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Momentos Así

Dedicado a DWorks_Poppy

No fue a verme esa noche. Ni la siguiente, ni la siguiente, ni la siguiente y ninguna otra noche.

Sentía que me evitaba.

En las horas de la comida solo cruzabamos un par de miradas, pero no había diálogo.

Le saludaba y él solo apartaba la mirada.

Lo conocía perfectamente, sabía que me ocultaba algo, estaba consciente de que está vez no era solo el trabajo lo que lo mantenía ocupado. Había algo más.

Sentí la brisa fría rozar mis hombros desnudos, y mis pies descalzos tocar el suelo helado.
La luna estaba hermosa esa noche y las estrellas no se quedaban atrás.

Estaba hundida en mis pensamientos, manteniendo mi mirada hacia la hermosa vista que brindaba mi balcón.

¿Qué me ocultaba? Ese comportamiento era tan... extraño. Él no era así.

Mi Simba no era así...

Cubrí mi rostro con ambas manos, como si de esa manera pudiera ocultar o reprimir mis ganas de verlo.

Tranquila, Nala, seguramente está estresado con el trabajo... sí, eso debe ser, me dije a mi misma.

Claro, ni yo me lo creía.

—Nala, ¿estás bien? —preguntó Tama, sacándome de mi trance.

Me volví con pesadez y sonreí levemente.

—¿Para que metir? Sabes que no lo estoy... —murmuré con la cabeza gacha.

Su mirada expresaba preocupación. Con delicadeza, me tomó de ambas manos y me llevó devuelta a la habitación.

—Vaya, hace frío afuera —comentó mientras cerraba las puertas del balcón, impidiendo así la entrada la brisa.

Con pesadez me senté en la orilla de mi cama.

Shani estaba sentada en el suelo, mientras pintaba unos bocetos y sacaba la lengua. Me recordaba a esas niñas pequeñas que pintan sus dibujos haciendo ese mismo gesto.

Kula estaba sentada frente al tocador, tratando de hacerse una trenza.

Finalmente apoyé mi cabeza en la almohada y me hice bolita en la cama. Quería dormir, solo de esa manera dejaría de pensar.

—Levántate. No me gusta verte así —dijo Kula, de pié justo a un lado de la cama.

Me incorporé.

—¿Así cómo?

Ella torció los ojos.

—Ven, ya no pienses más en eso.

Me conocía perfectamente, sabía que no me sentía bien. Aunque no lo sabía, estaba agradecida con ella por no hacerme preguntas sobre el tema.

Con torpeza me levanté y me senté junto a Shani.
Estaba dándole los últimos detalles al boceto de un vestido. Me sorprendía el talento que tenía.

—Está quedando hermoso —opiné.

Ella alzó la mirada un momento.

—¡Gracias! ¿Tú lo usarías?

Solté una risita.

—Claro que sí —sonreí—. Tienes mucho talento, lo digo en serio.

—¡Ay gracias! —me rodeó con sus brazos—. Para mi significa mucho que alguien reconozca mi trabajo.

Sonreí de nuevo.

Los bocetos de Shani eran sin duda maravillosos. Sería una gran diseñadora.

—¡Auch! —exclamó Kula mientras Tama cepillaba su cabello.

—Kula, si no sabes hacerte una trenza, ¿por qué tratas de hacerte una? Mira, tu cabello es una completa maraña —murmuró Tama, tratando de deshacer los nudos del cabello de Kula.

—¡Auch! ¡Con cuidado! —se quejó nuevamente—. Solo ayúdame, por favor.

Meneé la cabeza, en definitiva el cabello de Kula era un completo desorden.

Me levanté y llegue a donde estaban ellas.

—Ay, Kula —reí—. ¿Te ayudo?

—¡Por favor! —suplicó—. Tama solo lo empeora —bromeó.

—Oye, lo estoy intentando —dijo Tama, cruzándose de brazos.

Tomé uno de los cepillos del tocador y comencé a cepillar el cabello de mi amiga. Vaya, en verdad era una completa maraña.

—Oye... ¿has tratado de hablar con él? —preguntó Tama, sentándose en el borde de la cama.

Suspiré.

No quería darle más vueltas al asunto, lo único que deseaba era que todo se arreglara.

—Me evita —musité—. Él... Chicas, él no es así... algo no está bien —pensé que iba quebrarme en llanto, pero me contuve. Hablar sobre eso no era nada fácil para mí.

