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La Propuesta

No sabía cuanto tiempo había pasado desde que inició todo. Había transcurrido al menos una hora, pues por la pequeña ventana, se lograba ver que ya había oscurecido.

Estaba inmóvil, con mis piernas abrazadas, pero sin embargo, mantenía la guardia.
Shani estaba en la misma posición e
n que la había dejado, manteniendo los ojos entrecerrados. Estaba pálida. Sus mejillas habían perdido ese rubor natural, y sus labios, estaban de un tono muy opaco. Si seguíamos así, Shani no pasaría la noche.

Me planteé la idea de salir y buscar ayuda, pero Shani dijo que era riesgoso y no me lo permitió. Además, no era prudente salir y dejarla ahí tirada.

Esperamos, esperamos y esperamos, quién sabe qué exactamente. Tal vez estábamos esperando nuestra muerte.

Jugueteé con el cuchillo, en silencio, como si de esa forma pudiera distraerme.

Miré a Shani de nuevo. Estaba inmóvil. No se movía en lo absoluto.

—Shani..., despierta —supliqué, aterrada de que su alma ya hubiera partido. 

No hubo respuesta.

—Shani..., por favor... —supliqué nuevamente.

Esta vez, abrió sus ojos de repente.

—¿Cómo te sientes? —pregunté, aunque sabía que se sentía terrible.

—Me duele... —murmuró con dificultad.

—Tranquila. Estarás bien... —traté de tranquilizarla.

Acaricié su mejilla, y limpié con delicadeza la sangre de su frente.

Aún no le había preguntado que había pasado exactamente, o cómo fue que Alika le hizo tal herida en la pierna. Preferí no llenar su cabeza de pensamientos tristes y preguntas; ya estaba perturbada por su herida, así que ¿por qué perturbarla y preocuparla más con mis preguntas?

Seguimos en silencio, el mismo que habíamos mantenido desde que entramos a la habitación. Era extraño. Me resultaba extraño estar con Shani y no oírla parlotear como siempre lo hacía. Era extraño estar con ella y no oír su hermosa risita...

No. No podía llorar de nuevo. Tenía que ser fuerte.

Oculte mi rostro en mis rodillas, procurando dejar de pensar en todo.

Oí unos pasos por el pasillo, que hicieron que me sobresaltara casi de inmediato.

Es todo, pensé.

Podía ser Alika, había despertado y encontrado nuestro escondite. O quiza podía ser otro seguidor de Zira.

Me mantuve inmóvil y en silencio, con la intención de no delatar mi presencia.

Los pasos se detuvieron justo al llegar frente a la puerta.

Sentí como los nervios y el miedo se apoderaban de mí, pero no podía dejarme controlar por ellos.
Tomé el cuchillo con fuerza entre mis manos, dispuesta a atacar si era necesario.

Sin más, empezaron a dar golpecitos a la puerta.

—¿Hola? ¿Hay alguien? —inquirió una voz que me resultó un poco familiar.

Guardé silencio. Ni loca contestaría.

—¿Hay alguien aquí? —insistió la voz de nuevo—. Ya todo acabó. Es seguro.

No respondí. Podía ser una trampa.

La voz no insistió de nuevo.
Oí más pasos acercarse; no estaba solo.

—¿Nala? ¿Shani? ¿Están aquí? —al oír la voz de Kula, sentí un gran alivio.

Me levanté de un salto.

¡Era Kula!

¡La amigable y confiable Kula!

A pesar de que era ella, me acerqué lentamente a la puerta, un tanto desconfiada. ¿Y si ella era una traidora también? No... Conocía a Kula desde que éramos cachorras, ella no sería capaz de traicionarnos.

Sin bajar el cuchillo, me atreví a hablar:

—¿Kula? ¿Quién más está contigo?

—¡Nala! ¡Estás bien! —exclamó con alegría al oír mi voz—. Tama y dos oficiales me acompañaban —respondió.

—¿Tama? —pregunté.

—Aquí estoy, Nala —respondió la ya mencionada.

Sentí como una enorme paz me inundaba. Todo había terminado...

Mis ojos se fijaron de inmediato en Shani. Teníamos que llevarla con Rafiki.

Arrastre el estante que usé para bloquear la entrada, lo aparté del camino, y le quité el seguro a la puerta.

En cuestión de segundos, la puerta se abrió, y Tama, Kula y dos guardias, entraron a la habitación.

Al ver a ambas, no pude evitar darles un fuerte abrazo.

No recuerdo exactamente en que momento dejé caer el cuchillo al suelo.

Kula tenía vendado el brazo y la rodilla, y una sutura sobre la ceja. Tama tenía algunos rasguños en el rostro; al ver sus ojos, supe que estuvo llorando.

—¡Tenemos que ayudar a Shani! —exclamé, separándome del abrazo.

Ambas se miraron de reojo.

Apunté con el brazo a Shani, la cual parecía feliz de que todo hubiera terminado.

Tama se llevó una mano a la boca al ver su estado.
Kula, se arrodilló junto a Shani, y tomó su mano.

