El Combate
Los días transcurrieron, hasta convertirse en semanas.
Mis manos ya habían sanado, justo a tiempo para participar en las pruebas.
Nada nuevo o inquietante había transcurrido en el reino, a exención de un saqueo en el pueblo hace un par de días. Aquella situación dejó a varios desconcertados, pues muchos sabían que los participantes en tal atrocidad no fueron los habitantes del reino, sino desterrados. Hace tanto tiempo que no se había presentado algo parecido. La seguridad aumentó inmediatamente, y de igual manera mis horarios de hacer guardia en las fronteras.
Me senté frente al nuevo espejo del tocador, el cual pude pagar con unos ahorros de hace tiempo.
Tomé el cepillo, y comencé a desatar mi trenza, para reemplazarla por una coleta.
Mis ojos no pudieron evitar fijarse en la flor que había en un jarrón sobre mi mesita de noche, aquella flor que Simba me había traído la noche anterior.
Al terminar de arreglar mi cabello, en lugar de salir y dirigirme al comedor para desayunar, caminé hasta la mesita de noche. Acaricié con delicadeza los pétalos de la flor del jarrón, sin poder evitar acercar mis dedos ligeramente a mi nariz y oler su dulce aroma.
Entonces, el recuerdo de la noche anterior y los demás momentos que había tenido con él, me inundaron de nuevo, provocando que mi corazón latiera con rapidez.
Era extraño. Posiblemente me había vuelto loca. Sí, estaba loca por él.
No lograba comprender en que momento un amistad de hace años pasó a ser algo de otro nivel. Ya no éramos amigos, no, esa palabra no era suficiente para describir lo que éramos ahora.
Todo pasó tan rápido. Primero, tenía pensado rechazarlo, pues nuestras almas no estaban destinadas a estar juntas y compartir un futuro. Por otro lado, nuestras diferencias y lo que queríamos, ya no me importaba. Eso no era importante en lo absoluto.
Sin darme cuenta, mi cariño hacia él se estaba convirtiendo en algo mucho más profundo, algo que me gustaba, y que de seguro me hacia ver como toda una tonta enamorada.
Había leído en más de una ocasión sobre el amor en novelas y poemas, pero jamás creí que fuera algo así. Mi nueva relación con él, me había hecho abrirme un poco más a las demás personas; me hacia soñar y suspirar durante las noches; me hacia sonreír sin motivo alguno; y por primera vez, había pensado en mi futuro de otra manera.
No teníamos pensado anunciarlo al reino entero, no había motivo para hacer eso; nosotros sabíamos que éramos y lo que sentíamos por el otro, así que no había necesidad de que terceros se enteraran, al menos por cierto tiempo.
Sin embargo, el pequeño secreto no permaneció por mucho tiempo; ya corría un rumor en el palacio y en algunos sectores del reino, que el rey se escabullía por las noches a la habitación de una integrante de las cazadoras, mientras otros decían que se trataba de una criada. En cierta forma, me llenaba de incomodidad que los demás pensarán cosas imprudentes e innombrables de mí. No hacía falta pensar quien era "la afortunada" que era la expresión de algunos, o "la cualquiera", la expresión que utilizaban otros; todos sabían que se trataba de mí, pues, yo era la más cercana a él.
Las noches en las que nos veíamos, no transcurría nada impuro o atrevido; no, nada de eso. Nuestros encuentros eran íntimos, pero no de la manera que otros pensaban. Al vernos, eran momentos de comunicación, cariño y afecto. Nada fuera de lo común en una pareja.
Al enterarnos del rumor que se había esparcido, tuvimos que aprender a ser más cuidadosos. No pasábamos mucho tiempo juntos durante del día, pues la mayoría de las horas el trabajaba, mientras yo entrenaba y cumplía con mis respectivos horarios de guardia. Por respectiva razón nos veíamos durante las noches, contándonos el día que tuvo cada uno, relatando como nos habíamos sentido; todo solo con la luna y las estrellas de testigos.