Esperé respuesta de alguna de ellas, pero solo obtuve silencio.

Silencio.

Silencio.

Y más silencio.

Siendo sincera, prefería ese silencio a tener que seguir hablando sobre eso.

Dejé el cepillo sobre el tocador, para luego pasar una mano por mi frente.

—Nala... ¿tú confías en él? —interrogó Tama de repente.

—Sí, pero....

—¿Crees que no te es fiel? —me interrumpió.

—¿Qué? No, yo sé que es es fiel pero...

—¿Te preocupa?

—Sí, pero...

—¿Pero qué?

—Siento que me oculta algo —admití—. Lo conozco, y sé que algo anda mal. Algo le preocupa.

—La perdimos —murmuró Shani sin apartar la vista de su libreta.

—¡Shani! —la reprendió Kula.

—Estoy jugando —rió mientras se sentaba junto a Tama—. No te preocupes, de seguro vendrá a verte pronto —sonrió.

No sé como lo hacía, pero esa niña siempre lograba sacarme una sonrisa.

—Sí, además recuerda que es el rey, ha de estar ocupado seguramente —opinó Kula.

—Y estresado —añadió Tama—. Ya relájate, deja de darle vueltas al asunto.

—Sí, deja de darle vueltas —dijo una voz masculina, la cual reconocí de inmediato.

Las cuatro nos volvimos hacia la puerta al mismo tiempo, tratando de buscar el origen de aquella.

Era Simba...

Estaba de apoyado en el marco de la puerta, mirándonos con expresión divertida. Traía puesto uno de esos trajes de siempre, y en su mano sostenía un ramo de flores.

—Hola, señoritas —dijo fingiendo un tono de voz sofisticado, mientras se acercaba a nosotras—. ¿Me permiten estar a solas unos minutos con Lady Nala, por favor?

Las tres soltaron unas risitas. En cambio yo, solo sonreía, pues aquella situación me parecía divertida. 

—Hola, Simba —saludó Tama—. Claro, no hay problema. Vámonos chicas.

—Bien, pero recuerden que los quiero a ambos virgen hasta la boda —bromeó Kula.

—¡Kula! —la repredí. Sin darme cuenta, un leve sonrojo se torno en mis mejillas.

Si tan solo supieras, amiga; si tan solo supieras...

—Solo digo —rió Kula.

Las tres salieron de la habitación, dejándonos a ambos a solas.

El aire se sentía pesado. Habían pasado varios días desde que no hablábamos. Mantuve mi cabeza gacha unos segundos, sintiéndome incómoda, sin saber exactamente el porque.

No pensaba verlo esa noche, y mucho menos a esa hora.
Por mi cabeza pasaron un montón de preguntas como "¿estará bien?" "¿por qué no había venido a verme", sin embargo, todas estás preguntas abandonaron mi mente de inmediato, pues su presencia me tranquilizaba.

—Yo... yo... —se aclaró la garganta—. Te traje esto... —dijo, entregándome el ramo de flores que sostenía en sus manos.

Las tome y acerqué mi nariz a estás; tenían un aroma agradable.

—Oh, Simba... Están hermosas. Gracias —sonreí levemente.

—Lo siento, sé que debí venir a verte, pero se presentaron varios inconvenientes y...

—Está bien, tranquilo —lo interrumpí—. Entiendo, pero a la próxima al menos dirígeme la palabra —dije, demostrando mi claro disgusto.

Él solo permaneció en silencio, sin contestar. Apartó su mirada unos segundos, sin decir alguna palabra, provocando un silencio incómodo entre ambos.

Coloqué las flores en un jarrón con agua, y lo puse sobre la mesita de noche. Eran unas flores hermosas, parecidas a las que había visto en aquel sueño que tuve la otra noche...

Ambos estábamos sentados en la orilla de mi cama, mirando hacia la nada. Ninguno de los dos se atrevía a decir alguna palabra, lo que en cierta forma me inquietaba.

—¿Hablaban sobre mí, no?  —preguntó.

Torcí los ojos, pero sin embargo una pequeña sonrisa se curvó en mis labios.

—¿Cuánto tiempo tenías de pié ahí? Nunca te enseñaron a tocar ¿o sí? —bromeé, ignorando su pregunta.

—Qué carácter —rió—. Soy muy afortunado de tenerte como mi novia.