—Vas a estar bien, Shani —le aseguró Kula.

Los guardias se acercaron más a la escena. No pude contener una pequeña sonrisa. Eran aquellos guardias simpáticos con los que me había topado en una ocasión. Dimka y Buhari.

Me dedicaron una pequeña reverencia, y sonrieron ligeramente.

Buhari tomó con cuidado a Shani en brazos.

—Hay que llevarla al gran salón —sugirió Dinka.

Buhari se limitó a asentir, y ambos salieron de la habitación, llevándose a Shani con ellos.

—¿El gran salón? —pregunté confundida.

—Todos están ahí. Rafiki y las enfermeras del palacio están tratando las heridas de los demás —me explicó Tama.

—¿Simba está...?

—Él está bien —me interrumpió Kula—. Está muy preocupado por ti.

Sentí un gran alivio al saber que estaba vivo.
Sobrevivimos. Habíamos ganado.


Tama y Kula me explicaron por el trayecto todo lo que había pasado en la batalla. No hubo muertos, solo había heridos.

Me alegré nuevamente, pues mi seres queridos y mi gente, aún seguían con vida.

El gran salón estaba repleto. Las enfermeras caminaban de un lado a otro, vendando y cosiendo heridas. Había guardias, cazadoras y miembros de la servidumbre heridos.
Me sorprendí al ver que habían miembros de otras tribus ahí. Luego recordé, que Tama y Kula me mencionaron que otras tribus habían ido a apoyar durante la batalla. Estaban presentes varios líderes; como Basi, el líder de la tribu de hipopótamos; Aminifu, el líder de la tribu de elefantes, entre muchos otros.

Comencé a buscar con la mirada a Simba.
Era difícil, ya que habían bastantes personas. Tenía tantas ganas de verlo, de abrazarlo, y decirle lo mucho que lo sentía Finalmente, lo encontré: Estaba sentado en un rincón, mientras Rafiki trataba sus heridas.

Al localizarlo, corrí de inmediato hacia él, saltándome los protocolos por completo. No me importaba lo que pensaran los demás, estaba feliz de verlo con vida.

—¡Simba! —exclamé, lanzándome sobre él, llenándolo de besos por todo el rostro.

Su traje estaba arruinado.
Su camisa estaba manchada de sangre, tenía uno que otro rasguño en su rostro y una herida en su brazo.

Estaba herido, pero seguía con vida, y eso era más que suficiente.

El se rió entre dientes, y besó mi frente.

—Nala... Me tenías preocupado —confesó—. ¿Dónde estabas?

—Es una larga historia —reí—. ¿Qué pasó con Zira y sus seguidores? —pregunté alarmada.

—Están en los calabozos —me respondió—. Luego decidiré que hacer con ellos.

Abrí los ojos de par en par.

—¿L-los vas a ejecutar? —pregunté preocupada.

—¿Qué? ¡No! —contestó—. Soy un rey justo, y la muerte no es un castigo que se merezcan.

Suspiré aliviada. Tenía razón, aunque nos habían traicionado, no se merecían la muerte.

—¿Sarabi está bien? —pregunté, ignorando por completo el tema anterior.

Simba asintió.

Nuevamente, sentí esa alegría. Todos estaban bien...

Él se aclaró la garganta.

—Nala... Lo siento... Debí decirte lo que me inquietaba..., no debí ocultártelo —se lamentó.

Puse mis manos a los lados de su cara, para luego sonreirle.

—Yo también lo siento —murmuré—. No debí actuar así.

—Estabas enojada. Es entendible.

Negué con la cabeza.

—¿Por qué no me dijiste que Zira te estaba amenazando? —murmuré.

—No quería preocuparte... No quería que te vieras involucrada —respondió un poco apenado.

—Lo entiendo. Ya pasó, ¿sí?

Sonrió ligeramente y asintió.

Lo abracé con fuerza.
Finalmente, había arreglado las cosas con mi chico pelirrojo. Lo había recuperado... aunque nunca lo perdí.

Unas risitas, hicieron que nos separáramos de inmediato.

Rafiki estaba sentado junto a nosotros, con una expresión divertida en su rostro.

Había olvidado por completo que estaba ahí cuando llegué.

—Me alegra que hayan resolvido las cosas —rió—. Si me disculpan, los dejaré a solas a los tres.

Abrí mis ojos de par en par.

¿Dijo tres?

—¿No querrás decir a los dos? —preguntó Simba, un poco confundido.

Rafiki suspiró, y procedió a golpear a Simba con su bastón en la cabeza.

—¡Oye! —se quejó Simba.

No pude evitar soltar una risita.

—No. Dije tres —respondió Rafiki, con su clásica risa. Sin más, se puso de pié y se alejó de nosotros.

Ambos guardamos silencio, tratando de leer la mente del otro. Un escalofrío me recorrió la espalda, al darme cuenta de que se refería Rafiki.

Armé todas las piensas. 

Los mareos.

Los antojos.

Las náuseas.