Después de desayunar, me senté en las gradas con las demás, quienes mantenían su vista hacia al frente, esperando que Sarabi iniciara con sus explicaciones.
La general se posicionó frente a las gradas, se aclaró la garganta, y procedió a explicar.
—Buenos días, señoritas. Estoy consciente, de que todas saben que se llevará a cabo el día de hoy: este día, se le dará inicio a las pruebas para elegir a la nueva general —hizo una pausa—. Es una decisión difícil, por lo que necesitaré más de un día para evaluar a todas y a cada una —hizo otra pausa. Todas, oíamos con atención—. Ya les expliqué lo de la tabla de posiciones, pero déjenme refrescarles la memoria —anunció, para luego girar hacia la tabla de madera—. Aquí, es en donde se sabrá quien lleva el mejor desempeño, quien tiene que mejorarlo, y quien tiene que dar más de si. —Miré detalladamente aquél marcador, el cual era una especie de pizarra con números—.La prueba de hoy, consiste en probar la inteligencia, agilidad y fuerza de cada una; todo a través de un sencillo combate —continuó explicando. Algunas se miraron de reojo y murmuraron, al ver que Sarabi tomó un frasco de vidrio, el cual parecía contener un montón de pequeños trozos de papel—. Dentro de este frasco, están los nombres de cada una. Para que sea justo, las elecciones de quien se enfrentará contra quien, sacaré dos nombres, y esas, serán las que tendrán que enfrentarse. Las reglas son sencillas: nada de groserías o insultos, recuerden, que somos compañeras; nada de trapas, escupir o rasguñar. ¿Entendido?
—¡Sí, general! —respondimos al unísono.
Sarabi tomó dos papeles del frasco, y las mencionadas en ellos, se pusieron en el centro del campo de entrenamiento.
Se trataba de una chica de tez clara y cabello rubio, tan claro, que casi era blanco, llamada Kenia. La otra participante, era una chica llamada de Deka, de estatura alta, tez oscura y cabello corto.
Todas sabíamos quien sería la ganadora entre esas dos. Deka era mucho más fuerte, y más astuta que Kenia; sin esfuerzo alguno, la vencería.
Nuestras sospechas se confirmaron, y Deka resultó vencedora.
Busqué con la mirada a Sarabi, quien se encontraba sentada en la primera fila de las gradas, tomando nota en una libreta, al parecer de los movimientos y ataques de cada una.
De repente, los nervios me invadieron, provocando un ligero temblor en mis manos.
Cerré los ojos y suspiré. Todo iba a estar bien.
Mientras las demás pasaban al ser nombradas y dar inicio a la respectiva prueba, mantenía mi vista hacia las participantes, evaluando con la mirada los errores de cada una, para no cometerlos.
Conocía a todas las presentes, y cómo no hacerlo, eran mis compañeras.
—¿Concentrada? —preguntó, Shani, sacándome de mis pensamientos.
No pude evitar sobresaltarme.
—Oh, Shani, me asustaste —dije, y solté una risita. Sin embargo, al ver que frente a mí estaban sentadas Kula y Tama, arrugué el ceño. Estaba tan concertada en los combates que no me percaté de que estaban tan cerca de mí.
—Apuesto a que se cae —comentó Kula, refiriéndose a una de las chicas que estaba peleando en la arena.
Tama le dio un golpecito con el codo. No pude evitar soltar una risita.
—¿Van a participar? —pregunté con curiosidad.
Kula y Tama se giraron.
—Ya te dije, prefiero ver como las demás fallan en el intento —bromeó Kula.
Tama se encogió de hombros.
—Shani y yo no queremos participar. Sin embargo, las tres te estaremos apoyando —me guiñó un ojo.
Asentí y se los agradecí con una sonrisa.
Nuevamente, fijé mi vista al combate que se estaba realizando. Pude permanecer así por un rato, sino hubiese sido por lo siguiente.
Sarabi se puso de pié, saco dos papeles más del frasco, y anunció los nombres escritos en estos:
—Alika y Nala.
Abrí mis ojos de par en par.