Aquel comentario me hizo sonreir como una idiota, y por eso me reprendí a mí misma.

—¿Crees que solo con halagos y flores vas a enmendar todo? —soné mucho más directa de lo que pretendía.

Su expresión cambió de repente. Se inclinó un poco y me acarició la mejilla, pero me aparté.

—Nala... quería verte, en serio, pero estaba ocupado.

—Tú sabes que siempre te he apoyado —le recordé—. Sé que ser rey es una gran responsabilidad, estoy consciente de que cargas con un enorme peso, pero no es eso lo que me molesta; lo que me molesta es que siento que me estás ocultando algo, siento que quieres decirme algo —confesé. Me sorprendió que decir aquello me hizo sentir mucho mejor.

Dije la verdad, fui sincera. No me molestaba que no fuera a verme seguido, sabía que ser rey le quitaba mucho tiempo, lo que no me agradaba era su comportamiento en los últimos días... Era muy distante.

Permaneció en silencio, sin decir una palabra. Le había dado justo en el clavo.

—Simba... yo te amo, y mucho... Me preocupas. Así que dime: ¿qué tienes? ¿qué te pasa? Quiero ayudarte... —articulé cada palabra pausadamente y con calma, con la esperanza de no quebrarme en llanto.

Abrió la boca para decir algo, pero no dijo nada. Lo había dejado sin palabras.

Agachó la cabeza, y comenzó a acariciar mi mano con la yema de sus dedos.

Siempre disfrutaba de ese contacto... de sus caricias, abrazos y besos...

—Cariño... estoy bien ¿si? Créeme. Si me pasara algo, o si algo estuviera mal, tú serías la primera en enterarse —me agradó la forma en la que dijo todo aquello.

Sonreí para mis adentros. Cariño... Era la primera vez que me llamaba así.
No éramos del tipo de pareja que siempre se decían cosas como "amor" o "mi vida" pero al oírlo decirme "cariño" algo que solo era para mí, me conmovió.

Una pequeña sonrisa se curvó en mis labios.

—Cariño... Es la primera vez que me llamas así... —musité.

Él se rió entre dientes.

—Puede que sea la primera vez, pero eso no significa que será la última... —murmuró, inclinándose un poco hacia mí.

—Ay, Simba, somos unos cursis —reí.

—No arruines el momento —bromeó.

No pude evitar soltar una carcajada.

—Ya, ven aquí —dije, para luego romper la corta distancia que nos separaba en un beso.

Me rodeó con uno de sus brazos, mientras que con el otro acariciaba mis cabellos rubios. Puse ambas manos en su nuca, para atraerlo más hacia mí.

Lo extrañaba... extrañaba ese contacto. Deseaba tener más momentos así con él, pero el tiempo era muy injusto, y no nos lo permitía. Aunque para nosotros era como si el tiempo se detenía, la realidad era que pasaba... pasaba y muy rápido.

De un momento a otro hice un movimiento brusco y lo tumbé en la cama, sin embargo él no se detuvo, y continuó besándome con pasión.

Sus manos bajaron a mi cintura, y las mías bajaron a su pecho.

Sin aviso previo, me dio un pequeño y suave empujoncito, haciendo que me separara del beso.

Confundida, lo miré a los ojos, y no dije palabra alguna.

Puso ambas manos a los lados de mi cara, y me sonrió. Me miró como si fuera un espejismo, como si fuera algo irreal.

—Mejor paremos aquí ¿si? —susurró.

Sin protestar asentí. Besó mi frente con fuerza y luego acarició mi mejilla, tal vez como muestra de disculpa.

Nos tumbamos ambos en la cama, apoyando nuestras cabezas en las almohadas.

Me sorprendía la manera en la que me dejaba llevar por mis deseos. Cuando me besaba, sentía una sensación tan agradable, una sensación que quería seguir explorando.
No teníamos relaciones tan seguido, éramos muy preventivos y cuidadosos. Ambos sabíamos que era riesgoso, y no, no me refiero a un embarazo no deseado, me refiero a que nos descubrieran en aquél acto; ¿qué pensaría el reino si llegara a enterarse? Tal vez nada, pero la reputación es importante. No estábamos casados... por lo que nadie lo vería bien.

Apoyé mi mejilla en la almohada, y abracé mis rodillas, volviéndome una bolita.

—Vaya, hay tanto que quiero contarte —murmuró.

—Adelante, escucho.