Y los tres...

Miré a Simba a los ojos, y él imitó mi acción.

—¿A qué se refiere? —me preguntó Simba, sin borrar su expresión confundida.

Tragé saliva.

Lo tomé con delicadeza de ambas manos, y comencé a acariciarlas con mis pulgares.

—Creo que... se refiere a que ya no seremos solo tú y yo...  —expliqué con una ligera sonrisa.

Él guardó silencio, tratando de asimilar la información.

Por su expresión, supe que aún no lo comprendía.

—Simba... Creo que lo que Rafiki trata de decir es que... Seremos... —suspiré—padres... Seremos padres.

No me detuve a pensar cual sería su reacción. Sin saber por qué, lo siguiente, me tomó por sorpresa:

Simba sonrió de oreja a oreja y me besó la frente con fuerza.

—¡Seremos padres, cariño! —exclamó emocionado.

Le cubrí la boca con una mano y solté una risita.

—Calma, calma, o todos se enterarán —le advertí, mientras apartaba mi mano de su boca—. Sí, Simba. Seremos padres —sonreí.

Quería besarlo... pero había demasiadas personas; no sería apropiado. Así que me límite a abrazarlo.

Aún, se me hacía difícil asimilar todo.
Sería madre... ¡Sería madre!
No puedo describir que emoción estaba sintiendo exactamente, pues sentía una mezcla de muchas. Tenía miedo, aunque también sentía una felicidad indescriptible. Sentía angustia, pero a la vez, sentía esa alegría, esa misma que no sé explicar.

Comenzó a llenar de besos mis mejillas y mi frente, causando que me ruborizara ligeramente. 
Estaba embarazada de el hombre que amo. Un pequeño bebé vivía dentro de mí. Un hermoso principe o princesa. Aún no había nacido, y ya lo amaba con toda mi alma.

—Por cierto, hay algo que quiero hacer —comentó mientras se ponía de pié.

Me tomó de la mano, y me ayudó a levantarme.

Arrugué el ceño.

¿Qué quería hacer?

Camino hasta el centro del salón, y se aclaró la garganta, atrayendo de inmediato la atención de todos.

—¿Me permiten un minuto de su tiempo por favor? —todos los presentes guardaron silencio—. Gracias. El día de hoy, hemos recibido un levantamiento —empezó—, uno de muchos que se han tenido a lo largo de la historia de Las Praderas. Entiendo que, para muchos fue confuso esto, ya que varios guerreros y guerreras, a los cuales considerabamos fieles, nos traicionaron. Sin embargo, hemos vencido —hizo una pausa, y el lugar se llenó de aplausos—. Quiero agradecer a todos y a todas por su apoyo. Hoy lucharon, y defendieron a su gente hasta el final. Estamos heridos, pero no hubo ninguna pérdida. Cuando me coronaron rey, prometí mantenerlos a todos a salvo, y eso haré el tiempo que yo esté con vida. Cumpliré mi promesa, y haré lo posible para que nuestro reino siga prosperando grandemente —hizo otra pausa y el salón se llenó de más aplausos—. Sin embargo, he decidido que alguien muy importante para mí me apoyé y me ayudé en esta tarea; pero solo si ella lo desea. Nala, ven —me llamó.

En cuestión de segundos, todas las miradas se posaron en mí.

Me quedé helada. Inmóvil. Sorprendida por cada palabra que había dicho.

Comencé a avanzar lentamente, hasta llegar al centro del salón. Me puse justo frente a Simba, él sonrió, al ver mi expresión confundida.

Apoyó su rodilla en el suelo, y sacó una cajita de su bolsillo.

—Simba, ¿qué haces? —pregunté, a un tono que solo él podía oírlo.

—Creo que debí hacer esto bien desde un principio —me susurró.

Abrió la cajita y me llevé ambas manos a la boca: Adentro había un hermoso anillo.

—Nala, eres la mujer más hermosa, independiente, fuerte y dulce que he conocido. Te prometí que siempre estaría contigo, y eso voy a hacer... ¿Me harías el honor de casarte conmigo?

No noté en que momento las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos.
Jamás pensé que algo así pasaría, y mucho menos a mí.

Amaba a Simba con todo mi corazón. Ya me lo había pedido, pero aquella vez fue solo un impulso... Pero ahora era diferente, ahora era demasiado.
Con anillo o no, o fuera como fuera, no me negaría; para mí sería el placer más grande compartir nuestras vidas.

—Oh, Simba... Sí. Claro que aceptó —reí por lo bajo.

El salón se lleno de aplausos y gritos ahogados.

Simba se puso de pié, y colocó el anillo con delicadeza en mi dedo.

Lo abracé nuevamente; él correspondió. Nos separamos con delicadeza, y nos miramos a los ojos, perdiéndonos en ellos por unos pocos segundos.

—¿Sorprendida, mi reina? —bromeó.

Torcí los ojos.

Había decidido compartir mi vida con mi mejor amigo, mi compañero de aventuras, mi confidente... mi amado Simba. 

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