¿Alika? Esto se iba a poner interesante.
Me levanté de las gradas, y me dirigí hasta el centro del campo de entrenamiento. Alika hizo lo mismo.
Me pareció extraño que en esta prueba no se nos permitiese usar nuestras lanzas, sin embargo, lo ignoré.
Después de realizar unos pequeños estiramientos y de que Sarabi nos recordara las reglas, le dimos inició al combate.
Alika me miraba fijamente, mientras ambas caminábamos en círculos, esperando que una de nosotras diera el primer golpe.
Entonces decidí ser la primera en atacar; procedí a darle una patada a la morena en la espinilla, pero ella esquivó el golpe, e intento golpearme con su puño en el rostro. Me agaché, para así esquivar su intento de herirme.
Trató de tomarme del brazo, pero la tomé de la muñeca y la derribé con mi pié.
Traté de apoyar mis rodillas sobre sus hombros y así inmovilizarla, pero ella fue más rápida que yo, y con un solo movimiento, me tumbó junto a ella.
Rodamos por la tierra un larga rato, lanzando y esquivando los golpes de la otra.
Y, cuando tuve la oportunidad, la aparté y me levanté; lo cual, ella imitó.
Sin dejar mi posición de ataque, la miraba atenta, esperando su siguiente movimiento.
Se limpió el sudor de la frente, y trató de golpearme una vez más. Como reflejo, la tomé del brazo, e instantaneamente, le apliqué una llave.
Pensé que después de eso, ya todo había terminado, pero no; que equivocada estaba.
Alika forceó, y se libró de mi agarre. Con enojó y frustración, me pateó el tobillo, provocando que perdiera el equilibrio.
Más golpes y patadas vinieron, algunos esquivados, pero otros recibidos.
Mi respiración y mi pulso estaban más acelerados que nunca, y estaba sudando de manera horrible, además, el abrasador sol no ayudaba en lo absoluto.
Sin parecer cansada o agotada, la cazadora se lanzó sobre mí, aprovechando mi descuido al limpiar el sudor de mis sienes.
Me sujetó los brazos con fuerza, mientras yo trataba de librarme, pero era inútil.
En las gradas, podía oír a mis amigas apoyarme.
No quería rendirme.
La expresión de Alika expresaba desprecio y frustración.
Sí, no le agradaba, y ella tampoco a mí.
Se acercó a mi oído.
—Eres idéntica a Sarafina; débil y cualquiera, igual que ella —susurró, para luego sonreír falsamente.
La miré con enojo. Nadie se metía con mi madre.
Sin embargo, cuando estaba a punto de golpear su espalda con mi rodilla para hacerla caer, oí a Sarabi sonar su silbato, anunciando así el final de la prueba. Ya Alika había estado suficiente tiempo sobre mí, dándole así el final a nuestro combate, y ella volviéndose la victoriosa.
Se apartó de mí, no sin antes susurrarme perra inmunda. Aunque quería arrancarle la cabeza por su comentario hacia mí y hacia mi madre, no lo hice, tenía que conservar la compostura.
Con un poco de esfuerzo, me pusé de pié, para luego sentarme en las gradas.
Estaba hecha todo un desastre. Mi cabello estaba completamente hecho una maralla, y mi ropa, totalmente llena de tierra.
Suspiré, un poco agotada, y decepcionada de mí misma. Pude haber dado más de mí. Esto sin dudas no me daría una buena posición en el marcador.
Al terminar las pruebas de ese día, todas se fueron, incluyendo mis amigas; pero, yo no. Permanecí en las gradas un momento, tratando de analizar los errores que había tenido.
Tenía que ser más rápida y precisa con mis golpes, y sobretodo, no quitar mi vista del contrincante.
Pasé ambas manos por mi rostro, para apartar el sudor de este. Necesitaba un baño urgentemente.
Miré la posición del sol, y me di cuenta de que el entrenamiento terminó más tarde de lo normal. Seguramente, los guardias y miembros de la servidumbre ya habían almorzado, así que nosotras, podíamos comer lo que quedó a cualquier hora, por lo no me preocupé en irme rápidamente al comedor.
