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Una Tarde Con Las Locas De Mis Amigas

Esa noche, las emociones no me dejaron descansar por completo. La manera en la que me habló, me sonrió y acarició mi mano, era lo que pasaba por mi mente.

Aunque la ilusión, y las sensaciones de que lo veía de otra forma se apoderaron de mí, no dejé de repetirme que eso no podía ser.

¿Qué me asustaba tanto? ¿Perder su amistad? Ni yo lo sabía.

Jamás llegué a considerarme una persona insegura, pero esto, me había hecho sentir dudosa de lo que en realidad quería.

Finalmente, pasó la noche, dándole paso al alba. Como de costumbre, me levanté temprano para entrenar con las cazadoras, nada fuera de lo común.

Realicé mi rutina sin problema alguno; me bañé, me peine, vestí, y para ocultar las bolsas bajo mis ojos, me apliqué un poco de corrector.

Contemplé mi reflejo en el espejo un momento; no estaba tan mal.

El desayuno fue tranquilo, y no ocurrió problema alguno.
Los de la servidumbre comieron en su respectiva mesa, así como los guardias o las demás cazadoras.
Nunca llegué a considerarme una persona tímida, pero tampoco me consideraba del todo sociable. Desde mi adolescencia, me apartaba un poco de los demás, no porque creyera que no era interesante, sino porque mi mentalidad no era la de una adolescente común en aquella edad. No me llamada la atención lo que podía llamarle la atención a otra persona, de hecho, varias chicas de mi pelotón me catalogaron como rara o extraña, aunque no llegué a darle importancia.

A pesar de todo, tuve la bendición de encontrarme con unas amigas que me aceptaban y querían como era.

A lo largo de mi vida, tuve que soportar muchas críticas, por personas que no entendían porque no podía ser como ellas, o porque no me gustaban las cosas que ellos podían gustarles.

Al cumplir diecinueve, no me sentí diferente, tal vez un poco más madura, aunque tuve que aprender a serlo desde que mi madre partió.

No me arrepentía de todo lo que tuve que pasar. Las cosas que ocurrieron y pasé a lo largo de mi vida, me ayudaron a ser la mujer fuerte e independiente que soy hoy en día.

El entrenamiento no fue tan dificultoso como en otras ocasiones. Fue agradable.

Mientras estaba practicando con Shani en el sector de tiro con arco y flechas, oímos el silbato de Sarabi, haciendo que regresáramos al área donde ella se encontraba.
Así como nosotras nos reunimos, las demás también lo hicieron, agrupándoce en sus respectivos pelotones.

Sarabi se posicionó frente a todas, haciendo que todas las miradas se posaran en ella casi de inmediato.

—Quiero felicitar a todas y a cada una de las presentes; han hecho un trabajo excelente —hizo una pausa—. Como todas saben, dentro de poco, se llevarán a cabo las pruebas para elegir a la próxima líder —mencionó, y recordé que pronto se jubilaría, por lo que tendría que entregar su puesto de general a alguien más—. Todas tienen un gran potencial, no tengan duda de eso. Las pruebas iniciarán en unos días. Les deseo suerte, señoritas. Sin ninguna desea preguntar algo, pueden retirarse —el lugar quedó en silencio; nadie tenía alguna duda.

Antes de retirarnos, golpeamos nuestras lanzas tres veces contra el suelo, anunciando así nuestra retirada.

Ser cazadora era una de las cosas que más amaba; y liderar el grupo de casa, era algo que anhelaba desde niña.

Llegué a admirar bastante a Sarabi, así como admiré a mi madre. Tal vez, aquella era mi oportunidad de probar de lo que era capaz, de servir al reino, y de tener la oportunidad de cumplir mi sueño.

Después del almuerzo, subí a mi habitación con Shani, Kula y Tama. Cuando teníamos tiempo libre, pasábamos tiempo juntas.

Nos gustaba intercambiar ropa y maquillarnos entre nosotras.
A decir verdad, a mí no me gustaba del todo esas cosas de maquillaje y lo demás, pero si ellas se divertían de esa manera y así pasábamos tiempo juntas, por mí estaba bien.

Me encontraba sentada en la orilla de la cama, mientras le realizaba a Tama una trenza en su hermoso cabello color crema.

—Ohh, Nala... —catureó Shani con la intención de llamar mi atención.

—¿Sí, Shani? —respondí, sin apartar mi vista del cabello de Tama.

—¿Sabes? Estuve revisando tu guardarropa y me encontré este lindo vestido —comentó, captando por completo mi atención. Estaba sosteniendo un vestido de color negro ajustado de la cintura con una falda un poco pomposa. Recordé de inmediato que aquél vestido me lo había obsequiado Sarabi en una ocasión, aunque nunca llegué a utilizarlo. No era que no apreciaba su presente, sino que no había tenido la oportunidad de usar un vestido tan fabuloso.