Apoyó su codo en la almohada y dejó reposar su mejilla en la mano.

—¿Recuerdas el compromiso?

—Claro, como olvidarlo —reí por lo bajo.

Él suspiró y apartó su mirada unos segundos, como si se estuviera preparando para una mala reacción de mi parte.

—Alguien más lo sabe... —murmuró.

Me incorporé.

—¿Q-qué? ¿Quién? —musité.

—Más bien quienes —me corrigió.

—Bueno, ¿quienes saben?

Hizo un intento por levantarse, como si estuviera pensando en si debería huir o quedarse, sin embargo volvió a acomodarse en la misma posición y suspiró.

—Timón, Pumba... y Zazú...

—¡¿Qué?! ¿Cómo? ¿Tú se los dijiste?

—No exactamente... —murmuró—. Pero tranquila, prometieron no decir nada —se apresuró en decir.

Apoyé mi mejilla en la almohada de nuevo.

—Lo siento, Nala. En verdad quería que cuando los demás se enteran al menos tuvieras una sortija en tu dedo... Quería que lo supieran cuando fuera formal —se reprendió a si mismo.

Simba era alguien que siempre le gustaba cumplir las tradiciones, por lo que entendía que tal vez esa era la razón por la cual no quería que nadie se enterara aún; ya que nuestro compromiso era solo una promesa entre nosotros, sin la necesidad de tener testigos... aunque para mí eso no lo hacía menos importante o menos significativo.

—Mi pobre Simba... Te esfuerzas demasiado —una pequeña sonrisa se curvó en mis labios—. No tienes porque disculparte, no has hecho nada malo. Guardarán el secreto, tranquilo. Y además, ¿Qué importa que no sea formal? No importa lo que piensen los demás, un compromiso es un compromiso.

Guardó silencio por unos segundos y se limitó a asentir.

—No le dirán a nadie, lo sabes. Sé que querías que lo supieran cuando fuera más formal, pero que lo sepan ahora no tiene nada de malo.

—Siempre sabes que decir..., a veces me impresionas —rió ligeramente.

En cuestión de segundos tomé una de las almohadas y lo golpeé  con esta juguetonamente.

—¡Oye! —se quejó.

Solté una carcajada y puse la almohada en su lugar.

—¿Recuerdas cuando éramos cachorros y jugábamos guerra de almohadas? ¡Siempre te enojabas cuando ganaba! —reí.

Él torció los ojos.

—Sí, lo recuerdo —dijo mientras apoyaba su cabeza en la almohada y ponía su brazo sobre su frente.

—Y la vez que jugamos el escondite y terminaste atrapado en el depósito de comida —le recorde.

Rió entre dientes, como solía hacerlo.

—Y la vez en la que accidentalmente ensuciaste el traje de Zazú —dijo entre risas.

Inmediatamente solté una risita.

—Desde ese día no volví a correr con comida en el palacio —declaré—. Fue muy lindo ¿no?

—¿Qué cosa?

—Estar juntos desde pequeños... vivir todos esos momentos.

Mi juventud no fue precisamente mi etapa favorita; gracias al reinado de Scar, la situación que se vivía, lo que tuve que pasar con mi madre y la depresión en la cuál me hundí después de su muerte.
Pero mi niñez fue diferente, fue la mejor etapa que viví. Fue la etapa en la que era felíz y no lo sabía.
Aquellos recuerdos de mis travesuras y aventuras con Simba eran una de las cosas que más apreciaba y trataba de retener para el resto de mi vida.

—Sí... —murmuró—. ¿Alguna vez te has preguntado cómo hubiera sido si...?

—¿Hubiéramos pasado nuestra juventud justos? —terminé su oración—. Todo el tiempo, Simba... Desde el momento en que me dijeron que... —tomé aliento—habías muerto, me preguntaba cómo hubieran sido las cosas si jamás te hubieras ido... —musité.

El silencio se apoderó de la habilitación. Ninguno se atrevió a decir palabra alguna, y lo único que podía oírse, era el tictac del reloj y nuestras respiraciones.

—¿Nala?

—¿Si?

—¿Quieres oír algo un poco raro?
Arrugué el ceño, pero sin embargo asentí.

—El día que me encontraste en esa jungla y me pediste volver creo que... no fue casualidad...

—¿Qué quieres decir? —pregunté.

—Creo que... —se aclaró la garganta—, fue el destino o... no lo sé... solo creo que... ¿fue mucha casualidad no?