Después de meditar unos minutos, me pusé de pié, con la intención de comer algo. Eso iba a hacer, hasta que alguien me tomó con delicadeza del brazo.
Hice una mueca, y me giré. Simba estaba de pié justo tras de mí. Me llevé una mano a la voca, y lo miré incrédula.
—¿Qué? ¿Desde cuando estás aquí?
—Parece que a alguien no le alegra mucho verme —sonrió ligeramente.
Meneé la cabeza y me senté de nuevo, por lo que él se sentó junto a mí.
—¿En qué momento llegaste?
—Desde que iniciaron las pruebas —respondió sin problemas—. Dije que vendría a verte, ¿recuerdas?
Me cubrí mi rostro con ambas manos. Cierto, lo dijo. Me reprendí para mis adentros, por haber olvidado algo así.
—Lo siento —murmuré, cabizbaja.
—Está bien, imaginé que lo habías olvidado —respondió con expresión divertida, haciendo que le mirara.
Entonces, me percaté de algo. Mi aspecto. Estaba hecha un desastre. Inmediatamente, desaté mi coleta, tratando de desenredar con mis dedos mi cabello.
Al notar esto, rió entre dientes.
—No te rías, Simba —reclamé, aún avergonzada.
—No tienes porque hacer eso —dijo, al ver que continuaba arreglando mi cabello—. Incluso sucia y despeinada, te ves increíblemente hermosa —se acercó más a mí. Una vez más, mis mejilas ardieron; siempre lo hacían cuando me alagaba de esa forma—. Además, eso demuestra lo mucho que te esmeraste hoy. Estuviste increíble.
Me encogí de hombros y negué la cabeza.
—Pude haber dado más de mí.
—¿Bromeas? Tus estrategias y golpes fueron perfectos.
—Pero no lo suficiente.
Resopló.
—Te propongo algo.
—Escucho —respondí, y apoyé mis manos sobre mis rodillas.
—Tal vez no sea tan buen peleador como tú, pero, estaría dispuesto a entrenar contigo en un horario fijo; así, podrías practicar tus movimientos.
Medité por un momento. No era mala idea. Además, así podría verlo un poco más seguido.
Asentí con la cabeza, tal vez con más entusiasmo del necesario.
—¡Sí! Suena excelente.
Sonrió y asintió.
—¿Quieres ir a algún lado?
Estoy segura de que mi rostro se iluminó al escuchar aquella pregunta, porque al ver mi expresión, Simba no pudo evitar reír.
—Siempre y cuando no sea a Las Lejanías, sí —respondí, recordando el peligro que habíamos pasado al ir a ese lugar de pequeños.
—Nada de eso —meneó la cabeza.
Reí por lo bajo.
—¿Entonces a dónde?
—Lo averiguarás si me acompañas —contestó, fingiendo orgullo.
Acepté su invitación. Aunque, me tomó por imprevisto. Antes de irnos, le dije que iba a asearme y comer algo, pues aún no había almorzado; pero, dijo que me compraría algo de comer por el camino.
Dijimos que nos veríamos en la salida del palacio en una hora, por lo que subí a mi habitación, con la intención de darme un baño.
Me pregunté qué o quién lo había animado para invitarme a salir. Nosotros no éramos de esa clase de parejas de caminar tomados de la mano y salir seguido. Si embargo, aunque el asunto me desconcertó un poco, me alegró y emocionó poder pasar el resto de la tarde con él.
Entré directamente al baño, para que el agua de la tina sacara la mugre de mi piel y mi cabello.
Al girarme al espejo, para ver mi reflejo y averiguar que tan sudada o sucia estaba, me di cuenta con solo mirarlo, el mensaje que estaba escrito con labial en mi espejo.
ALÉJATE DE Él SI NO QUIERES SALIR LASTIMADA
Me llevé ambas manos a la cabeza. Esto se estaba volviendo fuera de control.
Editado
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