—Shani... —le advertí.

—¡Espera! Antes de que digas algo... ¿Me lo prestas? Por favor... —suplicó, juntando ambas manos como si estuviera estuviera rogando.

—No —bromeé.

—¡Nala! ¡Por fis! No seas así —cuestionó. Era muy divertido verla en esa actitud. Su comportamiento no era muy maduro o serio que digamos, y ella tampoco lo era. Aunque, esa era una de las razones por la cual le quería.

Reí por lo bajo.

—Estoy jugando. Claro, puedes tomarlo, pero sé cuidadosa.

Ella dió unos pequeños saltitos de emoción, y me abrazó con entusiasmo.

—¡Gracias, gracias, gracias! —exclamó.

Entonces, pude oír a Kula quejarse mientras estaba sentada frente al tocador, revisando mi estuche de maquillaje.

—¿Sucede algo, Kula? —inquirió Tama, quien se miraba en  espejo de mano, ya que había terminado de realizarle el peinado.

Kula se volvió a nosotras. Uno de sus párpados estaba maquillado de dorado escarchado, y el otro de verde agua difuminado.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Tama, confundida.

Kula suspiró frustrada.

—No sé que color es mejor. ¿Ustedes que dicen? —pidió nuestra opinión la morena, mientras mantenía sus ojos cerrados para que admiráramos mejor su intento de maquillaje.

—Ambos colores están bien —opiné, a lo que Kula arrugó el ceño.

—Shani, necesitamos a la experta en maquillaje; ve a ayudarle —pidió la chica con la trenza.

Shani sonrió con expresión victoriosa.

—Me voy a divertir bastante.

Entre nosotras cuatro, Shani era las mas experta en todas esas cosas de moda y maquillaje. Incluso, tenía una libreta con diseños de ropa realizados por ella.

Caminó hasta donde estaba Kula, se sentó frente a ella, y procedió a corregir su maquillaje.

—¿Alguna participará en las pruebas? —preguntó Tama, con curiosidad.

—Puede que sí, aunque no creo que esté lista para tal labor —comentó Shani, sin apartar la vista de su trabajo.

—En mi caso, es probable. Aunque me parece más divertido sentarme en las gradas y ver como las demás fallan en el intento —bromeó.

—¡No te muevas, Kula! —se quejó Shani, a lo que la contraria torció los ojos.

No pude evitar soltar una ligera risa.

—¿Y tú, Nala? ¿Participarás?

—De hecho, aún lo estoy considerando, Tama —respondí—. Aunque hasta los momentos, nada me ha desanimado. Así que sí.

Ella me miró con orgullo, y sonrió. Como una de mis mejores amigas, en una oportunidad le conté que desde pequeña quería ser general.

Continuamos conversando alegremente y sin problema alguno. Aunque la mayoría de ellas eran un poco... ¿cómo decirlo sin ofender? ¿Ocurrentes? Bueno... las quería como si fueran parte de mi familia.

—¿Van a ir al baile que se realizará en unas semanas? —preguntó Shani, quien ya había terminado de maquillar a Kula.

Las tres asentimos con la cabeza, en silencio.

Según me habían dicho, Simba había organizado un baile, para celebrar que los tiempos de terror y oscuridad habían acabado.

Kula se aclaró la garganta, y se sentó junto a mí.

—Entonces, Nala... Hay algo que pasó está mañana; tal vez te interese —comentó, mirándome con expresión divertida, a lo que yo la miré confundida.

—Kula, no —le advirtió Tama.

—Relájate, Tama —se volvió hacía mí—. Mientras entrenábamos, Simba te estaba viendo desde cierta distancia.

Me quedé de piedra.

—O-oh, pues, anoche me mencionó que a veces pasaba a supervisar los entrenamientos; seguramente hoy fue una de esas ocasiones —mi voz salió más temblorosa de lo que pretendí.

—Espera... ¡¿anoche?! —exclamó Shani con sorpresa, y de inmediato, se sentó cerca de nosotras—. Wow... ¿qué pasó?

Sacudí la cabeza y me pusé de pié. No estaba lista para contarles a mis amigas sobre mis sentimientos.
En una ocasión les mencioné que temía que él ya no se preocupara por mí. Y, en otra ocasión, les hablé sobre como me había sentido el día que lo encontré. Pero, esto era distinto; ahora, estaba más confundida que nunca, y no quería decir en voz alta lo que me alteraba o preocupaba.

Al notar esto, de inmediato guardaron silencio, lo cual agradecí para mis adentros.

Lo siguiente que ocurrió, no me lo esperé.

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