—Supongo... —murmuré—. Nunca olvidaré ese día.

—Tampoco yo...

Un nuevo silencio quiso apoderarse de la habitación, pero él no lo permitió. Se apresuró en iniciar un nuevo tema de conversación.

—¿Piensas hacer algo mañana?

—Mañana debo entrenar con las demás como de costumbre, luego algunas irán con los guardias a custudiar la entrada del reino, puede que esté incluida; y después puede que esté con Sarabi, dijo que le gustaría que me probara unos vestidos que le pertenecieron —expliqué.

Resopló y pasó una mano por su rostro.

—Vaya, al parecer no soy el único que tiene días atareados —rió.

—¿Qué te puedo decir? Soy una mujer ocupada —bromeé.

Me tomó de la mano y la apretó ligeramente. Imite su gesto.

—Quería que me acompañaras a una reunión mañana, para pasar tiempo juntos. Así te vas familiarizando con... lo que harás, y conocerás a tus futuros súbditos... Pero si estás ocupada no hay problema.

—No, no, no, no, me encantaría ir —sonreí—. Trataré de desocuparme lo más temprano posible.

—Está bien, Nala, si no puedes...

—Tranquilo, haré todo temprano.

Meditó unos instantes y asintió.

Me acurruqué en su pecho. Era algo que solía hacer. Con lentitud y ternura comenzó a enrollar sus dedos en mi cabello.
—¿Crees que ella estaría orgullosa de mí? —pregunté sin mirarle.

—Eh... ¿Quién?

—Mi madre... ¿Crees que estaría orgullosa?

—Nala yo...

—Se sincero, Simba —supliqué.

—¿Crees que no lo estaría?

—Es que... no sé...

—Nala; eres la mujer más independiente, linda, dulce, amable, valiente y fuerte; ¿Por qué no estaría orgullosa?

No respondí y hundí mi cabeza en su pecho.

—Estoy más que seguro de que estaría orgullosa, y no lo digo porque esté enamorado de ti.

Reí.

—Ay, Simba... Te amo tanto —murmuré—. ¿Sabes? Tú padre también estaría muy orgulloso de ti...

Apartó su mirada. Sabía que aquél tema era difícil para él.

—Supongo... —murmuró—. Espero no fallarle...

—Hey... no lo harás. Simba; eres el hombre más responsable, fuerte, inteligente, honesto, lindo y uno de los mejores reyes que estás tierras han tenido  —acaricié su mejilla como muestra de cariño.

Él besó mi frente.

—Gracias...

Sonreí levemente.

Simba podía ser todas esas cosas que mencioné, pero era algo inseguro... y eso me preocupaba un poco.

—Estoy usando un nuevo perfume... ¿Qué tal?

Soltó una pequeña carcajada.

—No gracias, puedo sentir tu aroma. Estás muy pegada a mí.

—Pero... si quieres sentirlo más de cerca puedes... acercarte a mi cuello —sabía que no era experta en el área de seducción, pero quise intentarlo.

Simba rió entre dientes.

—No caeré en eso otra vez, Nala —me advirtió con una pequeña sonrisa.

—¡Oh vamos!

—Ya, duerme —bromeó mientras me daba un golpecito en el hombro.

—¿Te vas a quedar está noche?

—Pensé que estabas haciendo una pijamada con las chicas...

—¡No, ya se fueron! —interrumpí—. Dijeron que irían a casa de Kula.

Pasó una mano por su cabello.

—Quisiera quedarme, pero mañana tengo que madrugar...

—Siempre te levantas temprano —lo señalé—. Por favor, quédate. Te prometo que me comportaré.

Arqueó una ceja.

—Hmmm... Ajá...

Me incorporé.

—Bueno, bueno, me quedaré. Pero solo un rato.

Me quedé pensado.

—Bien...

Me acuruqué en su pecho de nuevo.

—¿Simba?

—¿Hmm?

—Te extrañe... —susurré.

—¿En que sentido? —inquirió.

—Ya sabes, tener momentos así.

Él rió por lo bajo.

—¿Y luego yo soy el cursi? —rió.

Torcí los ojos y solté una risita.

En cuestión de minutos cerré mis ojos, y de golpe me quedé dormida.

Sabía que se iría al notar que ya me había dormido; pero aunque no se quedara toda la noche conmigo, me agradaba quedarme dormida en sus brazos.

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