duda por alguienmeticuloso, justo lo contrario que había esperado encontrar.
¿Estarán esas manos manchadas de sangre?
Con aquella pregunta todavía rondando por sumente Sonia dobló el desgastado papel, lo metió de nuevoen su sobre y con él en la mano se dirigió a su despacho:una amplia sala en la que recibía visitas de trabajo cuandono quedaba más remedio. Tras coger una de las múltiplescarpetas que descansaban perfectamente ordenadas en lasestanterías guardó la carta que, confiaba, fuera tan solo laprimera de muchas.
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